Vamos terminando

Vuelvo a estar en la casa del sur. Esta vez la calima no hace acto de presencia, así que, me tiro en el sillón de mimbre a estirar el esqueleto y a escribir, mientras el frescor de la mañana me envuelve como una sábana fresca.

Por el rabillo del ojo veo llegar todas las cosas que debo hacer este mes. Voy a vender, el año que viene, un apartamento que heredé de mi madre y que tengo en alquiler. Los primeros en optar a la compra, por supuesto, serán los inquilinos. Ellos aman el sitio donde viven aunque es pequeño como una uña. Y tienen un bebé! Pero yo qué sé! A lo mejor después de comprarlo lo revendan y saquen beneficio. Me es igual! Yo también sacaré unos pocos. Primero de todo, quitarme la responsabilidad de un alquiler que queda a casi una hora de mi casa y, segundo, el económico. De no pagar ni un euro por él, a recibir el importe de su valor catastral, no está mal.

Debo igualmente pedir cita para el enano. Cita médica con su alergóloga. Cita con un pediatra, el que sea más próximo en el cuadro médico. Cita con su dentista, que este verano ha perdido un montón de piezas de leche, alguna que otra, con la definitiva asomando por la escuadra de su boca. El enano coñón, que diría mi madre, es una especie de jarrón Ming que necesita de un cuidado y tratamiento especiales.  Ayer, en la playa, me dijo que el día estaba perfecto para tirarse desde las escaleras. Cuando me dijo eso, dirigimos ambos nuestros cuerpos hacia ella, nadando calmadamente hasta tocar la pared de piedra. Al llegar, miramos los cangrejos en las rocas, y uno enorme en lo alto de una piedra, debajo del agua. Le expliqué cómo debía tirarse y él, que como digo es un coñón, se tiraba aleteando las manos y diciendo «vuela vuela pajarito!» Yo me escacharraba de la risa y volvíamos otra vez a la posición inicial. Entonces ocurrió algo curioso. Volví a tener 12 años. Me ví con mi melena mojada, riendo por nada, con aquél niño tan simpático que, a veces hacía como que, por tragar agua, se ahogaba miserablemente, poniendo sus ojos en blanco y moviendo la cabeza de forma cómica mientras se oían mis carcajadas en toda la playa.Me dijo que vio un pez del tamaño de una araña australiana y, por cómo ponía las manos, las arañas de ese continente deben tener el tamaño de un mamut. Estuvimos así un rato largo y, cosas de la vida, me dio frío. Le dije al niño que me iba para fuera y me dijo si lo iba a dejar allí, solo. Al ver su cara, pensé en la mía cuando mi madre me dijo que se iba a vivir a otro país para ni siquiera saber si nos volveríamos a ver. Entonces subí las escaleras, lo rodeé con mis brazos y le dije que podía tirarse dos millones de veces que yo seguiría estando en la orilla. No a su lado, pero presente. No le pareció el trato suficiente. Saltamos juntos al agua y llegamos a la orilla. Yo volví a ser su madre y él me miró sonriendo. Que salga del agua porque tengo frío no entra dentro de los parámetros del sufrimiento, así que me tendí en la toalla como una estrella de mar, boca arriba, como si no tuviera hijos a los que vigilar, y volví a tener 20 años. Pero por poco tiempo! No deseo que, al volver atrás pueda olvidarme de las personas que uno más quiere. Mis hijos.

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2 respuestas a “Vamos terminando”

  1. Ana, querida, me ha encantado todo lo que has compartido, desde esa calma en tu sillón de mimbre, hasta la ternura inmensa con la que cuentas tu día a día.
    Tienes una forma preciosa de llevarnos contigo, de hacernos sentir la risa, las dudas, la nostalgia y el amor. Y lo más bonito es cómo nos hablas de tu pequeño ángel de alas lindas, que ilumina cada día, aunque haya veces que sea duro para ti, pero que sabe convertir cada instante en algo especial.
    Un besito. 💝🥰🌷

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