EL TEA Y LA ALIMENTACIÓN

Sé que me meto en un jardín, pero en mi casa se representan todas las dificultades que se pueden encontrar en una persona autista en la alimentación. Desde, no quiero determinado producto si no es de una marca determinada, hasta esto no es una croqueta porque no tiene la forma ni el color que debe tener una croqueta.

A mis chicos les gusta saber con un día de antelación qué se va a comer en esta casa. El niño, entre semana, come en el cole, así que, con el horario de comidas que tengo pegado a la nevera, un domingo, por ejemplo, le digo qué va a comer el lunes. Con mi hija siempre le digo que le pregunte a su padre que es quien cocina y luego los oyes durante unos quince minutos debatir sobre ello. «Mamaaaaa!» Grita mi hija cuando mi marido se emperra en hacer algo impopular. Entonces entro yo, y, como una buena negociadora que soy, y, cediendo ambas partes, hacemos un menú a gusto de todos.

Otra historia que tenemos que tener en cuenta es la ansiedad. Esto deriva en problemas de atracones que debo parar o me encuentro con un problemón. Por ejemplo. Anoche. Se hicieron unos fideos chinos y se pusieron hasta las cejas. Mi hijo me repitió desde el salón varias veces que no podía moverse, hasta que, oh, sorpresa! lo vi salir corriendo al baño a vomitar. Cuando has tenido un día como  el que él tuvo ayer, esto es, en el que en el  cole hubo fiesta de disfraces y no llevó ni los libros, el día se convierte en una especie de yincana sorteando miles de obstáculos. Fue disfrazado de spiderman que consiste en un mono con cremallera por detrás y algo que debe ser gomaespuma para imitar los músculos. El disfraz le iba justo. Se lo compré el año pasado y, cuando fuimos a por otro no había nada que le gustase. Yo le había puesto un velcro en la entrepierna pensando en cuando necesitase ir al baño a orinar…pues bien. Llegó con una herida en el muslo producto del roce del velcro con su piel. Había superado la yincana sin quejarse y ahora quería saciarse de comida para sentir paz. Pero su cerebro, esa maraña neuronal hija de puta, no recibe a tiempo las señales que el estómago le envía para decir «estoy saciado». Y él continuó comiendo literalmente hasta reventar.

También ocurre con mi hija. Tiene casi 19 años y ahora que se prepara para su futuro, ante la dificultad de los temas que estudia, la incertidumbre, el haber cambiado la rutina de sus primeros 18 años, que era ir al colegio, comer allí y luego volver a casa, han dado como resultado que, muchas veces está agotada. Ella no sabe por qué. No lo entiende. Yo sí. Desgraciadamente, una persona autista tiene un puñado de cucharas mentales. Pongamos 20 cucharas. Para cada situación necesita gastar un número de cucharas. Por ejemplo, socializar ya se lleva la mitad o más de los cubiertos. Pensar en levantarse a estudiar, pensar luego en su futuro, entrar su mente en bucle…se lleva un buen puñado más. Y así nos vemos que, a lo mejor, a la hora de la comida ya no puede con su alma. Y se acuesta. Y se duerme. Y no duerme poco. Necesita recargar sus agotadas pilas mentales. Mientras tanto, yo me limito a acompañarla. Aconsejarle que tome un té relajante. O decirle que vaya al gimansio por las mañanas que es muy bueno para la ansiedad, o simplemente, cierro su puerta y le digo a su hermano que no la moleste.

Luego está la dificultad de no soportar nada que tenga un olor medio fuerte tirando a fuerte del todo. Mi marido. No soporta el queso en ninguna de sus variantes. Tampoco mi hijo. El queso es puaj. Y yo me he tirado muchísimos años de mi matrimonio haciendo encajes de bolillo para poder desayunar algo que me encanta. Pero, como ahora estamos sumergidos en lo que yo llamaría la crisis de la madurez, en la que sabes que te queda poca trayectoria de vida, he decidido que si le molesta lo que como se tape la nariz. A mi me molesta que no ponga ni las cuerdas para colgar la ropa  en el patio. O que se esté convirtiendo en un viejo cascarrabias.

Y en este maremagnum de fuertes sentimientos, me encuentro yo. Como ya dije más arriba, acompañando. Con mis propias dificultades. No es fácil haber tenido un día agotador en el trabajo, ir al gimnasio a recolocar tu mente, y regresar a casa donde tienes que decirle a tu hijo, después de haber vomitado, que no va a comerse un plátano. Que se acabó comer. Que luego te despierte a la una y pico de la madrugada diciendo que se le ha caído un calcetín del pie cuando lo que en realidad le ocurre es que está sufriendo su propio dia agotador. Está librando una batalla contra la ansiedad. Y entonces acompañar no se vuelve nada fácil. Menos aún con 53 añazos. Pero soy su madre y él espera que yo sea una isla en ese mar tormentoso de sentimientos. No voy a decir que respiro y sonrío. Yo soy más de apretar los dientes y de comprender. Entonces lo abrazo y, cuando oigo su respiración pausada, mi mente agotada desconecta de nuevo al descanso.


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