Ayer llegó mi marido, por la tarde y de sorpresa. Menos mal que nosotros aún no habíamos bajado a la playa y, cuando abrí la puerta me preocupé. Él no hace estas cosas. Siempre me avisa, aunque sea por paloma mensajera. He de recordar que no tiene móvil.

Desde que entró le preguntamos por Avatar y, con una sonrisa de medio lado contestó que Avatar iluminaba desde el mediodía. Nos pusimos a aplaudir. Luego nos abrazamos como cuando en el fútbol se mete el gol de la victoria. Luego más aplausos y saltos. Para mí han quedado oficialmente inauguradas mis vacaciones porque me he quitado un peso de encima tan enorme como el de una roca de estas que andan por aquí, por las laderas de las montañas de mi isla.

Hace unos días, antes de venirme, le dije a mi marido que estaba harta de líos propios y ajenos y que no era capaz de relajarme y ser feliz viviendo algo como esa situación en la que nos había metido. Viviendo en el pleistoceno. Que si quería que fuera feliz podría ser un poco más responsable y así, a mi, dejaría de irme la cabeza como una lavadora. Para mi sorpresa me replica que si yo no soy feliz él debe dejar de serlo. Que para eso se había casado conmigo, para hacerme feliz todos y cada unos de los  días de mi vida. No supe qué contestar. Tampoco esa la vi venir. Tras un rato, le dije que podría, para empezar, ser más responsable y dejar de posponer cosas importantes que repercuten de una manera tan mala en la familia. Pero que no me alegraba de que la situación le hubiese explotado en la cara. Que nadie merecía lo que nos habían hecho desde la compañía, y, que a partir de ahí, seguía yo con el problema. Llamé al electricista que tengo de confianza quien me dijo que él conocía a un ingeniero que realizaba el certificado que necesitábamos y, a golpe de pagar, de hablar con la compañía, de tener más paciencia que Job, conseguimos acabar esto bien.

Todos me preguntan que cómo pude ser tan paciente y mantener tanta calma. Tengo un súperpoder. Soy madre de dos chicos autistas y, como a todo el mundo se le olvida, paciencia fue enseñar a mi hija a señalar, por ejemplo, o romper con calma las rigideces de mi hijo. Hablar con un ser humano que tiene tu mismo plano neuronal, a no ser que sea un espécimen de estos que se nota que la evolución con ellos fue injusta, no es un reto. Reto es estar vomitando con la migraña y gritar instrucciones detalladas y precisas a tus hijos para que atiendan al chico que nos vende el agua, o entrar apurada a casa porque te haces pis y tener que ponerte a pensar qué mensaje necesitas que entienda cualquiera de los dos, a la vez que intentas no orinarte encima. Reto es darte cuenta de que, estando inmersa en una frase sarcástica, comienzan a mirarte como si fueras en serio, explicar habilidades sociales mientras los de alrededor piensan qué coño haces y porqué andas haciendo de cicerone en lugares comunes.

El otro día mi hijo «ligó» en la playa. Él es guapo, rubio, está tostado por el sol y tiene una sonrisa deslumbrante. La niña primero tiró sus gafas de nadar junto a él para ver si se las devolvía. Niet. Luego, por mujer valiente que era, intentó ser rescatada por su héroe. Error 404 not found. Por último lo saludó y le preguntó por su nombre. Él la miró por primera vez, la saludó en plan «hola terrícola» le dijo su nombre, y saltó hacia el lado contrario al que estaba ella. Yo observaba como un aguilucho desde la toalla. Cuando hizo una pausa le expliqué que, a los terrícolas, cuando se presentan, suelen desear que les preguntes por su nombre. Me contestó que para qué servía eso. La papa frita que me estaba comiendo quedó a la mitad del viaje hacia mi esófago. «Porque los terrícolas son así y hay que ser agradables con ellos, sobre todo cuando les caes bien porque sí» Mi hija tomaba notas en la toalla. Me apuntó, como quien no quiere la cosa que, estas coñas le daban mucha pereza. «Pues es lo que hay!» contesté. La vida no consiste sólo en Avatar. Hay vida alrededor suyo, y, con ellos, debes aprender a convivir. Luego miré a mi alrededor y pensé que, con la sociedad que estamos creando, tal vez lo diferente sea mirado con menos extrañeza. Luego decidí tenderme al sol por primera vez en 20 años. Mirar las nubes. En silencio. Con calma.

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4 respuestas a “Luz”

  1. Ana, me encanta leerte, incluso cuando cuentas lo durísimo que es todo. Es como si la vida te pusiera a prueba con exámenes de física cuántica emocional mientras los demás estamos aún en educación vial.
    Lo del marido apareciendo por sorpresa sin móvil me hizo pensar que estaba a punto de empezar una peli de ciencia ficción o una escena de reconciliación en una serie de sobremesa. ¡Yo también hubiese aplaudido!
    Cuando hablas de lo que cuesta llegar a un mínimo de calma en medio del caos, me dan ganas de enviarte una capa de superheroína bordada con «paciencia infinita» y «sentido del humor nivel Jedi». No sé cómo lo haces, pero lo haces. Y encima lo cuentas con esa mezcla de sarcasmo, amor inmenso y observación que me deja con el corazón encogido… y la sonrisa algo torcida.
    Y qué decir de ese ligue playero. ¡Qué escena tan maravillosamente infantil y tierna! Entre tu hijo saludando a lo E.T. y tú mediando como cicerone de lo humano, me he reído y emocionado a partes iguales. Si los terrícolas tuvieran un poco más de tu arte y de la honestidad de tus criaturas, otro gallo nos cantaría.
    Gracias por compartir esto, por hacer visible lo que casi nadie ve, y por recordarnos que, incluso cuando todo parece el pleistoceno, hay gestos, abrazos y migas de ternura que hacen que valga la pena quedarse.
    Y ahora, por favor, túmbate otra vez al sol. Hazlo también por nosotras.
    Pasa un gran día.
    Un besito. 🥰💝🌷

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