¿Cuál es tu receta favorita?

No tengo receta favorita. Cuando era joven, mi abuela y mi madre deseaban con pasión que alguien las sustituyese en la cocina, dos mujeres que cocinaban muy bien, pero que estaban hartas de estar entre fogones. Me hubiera gustado aprender y, durante un tiempo minúsculo acompañé a ambas en esto de la cocina, pero, al casarme, mi marido me dijo que él se ocuparía con gusto de eso  y de ir a comprar si yo hacía lo demás. Lo de llevar a los niños a la terapia fue algo que no nos repartimos. Yo iba solo cuando él no podía. Claro! Es cierto también que, durante un montón de años me presenté sin éxito a las oposiciones, trabajaba de lunes a viernes y, cuando llegaba el fin de semana, trabajaba en casa y con los niños. En fin, que si tu marido trabaja a turnos, lo lógico es que él participe más de lo que es la logística terapéutica. El único problema es que, las psicólogas siempre esperan a que yo vaya por ahí para cascarme todo lo que ven en los chicos. Mi marido los lleva y los trae. No pregunta. Nunca.

También de jovencita vi la película como agua para chocolate. La peli, mejicana, era un no parar de sabores, de aromas, de sentimientos, y, al salir de la sala me dio por creerme la protagonista que, con aquel acento suave, te iba preparando platos desde la pantalla, mientras tú salivabas como un perro de Paulov. Me duró poquito porque, cuando en casa de mi abuela te daba por cocinar y te salía algo medianamente bien, te caían encima y te colgaban el mandil. Y, otra cosa no, pero para recetas estaba mi cuerpito con 22 años! Ni para más abusos. No no.

Se me dan bien tres chorradas. La pasta, que le puedes añadir cualquier cosa y está buena, las cremas, por esto de tener niños pequeños que necesitaban comer verduras sin masticar ni atragantarse, y mi plato preferido, la ensaladilla. Cada vez que la nombro lloro. Mi madre me la preparaba con todo su amor cuando iba a su casa. Siempre. Y es algo que me recuerda a ella que la hacía deliciosa, más por el amor que me tenía que por su amor a crear platos.  Es curioso pero, ambas dos, mi abuela y ella,  a pesar de que odiaban cocinar, podían tirar verduras y carnes desde la puerta de la cocina a una olla con agua y conseguían platos deliciosos. Era algo extraordinario. Mi abuela hacía la salsa de tomate casera, y una vez, invitó a mi novio-marido a comer unos espaguetis aliñados con esa salsa creada por esas manos de diosa del olimpo de la cocina. Recuerdo aún la expresión de su cara mientras comía algo que en principio no le gustaba, nunca le ha gustado la pasta, y cómo saltaban sus calcetines de placer ante tanta delicia.

La comida me trae siempre buenos recuerdos. En Navidad nos reuníamos todos y comíamos sopas, maricos, carnes…lo que se terciase mientras bebíamos refrescos y cosas sin  hasta que falleció mi abuelo y entonces entró el alcohol a granel. Nos permitíamos refrescos hechos en la isla y sidra. No pasabámos de ahí no sea que nos volviéramos como él. Normas de la abuela que respetamos hasta que enviudó y, entonces sí que sí ella comenzó a vivir más tranquila y los demás celebramos su tranquilidad. Con cava, para más señas.


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