Esta mañana, como siempre los fines de semana, he sentido la mano de mi hijo tocando suavemente mi hombro. Rítmicamente. Un, dos, tres, paro. Compruebo que mi madre ha dejado de roncar. Que no. Repito. Al abrir los ojos, lo he visto devolverme la mirada caricontenido y me ha dicho: «Mamá, yo quiero despertarme a las diez de la mañana, pero mi cuerpo se levanta a la hora en la que me despierto para ir al colegio» que es a las 6 y media. Y tú te preguntarás, «qué tiene eso de importante?» Pues todo. Él nunca cuenta nada de sí mismo. Ni lo que siente, ni lo que le pasa…Si buscas en Google te dirá que «el 50% de las personas con autismo tienen dificultades en identificar y describir sus propias emociones, de relacionarlas con situaciones externas o internas, escasa empatía o reconocimiento emocional en otras personas». Eso es la alexitimia.
Y eso le pasa a él. Al fallecer mi madre me sorprendió que, incluso al verme llorar como una magdalena al llegar al aeropuerto, no lo ví acongojado. O no lo parecía. Y, durante un tiempo, me molestó lo que consideraba una frialdad. Los adultos a veces nos formamos ideas preconcebidas del que tenemos enfrente y tachamos a una persona de esto o de lo otro con una alegría y desparpajo que da un poco hasta de miedo. Así que le pregunté que cómo se sentía al haber perdido a su abuela. Y me dijo que muy triste. Con cara de no estarlo. Seguí cuestionándolo, y en un momento dado me soltó: «La abuela siempre me decía que los hombres no lloran». Y entonces entendí. Y lo sentí mucho por él y por dejarse llevar por un mal consejo dado sin mala intención.
En fin, que, por fín he descubierto qué le pasa. Y creo que su terapeuta también. Así que he decidido trabajar con él en ese sentido. Quiero evitar situaciones de su vida diaria que lo ponen en situaciones penosas y pongo dos ejemplos. Podrían ser cientos.
El otro día tenía que presentar un trabajo de conocimiento del medio. Extremadura era la Comunidad Autónoma que le había tocado. Su hermana y yo buscamos toda la información y se la pusimos en la carpeta amarilla donde lleva lo importante. Entonces, en algún momento sacó el montón de papeles y los perdió. En su mesa. Pero los perdió. Si se hubiera mostrado desesperado o acongojado, su profesor le hubiera ayudado, pero él, ante lo que parecía una fría indiferencia, me escribió un correo y me dijo que no contara con que fuera a aprobar esa lección. Faltaría más. Está muy ocupado antendiendo a ONCE NIÑOS en su clase. ONCE. Y le cascó un maravilloso 2 de nota.
Otra situación. Ayer hizo un frío que pela en un sitio donde, si la temperatura baja de 20 grados nos cagamos encima. No estamos acostumbrados. He de decir que donde él estudia hace un frío de mil demonios y ahí si que se ponen perfectamente en unos 13 grados que, con viento, como ayer, hace que se te congelen todas tus ideas. Él tiene por costumbre quitarse su chaqueta al llegar al cole, por esto de que es autista y también las sensaciones frío-calor no están ajustadas tampoco. Tiene el termostato corporal roto. Pues cuando fue a coger el bus de vuelta a casa, la señora que va con él en la guagua, que no recordaba que por la mañana lo había visto con la chaqueta puesta, al verlo pelarse de frío se quitó su abrigo y se lo puso a mi hijo. Al llegar a su parada, yo lo esperaba helada, con un paraguas en la mano que me hizo sentir como Mary Poppins. Tuve la impresión de que en algún momento saldría volando con él y acabaría en la azotea de algún edificio. Pues bien, nada más verlo le dije: «qué haces sin chaqueta?». No contestó. Cuando ella me explicó le dije, «lleva la chaqueta en la mochila!» y flipó. Mucho. Y él callado. Como si la conversación no fuera con él. Con esa cara de, esto no es mío señor agente, consigue que la gente se haga ideas preconcebidas y le deseen cosas muy turbias porque piensan que sólo los ha chuleado. Ya digo que la gente adulta somos muy guays en ese sentido.
Así que he decidido que, por su propio bien, y por su salud mental, hay que trabajar con ahínco el expresar qué le pasa. Y al escribir esto me he dado cuenta de que su padre es igual que él. Nunca me ha dicho que se siente acongojado o feliz. Le cuesta decir de una manera adecuada qué le pasa, y de ahí nuestros graves problemas de convivencia. No quiero que al peque le pase. Quiero su bienestar emocional. Y, como hago siempre, me arremango y me pongo a ello.