La intuición

¿Confías en tu intuición?

La intuición es la hermana guapa de la ansiedad. Creer que el cosmos, tu olfato o lo que sea te va a dar una idea de lo que va a suceder, puede dar lugar a escenarios catastróficos que se convierten en angustia y sufrimiento. No somos videntes. No vemos más allá o a través de nadie. Sólo nos guiamos por la experiencia y, con eso, le hacemos un traje con unas medidas equivocadas a quien se ha cruzado en la vida. O equivocamos por completo situaciones que intuimos diferentes a lo que son realmente.

Yo, sin ir más lejos, he intuido que mi madre, al cabo de los años, vendría aquí a pasar los últimos años de su vida. A su isla. A mi casa. Ahora, con el paso del tiempo, veo esos pensamientos solo como una majadería. Mi madre quería mucho a sus hijos, a los que tenía cerca,  a sus amigas. Ella no se hubiera alejado para morir junto a mi. Qué va! No porque no me quisiera, sino porque dejaba demasiado amor atrás!

Otra de las veces en las que confié en la intuición fue cuando nació mi hijo. Decidí que su nacimiento no había sido como el de su hermana, y que, por lo tanto, él no pertenecía a Avatar. Negué la mayor cuando, de nuevo mi madre, me dijo que el niño no tenía comportamientos «normales». Ni cuando me lo dijeron en la guardería, ni, aún peor, cuando me lo dijo su terapeuta. Yo seguía aferrada a aquella primera impresión en el paritorio. Cuando a él, hecho un ovillo, lo pusieron sobre mi y ahí quedó. Quieto. Tranquilo. Disfrutando del piel con piel. Imaginen el chasco de tener que reconocer que mi intuición no servía para nada!

Ahora, cuando giro la cabeza, cuando echo la vista atrás, puedo ver a la intuición intentado convencerme de que lo que siento en mis tripas es una verdad verdadera, y yo,  me aparto de ella y grito: «lo que sienten mis tripas es solo hambre!!


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