Hoy me he levantado temprano, he preparado el desayuno en silencio, con el niño a mi vera. He colocado la terraza para que él fuera a desayunar allí y luego, como esto es una casa terrera, he puesto una lavadora. Aquí el ruido no molesta a nadie.
Luego me he sentado a leer un rato. Me gusta disfrutar de la creatividad de otros, disfrute que se ve interrumpido a veces por los abrazos de mi hijo que, como en la tele no hay Internet, no tiene nada que hacer más que aburrirse. En esas estábamos cuando uno de los pajaritos del árbol se ha acercado y se ha puesto a trinar cerca de nuestras caras. He estado a punto de sacarle una foto y luego he pensado que porqué no mejor disfruto de esos momentos y ya.
Aquí todo respira tranquilidad. Me siento como una reina en el interior del palacio de la calma. Por no haber, no hay ni viento que mueva la rama del árbol.
No tengo preparado ningún plan para hoy. Tal vez incluso no vaya a la playa puesto que mi marido se fue ayer porque trabaja este fin de semana. Así que, si queremos mar, debemos caminar unos veinte minutos, andar hasta la orilla quemándonos los pies, pelearnos por un hueco entre sombrillas y pelotitas, estar un rato en una playa a la que a mi hijo no le hace ninguna gracia, y ver cómo el sol, de manera abrupta se esconde tras la montaña dejando la playa a oscuras. Luego volver a casa por el mismo camino, esquivando a los que desean que te sientes a tomar algo en su local. Muchos me hablan en inglés, por esto de que mis hijos tienen pinta de ser extranjeros (no es broma!) y mientras contesto amablemente y doy las gracias voy en una yincana consistente en esquivar a los turistas que sí buscan un lugar donde sentar sus posaderas.
Lo que sí está claro es dónde comeremos hoy a mediodía. Eso sí. Eso es ley. Eso está previsto desde el miércoles que vinimos aquí. Aprovecharé para comprar algo para la cena y volvemos a casa cargados como burritos.
Mi hijo me mira entre consternado y aburrido. Lo dicho, no tiene nada que pueda entretenerlo y se aburre. No protesta, pero tiene una mirada triste. Así que voy a ponerme a recoger mientras él me contempla en la faena, buscando entre los dos cosas que sí pueda hacer.
Vivir con alguien de Avatar puede ser difícil. Sobre todo porque no puedes planear de manera fluida, sino poner lo que se te ocurra en un compartimento cerrado, plantear si gusta a los habitantes de Avatar, votar, y hacerlo o no, respetando la decisión mayoritaria.
Me gustaría que las cosas fluyeran. Pero para eso tendría que haber renunciado a la maternidad. Y mira, mejor no! Así que voy a levantar mis doloridos riñones y voy a empezar a barrer las terrazas. Para honrar a los que estuvieron aquí antes que yo. Para honrar los recuerdos que se llevaron consigo.
Una respuesta a “Sábado”
Qué bonito es leer cómo encuentras la serenidad en los pequeños momentos, en ese amor que fluye entre las tareas cotidianas y la calma de tu entorno. Me parece tan precioso cómo compartes tu día a día, lo cotidiano y lo especial a la vez, y cómo en medio de todo, esos momentos de conexión con tu hijo y con la tranquilidad de tu hogar se vuelven el verdadero regalo. Esos abrazos, los pajaritos cantando, el sabor de lo simple… todo eso hace que cada día tenga su propio significado. ¡Qué suerte tienes de encontrar belleza en lo que otros a veces dejan pasar!
Un abrazo🌷
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