Zona de confort

¿Qué plato te hace sentir en tu zona de confort?

Mi zona de confort hoy se encuentra patas arriba. Me voy de vacaciones y mi hijo ha pasado mala noche, que es un eufemismo cuando te ha despertado rozando las tres de la madrugada diciendo, primero, que tiene sed, para luego decir la verdad. No tengo sueño. Imaginen lo que es estar con un chaval que se mueve como una anguila, nervioso perdido, desde esas horas luchando por volver a cerrar los ojos un minuto. El momento álgido acaba de suceder. Ha ido al baño a echar la papilla. A tomar por el desagüe el desayuno. De ayer a hoy ha tenido que ducharse unas tres veces porque anda suelto de tripa. En fin. Cosas de las emociones y de tener unas ganas locas de pirarte a hacer cosas que te encantan.

Le gusta comenzar la mañana en la casa a la que vamos, desayunando en la terraza, viendo el paisaje, como un jubilado. A las horas que él se despierta, los únicos que están igual que él son los que van a trabajar o los repartidores que surten a los locales del centro comercial lo que luego venden a los turistas. También le gusta comer en casa, no le gusta salir fuera, y, si lo hacemos, que sea a donde antes íbamos con la abuela. Vamos por la tarde, tarde, a la playa. Somos los tres muy blancos para tener problemas con el sol. Yo ya soy un claro ejemplo de lo malo que es. Mi cuerpo está cubierto de manchas solares. Total, que, volvemos a casa, y ya hemos marcado un día como finiquitado. Esa es más o menos la rutina que hacemos en estos días de esparcimiento. Todavía me piden el helado que se pillaban con la abuela cuando llegaban a la playa. Y yo, en cada solicitud de cosas que hacían con ella, suspiro y pienso en lo injusto que es que ya no esté con nosotros. Se me pasará esa tristeza alguna vez?

Ayer miré el estado de WhatsApp de alguien a quien aprecio mucho. Fue profesora de mis hijos en la guardería. Debo ser de las únicas madres que tiene entre sus contactos a tres profesoras de guardería. Muchos niños lo pasan fatal en esa etapa en la que casi no levantas un palmo del suelo pero tienes que ir al colegio porque tus padres están trabajando. Pero en esta guardería la profesionalidad era una máxima y dejó un montón de gratos recuerdos en la familia. Total, que todo este rollo venía para explicar que, en el estado, felicitaba a su sobrina que se había sacado la carrera de neuropediatría. La felicité a su vez y, cuando me contestó me dijo que había elegido, tras conocer las cosas que ella le contaba por su profesión: «ayudar a niños tan valientes como mis hijos». Entonces me emocioné tanto que todo se me emborronó por las lágrimas. Elegí poner a su vez una frase de Benedetti que dice: «Qué bien nos vendría un abrazo que nos acomode un poco. Que nos haga ver que no estamos tan solos. Ni tan locos. Ni tan rotos». Pues eso!


2 respuestas a “Zona de confort”

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