Hoy mi hermana me ha mandado un video del enano, que debía tener como unos cuatro años o así, tal vez menos, saltando en una colchoneta con dibujos de La Patrulla Canina, como si le fuera la vida en ello y preguntando si nadie se le iba a unir. Mi hermana le decía que sí, que ya su prima se estaba preparando para unirse al juego, mientras él no paraba de parlotear y saltar a la vez. Le he enseñado el vídeo al padre, y me ha comentado, en un tono que aparentaba ser indiferente, que a esa edad, ni parecía ni nadie hubiera sospechado jamás que el niño pertenecía a Avatar y que ya se esperaba su llegada al planeta. Ya nos habían dado un primer diagnóstico al que su padre y yo miramos de soslayo, con un cierto desprecio hacia quien nos lo puso delante en su primer año de vida. Yo sólo he podido asentir con la cabeza, explicar lo que recordaba de su infancia, cómo era capaz de contarte un cuento él solito, cómo se reía y compartía contigo sus jugadas más interesantes y, al levantar la vista, en medio del silencio que se ha hecho, he visto la tristeza ensombrecer el rostro de mi aún marido. Entonces algo ha hecho clic en mi cerebro y me ha pedido que me levantase y lo escribiese.
Si duro fue asumir lo de mi hija, aunque ella llevaba la palabra autismo en luces de neón grabadas en su frente, cuando debimos asumir que el niño, aunque no nos fuera igual de evidente, lo era también, no lo encajamos de la misma manera. Lo encajamos peor. No supimos cómo gestionar ese dolor y, a golpe de repetirnos el diagnóstico, lo fuimos tragando como una pastilla demasiado grande para nuestros esófagos, sintiendo su recorrido por nuestro torso, hasta llegar a una zona de alivio, que no de vuelta a la normalidad, en nuestra alma, y eso permaneció ahí, quieto, callado, hasta que alguien te envía de vez en cuando un vídeo y te lleva a aquellos días en los que, a pesar de todo lo que ya sabíamos, descubrimos que no habíamos aprendido nada, porque los hijos son distintos, sus necesidades, sus energías, sus vidas…lo son también. Entonces te lanzas a escribirlo en un blog, blog que creaste precisamente para esto. Para contar lo que significa vivir en un lugar donde, a pesar de hablar el mismo idioma, las palabras no tienen el mismo significado, donde, los silencios se alargan tanto en el tiempo que, cuando sales de Avatar, y alguien se dirige a ti, tu cuerpo sufre un sobresalto que, para tu interlocutor debe suponer si no creerías tú que venía a robarte el bolso. Vivir en Avatar en fechas como estas me supone una penosidad añadida. No visitamos ningún sitio y no necesitamos vivir entre aglomeraciones de gente. Tampoco puedo poner mi móvil, a primera hora de la mañana, con las notificaciones activadas, porque los nervios están a flor de piel por culpa de este encierro voluntario. «Apaga eso por favor mamá!» me dice mi hija. Y yo claudico porque aquí soy minoría. Soy la rubia de la familia Monster, les comparto enlace de la entradilla de la serie para quien no sepa de qué hablo, https://youtu.be/JdrbLvFJkB4?si=2YHkoHIj6ZiWS_hp, y así, en este devenir de los días, unas veces soy cicerone de un mundo que los mira con extrañeza, y otras, me posiciono en un cuarto plano, viviendo y observando. Intentando entender porqué a ratos, y en otros, queriendo sin condiciones, y teniendo muy claro que, si alguien, algún día, viniera a alterar la vida de los habitantes de este planeta extraño pero hermoso, se encontraría con su mayor guerrera, esa que perdería la vida sin dudar si fuera necesario salvar a sus habitantes. Y por este motivo escribo hoy. Porque este blog es un diario de viaje. Un largo viaje a Avatar.
3 respuestas a “El vídeo”
Me encanta volver a asomarme por esta pequeña rendija que hoy has dejado abierta en tu ventana de Avatar.
A veces, cuando te leo, siento que pertenezco un poco a ese mismo lugar del que hablas, me incomodan los ruidos, las luces que parpadean sin descanso, las multitudes… tampoco activo el sonido de las notificaciones y, por encima de todo, no soporto a la gente que silba a mí lado.
No sé muy bien de qué mundo vengo, pero sí sé que percibo la vida de un modo distinto al que parece contar la mayoría.
Y gracias a ti, esa diferencia ya no la siento tan dura.
Gracias a lo que compartes de tu día a día, todo se vuelve más valioso, más humano, más real.
Me gusta leerte, Ana.
Me gusta saber que sigues siendo esa supergirl que, con tus super poderes tranquilos y tu manera tan tuya de estar en el mundo, salva tu universo de Avatar… y, sin saberlo, también un poquito el mío.
Gracias por eso.
Un besito y feliz día. 💝🥰🌹
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Se me había olvidado porqué había yo creado este blog, y ha tenido que venir mi hermana a recordármelo. Escribo para que, la gente que me lee, no encuentre, si las tiene, sus diferencias como caprichos o excentricidades. Las diferencias existen y ya. No son algo peyorativo, marcan una diferencia que nos hace único. Como tus versos. Como tu sensibilidad. Feliz día Yvonne! 🤗 🫂❤️❤️❤️
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Gracias siempre, Ana. 💗🥰🌹
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