Hoy no he amanecido bien. Al hecho de levantarme con dolor de coco, quizás producto de tomar dos vinos en la cena y un trozo de tarta de chocolate, o de no haber dormido bien, que me suele ocurrir cuando ceno copiosamente. Me ha despertado mi hija al ir al baño. El ruido del agua, a esas horas, despierta a todo el que tenga un sueño delicado, y yo tengo uno de sioux, por esto de vigilar los pasos de los chicos.
A mi malestar se une que hoy a mi hijo le ha dado por no hablar. A veces le pasa. Se cierra en banda y no te contesta si no es con movimientos de cabeza. He empezado presionándolo un poco para ver si así, pero enseguida he reculado. No conviene que, lo que puede durar minutos, se convierta en un día completo.
Como estas cosas me ponen de mal humor, me he puesto a recoger la cocina y he decidido pensar en otra historia que no fuera el mutismo del enano y he llegado a otra idea igual de triste. Ayer, al bajar las escaleras, un vecino de la urbanización me ha dicho que los años se me notan al subir o bajar los escalones. Hay que decir en mi descargo, que la escalera es pendiente, que los escalones no tienen todos el mismo tamaño, y que, si no voy al gimnasio, mis extremidades rugen como lo hizo en su momento la marabunta. La debacle vaya!. Además de que el vecino de marras, no suele dar ni la buenas horas, pero eso sí, decirte que estás mayor, eso lo hace cojonudo.
De ahí he saltado a cuando el marido de mi madre compró la casa, que tendría, por aquel entonces, más de 60 años. Salía por las mañanas, a caminar, y se pegaba una hora u hora y media andando. Subía la montaña que tengo enfrente y bajaba y entraba a la urbanización por el flanco derecho de la casa, demostrando un vigor que yo no tengo. Luego he pensado en lo que hay que arreglar en la vivienda, en la energía que tengo que dedicarle, y me he puesto a pensar en venderla. Como ven, todos pensamientos positivos y llenos de optimismo. Del mismo color que la tristeza que da que tu hijo, vete a saber porqué, decide no hablar. Así saltaron las alarmas con él. Porque no decía ni mu en la guardería. Y digo ahí porque en casa era dicharachero y alegre. Lo que son las cosas!
Después encendí mi móvil, otro que me ha advertido ayer que su batería no funciona como debe. Me ha indicado que debo visitar al servicio técnico de la marca. Qué bien! Ya lo había notado pero es como con otras cosas, a lo mejor, si me hago la loca, no ocurre. Claro que sí Guapi!! Qué pereza más grande me da el hecho de comprar otro móvil. Pero claro! Este lo tengo creo que hace unos 8 años y ha pasado y sufrido un hackeo!
Pues así iba, de un pensamiento alegre a otro, cuando se ha acercado a preguntarme qué día en número y de la semana es, en qué mes estamos, y qué vamos a comer. Ahora deambula por el salón con unas zapatillas de mi hermano que las dejó un millón de años atrás. En la última visita que hizo junto con mi madre. Eso me ha llevado a pensar que ya va cargando su pila interior, esa que lo hace ser el niño que es habitualmente, y que a mi, mi pila se me va agotando. Que ya no tengo fuerzas para esta casa, ni para más coña. Luego me viene a la mente mi madre, su marido, y la fortaleza de ambos, y se me pasa.
Ha venido mi hijo a darme un abrazo. Voy a aprovechar que ya vuelve a ser él y voy a estar un rato como hago siempre. Abrazándolo. Sintiendo el olor de su champú en mi nariz. Así hasta que llegue su padre del trabajo. Recargando mi energía…🔋
4 respuestas a “El viaje de fin de curso familiar (tercer día)”
Ese vecino es un pájaro de mal Agüero ni caso. Tú céntrate en el calor del abrazo de tu niño y listo 🙏
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pues si! Mi madre decía que a palabras necias, oídos polipatéticos. Y eso hago! Disfrutar de lo bueno y ni tocar lo malo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Caramba con ese vecino, Ana… ya os podía tocar la lotería y cambiar de vecindario, ¡o que le toque a él y se largue a otra dimensión! Qué manía tienen algunos de repartir sabiduría con cara de vinagre… Y encima sin saludar, pero para decirte que se te notan los años, bien despierto está el jodio.
Y lo del cansancio, los dolores, ese malestar que se te pega como humedad… es que es normal, Ana.
Hace ya mucho calor, las noches se hacen pesadas y tú llevas una mochila que no se ve, pero pesa más que muchas mudanzas. No hay cuerpo que no se resienta.
A veces me dan ganas de hacerte reír contándote mis propias tragicomedias. Mira: hace unas semanas íbamos de viaje con la ilusión de descansar unos días a la casa de la playa. Nada más bajarme del coche, me atropelló mi propio marido. Soltó el freno del automático sin darse cuenta mientras yo abría la puerta trasera para coger el bolso… y zas: 1800 kg sobre mi empeine. Yo gritando como si me hubieran pisado el alma y él frenando a lo loco, sin saber si me estaba salvando o rematando, que se lo dije, eh.🤦🏼♀️
Y por si fuera poco, ahora no puedo estirar el brazo izquierdo porque tengo roto el supraespinoso, mis siete hernias discales van haciendo la conga y aquí estoy… riéndome por no llorar.
Te leo y te siento, Ana.
En ese hijo que hoy no habla, en el ruido del agua que lo desvela todo, en esa cocina recogida para no enredarse en la pena.
Pero también te veo en ese abrazo que te da él al final, cuando vuelve a ser el niño que recarga tus pilas con olor a champú rico.
Y es que aunque nos sintamos cascadas, todavía tenemos humor, ternura y una barbaridad de fuerza. Y eso, amiga, no se oxida tan fácil.
Te mando un abrazo enorme. Aquí estoy, con mis achaques y mis ganas de seguir compartiendo esta locura contigo. 💜🌷
Me gustaLe gusta a 2 personas
Uyyy! Pobre! Ese accidente sería muy de mi marido y mío también. Espero que te recuperes y sigas repartiendo letras y sabiduría a raudales!! Y seguir aquí, en este viaje fantástico que consiste en escribir y leer y aprender de otros! Un abrazo grande y apretado pero indoloro, que qué demonios! Con el peso que lleva una diariamente, lo raro sería que no nos doliera nada! 🥰❤️🫂😘
Me gustaLe gusta a 1 persona