UNA SEMANA CUALQUIERA

Esta semana me ha salido un poco torcida. Lo único que me alivia y me da consuelo es ir a terapia, un lunes cada quince días. Ojo cuidado que no voy a darle la chapa a mi psicóloga durante una hora porque no pueda con el hecho de vivir siendo la única neurotípica de la familia, lo hago por el hecho de que a mi, a veces, la vida me pesa muchísimo, supongo que como a todos en algún momento dado, pero yo, a Dios gracias, puedo permitirme la asistencia a una profesional que me recoloque y me coloque de nuevo en el lugar adecuado.

Si miro para atrás en la convivencia con mi marido se puede ver, con meridiana claridad que él suele descontar de nuestros días en común, uno, dos o tres días para hacer lo que él llama sus actividades. Esta vez han sido tres. Con mi hijo a tope de exámenes, alguno de los cuales le repetirán el lunes porque cuando atacamos el tema vi que lo tenía muy difícil para aprobar porque va del clima, de los diferentes tipos de clima que hay en España, y, la verdad, si no se lo das envuelto en algo atractivo, no siente ni la menor curiosidad sobre lo que se habla en él. Lo intentaré esta tarde. Deseadme suerte. Eso en lo que se refiere a esa asignatura, pero, en mates y lengua HEMOS aprobado. Y lo pongo con mayúsculas porque el esfuerzo que hemos hecho lo merece.

Yo, por supuesto, como una madre responsable que soy, y que sacrifica sus asuntos por sus hijos y bla bla bla, viendo que al pater familias, que es como se denomina así mismo mi marido, se la sopla todo y se va a hacer una excursión de tres días de donde vuelve con sus chacras colocados, sacrifiqué mis horas de deporte. No voy a decir que con toda la pena. Mentiría. Excepto ayer. Ayer sí fui. Estuve tentada en sacrificar esa hora y media en ir a hacer la compra de cosas que hacen falta puesto que, con el trabajo, las terapias, los estudios, comprar cosas que necesita para el cole, asuntos personales mil…no me ha dado tiempo. Total que decidí que me iba a zumba. Y antes de eso a comer con mis compañeros de trabajo que realizan las mismas funciones que yo, no sin antes decirle a mi marido que volviera a recogerme. Que, llevo dos años yendo y aún me pregunta que a qué hora termino. Fetén. Cuando nos bajamos del coche, vi que se retrasaba un poco porque sacaba cosas del maletero. Cuando se puso a mi altura, descubrí que había ido al supermercado antes de recogerme y que había comprado cosas solo para él. Para tener qué comer durante las horas de trabajo. No dije nada. «Al enemigo ni agua» pensé. Cuando subimos a casa, su hija, que es un ser pensante y no una ameba como debe creer él le preguntó que cómo era que había ido al supermercado y no había preguntado si necesitábamos algo o si queríamos acompañarle y que por qué no había nada en su compra para los demás. Silencio. Es lo que tiene saber que haces cosas que están mal a sabiendas que van a molestar. Luego, delante de según que gente te da cierta vergüencilla reconocer que has hecho mal a propósito. Sobre todo si no eres mala persona. Solo un egoísta. A la enésima potencia.

Tengo por aquí por casa el libro de un autista adulto que, cuando descubrió su condición, a la edad de cuarenta y muchos años, además del shock de saber qué le sucedía, su mujer le plantó un divorcio. Si ella hubiera podido hacérselo por lo penal lo hubiera hecho. No me cabe duda. Supuraba aquella mujer un dolor y un rencor impropio de haber compartido tu vida con alguien que elegiste como padre de tus hijos. Él no entendía nada. No comprendía tanto odio. Yo, en cierta forma sí que lo entiendo.

Mi madre, que leyó el libro, me dijo que esa mujer se había pasado tres pueblos. Que poco más o menos que pedía la sangre de su ex, un señor que parecía por el texto alguien incluso algo cándido, y yo le contesté: «Claro!, esa es la versión de él! En esas cosas mamá, hay que estar». O no!


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