Hoy es el cumpleaños de mi tía. Lo llevo recordando toda la semana, porque a todas horas me acuerdo de ella, aunque nunca la nombre, aunque no pregunte a sus hijos. Da igual! Ya hace tiempo partió a otro mundo, uno en el que es feliz, donde, por fin, es ella misma. La llevo recordando tanto y la tengo tan interiorizada, que anoche tuve una pesadilla horrible. Una en la que yo hacía creer no se qué mentira relacionada con escribir y que estaban a punto de descubrir que yo era un fraude total. Lo curioso es que la que me quitaba la máscara es alguien a quien sigo en redes porque tiene un blog y me gusta como escribe. «Me encantaría escribir así» pienso cuando la leo. Yo creo que ha sido un síndrome de la impostora en forma de mal sueño y, para hacerlo más angustioso, se producía en casa de mis abuelos, una casa que, aún después de 26 años, recuerdo perfectamente y donde viví un montón de situaciones penosas. Es curiosa la mente! Como te lleva de un rostro a un lugar concreto, a una vivencia concreta. Mi tía siempre me animó a escribir, porque era capaz de ver en mí cosas que yo creía incapaces de hacer. Como lo de escribir, o las oposiciones. Ahora mi confianza está huérfana sin sus palabras de aliento. Es lo que tiene la vida. Que no es inmutable. Que cambia al segundo. Que no es en absoluto predecible.
Mi tía y yo éramos muy afines. Nos gustaba leer, escuchar música, pasear, ir al teatro…yo hacía lo que podía y compartía con ella los momentos que me permitían los años. Ella me lleva seis a mi, así que, hubo días en que tuve que ver cómo se iba a tal o cual sitio, mientras yo tenía que quedarme a estudiar o irme a visitar a mis padres. Qué frase! Ir a visitar a mis padres! Tampoco me importaba! Nos queríamos, sí, pero supimos crear cada una un espacio propio, con amigos distintos, situaciones diferentes. Y esa distancia que impuso la edad fue la que me hizo ver que algo no andaba bien. Como un cuadro que ves muchas veces y, de repente comienzas a captar sus trazos únicos, los errores, los usos de luces y sombras…y entonces caí en la cuenta pero no podía decir nada porque me hubieran tomado por loca. Ella es la persona más dulce del planeta. No podía ser que estuviera tan mal! Y menos por una cuestión de salud mental!
Y así vivimos hasta que un día ella decidió que dejaba de ocultarse. Que se iba a comportar como ella sentía, sin importarle ya ni marido (que, para ser honestos, se lo merecía) ni hijos. Y llegó su primer ingreso. Mi madre, que nunca fue objetiva con la gente que amaba, fue a visitarla a Alemania, viajando un montón de kilómetros con mi hermana, para ayudar al marido. Volvió diciendo que lo que tenía su hermana lo había provocado él y yo dejé que él sudara un poquito de tinta y me callé que aquello venía de cuando aún ni se conocían. Pobrecito mío! que ya por aquel entonces tenía y disfrutaba de los brazos de otra compañera sentimental, con la que llevaba un montón de años, todo ello, claro está, sin decirlo a la familia de su mujer, no fuéramos a decirle que le podían ir dando mucho por donde cargan los camiones. Tampoco tardó mucho en dejar claro que su mujer le importaba cero, así que, cogí el móvil y lo saqué de mi vida en el mismo momento en que, en un viaje en coche hasta mi casa, con mis dos chicos avatares detrás, me dijo que si no me importaba criar a su hijo pequeño desde ese día hasta el día de mi muerte. No podía creer tanta poca vergüenza! Le dije que no y no he vuelto a saber de él si no es porque hay gente de mi familia que aún es capaz de hablarle sin vomitar a la vez. Carezco de ese cuajo. Qué le vamos a hacer! Tal vez esté harta de padres que lo son solo de boquilla. Seguramente.
Me ha levantado el enano bien temprano y me he tirado al móvil para felicitarla. Me ha respondido con menos de dos líneas y ya no ha visto mi respuesta.
Como dice Neruda: «Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo» pero yo ya sé que ella no quiere causarme ningún dolor, y esta no será la última vez que yo le escriba.