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Lucharía
Puedo caminar y caer sobre un manto de arenas movedizas y podrán detener mi marcha y hacerme desvariar, pero mientras me aferro a la rama seca que tenga cerca y esta me mantenga con vida lucharé hasta el final de la contienda entre la arena y mi cuerpo, entre mi cuerpo y mi alma, pues sé que si lo hago saldré de ello reforzada, brillante, vencedora, pero si la rama se rompe, si me dejo llevar por esta pena que me consume y me duele, no podré seguir siendo tabla de salvación de otros, no podré seguir siendo referente, y por ahí vida mía, por ahí no voy a pasar. Jamás!
Lucharía -
El clima
¿Cuál es tu clima favorito?
Vivía en un desierto. La sequía había afectado a toda la provincia donde tenía su domicilio y todo lo que hacía debía hacerlo dentro de aquellas cuatro paredes. Si salía fuera, moriría. No conocía a otros seres humanos y sólo contactaba con el exterior a través de videollamadas y chateos online. Sabía que, si seguía así, si las cosas seguían de aquella manera, moriría en soledad y sin que nadie pudiera siquiera rescatar su cadáver. Aquel cubículo pasaría de ser su vivienda a su tumba.
En la parte de atrás de su habitáculo, a base de mucho esfuerzo y de imaginación, había conseguido ir, muy poco a poco, creando un jardín. Con el paso de los días, de todos aquellos años viviendo sin compañía, había expandido su jardín bastante más allá de los límites de su propiedad, cosa que le daba lo mismo porque su residencia estaba en una especie de tierra de nadie, sin otro ser humano cerca.
Las plantas proporcionaban oxígeno extra a su hogar así como alimentos que eran considerados rarezas a esas alturas de la historia de la humanidad. Con el efecto invernadero, se producía agua, así que la construcción de aquel jardín era, no solo para rellenar sus ratos libres de algo que hacer, sino que además, le permitía tener mayores posibilidades de sobrevivir un día más.
Una mañana, al dirigirse al fondo del jardín, pudo distinguir, tras el plástico de su invernadero, otras plantas que ella no conocía. Al acercarse, cayó en la cuenta que otro ser humano, hombre para ser exactos, había tenido la misma idea que ella y ahora su jardín lindaba al norte con el del desconocido. Abrieron entre los dos un lugar por donde encontrarse, y, tras años de no tener contacto con otro ser humano, se abrazaron y lloraron juntos el alivio de no saberse solos nunca más. Y, estando en ese abrazo, oyeron un ruido extraño. Algo tropezaba con el invernadero al caer desde vete tú a saber de dónde. Asomaron sus rostros tímidamente y descubrieron que lo que oían era lluvia. Entonces decidieron salir al exterior, y vieron que otros seres humanos habían tenido la misma idea. Volver oasis su parcela de desierto y, poco a poco, lo que antes únicamente era un paisaje yermo, se había convertido en un vergel. Con un poco de recelo ante una situación tan extraña, se fueron acercando unos a otros y, al encontrarse, unieron sus manos creando un círculo perfecto, miraron al cielo, y, en silencio permitieron que la lluvia mojara sus rostros llenando sus mentes de esperanza. Ya había acabado su soledad. Ya no morirían solos.
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Mi tía
Cuando yo era muy pequeña, tanto que mis ojos sobrepasaban un poco la mesa que había en el salón de la casa de mi abuela, me dedicaba a vivir un día tras otro, en un silencio casi absoluto. Vivía con un montón de gente, en un piso amplio, no como lo que tengo actualmente en propiedad que es una caseta de perro, no, en aquel sitio podían dormir, y de hecho dormían, siete personas. Luego ya si eso hablamos de intimidad, de sitio en el armario y bla bla, pero la realidad es que la vivienda en sí era el camarote de los Hermanos Marx.
Y allí estaba yo, procurando no destacar, no llamar la atención en ningún sentido porque, si te movías, salías perjudicada.
Solía escuchar música, leer en algún rincón donde no fuera visible, y hacer deberes. No salía a la calle a jugar porque con 9 años me vino el periodo y, de repente, el espejo me devolvía la imagen de una chica de unos dieciséis años, con un cerebro infantil. Y yo era muy tímida y no soportaba algunas preguntas que ahora contestaría con un exabrupto por la impertinencia del de enfrente.
Pero antes de esa transformación, un día que me aburría como una mona, me acerqué a ver qué hacía una de mis tías en la mesa. Ella estaba súper concentrada porque estaba haciendo deberes de dibujo. Ella iba al instituto por aquel entonces. Cuando me asomé, su creación consistía en la cabeza de un caballo y yo quedé maravillada porque al animal solo le faltaba relinchar. Me puse a preguntarle sobre cómo podía dibujar tan bien, y ella, al principio, me contestaba cortante. Luego debí decir algo ingenioso que le gustó y comenzó a reír. Para que entendiera que yo no era una niña (ella tiene seis años más que yo y quería reducir las distancias) le hablé de un libro que había leído. Me dijo que cómo podía ser capaz de memorizar tantos datos, me eché a reír y saqué el libro de la estantería. Ahí comenzó lo que luego se convertiría en un cariño inmenso, sazonado siempre con el hecho de que ella hacía a veces cosas no muy lógicas, en una familia donde esa palabra, la verdad, no tenía cabida.
Muchos años después, con dos hijos y un marido que se portó con ella como un cerdo absoluto, que además, la dejó por otra y me dijo A MI que porqué no me quedaba con su hijo pequeño que él tenía mucho estrés para criarlo solo, sufrió mi tía una crisis mental que derivó en un diagnóstico demoledor y muchos meses de ingreso en un psiquiátrico extranjero, donde nadie hablaba su idioma, pasando un invierno muy duro, sin ropa, porque su ex puso sus pertenencias en el garaje y ella tenía solo ropa de verano porque venía de vuelta de unas vacaciones a su tierra, y con unos hijos tan pequeños que no podían ir solos a visitarla.
Luego ha ido capeando la enfermedad, cumpliendo con el tratamiento y ha salido adelante. Hasta este mes. No sé si es que considera que lo que ella vive ahora mismo es la realidad, que decidió dejar la medicación con lo que, a día de hoy, sé que está viva y bien pero nada más. Ha empezado a medicarse porque su hijo mayor fue a verla y vio que su madre había decidido escapar de lo que ella considera solo mentiras, esas que no deben gustarle mucho, y su mente había saltado al país de las pesadillas.
Y aquí estoy, como cuando era niña, intentando ver qué hace, poniéndome de puntillas a ver si logro verla.
Espero que regrese, que vuelva de donde está. No quiero que se vaya y no poder despedirme. Pero como dice la canción de Luz Casal: «yo te esperaré, en la orilla, aunque tú no volverás jamás «. Menos mal que justo antes de todo esto, le dije lo profundamente que la quería, si no, mi tristeza sería tan grande que no podría soportarla.
Voy a ponerme de puntillas de nuevo. A ver si la veo!
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El tatuaje
¿Qué te gustaría tatuarte? ¿Dónde?
Si me tatuara algo sería en mi mente. En ella pondría que recuerde que todo lo que siento es válido y que mis pensamientos son producto de la vida que he tenido. Que con ellos me convertí en la mujer que soy. Que gracias a ellos he sobrevivido. Tal vez suene a tontería eso que he dicho, pero en mi entorno, hay personas a las que amo que decidieron un día desconectar su mente, apagarla desde dentro como a un enorme motor al que se accede con un interruptor minúsculo e inventarse una vida paralela a la que prefieren volver cuando dejan de tomar la medicación. En su propio Avatar. Pero este, lleno de monstruos, como las pinturas negras de Goya, torturando sus mentes una y otra vez. Porque, para sus desgracias, estos seres que atacan su interior y que les hace hacer cosas aparentemente ridículas, son mejores que los de carne y hueso. Esos que tienen nombre y apellidos y que habitan entre nosotros, siendo respetados por todos, porque los demás no ven lo que nosotros vimos. Su verdaderas caras.
Si tuviera que tatuarme algo sería algo así como utiliza todo tu ingenio, toda tu fuerza, y sigue caminando. Viviendo. Resiliencia. Qué palabra más bonita, llena de música, de textos, de horas de estudios arrancadas al sueño, de ajustes económicos, de sacrificios.
Si. Si tuviera que tatuarme una sola palabra sería esa. Resiliencia. Es algo que no sólo debemos ponerlo escrito en la piel, sino en el corazón, en la mente, en el alma. Y atrincherarla ahí, para el próximo disgusto. Como el que tengo yo cuando veo caer a alguien que estuvo conmigo en la batalla. Ahora mismo soy como la madre de Jesús en La Piedad. Lloro por las almas perdidas, por nuestra maldita suerte, por ti mi niña linda. Sujeta mi mano. Sujeta mi fuerza. Agárrate a la vida.
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Sexy boy
¿Quién es la persona más segura de sí misma que conoces?
Si la pregunta esta la hubieran hecho en pasado, la respuesta habría sido sin duda mi madre, pero, como es en presente, y como me gusta responder a esto lo más sinceramente posible, me rompí el coco un rato hasta dar con la respuesta. Y me acordé de sexy boy.
Sexy boy es un tío con el que trabajé algo menos de un mes. Cuando dije quién era mi compañero, la gente me miraba, empezaba a agachar la cabeza y me preguntaban en voz baja si el tío era fotógrafo o si era el acosador. Ambas personas son la misma, aunque he de decir que, por lo menos conmigo, tal vez porque no era su tipo, se comportó de manera correcta. El único pero era que quería llevarse todo el protagonismo porque en el sitio donde trabajábamos te pueden nombrar cargo de confianza y, si no has aprobado las oposiciones, como le ocurría a él, puede ser una opción más que interesante. Así que él se dedicaba a hacer las cosas y adulaba a los jefes con vinos traídos de sus viñedos, mientas yo solo podía mirar de lejos, y aprender a base de preguntar a otros compañeros. Soy lista porque ser una superviviente te hace espabilar pero daba mucha rabia trabajar a ciegas. Estoy segura, si hubiera seguido, que me habría ido muy bien. Pero no podía soportar el ambiente servil y de peloteo que existía y sigue existiendo. De hecho, me enteré que esta semana, han nombrado a la que considero una tía muy trabajadora y una gran pelota. Le he dado las felicidades. Ella tiene el combo del que yo carezco.
Al grano. Sexy boy. Empezaré diciendo que es un tío de mi edad, 54, canoso, delgado, no muy alto, que tartamudea un poco al hablar. Es un muy buen fotógrafo, va a una dietista, si amigos, me compartió que iba a una por si quería deshacerme de mis lorzas, y además, creo que, por algún lado asoma una discapacidad que es detectable y llevable solo si tienes mucha cintura para aguantarla. Es un plomo, nivel Dios del Olimpo con cualquier chica soltera que respire con normalidad, siendo esta susceptible de ser agasajada con una caja de bombones y lo que se tercie. No se tercian muchas más cosas, la verdad. Yo no recibí ninguna porque como digo, debes cumplir con los dos requisitos anteriores. Respirar, yo lo hago malamente por mi alergia y ser joven. No amigos! Él es joven con 54, yo con su edad, al asilo nena!
Le puse el sobrenombre de sexy boy porque, cuando camina, puedes oír la canción de los Right Said Fred, I’m too sexy mientras camina.
Siendo como es un tío feo, con el problema añadido de su falta de fluidez al hablar, es el hombre más seguro que conozco del planeta Tierra. Camina de manera desgarbada pero con un aplomo del que carezco. No quiere a cualquier mujer en su vida, quiere un prototipo que a lo que él considera que merece y, para ser honestos, él cree que lo merece todo. Yo creo que la vida me lo puso delante para que aprendiera algunas cosas de él, no las laborales, no, porque él no soltaba prenda, pero si de actitud en la vida. A veces me gustaría ser como él. Sentirme merecedora de todo lo bueno, pero en mi existe un cable toma-tierra chungo que hace que nunca crea ser suficiente. No escribo bien, no soy buena madre sino un desastre con patas que hace lo que puede, en el curro soy un bah, en fin, que tengo mucho que trabajar para llegar a sentirme en mi pellejo la mitad de bien que él con el suyo. Y yo el suyo no lo tocaría ni con un palo. Pero admiro su aplomo. Su seguridad. Los límites que pone.
En los últimos exámenes de oposición fue mi hija y coincidió con él. La casualidad de que los apellidos de ambos empiezan por la misma letra. Consiguió dejarla toda loca en un momentito porque él intentó ligar incluso, con la persona a la que le tocó vigilar el aula. Ahora mi hija, cuando me enfado me suelta: «rrrr, qué carácter!!» Que fue lo que él dijo cuando la otra le recordó que no estaba en un bar. Tal vez no tenga el don de decir las cosas donde se debe, pero lo que sí que hay que admirarle es la seguridad que lleva en su ser. Cuando vean a alguien moverse al ritmo de «I’m too sexy» probablemente estén ante la persona con el ego mejor colocado del mundo. Hagan paso!
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Las sensaciones
¿Qué estrategias usas para lidiar con las sensaciones negativas?
Ayer fue un día convulso. Suele serlo cuando es el aniversario por la muerte de tu madre. La llevas todo el día en el coco, con esa sensación de nubecilla gris sobre tu cabeza, con un aluvión de mensajes telefónicos que recibes porque el resto de la gente que la conoció también la echa mucho de menos, y con esa tristeza que se queda abrazada a ti todo el día. Como una cría de koala. A tu espalda.
Encima de estar toda la jornada aullándole a la luna, me dice la tía a la que sustituyo que ya está de alta, hoy sábado, y que va a pillarse las vacaciones de 2025. Podría haber cogido las del año pasado, y yo haber estado trabajando un mes más en sustitución pero, por lo que sea, ha preferido que su mesa se pegue más de un mes sin funcionaria que la haga funcionar. Sé que yo no soy santo de su devoción. Y ella y yo, hace años, tuvimos alguna movida en la que le expliqué que ser funcionario significa tener un poco de educación y respeto por el que tienes delante, ya sea compañero o usuario. Ahora le debe escocer un pelín que no se la eche de menos y que yo me ofreciera a hacerle el trámite de solicitar las vacaciones por ella. Cuando entregas mal y recibes bien es una putada cósmica. Vas en busca de pelea y te encuentras con que, incluso, te ayudan. Habrá deseado mucho escupirme con su bilis, pero se encontró con alguien que perdió hace muchos años el interés por discutir por chorradas.
A última hora de la tarde, recibo un mensaje de móvil. Acaba de fallecer la madre de mi compañera y amiga en el Registro. El mismo día que mi madre. Y pienso en que hay veces en las que uno debe entender que no son todo coincidencias, sino alineaciones de astros, el cosmos, Dios, o como quieran llamarlo. Por la mañana había puesto un aparato que sirve para limpiar la placa de descanso que me pongo por la noche a funcionar. Al cabo de un rato, comienza a apagarse y a encenderse. Como no se aclara, lo apago yo. Se vuelve a encender. Lo vuelvo a apagar. Sigo con mis cosas y vuelve a encenderse. Tres veces lo mismo. Decido desenchufar el cacharro. Y entonces me viene a la cabeza la madre de mi compi, que, al igual que mi madre, tiene el mismo nombre que su hija. Siento que partirá ese mismo día. Puedo incluso sentir a mi madre diciendo que la mujer va a estar bien. Que ella siempre fue una gran anfitriona y que estará al otro lado esperándola. No quiero imaginar la cara de la señora cuando vea a mi madre acercarse con toda su buena energía, con su paso enérgico, su sonrisa en los labios y ofreciendo un abrazo de bienvenida que hace que se te quiten todos los miedos.
Al apagar la luz para dormir, he apoyado mi cabeza en la almohada y he caído en la cuenta de otra cosa. He hecho lo mismo que mi madre hacía con la gente mal rollo. Sonreírles, ofrecerles sus mejores viandas, y si te vi no me acuerdo. Y me he sentido orgullosa, porque no hay nada más bonito que devolver bien por mal y dormir esa noche como un bebé. Y es lo que he hecho. Y me ha sentado maravillosamente.
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La telenovela
¿Qué películas o series de televisión has visto más de 5 veces?
Rosalinda era una muchacha a la que le encantaban las historias de amor, ya fueran en libros, canciones, series…Era una chica muy inteligente con una vida social reducida como consecuencia de tener a sus progenitores muy mayores. Sólo salía a comprar, a hacer recados, y, a veces, se sentaba a la puerta de su casa a leer mientras le daba un rayito de sol en la cara.
Le encantaba ver una telenovela que ponían a la hora de la comida, que iba ya por su cuarta reposición, y, que en algunas partes del mismo, era capaz de decir los diálogos sin necesidad de escucharlos. Miraba ensimismada cómo el protagonista iba enamorando poco a poco a la muchacha de la historia, sintiendo casi el mismo fuego abrasador de aquellos besos apasionados.
Su vecino, un chico que conocía de la infancia, le tomaba el pelo muchas veces. «Rosalinda» le decía, «no querrás salir ahora a tomar conmigo un refresco aquí fuera verdad?» Y ella siempre le respondía que parecía tonto porque ella no renunciaba a su novela por un refresco de medio pelo pudiendo beber de las fuentes del amor.
Un día tocaron a su puerta y al abrir se encontró con el protagonista del serial cara a cara. Se frotó los ojos pensando que soñaba pero no, él seguía allí. Cuando le preguntó con un tímido «si?» él le explicó que su súper coche lo había dejado tirado, al igual que su teléfono móvil y necesitaba ayuda para llamar a que vinieran a remolcar aquél coche que parecía un folio pegado al asfalto. Un folio caro y brillante, claro está.
Ella lo dejó pasar y, cuando terminó la llamada le dio las gracias por el favor. Ella le dijo que si podía devolverle el mismo dándole un autógrafo y una foto a lo que él accedió. «Espera» le dijo. «Voy a buscar a mi marido para que nos haga la foto juntos». «Tu marido?» Le contestó ella mientras la ilusión que da las ficciones hacía las maletas en su mente y de decía adiós, «si, estaba mareado y se ha quedado en el coche mientras yo pedía ayuda».
Tras las formalidades, las presentaciones, el ánimo de Rosalinda cogiendo las de Villadiego, las fotos…volvió a entrar a su casa con la moral por los suelos. Cerró la puerta y se arrastró a la cocina. A los dos minutos escucha el timbre de la puerta. «Se habrá olvidado algo?» Pensó. Al abrir, vio la cara de su vecino sonriente. Sin esperar a que ella hablara le dijo: «ya sé que es tu hora sagrada de televisión pero, como veo que el del coche caro te ha dejado con el capítulo empezado, querrías tomarte un refresco aquí fuera conmigo?». Para su sorpresa Rosalinda le dijo que si, y luego, cuando comenzó a caer la tarde le contó lo que había sucedido. Los dos se miraron y se rieron al unísono. «Las telenovelas son una ficción. Una maravillosa que te hace olvidar tus tristezas por un rato, pero ese amor, Rosalinda, es de cartón piedra. No es real!». «Y cuál lo es?» Le replicó ella. «Pues el que yo te tengo Rosalinda. Este que tengo encajado en el pecho desde siempre». Entonces se miraron. Y llegó la oscuridad de la noche. Y continuaron mirándose, memorizándose enteros. El uno al otro. Para siempre. Sin reposiciones.
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La superstición
¿Tienes alguna superstición?
En un pueblo recóndito, de esos en los que los habitantes se conocen todos, existía una montaña a la que ellos llamaban «la montaña negra». Era un macizo que, cuando lo mirabas desde el pueblo, parecía siempre tenebroso y oscuro. Sus habitantes tenían no sólo prohibido pisar allí sino siquiera acercarse. El pico era un foco de desgracias, tan oscuras y tenebrosas como se presagiaban al mirarla.
Un año, a consecuencia de una terrible sequía, empezó a escasear la comida y, como estaban en un lugar inaccesible a consecuencia de la oreografía, tampoco podían otra cosa que esperar la lluvia mirando al cielo cada mañana, pero ésta seguía sin llegar.
Uno de sus vecinos, Víctor, un joven alto y enjuto, con un cabello y unos ojos igual de oscuros que la montaña que presidía el pueblo, se levantó una mañana decidido a poner fin a aquella fatalidad. Estaba harto de comer de lo poco que quedaba en la tierra yerma y tenía el plan de atravesar aquel macizo y ver qué demonios le esperaba al otro lado. Prefería caer atravesado por un rayo que seguir pasando por aquella hambre tan salvaje. Salió tan temprano de casa, que ni los gallos cantaron el amanecer. Se fue derecho a su objetivo, a buen paso, sin detenerse. A media mañana ya estaba a los pies de aquella mole que, al mirarla de cerca, ni era oscura, ni tenebrosa, ni presagiaba otra cosa que no fuera paz.
Para su sorpresa descubrió un pasillo a los pies de la misma, un pasillo estrecho pero transitable, y, decidido, quiso ver qué había al final. Salieron, al entrar él con una lámpara, un montón de murciélagos tan asustados como nuestro protagonista, y entonces, respiró profundo y siguió caminando.
Cuando salió al otro lado, cuando abrió los ojos que tuvo que cerrar al darle el sol en la cara, y para su sorpresa, se topó con un vergel, un oasis, un lugar lleno de plantas, de agua, de animales con unas pintas extrañas, como un pequeño ecosistema mantenido en el tiempo. Como si allí el reloj se hubiera parado.
Al dar dos pasos, le salió una figura brillante de entre el follaje. «A dónde crees que vas humano? Quién te ha dado permiso para estar aquí? No te han dicho que no debes venir?» Se quedó mudo de asombro y, cuando consiguió encontrar sus pensamientos y su lengua contestó: «tengo hambre! En el pueblo ya no queda nada que comer y la sequía nos está matando lentamente. Si quieres, puedes quitarme la vida aquí y ahora, no quiero seguir viviendo esa vida miserable».
Entonces la figura luminosa suspiró. «Vale» le dijo. «Hagamos un trato. Los que vivimos a este lado, conseguiremos lluvia para los que viven al otro, pero eso sí, olvidarás qué has visto, porque si traes a alguien más, si perturbas nuestra paz con gente que quiera esquilmar nuestros tesoros, no volverás a ver la luz del sol nunca más».
Víctor dio un suspiro de tristeza por no poder disfrutar de lo que tenía ante sí, y dijo que estaba de acuerdo. Se hizo el camino de vuelta pensando que había sido estafado pero, al salir al otro lado de la montaña, comenzó a llover. Una lluvia suave, que iba calando despacito en la tierra. Y entonces comenzó a llorar. Y sus lágrimas se mezclaron con aquella lluvia. Y pensó en lo que había visto y en el secreto que debía mantener. Y, decidido, continuó camino. Pensando en que las supersticiones lo único que conseguían eran cegar para que el que las sufriera, se perdiera en la inmensidad de las mentiras, y no vieran la realidad. Y esta, más que le pese a quien las tiene, impiden disfrutar de lo que la vida ofrece sin miedos.
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Lo de comprar
¿Dónde irías durante un día de compras?
Abstrayéndome total de mi vida presente, y creyendo que tengo una cuenta corriente de esas en las que, ir de compras pudiera ser como el día de la protagonista de Pretty Woman, gastando cantidades indecentes de dinero, me iría a una de esas calles en las que solo ves tiendas de marca y coches caros a porrillo. Siendo rica y un poco superficial, me bajaría del coche conducido por un chófer, hombre ya! y empezaría a meterme en todas las tiendas. Haría como Georgina, la mujer de Ronaldo. No me probaría la ropa. Eso lo vi en una serie que hizo ella para Netflix y que me pasaron de estrangis porque no me puedo permitir esos extras y en casa no vemos series ni pelis. Yo no lo haría por prisas, sino porque soy una vulgar mujer con una enfermedad tan vulgar como la alergia y, claro, si me pongo a quitarme y ponerme ropa, acabaría, además de cansada y satisfecha, enferma y no, no quiero terminar con un antihistamínico en el cuerpo. Queda poco glamuroso tener la nariz como Rudolf, el reno de Papá Noel.
Luego, claro está, iría a una librería para llenar una balda de mi biblioteca del ala este de mi casoplón. No me sería difícil elegir títulos. Jolín que vicio tengo con la lectura! En lo que llevamos de mes, y estamos a día 9, ya me he leído dos libros y me quedan tres en la recámara. Le estoy haciendo pupita al carnet de biblioteca que no utilizaba desde el año 2002 porque, cuando nació mi hija, y a consecuencia de la fuerte depresión que sufrí, olvidé que era socia. Debí hacerlo mientras preparaba las oposiciones y me iba a estudiar allí. Ni idea. Como si le hubieran pasado un paño a mi mente y hubieran borrado muchos de mis recuerdos.
Terminaría el tour comprando comida. Aceites, embutidos, todos caros y muy ricos. Y volvería a hacer como Georgina. Esto me lo envían a Gavá, esto al Prat, pero no a mis casas, sino a las de mis hermanos. Claro! También pediría que me enviaran a mi! Que mis chichas no se crean de la nada! Aunque yo tendría que preguntar eso de, «envían a Canarias?» Si no, ya me lo pillo yo aquí, aunque hay algunas cosas que solo veo pasada Gibraltar, y, la verdad, no me gustaría quedarme con las ganas.
Terminaría el tour de las compras merendando con mis hijos. En algún lugar discreto y silencioso. En algún lugar donde entremos y no se nos queden mirando los demás porque tenemos una pinta «rara». Un sitio donde nos dejen en paz. Pero fuera de Avatar. Eso sí, que disfrute mi prole de los placeres de ver otros mundos. Esos a los que su madre visita con la imaginación.
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Mi nombre
¿Tienes un segundo nombre? ¿Tiene algún significado especial?
Tengo un nombre compuesto porque cuando nací se tenía muy en cuenta eso de no poner a tu hijo un nombre lo suficientemente bíblico para que el sacerdote accediera a ponérselo al bebé, así que mi madre, que poniendo nombres no era muy de romperse la cabeza, tras descartar el llamarme como a mi abuela paterna (ojo cuidado! se planteó el ponerme el mismo nombre que el de una señora a la que no podía soportar) me puso un nombre que llevaban ella y mi abuela materna. Ambas dos se llamaban como la madre de María, Ana, y he leído por ahí que significa algo así como misericordiosa. Total, que, claro está, como nos llamábamos las tres igual y, encima, compartíamos espacio vital, para no confundirnos, decidieron acordarse de llamarme por el segundo nombre. En el cole decidí utilizar el primero de los dos y luego en los trabajos. Era una risa cuando en casa sólo existía un teléfono, recibir una llamada y, en vez de ponerme con la compi de turno, hacerlo con mi abuela o con mi madre.
Siempre le recriminé a mi madre que me pusiera un nombre compuesto con mucho toque de culebrón, y, un año antes de ella irse le dije que, odiando como odiaba su propio nombre compuesto, ella se llamaba Ana María, cómo había sido capaz de ese crimen a la humanidad. Nos reímos muchísimo ese mes hablando de esas tonterías. Además, yo le decía que, como era tan horroroso, era la única persona inscrita con ese nombre en el Registro Civil en el que trabajaba. Mi madre me devolvía una mirada mitad sorna, mitad orgullo, y, tras un silencio breve, volvíamos a reírnos como si de un chiste se tratara.
A los dos años de fallecer mi madre, veo en las revistas del cuore que había nacido la hija-nieta de Ana Obregón y, vaya por Dios! decide ponerle mi mismo nombre. Yo creo que fue una broma cósmica de mi madre. De no haber oído nunca mi nombre en otro ser humano, a verlo puesto en el papel cuché. Me la puedo imaginar, donde esté, mirándome con aquellos ojos llenos de orgullo y humor. «Mira, para que veas que no eres la única» me diría. Luego la miraría en silencio, y comenzaríamos a reír por la broma.
Hoy, 8 de marzo, en el día de la mujer, reivindico a esas dos mujeres, mi madre y mi abuela, que, a pesar de tener todo en contra, a pesar de no tener unas parejas decentes con las que compartir sus vidas, consiguieron sacar a sus hijos y a sus propias vidas adelante. Me alegré muchísimo cuando mi abuela enviudó porque, primero, desaparecía de su vida alguien que vivía para joder la suya, y segundo, porque a partir de ahí pudo vivir con mayúsculas, y se dejó mimar, y consiguió ver mundo. Y, cuando se fue mi madre, supe que se había ido una mujer que, a pesar de los pesares, sacó, de todos sus tropiezos, lecciones y vivencias grandiosas. Así que si, estoy hecha de un material fuerte, genuino, lleno de humor, de lucha. Y por eso me he enamorado de mi nombre. Porque está lleno de historia. De la mía. De la nuestra.