Esta semana mi hijo tuvo terapia, en la que se incluye el juego de mesa como una herramienta para alcanzar un objetivo. En este caso, el objetivo era expresar sus emociones, algo que él nunca hace. Rectifico. Lo hace pero de una manera que, solo los que lo conocemos, sabemos qué le sucede. O lo imaginamos. Con unas cartas que llevaban unos símbolos dibujados en ellas, su terapeuta le iba preguntando sobre cómo se sentía en determinadas situaciones de la vida, y él sacaba la carta que definía mejor su emoción. Cuando le preguntó que cómo se sentía cuando alguien le hacía daño sacó la carta con el símbolo del stop. Porque así exactamente se siente él cuando le pasan por arriba. Se paraliza. Cuando el dolor es muy fuerte porque el daño lo ha sido también, se calla y puedes ver cómo sus ojos se rayan de lágrimas mientras intenta aguantar un puchero. Siempre lo imagino como una pequeña olla exprés llena de dolor y de frustración por no poder encontrar las palabras que digan que eso que ha sucedido le ha hecho daño. En eso él y yo somos muy iguales.
Todo esto viene a cuento porque el jueves le pedí cita en el dni porque lo llevaba caducado. Antes de ir a la comisaría, su profesor me mandó las notas de los controles que habíamos estado preparando toda la semana y que yo sabía aprobados porque el niño me lo había dicho. Lo que ignoraba era que en matemáticas había sacado un 10. Y LO HABÍA PREPARADO CONMIGO QUE ME CONSIDERO UNA NEGADA EN DICHA ASIGNATURA.
En ese momento se me pasaron dos emociones por el cuerpo. La primera, la alegría de ese sobresaliente que celebré con un fuerte abrazo al enano, la segunda la de que, quizás, me he subestimado toda mi puñetera vida, y, que, a lo mejor, esto de la pedagogía se me da mejor de lo que yo misma considero.
Le enseñé las notas a su padre, y con esa alegría nos fuimos al trámite. Nos atendió allí la misma funcionaria que cuando fuimos en septiembre para solicitar un duplicado porque mi marido había perdido el original. La mujer no puede ser más eficiente y más amable. Una cosa loca, la verdad. Y, como a mi me gusta decir y destacar cuando alguien hace una tarea, y la realiza con gusto, pues la felicité antes de irme. Se sonrió un tanto tímida. Creo que no está acostumbrada a que el público le diga que trabaja de coña. Aunque ella sí sabe su valía. Pero de verdad que es una cosa loca de eficiencia y amabilidad a partes iguales.
Al salir de allí, fuimos en busca y captura de su padre que, como no, se mantiene al margen de estas cosas como si no fueran con él. Se había plantado en una cafetería a tomar un café. Ole!!! Cuando llegamos mi hijo y yo al sitio, nos sentamos y el niño le preguntó a su padre si no lo invitaba a algo rico como premio por las buenas notas. Y mi marido le dijo que no. El crío insistió y volvió a obtener un no por respuesta. Durante unos segundo pensé en quedarme con él e invitarlo yo y luego pillar un taxi de vuelta a casa. Pero decidí que no. Porque yo no voy a estar toda su vida evitándole este tipo de situaciones. De gente que te dice que te quiere y luego se comportan como unos miserables estamos todos servidos. Decidí acompañarlo en la pena y validar que pensara que su padre no se había comportado bien, porque era verdad. Y, a su señal de stop mental, le saqué la del corazón vendado esa que pone en los emojis de WhatsApp. Quería que supiera que, mientras siga andando yo por aquí, él puede contar conmigo para verbalizar sus sentimientos y hacer de bálsamo para su sufrimiento ante cosas como estas. Mientras siga yo por aquí…