Cuando piensas en la palabra «éxito», cuál es la primera persona que se te viene a la mente y por qué.
Nacer con un mapa neuronal distinto puede ser una suerte o una desgracia según cómo lo mires. Hay padres que darían todo lo que tienen si su hijo o hija no fuera de la manera que es, muchas veces sin saber que, esa persona, escucha, entiende que se habla de ella, se enfada, se alegra o se entristece por lo que oye a su alrededor, pero sufre metida en una maraña mental que le impide decir lo que le pasa.
Al nacer mi hija supe que algo iba rematadamente mal, sin saber qué exactamente. Como a esa gente a la que vendan los ojos y luego les lanzan unos contrapesos que deben evitar sin saber por dónde viene el golpe. Tan es así, que, cuando aún no tenía un año, y porque la opinión general era que yo, como madre, no estaba al nivel que se esperaba, busqué un jardín de infancia donde ponerla. Yo no trabajaba pero no daba la talla. Entonces pensé que, con una guardería, podría apuntalar mis terribles carencias.
Mi hija no hablaba, no señalaba, no mostraba ninguna emoción en su cara y, cuando cambiabas el camino a la guardería, o cuando se sentía frustrada, formaba unos líos tremendos, pero como sus progenitores eran principiantes, y sin saber qué teníamos entre manos, decidimos delegar en «gente experta».
La guardería resultó no estar a la altura. Estaba dirigida por personas cuyo único currículum consistía en tener muchos hijos. Eran un matrimonio Hasta ahí la experiencia. Les quedaba enorme mi niña. Tampoco tenían a gente profesional. Recuerdo que una vez, al llegar a recoger a mi hija, pasé hasta su clase, enfadada como un miura porque tocabas a la puerta y tardaban hasta veinte minutazos en abrir. Que digo yo, que dónde diablos estaba el personal. En fin! Lo dicho! Llego a la clase y veo a mi hija rodando encima de un espejo que se encontraba de pie una y otra vez. Le pregunto a su profesora que si considera que mi hija es una niña normal y me pregunta que en qué sentido. «En el sentido de que todos juegan menos ella, que rueda sobre ese espejo». Se ríe. Me dice que eso es normal. La miro y me pregunto cuántos niños habrá tenido en su vida, pero yo, he ayudado con unos cuantos y ninguno llevaba ese perfil. Salgo con la palabra autismo girando en mi cabeza.
Luego vino el diagnóstico, el enseñarla a hablar, a señalar, a quitarle los pañales, a apuntarla en natación, a quitarle el biberón porque ya tenía 3 años, y porque necesitábamos apuntalar su retraso madurativo, cambiarla de guardería, que fue dificilísimo porque, un niño o niña diagnosticado, requiere de una atención extenuante y no todas están dispuestas a asumir esa responsabilidad y ese gasto.
En contra de lo que decía su terapeuta, cuyo diagnóstico decía que no era autista, la puse en inglés. Se suponía que el problema que mi hija llevaba tenía que ver con el lenguaje y, ponerla en idiomas era pegarse un tiro en el pie. Me arriesgué. Porque yo sabía que el problema era muy profundo y, hacía años, cuando vi que se apagaban sus ojos y dejaba de mirarme, primero grité y luego juré que, donde quiera que hubiera ido yo iría a buscarla, la encontraría y la ayudaría. Solo quería que fuera feliz. Lo de los idiomas fue un éxito, lo que demostró, de nuevo, que el diagnóstico no era el correcto.
Luego vino el colegio, que la acogió a ella y a la loca de su madre que enviaba correos a diestro y siniestro, que daba consejos, que mandaba a la terapeuta a ver cómo se podía encajar a mi hija en un grupo ya formado, con niños que se conocían desde los 3 años. Pedí una profesora en el patio porque captamos abusos por parte de algún chico de clase. Ya ella, sin poder relatar, era capaz de reproducir conversaciones que se daban a su alrededor y que tenían que ver con su persona. Con «te vamos a dar para el pelo» mayormente, y así cortocircuitamos a todos los que lo intentaron, incluido algún profesor peor incluso que ese alumnado.
Hoy día mi hija habla, señala, aunque cuando tú le haces lo mismo a ella, debes situarte por detrás, girar su cabeza en la dirección que debe mirar y hacer como si tu brazo fuera el suyo para que ella vea lo que quieres enseñarle, hace de comer, tiene un móvil con el que se comunica con el mundo, y ha sido capaz de presentarse a unas oposiciones a justicia sin explotarle el cerebro. Y no lo digo por el estrés, que también, sino porque como se me parece, aunque ella es más guapa, se le acercaron un montón de desconocidos a saludarla y desearle suerte, sin devolver ella ni un exabrupto, producto de la sorpresa de que alguien se te acerque y te achuche.
Cuando pienso en éxito pienso en mi hija. Porque fui a buscarla, a rescatarla, y resultó que me mostró Avatar y entonces supe que no necesitaba ser rescatada. Que Avatar era un sitio difícil pero no terrible. Me ha hecho de cicerone y yo hice lo propio con el mundo terrícola. La próxima semana nos vamos de viaje. A celebrar que nos encontramos. A celebrar todos sus éxitos.