Las terapias

¿Cuál es ese pequeño lujo sin el que no podrías vivir?

No sé si llamarlo pequeño lujo o uno bien grande, pero lo que sí es cierto es que, sin ellas, no podría vivir. No es algo subjetivo, no es algo banal, no lo digo por decir, las terapias han cambiado la vida de mis retoños y, por ende, las de mi marido y la mía. Tan es así, que sin ser lo mismo, decidí yo acudir a unas para mí en el 2020 cuando todo en mi vida comenzaba a cambiar. Y ahí sigo.

Todas son privadas, no te dan ninguna, o te dan unas pocas, dependiendo de la Comunidad Autónoma en la que vivas. Aquí, no te subvencionan nada, y eso que, cuando empezamos, yo no trabajaba y el sueldo de mi marido tenía que sostener los gastos de la terapia, más la hipoteca de la casa, más la comida, más la guardería…

Recuerdo una vez, hablando con una madre allí en el gabinete, llegamos a la conclusión de que, a pesar del daño económico que sufríamos, era de lo último que pensábamos renunciar. Ella tenía muchos problemas. No tenía casi dinero, vivía de ayudas y de comer en cáritas, hacía magia con cada euro. Me contó que prefería pasar hambre que volver a ver a su hijo en los inicios. A la casilla de salida. Me quedé reflexionando un rato largo después de que ella se marcharse con su niño. Qué sacrificios se hacen en pro de la felicidad de un hijo!! Qué cantidad de cosas eres capaz de dejar por el camino!

Eso sí, busquemos siempre un buen terapeuta. No uno que tenga lista de espera o que te cobre un riñón cada vez que vas, o, si en caso contrario, lo de dar el riñón funciona, que te trate con respeto. Que no te haga esperar una hora en la sala de espera, por ejemplo. Y que si lo hace, te de una explicación de por qué  ha sucedido.

Una vez, estando con mi hija, la terapeuta no paró la sesión anterior y, se pasó de su hora unos 30 minutos. A mi hija se la llevaban los demonios. Cuando la terapeuta salió a buscarla, mi hija  le dijo lo que pensaba, a la cara y a las claras. Pero yo no podía estar más de acuerdo con ella así que me callé. Cuando terminó de hablar, rematé con un, ella es tu paciente y yo soy su madre, así que, mejor, nos buscas otro hueco porque en este estado, no está para terapias. Así que, nos vamos!

Al salir a la calle mi hija me miraba preocupada, sin saber si estaba o no enfadada con ella por lo que había sucedido. Luego me preguntó con algo de miedo y, entonces, me paré, la miré y me eché a reír. «No mi hija» -le contesté- «has estado genial, muy educada y te has explicado como la niña madura que eres. Quieres que nos tomemos alguna cosita?» Entonces nos sonreímos y plantamos nuestros cuerpos serranos  en una cafetería. Y así también hubo terapia. Mirándonos a los ojos. Hablando.  Terapia de la buena!!


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