¿Te pasas más tiempo pensando en el futuro o en el pasado? ¿Por qué?
Interesante pregunta esta. Soy más de pasado que de futuro? Siendo sincera, este cuerpo que escribe es regido por la señora doña Ansiedad. Por lo tanto, no puedo, a pesar de que lo evite, pensar en el pasado porque él es la causa por la que soy como soy. Procuro vivir el día a día pero, cuando tengo algún percance, mi mente, mi cerebro, busca en la carpeta «esto ya lo hemos vivido chata, tú ponte en modo falta de aire, angustia, ideas castastrofistas, mientras yo estoy aquí, ahondando en tu pasado, explorando en qué momento vital te pasó esto», y, mientras físicamente me preparo para la caída de un meteorito, que a veces queda en una piedrecita mínima o en nada, ese momento del pasado se pone en modo bucle.
No pienso en el futuro. Porque también me angustia. No quiero ni pensar en el futuro de mis hijos. Hay padres que saben, desde que sus hijos son unos enanos, que se van a buscar la vida perfectamente. A mi eso no me pasa. Y me angustia. Esa frase la repito pero es que yo creo que los padres de chavales con dificultades extras, vivimos encajados en ese sentimiento. Como un terrible día de la marmota. «Pasas de una angustia a otra, no te centras en el presente» me dice mi marido. Y es verdad. Y es cuando me dice eso donde noto que pasado y futuro confluyen en mi cabeza para hacerme pasar de un problema a otro, de un mal sentimiento a otro. Qué placer! (Nótese la ironía)
Recuerdo hace unos años, cuando éramos socios de una ONG que ayuda a familias como nosotros, hablando con un padre en una plaza que hay por aquí cerca de mi casa, me dijo que lo que más le dolía era que, siendo él persona deportista, que se notaba cero porque el chándal no le cerraba por culpa de su barriga, a su hijo no le gustaba el fútbol. Mientras yo trataba de no mirarlo a la cara para que no notara lo que pensaba, siguió parloteando de aquel pensamiento ridículo y absurdo en el que crees que tus hijos están hechos de tu costilla, como Eva con Adán, y deben comportarse y hacer todas tus expectativas de mierda, forzando a un chaval, quitemos que además es autista, porque hay alguno jugando al fútbol muy requetebién y con más dinero que yo en toda mi vida ganándome incluso una primitiva, pues a dedicarse a algo que le importa tres rábanos.
Cuando lo pude mirar fijamente, vi que el idiota se había emocionado ante su tragedia griega. «Eso es todo lo que te preocupa?» Le pregunté. «A mi me da desazón no saber a qué podrán dedicarse en su vida adulta y, la verdad, la palabra fútbol no ha entrado ni una sola vez en mi cerebro». Luego miré a su hijo, que parece un chaval inmerso en una profunda tristeza, con unos ojos negros que, cuando los miras no te dan idea de lo que se oculta detrás de unas pestañas enormes, con una madre sobreprotectora, que lo trata como un bebé teniendo el muchacho la edad de mi hija. El pibe es autista. Pero no tonto.
En fin, hoy debo preparar todo para que mañana el peque, al levantarse, descubra sus regalos. Me veo empaquetando los regalos en el trastero y es algo que me da una pereza terrible, pero hace un momento, al entrar en mi habitación, teniendo como tiene una psicomotricidad penosa, se ha dado un golpe en un pie. Va descalzo y sin calcetines, así que a mi, que lo he visto, se me pusieron los pelos como escarpias. Se tiró junto a mi, y yo, que estaba escribiendo, he querido safarme de la situación. «Te diste, te jodiste» me hubieran dicho mis progenitores. Luego he pensado en lo de vivir el presente, y lo he abrazado, lo he besado, y me he estado un rato sin pensar en otra cosa que en vivir ese momento. Cuando se ha ido, ha dejado la huella de su cuerpo en mis brazos, en mi corazón, en mi alma, y, ese sentimiento, no hay ninguna angustia que pueda venir a derribarlo.