Cataratas

¿Alguna vez te han operado? ¿De qué?

Hace unos pocos años, empecé a ver bastante mal, hasta tal punto que, yendo a piscina, me daba con el muro porque era incapaz de ver los banderines avisando del final de la calle. Lo comenté en el trabajo, y un compañero que rondaba la edad de la jubilación me dijo que podían ser cataratas.

Por asegurar, fui al oftalmólogo, y, para su sorpresa, y para la mía, efectivamente lo eran. Me pusieron en lista de espera, y al cabo de un par de meses, en diciembre, me llamaron para operar.

Antes de la operación, el anestesista te hace un pequeño test y luego te informa de cómo van a ser las cosas. Yo me puse de color verde. Solamente pensar que me tuvieran que tocar los ojos, con lo que eso supone, posibles infecciones, efectos secundarios de la propia operación…yo, literalmente, estaba muy acojonada. Total, que, casi al final de la charla, me comenta que me pueden operar solo de un ojo porque en el otro, la catarata estaba en los inicios. Y le dije que no. Que tenían que operarme de los dos porque yo, por esas fechas, podía contar con mi madre para  cuidar de mis hijos, pero que no sabía más adelante si eso volvería a ser posible.

La operación salió bien, me operaron el 27 de diciembre. Pues dejé a mis hijos hasta el día 5 de enero del año siguiente, porque no podía hacer muchas cosas que teniéndolos en casa me era imposible no realizar.

Antes de la fecha convenida para ir a buscarlos, me llama mi madre y me dice que los vaya a buscar inmediatamente. Que ha sufrido una crisis nerviosa por no sé qué historia con mi hija. Me disculpo y le digo que siento muchísimo lo sucedido, le explico porqué ha pasado, y le digo que va a ir mi marido a buscarlos en cuanto llegue del trabajo.

Cuando llegó me dijo que salía esa misma noche a buscarlos, que no quería que mi madre enfermara y yo le dije que no. Que se esperara al día siguiente. Que fuéramos mínimamente egoístas una sola vez. Que me venía fatal tener a los niños en casa, y que no me venía fatal porque sí, sino porque estaba bien jodida y no quería que, por hacer cosas que no podía, me fuera a fastidiar la vista.

Al día siguiente me llamó mi madre, con mi marido ya para ir a buscarlos, con las llaves del coche en la mano, y me dijo que no fuera. Que todo se había solucionado y que reconocía que ella, que no era de cuidar niños ajenos, podía sacrificarse una vez en pro de la salud de uno de sus hijos.

Volví a disculparme por la actitud de mi hija, y ella me dijo entre risas que mi hija también le había pedido disculpas. «Es una niña muy dulce» me dijo. Y es verdad. Pero requiere de una paciencia que uno va perdiendo a medida que van pasando los años.

Ayer la vi mal. A mi hija me refiero. Nerviosa. No sé si porque yo estaba a vísperas de mi examen de promoción interna o porque ella tiene su examen en septiembre. Ella no puede evitar ser una especie de sonar que detecta todos los cambios de energía de los que vivimos con ella. Tampoco eso se puede evitar.

He terminado el examen y ahora solo me queda disfrutar de mis hijos a tope todo el verano. Vamos a recargar pilas y a encarar el mes en el que nací, julio, que lleva a mis 54 ya de la mano y a los que puedo ver si me levanto un poquito de esta silla.


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