¿En qué has trabajado?
Solo conozco un trabajo en el que haya merecido la pena estar y ese fue el Registro Civil. Aún recuerdo el día que entré, a sabiendas de lo que me esperaba, asustada como una jovenzuela. Me senté en una silla y dos compañeros me dieron conversación por descongelar el frío del miedo que sentía. No pasé a la oficina hasta que no llegó la jefa, y mientras ella me explicaba qué iba a hacer, recibo una llamada de personal que me indica que, lo que ella me ha mandado no tiene que ver con el contrato que me han hecho. La primera en la frente.
Me pusieron a trabajar con un funcionario que estaba enterrado en cajas de papeles, literalmente. Estuve trabajando con él hasta que desde personal le dijeron a mi jefa, que yo estaba ahí para dar información, que era lo que ella misma había solicitado. Pero en realidad necesitaba una burra de carga y esa era yo. Todo eso acompañado con que, en esos momentos, estaban digitalizando los tomos desde 1950 en adelante. La gente que lo hacía tenía un chaval que estaba hasta los mismísimos de un compañero mío que no hacía más que poner palos a las ruedas de su trabajo. Me dijo literalmente, que mi compañero era un hijo de p…Pidió la asignación del trabajo a otra persona que no minara el suyo. Me tocó a mi. Cómo no!
Pues bien, yo llegaba bien temprano, sacaba los tomos a digitalizar, los sellaba, la burocracia amigos!, para indicar que el tomo procedía a su cierre definitivo, y se los pasaba al equipo de digitalización. Luego salía corriendo a las 9, cuando se abría al público, para dar información. Eso hasta la una. No me relevaban ni para un pis, ni para beber agua…nada. La cola salía del edificio y llegaba al de enfrente. Cuando terminaba allí, harta de hablar, me iba a ayudar al compañero, el de las cajas, hasta que me iba a casa.
Cuando me dicen que la gente funcionaria son unos gandules siempre pienso en esos días y en el trabajo que salía de aquellas puertas a paladas.
Durante aquellos tiempos, a mi hija le estaban ya valorando para ver qué le pasaba. Y al año siguiente, en el 2010, algo en mi cabeza explotó y no pude más. El diagnóstico definitivo por parte de la psicóloga del centro base de que era autista, el trabajo, un jefe al que, si me tocara hoy lo denunciaría por acoso laboral etc etc, hizo que se me saltaran las palancas de mi cabeza y estuviera cuatro meses sin poder entrar de nuevo al curro.
Después de esos cuatro meses, las cosas empezaron a recolocarse. Durante el periodo que estuve de baja, hubo un parón muy raro de extranjeros que venían a preguntar por su nacionalidad o por otras historias. El primer día que entré, me puse detrás del mostrador, di un suspiro y dije: «arre burra!»
Al cabo de un rato veo que alguien mete la cabeza por la puerta, me mira, se aleja, y la oigo exclamar: «Siii!! Ya está la chica, por fín!!» A partir de ese momento, las visitas a información volvieron a subir y entonces descubrí que, la gente que venía lo hacía porque yo trabajaba bien y porque era amable con ellos. Acojonante. Y eso cambió mi relación con el trabajo, y entonces, aún más, me volví receptiva a levantarme por las mañanas, no a pasar equis horas de trámite, sino de acompañar a los que venían en sus historias y en sus problemas. Sin hacerme cargo de ellos, por supuesto, pero si en lo de estar desesperado porque aquella aventura de papeleo acabara. Y yo ayudaba para que el viaje no fuera penoso ni accidentado.
Tengo los nombres de muchos en mi cabeza, algunas conversaciones donde me reía mucho con las salidas de algun@s, intentos de soborno que acababan con mi mirada fulminante y donde dejaba claro al otro que no había más que hablar.
Dejaron mil anécdotas en mi piel y en mi corazón. Todos ellos. Ayer jubilamos al señor de las cajas. Y yo me sentí como el Sancho Panza que se queda sin su Don Quijote. Muy triste. Si volviese a esa oficina, tendría que lidiar con la pena de no volver a trabajar con él. Ayer me dijeron que, si vuelvo, tengo las puertas abiertas. Que quieren tener a gente como yo. Eso me llena de orgullo. Porque no hay nada más bonito que el reconocimiento. Y yo lo he tenido en forma de rostros sonrientes detrás de aquél mostrador.
