He tenido una noche de sábado movidita. Mientras esperaba pillar el sueño viendo algún podcast en la tablet, y a pesar de que pongo el volumen medio-alto por esto de que pierdo oído, comencé a oír a mi hijo resoplando detrás de mi. Se movía nervioso y me dio muy mala espina. Me giré y le pregunté qué le pasaba pero, cuando enferma, su mutismo le cierra la boca con una cremallera fuerte y no hay manera de que diga nada. Lo veo que se toca la cabeza. Corro a la cocina por ibuprofeno. Cuando estoy en la habitación, le pregunto si quiere vomitar. Me dice que no con la cabeza. Salgo corriendo de nuevo a por frío, para ponérselo en el coco. Me acuesto a su lado mientras presiono la máscara de frío en su frente. Me levanto y enciendo la luz del baño. Por si resulta que sí vomita. Vuelvo junto a él. Me levanto de nuevo y cierro la puerta porque, su hermana, cuando no está el padre, deja la puerta de su habitación abierta y le puede molestar la luz encendida. Me vuelvo a acostar a su lado. Lo miro como un vigilante a una joya valiosa de un museo. Insistente. Con los ojos como los de un búho. Le pregunto que si se le pasa y me dice que si, pero se sigue retorciendo de dolor y no me convence. Pasados cinco minutos, lo noto quieto. Se habrá dormido? Abre los ojos y me mira. Vuelvo a preguntarle si está mejor y me contesta un «que si!!» en un tono de «qué pesada!!». Me quito el cojín que me mantiene el cuerpo alzado y caigo sobre la almohada. Cuando esto ocurre, el forro que la envuelve comienza a cantarme canciones para dormir. Como un hilo musical. Noto que mi cuerpo se relaja. Abro los ojos a mirar al niño. Ahora está quieto, con la boca un poco abierta, a la espera de un primer ronquido. Me levanto y apago la luz del baño y abro la puerta. No quiero pasar calor. Me vuelvo a poner a su lado. Y entonces sí, entonces caigo por el tobogán de los sueños. Suavemente. Al final del mismo, me espera mi hijo aleteando los brazos y saltando. Con su sonrisa perpetua en los labios. Me dice que me perdona mi salida de tono de hoy cuando, al ir a estudiar biología, descubro que se ha dejado el libro en el cole. Oportunidad perdida para hacer un buen papel en el examen del lunes. Nos abrazamos. «Vamos a jugar?» Le pregunto. Ahora tengo su misma edad y llevo el pelo suelto pero con una pequeña coleta que me sujeta el flequillo. Me mira sorprendido. Tienes el mismo color de pelo que yo!! Me dice. No sabía de la magia de los tintes. Nos echamos a reír mientras salimos corriendo a Avatar, donde los sueños están llenos de buenas personas y lugares maravillosos. Qué bonito es tu planeta cariño!! Le digo. Y el me mira sonriente. «Volamos?» Me pregunta. «Si, volemos…» Pero él enseguida vuelve a despertar. Es lo que tienen las rutinas, y se ha despertado a la misma hora de siempre a pesar de cerrar los ojos a la una de la madrugada. A mi me puede el sueño y deseo volver a él. Dormir está sobrevalorado, me digo. Giro mi cuerpo y salgo de la cama. No hay dolor, no hay sueño, me repito. Lo abrazo y le doy los buenos días. Y nos vamos juntos a la cocina. A comenzar su preciosa rutina.

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4 respuestas a “Anoche”

  1. Tus entradas siempre me conmueven. Siempre. Y nunca sé qué comentar. La vida real me desarma y por lo general me siento una intrusa oteando a través de esa mirilla que nos compartes. Lo mío es la ficción, la fantasía, los sueños… Quizás por eso hoy sí me atrevo a comentar, porque sí comprendo ese lenguaje de los sueños y sé lo que es volar en ellos…

    Un abrazo enorme.

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  2. Ana, ¡menudo finde movido!
    Se nota todo el cuidado y la atención que le das a tu hijo, incluso en los momentos más complicados.
    Esos instantes, aunque agotadores, muestran lo fuerte y amorosa que eres.
    Ojalá esta semana esté siendo más tranquila para ti y puedas tener momentos de descanso y relax.
    Un besito, preciosa. 🥰🌷

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