¿Cuál es la decisión más difícil que has tenido que tomar? ¿Por qué?
Lo más difícil que he tenido que decidir, lo más duro de mi vida, fue el tomar la decisión consciente de que acompañaría a mi madre en sus momentos finales.
La enfermedad avanzaba a un ritmo terrible y su cuerpo, ese que estaba curtido de gimnasio, que había sido untado por las mejores cremas del mercado, saboreado los mejores alimentos, bebido solo buenos caldos…perdía la batalla de una manera terrible, temible.
Cuando supe que llegaba el final, un poco antes que mi madre, pensé en no estar. No sabía si sería capaz de digerir tal dolor.
Ese sábado, ella se despertó después de una noche toledana, en la que había tenido que tomar decisiones que a ella no le hicieron ninguna gracia. Cómo explicas a un enfermo que ha estado delirando? Cómo le dices que, cuando le hablabas, cuando te dirigías a ella, su mente estaba en mi hija, en una conversación imaginaria o no que tenía que ver con su nieta?
Esa tarde intentó incorporarse y no lo consiguió. Le ofrecí mi ayuda y me dijo que no. Volvió a intentar levantarse y volvió a fracasar. Entonces me dijo que no quería sufrir más. Que ya estaba bien. Que hasta ahí. Que lo sentía mucho por mí, y le cayó una lágrima. Le dije que ella había decidido cómo vivir y que, si su deseo era elegir cómo irse, yo lo respetaría todo. Me pidió que llamara a la enfermera y eso hice.
Me dije a mí misma que aguantaría entera hasta su partida. Luego podría llorar lo que quisiera. Debía estar a su lado. Acompañando, para que no sintiera miedo hasta lo que se torna en una despedida para siempre. Y así fue. Cuando les dije a su marido y mis hermanos que tocaba decir adiós, cuando llamé a la enfermera y le dije con la voz clara que creía que se moría, aguanté el tipo pero, cuando la ví partir no pude evitar doblarme por el peso del golpe. Allí, en aquél momento, despedía a quien me vio nacer, a una de las personas más importantes de mi vida. A mi madre. Y ella había vivido y había partido como quiso. A su manera! Y a mí ya solo me quedaba su recuerdo.
Si no necesitaras dormir, ¿qué harías con ese tiempo extra?
Si pudiera elegir qué hacer mientras todos duermen, me dedicaría a leer, mucho, y a escribir, muchísimo.
Si pudiera elegir qué hacer, estaría toda la noche en vigilia, acechando los malos sueños que pudieran atacar a mis hijos. Andaría con mucho cuidado espantando aquellos que pudieran perturbarlos.
Si no fuera posible dormir, me sentaría en una ventana a ver pasar la noche, a ver las pocas estrellas y planetas que podemos ver a simple vista. Para luego describir la belleza de ese momento en una poesía. Me encantaría escribir poesía!
Si la vida no me permitiera descansar, apagar mi mente y relajar mi cuerpo, tal vez entonces conseguiría alcanzar la categoría de dinamo, de motor, de luz continua, para que mis hijos pudieran descansar en paz, vivir en paz, sin que nadie enturbie sus vidas, sin que nadie invada sus mentes, para que puedan vivir con tranquilidad hasta que volvamos a encontrarnos. En otra vida, es cierto, de otra manera, pero en paz. Viviendo solo el amor que nos tenemos. Y que yo, de vez en cuando, pueda decirles que me voy a descansar un rato. A dormir por fin. A disfrutar de ese merecido descanso.
Hoy una compañera me ha dicho llorando que soy una leona. Una madre leona. Tal vez sea así, tal vez esta alerta en la que defiendo a mis cachorros, en la que escribo correos a profesores que hacen comentarios dañinos, o a los que digo que si en una actividad no caben ellos, no es una actividad para todos, lo cual es una obviedad como un piano, si cuando los veo venir de lejos, me incorporo, arqueo mi cuerpo, y comienzo a rugir antes del ataque, entonces si. Soy una leona. Una madre leona. Y aquí estoy, oliendo el aire ante el enemigo invisible.
Que tenga cuidado, que ponga cuidado…que te vigilo!
Si hace unos años hubiera contestado a esta pregunta, el texto hubiera tenido un largo de unos pocos renglones.
Actualmente, después de llevar en terapia cuatro años, mi círculo de personas favoritas se ha hecho más grande. Quitando la obviedad de que mi familia contiene a las personas más importantes para mí, mis hijos, por ser como son, por decirme mientras comemos que me quieren muchísimo, por ejemplo, quitándome el aliento lo buena gente que son los dos. No ha sido fácil para mí criar dos hijos cuya forma de vida no tiene que ver con la mía. Me siento en muchas ocasiones, como la mamá pato del patito feo que resultó ser un cisne. Desconcertada.
Luego estaría mi marido, que, siendo mi compañero de vida, es otro extraterrestre al que recuerdo de muy jovencita hacer cosas que me desconcertaban y que ahora veo hacer a mi hija, que es quien más se le parece de los dos. Alucino cómo eres capaz de odiar las cosas que hace un ser querido, haciendo tú exactamente lo mismo sin darte cuenta.
Mi marido ha sido siempre muy buena gente y eso nos ha salvado de la separación. No me ha puesto fácil convivir con él. Tener que explicarle el mundo neurotípico a un hombre que está rozando la jubilación, es, a veces, como escalar el Himalaya. Aunque no me importa. Nunca olvido que ha estado en las duras y en las muy duras, y que, con lo que decía, la frase que soltaba en ese momento podía ser bruñida en oro. Era LA FRASE, con mayúsculas. Y a ella me agarraba. Y mientras luchaba por superar ese momento, se convertía en mi mantra.
Luego están mis hermanos. Mi hermana me dice siempre que escribo muy bien, aunque no he ganado ni un premio ni voy a hacerme rica escribiendo. Ella me animó a abrir este blog y, aunque está entre mis suscriptores, siempre le mando lo que escribo a ella y a mi psicóloga que es otra de mis personas favoritas. Elena. Se merece estar entre este texto también.
A mis hermanos los quiero y los he querido siempre mucho a los dos pero, con la enfermedad de mi madre, descubrimos los tres que, de la mano, haciendo las cosas juntos, ya podía darnos la vida un buen palo, que ahí seguíamos los tres, fuertes. Sin separarnos. Además, son las personas más trabajadoras y serias que conozco y, qué coño! Se merecen todo lo bueno.
Entre mis personas favoritas están también mis amigas. He conseguido crear un hilo de confianza con otras mujeres con las que quedo a la hora del desayuno para pasar esa media hora juntas. Tomando el pulso a la actualidad. Con ellas me iría de viaje, sin pensarlo. Ya lo he hecho con algunas, y fue un éxito. Un viaje en el que uní a mi hija porque no es solo de mis personas favoritas pero prefiero desconectar de ti un rato, no. Lo es incluso, aunque quiera tomarme unas vacaciones de responsabilidades. Como con todas las personas que he enumerado aquí. Personas que fueron tejiendo una red y que, cuando llegó el momento de caer al vacío, cuando me vi gritando desesperada pensando que me volvía loca, entre todos, consiguieron que cayera en blando. En un golpe amortiguado.
Con todos ellos ahora voy subiendo por la pared del agujero donde caí. Y no importa si pierdo el pie y restrocedo. Ellos seguirán a mi lado, hasta que pueda ver qué hay detrás de esta oscuridad. Y ya casi puedo ver el final. Ya empiezo a ver la luz. Y es emocionante!
Cuando era pequeña, mi madre, a la quien se la sudaba muchísimo mi alergia, tenía una jaula llena de periquitos. Luego tenía otra llena de pájaros canarios. Se le daban tan bien, que llegaban a poner huevos y daban crías, que, alguna vez, la vi alimentar con un palillo de madera porque vivir en una jaula, no es, definitivamente, tu modo de vida natural y el alpiste para un polluelo, como que no.
También teníamos una tortuga de agua, democracia, a la que compró cuando se aprobó la constitución española y el Congreso se convirtió en un lugar lleno de colorinchi y de siglas.
Democracia acabó en otro hogar, porque se hizo más grande y fuerte que la nuestra (la del país digo) y comenzó a tenerle miedo.
Luego, muchos años después, su marido trajo una terrier, a la que llamaron Terry, que no era en absoluto del gusto de mi madre. Se la regaló una de sus hijas y, solo por eso, Terry se hizo fuerte en el hogar. Pero no demasiado. Ahí estaba el genio de mi madre para decirle quién mandaba ahí. A pesar de no ser de su agrado, mi madre la cuidaba bastante. Le quitaba las incómodas legañas, le hacía una coleta para que su pelaje no se metiera en sus ojos, le quitaba molestos enredos de pelo…vamos, que duró más años de los que le correspondían por su minúsculo tamaño. Y murió bien cuidada. Y su ausencia se notó en la psique de mi madre. Se había clavado la jodía en una parte de su corazón, le gustara a ella o no.
Luego compró la casa desde donde escribo, en el sur de la isla, y aquí hay una fauna muy plural. En los alrededores. Dentro de la casa sólo he tenido una salamandra. Mi marido la atrapó un par de veces y la soltamos en el jardín. Pero ella optó por volver a entrar y, por esa decisión equivocada, murió.
Antes teníamos muy cerca una vecina alemana que era la señora de los gatos. Daba de comer a los gatos callejeros y esto parecía una colonia gatuna. Cuando me asomaba al jardín, me los encontraba tomando el sol en la mesa de piedra donde comemos cuando hacemos las barbacoas. La cosa es, que, en mi jardín, aparecieron erizos. Para quien no lo sepa, es una especie protegida, por lo menos aquí. Yo estaba encantada con ellos, porque son un insecticida natural y porque son animales inofensivos. Pero tenían un «problema». Iban a los comederos de los gatos, que, como digo, eran colonia, que es algo peligrosísimo para la fauna de la zona, y empecé a ver erizos muertos al final de la ladera que daba a mi casa. Todos envenenados. Con una muerte muy chunga además.
Lo cierto es que, tengo mis sospechas de quién hizo esa hijoputez. Y para darle un toque más perverso, tiró a los pobres animales donde vivo. Porque tengo fama de arisca, que es cierta, pero solo con los humanos. A los animales los respeto.
También, el mismo del envenenamiento, daba de comer a las tórtolas. Hubo un día, que me sentí como en la peli de Hitchcock, los pájaros. Todas encima del cable del teléfono, esperando a que saliera el señor a ponerles comida y agua. Eso sí, en su terraza puso dos hermosas figuras de aves rapaces, para que no se hicieran sus cositas en su casa. Las cositas las hacían en la de mi madre. Y yo, cargada con maletas, el niño en ristre, mi hija, debía bajar las escaleras de acceso a la casa sin poder tocar la barandilla. Con un toque malabar. Que se joda, pensaría él. Entonces puse dos rapaces en mi terraza. Y se acabó ver la casa llena de excrementos.
En el colmo de los colmos, tenía copia de la llave de la casa que mi madre le dejó por si ocurría algo, y que él aprovechaba para, si le faltaba aceite, llevarse el nuestro, y aquí paz y después gloria. Yo contraataqué con un sistema de alarma y quitando todos los comederos del jardín. Que aprendan las tórtolas a buscarse la vida! Que la naturaleza es muy dura y no puede depender de un humano imbécil.
Ahora noto a la naturaleza más feliz. Pero sin erizos. No importa. Todo volverá a ser como al principio. Solo hay que darle tiempo. Yo ya he eliminado al humano imbécil y cruel de la ecuación. Para hacer las cosas bien. Para que todo fluya. Para respetar la naturaleza como se debe.
Si pudieras conocer a un personaje histórico, quién sería y por qué.
A la muerte de su marido, Pierre, atropellado por un coche de caballos, Marie salió de donde se hallaba el cadáver de éste, y, de un lugar oscuro, a la salida del tanatorio, salió una mujer de mediana edad, con el cabello corto, pequeña, regordeta…Se acercó a ella con cuidado, como si supiera cuánto dolor tenía dentro y, muy despacio, le dijo que sentía muchísimo que se hubiera quedado viuda. Le dijo que los admiraba mucho, a los dos. A él por haber compartido su primer y único Nobel con ella, y a ella porque sabía que, él sin ella, nunca hubiera alcanzado la gloria. Esta mujer, extranjera claramente, le dijo en un tono muy suave que entendía todo el dolor por el que estaba pasando. Nadie que se queda viuda de un hombre que no acepta un premio si no es con su compañera de vida, puede no sentir una pena infinita ante la despedida de la muerte. Y más si es así, de un momento para otro. Por sorpresa. Por un accidente absurdo. Resvalar en la calle y venir a caer bajo un carro…Menuda suerte!!
Le recordó que tenía dos hijos, le dijo que volvería a obtener la gloria otra dos veces más. Dos veces más. Entonces Marie la cortó: «Y eso qué importa? Para qué me cuenta todo esto? A mi se me ha muerto el amor de mi vida, qué quiere usted con esta cháchara?» Entonces la señora le dijo que, para ella, su vida era un ejemplo de que, incluso con las diferencias de género, viviendo en una época donde si no hubiera sido por su marido nadie le hubiera reconocido un trabajo que había sido realizado codo con codo, con ella como motor de los descubrimientos. Era posible llegar a lo más alto, a tres premios Nobel concretamente, cosa que no ha vuelto a suceder en la historia de los premios, sin renunciar al amor, ni de sus hijos ni de su marido que yacía en la morgue con la cabeza destrozada por el atropello. Le dijo que, con sus estudios, con los que estaba en esos momentos, se conseguirían logros médicos inenarrables, que, gracias a ella, serían los médicos capaces de detectar enfermedades mortales, que, también, como el ser humano es, en ocasiones, despreciable, se utilizaría la radioactividad como arma, causando una devastación sin precedentes, algo de lo que ella no tendrá culpa ninguna.
«No quiero que se rinda!» «No deje de trabajar ni de estudiar! pero tenga cuidado, ponga cuidado, su descubrimiento es letal si se expone un ser vivo de manera directa». Entonces Marie miró para la mujer y le dijo: «Bueno, eso no será mala cosa si puedo reunirme con Pierre! Es un precio que estoy dispuesta a pagar». Entonces se sonrió y le devolvió la sonrisa a aquella señora extraña de ropas llamativas, que iba en pantalones y que la miraba con cariño y devoción. «No se preocupe usted por mí. Si lo que me cuenta es cierto, aún me quedan unos años de espera para reunirme de nuevo con mi marido. Volveré a mi trabajo. Ahora no! Cuando me recupere de este dolor.»
Entonces la señora extraña le preguntó si podía abrazarla. A modo de consuelo. Y le dijo que sí. Se abrazaron un rato largo, y luego, ese personaje estrambótico, se perdió en la oscuridad. Al cabo de un momento, sintió un fogonazo y se hizo un silencio sepulcral. Acorde con la situación del momento.
Ella se volvió a su casa. A acurrucarse en un colchón con sábanas vacías. A la falta de su marido en el taller, a la crianza de sus hijos sin él, a la viudez.
Al cabo de los días, se acordó de la señora extraña, Sandra, le dijo que se llamaba, y de su cálido abrazo. Entonces decidió que, tal vez, podría volver a su trabajo, porque con él, y según le había dicho aquellla señora, se acercaba más a reunirse de nuevo con él. Con su amor. Su único amor.
La intuición es la hermana guapa de la ansiedad. Creer que el cosmos, tu olfato o lo que sea te va a dar una idea de lo que va a suceder, puede dar lugar a escenarios catastróficos que se convierten en angustia y sufrimiento. No somos videntes. No vemos más allá o a través de nadie. Sólo nos guiamos por la experiencia y, con eso, le hacemos un traje con unas medidas equivocadas a quien se ha cruzado en la vida. O equivocamos por completo situaciones que intuimos diferentes a lo que son realmente.
Yo, sin ir más lejos, he intuido que mi madre, al cabo de los años, vendría aquí a pasar los últimos años de su vida. A su isla. A mi casa. Ahora, con el paso del tiempo, veo esos pensamientos solo como una majadería. Mi madre quería mucho a sus hijos, a los que tenía cerca, a sus amigas. Ella no se hubiera alejado para morir junto a mi. Qué va! No porque no me quisiera, sino porque dejaba demasiado amor atrás!
Otra de las veces en las que confié en la intuición fue cuando nació mi hijo. Decidí que su nacimiento no había sido como el de su hermana, y que, por lo tanto, él no pertenecía a Avatar. Negué la mayor cuando, de nuevo mi madre, me dijo que el niño no tenía comportamientos «normales». Ni cuando me lo dijeron en la guardería, ni, aún peor, cuando me lo dijo su terapeuta. Yo seguía aferrada a aquella primera impresión en el paritorio. Cuando a él, hecho un ovillo, lo pusieron sobre mi y ahí quedó. Quieto. Tranquilo. Disfrutando del piel con piel. Imaginen el chasco de tener que reconocer que mi intuición no servía para nada!
Ahora, cuando giro la cabeza, cuando echo la vista atrás, puedo ver a la intuición intentado convencerme de que lo que siento en mis tripas es una verdad verdadera, y yo, me aparto de ella y grito: «lo que sienten mis tripas es solo hambre!!
Vivir en Avatar, a mis 54, es un poco duro. Anoche se desveló el niño y, como un reloj suizo, me preguntó la hora a las 3:30, 4:30 y 5:30. A esas horas exactas. Antes me hubiera despertado con él y lo hubiera acompañado en su desvelo. Eso hacía con su hermana. Ya no tengo esa energía. Le di el mando de la tele, y en un tono agónico le rogué que no la pusiera a mucho volumen. Al cabo de un rato que no puedo precisar, estaba dormido. Luego se levantó a hacer pis, sobre las siete, y volvió a acurrucarse junto a mi y a quedarse dormido. Sorpresa mayúscula. Jamás había visto ese fenómeno. Siempre seguía el mismo ritual y me pedía el desayuno. Pero hoy le pesaban las horas sin dormir. Yo he dormido otro rato a su lado.
Me ha despertado mi hija. La he oído bajar las escaleras. Cuando vives con autistas, tu oído se hace finísimo porque, ellos se levantan, se van a un rincón de la casa, y allí se quedan, acurrucados. Mirando el infinito. Pensando. Echando de menos no vivir en el planeta que se merecen. Puede ocurrir que, buscándolos por la casa, al girar la esquina, te los encuentres y te lleves un susto cósmico. Por eso es importante ser como un sioux. Porque te evitas un infarto.
Total, que mi hija se ha levantado y ha empezado a hablarme de oposiciones, de tests, de la vida, de su vida, mientras yo suplicaba que no se parase al hablar y acabara de poner la cafetera. Necesito mucha cafeína. No he acompañado a su hermano en su vigilia, pero que me haya despertado, viva hacerse mayor! ha pesado en cómo me arrastro por la casa.
He oído una voz detrás de mi: «hoy no hay churros. Está lloviendo!» Eso mi marido. Otro gato sigiloso. Me ha dado un buen susto. Cómo no!
Total, que ha salido el sol, se han vestido y han salido a desayunar a la gasolinera que está a la entrada del pueblo.
Me he quedado sola, disfrutando del olor a tierra mojada del jardín, escribiendo. Y entonces caigo en la cuenta que aquí es mi lugar favorito. Donde está mi familia. Donde me acurruco con mi hijo y me vuelvo a dormir. Donde oigo a mi hija hablar. Me da igual de qué. Hace algunos años, verla como está hoy me hubiera parecido un milagro! Me gustan los lugares donde mi marido, sin un buenos días me habla de su interés. Esta vez, churros. Le he dicho que le pida al niño chocolate. Ha flipado con ese conocimiento que tengo del mundo, mientras yo me sonrío para mis adentros. No sabía que vendían churros. Ya ves, soy tu guía Michelín, le he dicho con sorna.
Ahora me levantaré de aquí y me pondré a limpiar cada rincón de esta casa. Para poder seguir haciendo recuerdos. Como los de hoy mismo!
¿Cuál es la primera impresión que quieres causar en los demás?
Ayer nos vinimos a la que fue la casa de mi madre. Siempre que llego, nada más abrir la puerta, siento una añoranza y unas ganas de volver a momentos pasados que no son ni normal. Aún me parece raro no ver a mi madre bajar por las escaleras al llegar, ella siempre me esperaba con la puerta abierta, y rodearme con sus brazos e impregnarme de su olor a perfume.
Me gustaría que la gente me viera como yo a estas cuatro paredes. Es una casa que pasa desapercibida, que se confunde entre otras, pero que, cuando te adentras en ella solo ves cosas bonitas, recovecos secretos que, al abrirse, ves lo práctico de su existencia. Sí. Soy práctica. No me gustan las complicaciones. Suficiente tengo con las de la vida misma.
He dejado de ver a los pajaritos que habían hecho nido en el interior del enorme árbol que corona el jardín, así como las avispas que revoloteaban perezosas al calor del verano y que, para horror de mis hijos, acababan perdiendo el rumbo y colándose en la casa. Pero imagino que lo mismo pasará conmigo, la gente me mirará y buscará cosas en mi que ya no existen, que han sido sustituidas por la madurez.
Ayer salí a comer con los compañeros de trabajo, los que estamos en primera línea para atender al público. Uno de ellos, antes de irme, me dijo que yo era su ídola. Qué horror! Él llegó a esa conclusión porque, exponiendo cada uno sus experiencias judiciales, dejamos ver, con sus propias vivencias, las miserias de la vida judicial. Abogados que, además de sólo poner palos a las ruedas de sus propios procedimientos luego van con el cuento a su cliente diciendo que es que la justicia es lenta, o jefes abusadores que actúan ante la impunidad más absoluta, delante incluso de enlaces sindicales, que, por política, les son afines…y acabé contando una anécdota que tuve con una juez de instrucción que, salió de su juzgado en busca de una bronca y me encontró a mi.
Ella estaba muy enfadada porque necesitaba un favor y el juez que llevaba mi oficina le había dicho que no. Entonces la vi salir de la puerta principal y dirigirse a nosotros. A mí, que era la que estaba en la entrada. Yo me arremangué porque sabía que aquello iba a ser duro, muy duro. Y fijé los pies al suelo para que los gritos de aquella energúmena no me tiraran al suelo. Le contesté. Algo que ella nunca había vivido. Y, en un alarde de inconsciencia le dije que ella tenía a la Junta de Jueces para, y cito textualmente, «ir a tirarse de las togas con todos ellos». Mientras se iba giró su cabeza y me dijo que me arrepentiría. Le contesté con un, que tenga usted un buen día, y respiré aliviada de quitarme a aquella fiera de encima. Al día siguiente acabé en un despacho y, a los pocos días, en otro. No hubo consecuencias pero fuimos la comidilla del edificio. Luego se metió ella en política y, para ganarse mi voto, me saludó muy afable por el pasillo, con la mismas ganas con la que esperó a que le sirvieran mi cabeza en bandeja de plata. Mi compañero dice que fui muy valiente. Yo creo que fui una loca a la que siempre le ha preocupado una única cosa, que no vuelva nadie a abusar de mi porque piense que puede hacerlo con impunidad. Pero es que mi compi no sabe nada de mi..en realidad, casi nadie sabe mucho de mí. Excepto mi madre. Y ella ya no está!
¿Cuál es la persona más famosa (para bien o para mal) que has conocido?
Hace muchos años, se metieron dos a robar a punta de pistola en un banco que había por mi antiguo barrio y que ya no existe. Salieron con el botín y fueron perseguidos por la policía.
Antes de que la policía pudiera dar con ellos, decidieron, porque no eran muy listos, enterrar las bolsas que llevaban, en la arena de una playa. Como si en vez de atracar un banco, hubieran hecho lo propio con un barco y, como buenos piratas, enterraran el botín. Pero ellos no contaron tantos pasos lejos de la orilla, otros a la derecha y otros pocos a la izquierda, no. Ellos enterraron el dinero tan cerca de la orilla que, al subir la marea, la bolsa con el dinero y las armas, fueron arrastradas por el mar.
Los detuvo la policía y, cuando les apretaron para que les dijeran donde estaba el botín, señalaron al hoyo vacío.
La policía no daba crédito y, enseguida se corrió la voz de que el dinero, los millones, estaban en el agua, o enterrados en algún sitio y los atracadores se habían confundido. Total, que, como la gente es de natural buena y honrada, se tiró un montón de gente a buscarlos con palas, equipo de submarinismo…y, la playa, que era el terreno exclusivo para las borracheras de mi abuelo, se convirtió en un lugar muy parecido a los que han sido bombardeados. Lleno de cráteres y de gente tirada en la arena. Como cadáveres de la propia batalla.
En esas estaban cuando mi abuelo, cuyo atuendo general solía ser la de un bañador corto, un paquete de tabaco enganchado al bañador, un vaso de tubo con su poquito de whisky, y su barriguita cervecera. Miró a todos con ese aire de condescendencia que da la sabiduría alcohólica, y se tiró a nadar que, en eso era como una foca. Ágil, rápido, magnífico.
Mi abuelo era de los que se adentraban en el mar, hacían un picado hasta el fondo, y volvía a salir a coger aire. En uno de sus picados encontró la bolsa del atraco. Salió con ella sin que le viera nadie, se la llevó a su trabajo, la guardó en su taquilla y salió para seguir haciendo lo que hacía siempre. Beber. Y, en esas, le contó a un colega de barra lo que había pasado.
Llegó a casa con su alcoholismo, la bolsa del dinero y el problema. A que todos en casa decidiéramos qué hacía. Como si se pudiera decidir algo después de haberlo piado. Lo dirigimos a la comisaría más cercana y allí lo dejamos.
El banco ofrecía una recompensa y, junto con el director de la entidad, estaba la cara de mi abuelo en todos los periódicos.
Creen ustedes que llevó la recompensa a su casa? Mi abuelo era de los que solo llevaban problemas. La recompensa la gastó con gente que el consideraba amiga y con mujeres que, por el módico precio de lo que llevara en los bolsillos, le decían que era el mejor amante del universo. A su casa llevó la pistola de uno de los atracadores y con ella entró apuntando al vacío hasta encontrar mi frente. Y ahí se paró. Me miró y se rió. Es cierto que la pistola estaba oxidada pero también lo es que, por el tamaño de ésta y por mis años, no caí. Le dije fríamente que me quitara aquello de la cara. Volvió a reír y bajó el arma. Fue recompensado por encontrar la pistola. Tampoco vimos su familia una mierda.
Esta es la historia de un perro común, que vino a caer en una familia no tan común.
Los primeros recuerdos que tiene Jerry de sí mismo, es la de estar metido en una caja de cartón, con sus hermanos por la que de vez en cuando asomaba algún humano para mirarlos. Como el que hace lo propio en una pastelería y piensa: «Cojo ese trocito de pastel? O mejor me abstengo que todo me va a la chicha?» Pues lo mismo pasaba con la gente que los miraba. No creían que les conviniera un animal de compañía. «Si se pone malo…Si me voy de viaje…Soy alérgic@…» Habían mil motivos para dejarlos en aquella cajita.
Un día llegó una mujer, de pelo negro y ojos de gata a la que no le faltaban motivos para no acercarse a la camada ni con un palo. No tenía dinero, a su marido no le gustaban los perros, ella los animales ni fu ni fa…Le dijeron que el cachorro era gratis. Y, como en una oferta de dos por uno, que podía devolverlo si la convivencia se le hacía cuesta arriba. Y, sorpresivamente, alargó la mano y lo escogió a él.
La convivencia fue, desde el principio, bastante buena, aunque el recibimiento por parte del humano hombre no fue precisamente la de tirar cohetes. Cuando miraba para él, podía ver cómo se preguntaba que dónde quedaba lo que opinaba sobre lo de tener mascotas, si su mujer no entendía que la vivienda era de ambos!. Así que decidió conquistar a aquél hombre en primer lugar. Ella ya estaba prácticamente en el bote. Él supo enseguida qué se esperaba de su persona, porque es un perro muy listo y, rápidamente, y, para no volver a la caja de cartón, aprendió las cuatro cosas que se le pueden pedir a un cachorro que acaban de destetar de su madre.
No tenía él mucho tiempo viviendo con sus humanos, cuando, al hombre le salió algo en la pierna que no tenía buena pinta. Un moretón sin haberse dado ningún golpe paseando con él. Raro. La mujer insistía en ir al médico pero él, quizás por haber sido desautorizado un montón de veces, decidió hacer como que no pasaba nada. Hasta aquél día.
Empezó a encontrarse mal, y, rápidamente, cayó de frente, con tan buena suerte que, su mujer, haciendo un esfuerzo que su esqueleto casi no le permitía, lo sujetó para que no se partiera la crisma. Llamó al servicio de emergencias mientras veía cómo la vida de su marido se escapaba rápidamente por encima del suelo frío.
Ella comenzó a llorar y Jerry se acercó a la humana para darle consuelo, para explicarle que, pasara lo que pasase, estaban juntos en toda esa historia.
Luego desaparecieron los dos dueños de la casa, él sobre una camilla y ella detrás, llorando. Luego vinieron los hijos a pasearlo y a darle de comer y Jerry pensó que, tal vez, le había tocado el palito corto y se iba a quedar sin dueños. Pero no! Al cabo de unos pocos días aparecieron los dos de nuevo. Sonrientes. Agradecidos por haber superado ese mal bache.
Al humano hombre se le recetó pasear. Había sufrido una embolia pulmonar porque lo que tenía en la pierna, el trombo, le subió a los pulmones y allí colapsó su cuerpo. Escapó por la mínima así que decidió que sería buena idea, teniendo mascota, en darse unos buenos paseos por el barrio con ella. Luego la llevó a los cumpleaños de su sobrina política, que cumple años en verano, que es alérgica, que tiene dos hijos autistas a los que las mascotas más bien no, pero que aman a Jerry sobre todas las cosas, y, poco a poco se fue haciendo con el corazón de todos. Eso, a pesar de que, en el primer cumpleaños, a la sobrina de marras, le rompió una figura muy bonita de una mujer africana. La rompió en un salto, por la cintura, y, cuando pensaba que lo harían también a la barbacoa, vio como la mujer le decía a su tía que el animal lo había hecho sin querer y que aquello tenía arreglo. Vivan las sobrinas inteligentes!!
Ahora, cuando alguien fallece, y para no tener que aguantar las charlas con familia que casi no conoce o soporta, también se lleva a Jerry a los velatorios. Y se quedan los dos tan pichis dando vueltas por el recinto hasta que baja alguien de las salas y se pone a charlar con él. Si no, ya sabe que aquello no durará más de una hora u hora y media, conoce a su mujer hace dos millones de años, y sigue con el paseo hasta que a Jerry le da la gana. Tanto es así, que hace poco se puso malo por comer piedras del jardín mientras su dueño andaba distraído hablando con los vecinos. Se puso igual de malo que su dueño pero consiguió expulsar lo que había comido. Y ahora pone mucho más cuidado que sabe perfectamente que, en esa familia, mucho dinero para veterinarios no hay. Lección aprendida
Jerry es el consentido de la familia. El más pequeño también, y ahí seguirá hasta que su vida perruna termine. O la de los humanos!