Estando sin luz en este planeta, mientras la Tierra nos mira con cara de sorpresa, los habitantes estamos adquiriendo rutinas para sobrevivir. La primera de todas, el kit de supervivencia de mi marido, con el que consigo tomar café por las mañanas. Si abrimos algo que necesita frío, lo consumimos en el día, utilizamos la habitación de mi suegra en el hospital para cargar los dispositivos, abrazamos fuerte, o lo intentamos al menos, a los enchufes, y nos sujetamos literal y metafóricamente hablando, los unos a los otros.
Utilizo poco la casa de mi suegra. Huele a tabaco y me pongo mala en segundos de la rinitis. Quién me ha visto y quién me ve! En eso reflexionaba mientras estaba de camino a la lavandería. Tengo mirada y maneras de haber pasado muchos años viviendo con el peligro. Me crucé con un chaval, extranjero, al que ya había visto otras veces, igual de borracho que las anteriores. Lo recuerdo porque se pilla unas tajadas que le impiden, incluso, caminar. Lo he mirado, y he debido hacerlo de una manera que ha escondido la lata de cerveza. He estado por pararlo y decirle que si no sabe que tiene un grave problema, pero, como buena superviviente, he pensado que mejor no, no fuera a darme un golpe con la lata y él y yo perdiéramos en la refriega. He continuado mi camino y, en una calle prácticamente desierta, siento pasos detrás de mi. Giro la cabeza lo suficiente para ver que es un hombre más alto que yo (David el Gnomo lo era también) que viste de oscuro. Me adelanta por la izquierda. El tío lleva cadenas, la cabeza afeitada por zonas, con ropa ajustada. Coño! A esta gente le perdí la pista en los ochenta! Sigo caminando. Por controlar las bolsas que llevo, la pendiente que subo, los años y mis pensamientos, estoy por comerme un cartel del orgullo gay. Recuerdo antes, cuando no parecía haber ninguna mujer lesbiana, solo las de mi familia, y los hombres eran insultados por la calle. Sidosos los llamaban. Qué asqueroso es el ser humano! Ahora ya los veo pasear de la mano, casarse, tener hijos, pero aún queda tanto por recorrer! Sobre todo en el área del respeto!
He llegado a la lavandería. Hay dos personas y la lavadora que necesito está libre. Yipiii! Doy los buenos días! La chica joven no dice ni mu. La mujer, que parece vivir al límite si. Ella me saluda y luego me pregunta por alguna tienda abierta. Le indico. La chica, que es de la zona sigue sin decir ni mu. A lo mejor sabe de alguna tienda más cerca pero, ella, al igual que yo antes, prefiere callar. Tal vez para no llevarse un susto. Mi lavadora comienza a centrífugar y me sonrío pensando que la vida ha hecho lo mismo conmigo. Me ha girado tan rápido, que a penas he podido mantener las lágrimas en mi rostro. Me ha dejado seca. Soy una superviviente. Más que el propio kit de mi marido. Me levanto y recojo. Me vuelvo a Avatar. A hacer y parecer un ser humano vulgar y anodino. He decidido escribir todo en forma de libro, encuadernarlo, y regalárselo a mis hijos. Le pregunto a la chica si va a utilizar una de las bandejas, no me oye. Lleva auriculares. Le hago señas. Me contesta con un «no, thank you!» Me río. Esta no la vi venir!