En este ir y venir de la vida misma que tenemos ahora en Avatar, hemos establecido unas rutinas muy chulas que espero seguir manteniendo cuando la luz vuelva, más que nada porque las rutinas me acercan más a los que quiero. No porque esté acompañada, sino porque todo esto nos ha permitido sacar una parte nuestra que no conocíamos.
Por las mañanas, antes de entrar a trabajar, me voy con mi hijo a desayunar a una cafetería. Mi hija no viene. Ella prefiere dormir, pero mi enano y yo somos de natural alondras, así que nos lanzamos a llenar la barriga. He descubierto una parte de mi hijo que aún no había aflorado, esto es, cuenta unos chistes fantásticos, así que me deja la sonrisa fijada en la cara para cuando entro al curro. A media mañana, si no hay juicios, que tenemos la puñetera agenda llena este mes, voy a tomar café que me hago en un artilugio de supervivencia de mi marido. Hasta antes de ayer, comía fuera porque estaba mi suegra ingresada, pero ya le han dado el alta y, la verdad, verla ir por su casa con el andador nos ha dado la mitad más uno de un alivio tremendo y ha elevado el ánimo de la tropa. Solo queda la puñetera luz.
Luego, por las tardes, lo acompaño a la terapia. Como un matrimonio. Siempre juntos. Lo dejo en casa con su hermana y, si tengo tiempo, y el cosmos no me es hostil, me voy al gimnasio. Necesito 45 minutos de soledad. De mirar por mí.
Hoy comeremos fuera y, cuando lleguemos, voy a hacer un altar para mi madre con una vela que me regaló mi terapeuta. Está hecha por ella y es muy muy bonita, tanto, que voy a sacarle una foto para que vean lo artista que es la mujer.
Mi madre me sabe a julio. El mes de mi nacimiento. El mes de nuestro principio. Es en un julio del 70 cuando ella y yo nos vimos por primera vez y, en ese momento preciso ella y yo hicimos un pacto. Ella iba a hacer de mi la persona que estaría en su final y, cuando eso sucedió se cerró ese círculo mágico que ocurre en la maternidad. Yo fui su principio y su fin. El principio de su andadura por el verbo parir y el final con el verbo partir. Me apetece hoy sentirla cerca. Más aún si cabe que otros días. Quiero sentir su fuerza, su ánimo, su empuje. «A las penas puñalás!» Me diría. Y eso es lo que necesito. Ser hija aunque ya no lo sea. Sentir consuelo aunque ya no lo encuentre. Sentir alivio aunque se empeñen todos en lo contrario. Notar calidez donde sólo tengo soledad.
Cuando partió se llevó con ella muchas cosas. Cosas que ella daba a manos llenas y que ahora solo es un páramo yermo. Vacío. Siempre pienso que la vida fue injusta, pero egoistamente lo fue conmigo. No con ella. Ella marchó joven, guapa, serena. Fui yo la que perdió en su marcha.
Hoy sigo sin saber cómo se llena el vacío de alguien tan único y lleno de magia. Solo me queda vivir. Disfrutar. Pero pasando frío. Ese que noto en mi corazón desde su partida.
