Un sábado cualquiera

Hoy me he levantado tan temprano como siempre, y como decide mi hijo. He dormido fatal. Me daba la sensación de que, mi pie derecho perdía fuerza, y he sentido una incomodidad y un dolor que me ha tenido jodida toda la noche.

Al levantarme, me he arrastrado a la cocina y me he llevado la desagradable sorpresa que, tras preparar unas lentejas mi marido y mi hija, ninguno de los dos, a recogido sino la basura. No toda. No me fuera yo a poner cachonda por no tener que ponerme a recoger a horas tan tempranas. Soy incapaz de prepararme un café con la cocina sin recoger. Y no sé qué diablos imaginaba yo que harían.

En esas estaba cuando miro hacia el salón. Mi hijo, acostado en el sillón, abstraído, mirando videos de YouTube, y esperando, cual Marajá, que le pusiera su desayuno. He tenido que decirle dos veces que hoy le toca hacerlo a él. Se ha levantado muy de mala gana y se lo ha hecho. He estado a punto de decirle que yo, a su edad, me levantaba con mi hermana, preparaba sus cosas y las mías, yo creo que incluso la peinaba porque solo tenía 6 años, y tiraba para el cole vigilando que no la mirara ni la tocara ni el aire. Y él me ha puesto mala cara por decirle que los fines de semana asume esa responsabilidad. Adolescencia!

He tomado el desayuno sintiendo el dolor infinito en mi cadera pero, a golpe de paz mental, lo he terminado, y he salido a mirar por la ventana. Día encapotado. Cojonudo. No pensábamos salir. Hay un rally por la isla y, sin una lectura a la página del ayuntamiento de aquí no se mueve nadie. No somos fan de las aglomeraciones y de los atascos.

He vuelto a pensar en las lentejas. Nuestras vidas, desde la semana pasada, estaban unidas a esa decisión. El sábado lentejas. Y ahí están. Ahora saldré a comprar alguna cosa para acompañarlas. Y eso me ha llevado de vuelta al enano. Cuando su terapeuta enfermó y se fue de baja, pude notar que la aguja de su brújula interior saltó por los aires. Hoy, al abrazarlo, pude sentir que su ser, a pesar del cambio de rutinas, aguanta firme los embates. Ha salido incluso, a comprar a la dulcería. Esto fue el miércoles. Su padre quería celebrar no tener que salir corriendo a llevarlo a ningún sitio. Ha tenido que pedir lo que quiere, en voz alta, ha pagado poniendo el dinero en la máquina esa que te cobra ella solita, y ha vuelto a casa. Se equivocó de piso y, cuando ya empezaba a preocuparme, he cogido el telefonillo, lo he oído repitiendo su nombre a una vecina que no lo conoce. Le he abierto la puerta.

Hoy es el cumpleaños del pater familias, como se autodenomina mi marido, y ya le quedan dos para jubilarse. He pensado que, tal vez, al llegar ese día ya no estemos juntos. Así que he decidido comprarle una tarta por si acaso. Como una sorpresa. Para dar emoción a las lentejas.

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3 respuestas a “Un sábado cualquiera”

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