¿Qué es lo más importante para tener una buena vida?
Hace ya más de una semana que volvimos de visitar a la familia allende los mares, y ya la vida me ha empezado a pasar por arriba como un elefante. Llevo toda la semana intentando, que no consiguiendo, mantener un cierto orden en casa y en mi vida, concretamente, en la planificación de mis estudios que andamos ya, en la recta final. Hemos llegado y hemos empezado con los deberes del niño, sus exámenes, las clases de mi hija, las malditas lavadoras…La rutina vaya!
Nada más poner un pie en tierra después de un viaje de tres horas, recordamos que era el cumpleaños de mi hija. No porque no lo supiéramos de entrada, lo sabíamos, pero no habíamos tenido tiempo de disfrutarlo con el ajetreo del viaje. El avión de vuelta a casa sufrió un pequeño retraso, y la pobre se pegó toda esa espera diciéndole a su hermano que se relajara mientras yo, por otro lado, hacía lo que podía para no pedir que nos pasaran antes incluso que un pobre muchacho que volvía de una operación de cadera. Pero es que el nivel de desesperación que te entra cuando algo se tuerce y tienes que razonar con un chaval que, con su hiperactividad podría volar sin necesidad de avión, es muy alto y muy muy estresante.
Entonces llegó el sábado, y con él un recordatorio de mi marido de que debíamos celebrar los 19 años de nuestra chiqui. Salí corriendo a la pastelería que tenemos a un paso de casa y compré la última de las tartas de su estantería, la puse en la nevera, y le dije a mi hija que por la tarde soplaría las velas.
Me fui a estudiar, y, en esas estaba cuando comencé a observarla. Lo mucho que ha cambiado en esos años es algo que me deja sin aliento. Anoche, sin ir más lejos preparó tacos para su hermano y para ella. Había ido al supermercado, que también tenemos a dos pasos, y había comprado los ingredientes ella sola. De hecho, subimos juntas en el ascensor mientras me explicaba sus adquisiciones. Para mi hija, crear platos, cocinar, es algo muchísimo mejor que comprarse unos pantalones o una camiseta y lo disfruta el triple.
Nos estamos planteando el que deje la terapia, o buscar otra terapeuta que le de un horario cerrado de citas y no una que le busca un hueco improvisado o uno que ha soltado otro paciente, no porque ella no tenga tiempo, tiene todo el del mundo y puede ir a las que se le propone, el problema es que las olvida. Si ella tuviera un calendario de, por ejemplo, voy a terapia cada quince días los lunes, todo correcto, pero si las citas son distintas cada vez, Houston, tenemos un problema.
La cuestión es, que, a pesar de quienes me rodean, que dicen que soy o somos como padres muy esto o lo otro, lo único que hemos buscado todos estos años en los que ella se ha convertido en una chica maravillosa, ha sido que fuera feliz. Pero no feliz a base de llenarle las manos de cosas, o de cerrarle la boca a base de otras, queríamos que fuera feliz porque se sintiera cómoda en su propia piel. Que lo que ella es, esto es, una persona increíble, autista, para más señas, no le impidiera disfrutar de todo lo que la vida ofrece, no como en una fiesta llena de excesos, sino de pequeñas cosas, como cenar tacos con tu hermano, tacos hechos por sus manos. En eso consiste todo. En disfrutar de todas las pequeñas cosas, de todos los pequeños momentos. Cuando estamos sentados en la mesa de la cocina, a punto de comer, nos miramos los cuatro a los ojos y brindamos. Ayer fue por la familia. A veces brindamos por el amor que nos tenemos. Porque de eso va todo al final. Lo que hayas sabido disfrutar. Que el saldo salga positivo.
Esa ha sido nuestra realidad. «¿Qué te puedo dar, que no me sufras?» dice la canción de Víctor Manuel, ese fue nuestro mantra durante estos diecinueve años, y digo nuestro porque en eso mi marido y yo hemos hecho piña. No nos hemos puesto de acuerdo en muchas otras cosas, pero en las fundamentales, si. Cuando nos dieron el diagnóstico, un agujero negro, enorme, se abrió a nuestros pies, y, mientras giraba éste sobre sí mismo, oímos que una voz nos decía, «si queréis que esto mejore, tenéis que saltar al agujero». Y sin pensar en nada más, sin importarnos qué sucedería y cómo de terrorífico podría llegar a ser todo, nos cogimos de la mano y, de un impulso, saltamos al vacío. Y no hemos parado de girar hasta que, por fin, la encontramos y la trajimos de vuelta. Con nosotros. A nuestra vida.
2 respuestas a “LA BUENA VIDA”
Sois dos personas muy valientes y generosas🙏
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Gracias Manuel! Como tú!! ❤️❤️❤️
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