Hace muchos años, tantos como diecisiete, teníamos una niña que no hablaba. Y cuando digo esto, quiero que entiendan que no decía ni ay, ni señalaba, ni daba una señal de agrado ni nada de nada. Con la preocupación inicial, vino la visita al pediatra, a la mutua y a un neuropediatra. Tras ir a este último, que nos aconsejó ponerla en terapia, como ya había hecho anteriormente su pediatra, y antes de salir por la puerta, nos dijo que la chiquilla era lista y muy inteligente y que él auguraba que, en torno a los cuatro o cinco meses, diría algo más que «apoite» que nunca supimos su significado, aunque yo creo que quería decir «malo» y «cuyá» que significaba «hola». Lo conseguí traducir porque lo decía siempre al ver a alguien por primera vez. Yo andaba  intentando que no se metiera en líos grandes, como por ejemplo, subirse a la ventana y sentarse en el alféizar con las piernas por fuera en un segundo piso, encontrarla liándose el cordón del estore en el cuello, que ya conozco de algún accidente en el que el crío no tuvo la suerte de mi hija, y el estore saltó hacia arriba llevándose su vida por el camino, y pasaba todo el rato observándola como un águila, desde mi altura de adulta, girando en torno a su cabeza para caer en picado y sacarla del peligro.

Cuando salimos del médico, nos aferramos en lo que nos dijo y comenzamos la terapia y a arruinarnos todo junto y a la vez. La terapia era tres veces por semana y, en medio de esperar a que dijera mu, la enseñé a señalar, y digo la porque no recuerdo a su progenitor en esas preocupaciones, le quité el pañal, un fin de semana de esos que duran cuatro jornadas porque la gente hace puente, el biberón…y un día, trasteando en la cocina, descubro que hace un rato largo que no la oigo, y me preocupo al instante. Salgo corriendo y comienzo a gritar su nombre, no sé porqué, porque mayormente nunca recibía respuesta, por toda la casa. Me la encuentro en el salón, poniendo los libros en fila, y, al entrar yo, se gira, me mira, y me pregunta qué, como si lo hiciera todos los dias, lechuga como una fresca que diría ella hoy día y entonces mi alma se separa de mi cuerpo, y, levitando se acerca a ella, la abraza, y hace una fiesta. Cuando vuelve a mi cuerpo, mi alma y él deciden que este  ha sido el día más bonito de sus vidas. Y así, llenos de emoción, continúan en la lucha porque ese qué se convirtiera en  algo más.

El lunes, después de limpiar la cocina, y esperando a que llegara su padre para comer, me tiré a mirar el móvil. Veo que me ha entrado un mensaje de nuestro preparador y lo abro. Empiezo a leer y entiendo que el correo es para mi hija, cosa que me desconcierta. Hasta que llego a «y visto que en el turno al que usted se presenta las plazas son X, y hay X aprobados, se ha de entender que usted ha sacado su plaza y…» No leí nada más. Esta vez mi alma y mi cuerpo permanecieron unidos porque el letargo de tantos años y la edad, hicieron que no pudieran revolotear como dos palomas. Salté de la cama, grité, giré para enfilar la salida de mi habitación derrapando en la carrera, y me la encontré en la puerta de su habitación de la que había salido para ver si me había matado. La abracé muy fuerte y le dije que ya era funcionaria, con permiso del juramento y la toma de posesión, y lloré y lloré y lloré…tanto, que creí que me iba a deshacer como un azucarillo ante tanta lágrima. Y así nos quedamos, yo abrazada a su cuerpo, que no era capaz de interiorizar la noticia, y ella repitiendo que no podía ser, que qué fuerte. Entonces mi hija tuvo 3 años y yo 38. No quise decirle que me había dado los dos días más felices de mi vida. Pero lo ha hecho. Dos veces!! No hizo falta porque, durante un segundo, entré en Avatar y se me permitió hacerle ver el alcance de su logro. «Solo me queda el enano», pensé. Y con  el ánimo de alguien que hubiese ganado la lotería ese día, mi cuerpo se llenó de energía para las batallas que nos queda por pelear. O me quedan. O le quedan. Da igual! Vamos a conseguirlo!

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4 respuestas a “La plaza”

  1. Me da muchísima alegría leer cómo, después de tanto esfuerzo y tanta constancia, la vida os devuelve una recompensa tan grande, Ana.
    Desde aquel primer “qué” hasta el «qué fuerte» y ese abrazo lleno de incredulidad y lágrimas, hay una historia preciosa de no rendirse nunca.
    Gracias por compartir algo tan tuyo y tan bonito, realmente me emocionas con cada historia que nos dejas. Leerlo me anima, me reconforta y me deja una sonrisa en la cara, de esas que vienen acompañadas de orgullo por alguien a quien no conozco, pero que ya quiero y de un “qué bien merecido está todo esto”
    Ole por ti, Ole por esa niña tan inteligente y ¡bravo por todo ese esfuerzo!
    Te mando mi gran abrazo lleno de cariño y admiración.
    Os deseo las mejores fiestas y seguro que este año que entra será un año maravilloso, ya lo verás. 💝🫂🎄🥰🌷

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