LOS HERMANOS

¿Cómo mantienes el equilibro entre el trabajo y la vida personal?

Difícil pregunta esta. A mi, el trabajo que realizo  se me ha entremezclado con mi vida personal de todas las formas y maneras. Hubo un tiempo, antes de nacer mi hijo, que me traía el trabajo a casa para luego repartirlo a los distintos juzgados que habían de camino al mío. Tenía, por supuesto, el permiso, no solo de mis superiores inmediatos, sino de quien estaba por encima de ellos dos. Yo llevaba un carro, esos que son de compra, y, mientras iba llevando a mi hija de camino a la guardería, se iba conociendo a todos los compañeros que me iban preguntando por la evolución de la niña. He de decir, que, durante un tiempo, casi un año, no hablaba de otra cosa que de ella. El diagnóstico me había conseguido enmarañar todas mis ideas, y no pensaba con claridad. Los compañeros aguantaban la chapa con una mezcla de pena y no saber qué decir. Seguramente, ahora, a mis años, eso no hubiera pasado. Lo bueno  es que, a veces, le esperaba una pequeña bolsa de chuches, o un regalito minúsculo hecho por alguien, lo malo, es que tenía que levantarla muy temprano para llegar a todo antes de las nueve de la mañana que habríamos al público. A ella que odia madrugar.

También estuvo siempre el sacrificio de no ir ni hacer muchas cosas «porque mamá está estudiando para las oposiciones». Pero eso se acabó, y ahora que estoy preparando promoción interna, no quiero perder el foco de mis hijos. Ya no más. Me gusta estar enterada de todo lo que hacen, de todo lo que tienen fuera y dentro del cole, de sus clases, me gusta acompañar a mi hija en el gimnasio. Ver lo fit que es. A veces, sin que me vea, la miro hacer algún ejercicio de yoga, y veo con admiración que lo ha conseguido realizar completamente. «Ole mi niña!!!»

Todo esto lo cuento porque el  otro día, mientras estudiaba, como tengo una casa minúscula, puse el oído en lo que pasaba en el salón, porque noté que mis retoños empezaban una discusión, o más bien, mi hija se enfadaba muchísimo con su hermano y este guardaba silencio. Fui al salón y me lo encontré con un plato de lentejas, solo y a oscuras. Le dije que fuera a la cocina a comer y estuve con él sin preguntar. Cuando ya acabamos, volví a mi habitación y él fue casi detrás a decirme que iba a contarme una cosa que poco más o menos venía a ser un secreto de estado. Lo era para él. Pero era solo la razón por la que su hermana estaba enfadada. Quería explicar todo tal y como fue y que yo lo escuchara. Sin opinar. Me dijo que su hermana y él habían tenido una interferencia. Después de escuchar lo sucedido, le expliqué  que era un malentendido. Me dijo que sentía que tenía una disculpa. «Te quieres disculpar?» -Le pregunté. Y me contestó que no. Que eso le tocaba a ella mientras ya le asomaba una lágrima en el ojo. Luego vino ella, compungida, pidiendo perdón, y diciendo que «es que él es muy cuadriculado». «Tú no piensas que, a lo mejor eres igual, y que tu cuadrado ha chocado con el suyo?» -Le dije. Y se echó a reir.

Entonces la abracé a ella. Por reconocer como una buena persona que es que se había equivocado y por tener el valor de disculparse. Después lo abracé a él. Porque sé que un enfado de su hermana con él, le duele profundamente.

Estas son las cosas que no quiero volver a perderme, en las que no quiero dejar de estar nunca más. Por eso, tras suceder lo que he contado guardé mis apuntes y decidí estar presente en mis hijos. Mientras ellos quieran. Mientras me lo permitan.


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