Hoy, un día después del día internacional de la mujer, y habiendo dormido unas diez horas por obra y gracia de mi enano, lo cual no volverá a suceder hasta dentro de unos años, quiero hacer una reflexión sobre el papel que tiene la mujer en una discapacidad que, según algun@s de las personas que viven en el espectro autista, discapacidad no es, sino condición. Total, que en esos tiras y aflojas que ocurren con la definición o la identificación que se hace cada uno de sí mismo, y mientras seguimos discutiendo si es persona con autismo o autista, mientras mostramos al mundo las dificultades propias y ajenas y decimos que las mías son en definitiva peores que las de la persona que se sitúa frente a nosotr@s, o lo que es aún más sangrante, cuando todavía ponemos en duda el autismo de una persona que explica en redes cómo le afecta en su día a día, no ponemos el ojo en que, objetivamente hablando, se siguen diagnosticando a mujeres de forma tardía, a veces cuando ya se tiene un cuadro de ansiedad y de depresión terribles, porque seguimos diagnosticando con el sezgo de género. Es decir, se siguen diagnosticando niñas con los parámetros que se emplean en un chico. Y ahí está el origen de todo este embrollo.
Que las chicas enmascaran mejor es un hecho que vivo en mi propia casa. Mi hija, según muchos profesores, era un tesorito. Tesorito que perdió esa categoría cuando fue al viaje de fin de curso, y, el pavo real que ella trataba de ocultar desplegó todas sus plumas. Entonces, uy qué mal, uy, vamos a llamar a su madre, uy, alguien sabe el número de teléfono de la señora? (menos mal que mi hija lo llevaba memorizado porque con 12 años aún no tenía móvil), uy a ver si nos va a fastidiar el viaje, uy…En fin, menos mal que soy una tía que, incluso a miles de kilómetros de distancia, soy capaz de relajarla, ponerle las cosas en perspectiva, aclararle algún entuerto que ella no es capaz de entender…Y así terminó su viaje. Ella llegó a casa, se acostó en la cama, y estuvo durmiendo mil años hasta que le tocó la hora de volver al cole a seguir con su rutina. Porque sí, ahora el viaje de fin de curso no se hace a fin de curso, se hace en mayo, a finales de mayo, en medio de la vorágine de exámenes, controles, agotamiento de alumnos y profesores…en fín, un despropósito. Tanto es así, que me planteo no enviar a mi hijo al suyo. Pero bueno, hoy eso no toca.
Lo que sí toca es hacer entender que, cuando un chico no se relaciona normalmente con sus iguales, el chico tiene un problema de comunicación y hay que mirarlo cuanto antes. Cuando una chica hace lo propio, se le mira como a una candorosa princesa que es todo amor y buen rollo. Se comporta como se supone debe comportarse una mujer. Y mira no.
Es agotador tener que explicar que tiene las mismas dificultades que su hermano, a pesar de que es una persona bastante autónoma, cosa que siempre hemos fomentado su padre y yo, por esto de que no vamos a vivir eternamente. Ella no aletea las manos, no tiene esterotipias públicas, pero seguro que lo hace en privado por un sentido de vergüenza o de pudor o de no sé.
Si ya hablamos de que es una persona con un cociente intelectual alto, entonces, apaga la luz y vámonos. Que es un genio me dicen. Ya ya. Un genio que es incapaz de saber por dónde le va a salir la persona que tiene enfrente. Que luego viene corriendo y me cuenta tal o cual situación vivida y de cómo se ha sentido y de lo poco que entiende al ser humano.
Ayer, en una tontería de tráfico, mi marido le tocó la pita al que tenía delante que resultó ser un policía nacional. El tipo se baja de su coche privado, se pone el outfit de soy policía, y se dirige a mi marido diciendo que se identifique. Mi marido dice que, antes de ver su outfit pensó que se bajaba a pegarle, pero que cuando vió que era policía pensó que la cosa aún pintaba peor. Se identifica. El otro le dice que le ha faltado el respeto. Le tocó la pita. Solamente. Tengo a la niña de testigo. Mi hija que no entiende nada. Se pone nerviosa. Le pregunta al policía si debe identificarse ella también. Si le pide que haga la gallinita lo hará. Y yo me cojo un cabreo monumental ante el atropello. Menos mal que le dijo que no. Y menos mal que le dijo que no iba a denunciar a mi marido. Si no, no sé dónde hubiera acabado esta historia.
Cuando me cuenta el comportamiento del agente me parece que roza el abuso de autoridad. Ella alucina. Yo más. Te han tocado la pita, pelifino! Deja el show business para quien sabe de él!. En fin. La tranquilizo y le pongo en perspectiva lo sucedido. Ya su padre le ha dicho que no puede denunciarlo, pero prefiere oir a alguien que no está en el espectro autista para conseguir encajar que su padre no miente ni está equivocado. No. Ella sabe que mi marido no le mentiría nunca. No es un buen marido pero sí un buen padre. Entonces respira aliviada. Hasta la próxima cosa desconcertante que le pase. En fin.