El finde

Ya sabía yo, cuando encaré este sábado, que sería un sábado de estos de venga venga, vamos vamos.

Primero fui a la peluquería. Mi pelo ya iba de color naranja y empezaba a salir y a hacer lo que le daba la gana en mi cabeza. Había veces que tenía que aplastarme el pelo con agua porque yo no puedo agendar ir a arreglarme sin antes haber pasado por otras etapas. Como las carreras. Solo que yo no compito con nadie. Yo echo el hígado sola.

Cuando termino de cortarme el pelo, llamo a mi hija y le digo que la espero en una de las pocas calles de venta que nos han dejado los centros comerciales. Me meto en la tienda elegida, y, antes de que ella venga con el hermano, le busco la ropa que llevará a la orla del viernes. Cuando coincidimos, lo meto en el probador, le digo que huele a sudor y que porqué diablos me viene en zapatillas. La idea era que viniera en playeras, con calcetines, para poder probarle los zapatos. No le cabe el pantalón y, como si creyera que la gente se estaban llevando las cosas como cuando empleas una aspiradora, salgo corriendo a buscar una talla más. Cuando vuelvo, que han sido minutos, ya está con la cabeza girada de esperar.

Elijo unas sandalias, craso error, para culminar el outfit. Solo tienen hasta la 36 y él hace mil años que dejó esa talla atrás. La monda es que la roña que lleva en sus pies es de esa talla. Como ya ha salido del probador, le pido que se pruebe el calzado allí. Delante de la caja. No consigue encajar cuerpo con sandalia y con su coordinación motora. Sé que por eso se sienta en el suelo. Tan pichi. Pero a mi me da vergüenza y le digo que se levante que no tiene 5 años. Pago la ropa y me meto en otra tienda a por los zapatos.

La elegida es una que debería llamarse, vendemos zapatos de calidad a precio de pelo de unicornio, o mejor, entra que te vamos a dejar el culo como la bandera de Japón. Nada más entrar encuentro lo que busco. Unos náuticos, ligeros como plumas y a un precio que supera con creces el de la ropa. Digo que me da igual porque él siempre va con unas cholas asquerosas que, encima, le quedan pequeña. Él está de mal humor porque no le gusta la camisa que le elegí que es de papel de fumar y antirozaduras cuelliles. Así que no me pone fácil el probarse los zapatos. En un momento dado, busco mi modo zen, y comienzo a respirar pausada para no estrangularlo. La vendedora me dice que me admira. Me hace ver que ella ya lo hubiera hecho.

Salgo de la tienda y, mi rinitis, que comenzó de manera suave, de andar con ropas ya se ha convertido en un festival. Pillo comida preparada y un taxi. Y un cura por si muero. Ya él está llorando por lo de la camisa. Me da igual. Las opciones que él busca no son posibles para una orla. O para mi. No sé.

Por la tarde, a pesar de quedarme medio minuto para morir, voy a comprar. No puedo encarar la semana con la nevera como un páramo. Me llevo el carrito pinturero que me compré en el chino, y a ellos. Al salir noto que han cortado calles, y que podemos ir por la carretera de  la principal. Me acuerdo de que la patrona de la isla anda de paseo y viene para quedarse unos días en la catedral. Al volver, comprar es otra coña que pone mi rinitis a mil, por el poco polvo que tienen los objetos, me arrastro por la carretera.

Subo a mi casa y oigo trompetas y tambores. Le digo a mi hijo que va a pasar la virgen y que si  quiere verla. Se pone conmigo en el balcón y, cuando pasa, me mira y me dice que eso no es una virgen sino una figura de madera. Le digo que si pensaba que era una virgen de verdad y me dice que si. Luego me dice que para estas mierdas no vuelva a molestarlo. Ya no recuerdo nada más. A esas alturas estoy tan mala que me tomo algo para el resfriado pensando que es otra cosa, y no alergia, lo que tengo. Luego me viene mi hija y me dice la nota de un simulacro. La aplaudo. Muy buena nota. Ha escachado el supuesto. Le doy unos consejos, boqueando como un pez y así, de esa manera, acaba mi sábado. Agotada pero feliz de haber cruzado todas las etapas. Cojo el móvil y veo a Verdeliss corriendo una maratón y me pongo de su parte hasta las cachas. Ha cedido su premio a otra corredora que ha protestado como una niña chica. Yo primero le meto un tiro. Bueno, sin sangre, pero con un buen tirón de pelos y al grito de: «a llorar a la llorería». Luego me pongo un podcast donde alguien explica las triquiñuelas de un sinvergüenza para limpiar bolsillos ajenos. Me quedo dormida. Me despierto. Quiero oír el podcast porque el presentador me cae rebién. Mejicano. Me encantan la gente de esas tierras. Me duermo otra vez. Me rindo.

Hoy saldremos a comer fuera y tendremos otra oportunidad para disfrutar del día. Y en ello estamos!

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2 respuestas a “El finde”

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