• Lo que me hace llorar de felicidad

    ¿Qué te hace llorar de felicidad?

    Pocas han sido las veces que he podido llorar de felicidad. No porque sea una mujer dura de esas a las que no les afecta nada, pero yo, cuando a alguien cercano a mi, me ha contado algo que le ha pasado muy bonito, como mi madre, cuando me llamó para decirme que su décimo había sido premiado en la lotería. No lloré. Reí y salté de alegría. Me alegré por ella hasta que, para su desgracia, lo de poder cobrar el número se convirtió en un problema arduo y difícil. Pero esa es otra historia, tal vez la cuente el día que me pregunten qué me hace cabrearme como una mona. Entonces ahí habrá relato del décimo.

    La primera vez que recuerde llorar de felicidad fue cuando aprobé las oposiciones. Llevaba un montón de años intentándolo, aprobando una primera parte, fracasando en la segunda, aprobando sin conseguir llegar a la nota de corte…en fin.

    Mi madre llevaba un mes y tres días fallecida. El exámen fue un 17 de abril y yo no pensaba acudir. Me animó mi marido y me dijo que yo nunca me había rendido con nada y, como ese argumento me pareció una soberana memez, porque uno siempre tiene derecho a elegir si quiere ir a un sitio a pasarlo mal o no, pues como digo, como ese argumento le hizo aguas, probó con decirme que yo siempre iba con dos amigas a las que llevábamos en el coche. Y que las iba a dejar tiradas. Entonces decidí ir. El peso de la amistad desequilibró la balanza.  El examen se retrasó por lo menos dos horas o más. Yo estaba anestesiada. Mi madre había muerto y en mi cuerpo no cabía otra sensación que la del luto.

    Total, que tras realizar el examen y con un montón de tiempo de espera de por medio, salen los resultados finales. Más de un año de espera. El Ministerio es el caracol de los ministerios en general. Me había quedado en el puesto 41 de 139. Podía elegir dónde ir.

    Cuando fuimos a la toma de posesión, mientras firmábamos los papeles, una amiga me hizo una foto. Salgo llorando como una magdalena. Estaba feliz como una perdiz. Lo había conseguido a pesar de todo. Con mis hijos, mi marido, mi casa, mi madre, el autismo…Una compañera me dijo que era leyenda. Y me reí. Pero me reí porque solo yo sabía lo que me había costado.

    Otro momento en el que lloré mucho fue al año siguiente. Era la orla de mi hija. Por fín acababa su etapa escolar y el instituto y veíamos allí, en el escenario, el preludio de la vida adulta. He de decir que cuando ella salió el público se volcó con ella. Muchos no sabían que ella era autista, pero los que sí, gritaron como locos. Al salir cada alumno ponían una música distinta, de piano, muy elegante todo. Cuando pisó ella el escenario, comenzó a sonar My Way. Era la canción que mi madre eligió para despedirse. Quería que se la pusieran en su entierro. Entonces me puse a llorar como una niña chica. Sentí su presencia allí, ella que amaba tantísimo a sus nietos, con lo que le hubiera encantado estar ese día sentada a mi lado, había muerto. Al principio pensé que la vida es muy injusta pero luego, durante el rato que duró la canción, supe que era una forma de decirme que estaba allí y que no se estaba perdiendo nada. Abracé aquél momento, sentí que no quería perderme ningún detalle porque no quería olvidar nada y entonces abrí los brazos para abrazar a mi hija que venía hacia mí con unas rosas en la mano.

  • ¿Por qué tengo un blog?

    ¿Por qué tienes un blog?

    Yo nunca tuve claro que quisiera un blog. Contar lo que me ocurre o lo que me ha ocurrido, públicamente, me daba muchísimo pudor. Hay gente que cuenta cosas inventadas. Yo también lo hago. Menos, pero me gustan esas historias donde, a veces, hago incluso que intervenga la magia.

    Nunca tuve un blog antes que este tampoco. Mi blog era escribir cartas a mano y enviarlas a mi madre y a mi hermana, que fueron las primeras, porque ambas vivían en la Península, y luego a mi tía que también se fue a vivir fuera. A cuatro horas de viaje de aquí. A todas les contaba lo que me había sucedido por las fechas en tono de bis cómica, que era lo que me salía para ocultar que estaba más triste que una acelga.  Lo muy curioso fue, que, cuando venían, me decían que, con mi buena memoria, y con lo bien que escribía, debía contar una historia. Mi tía me dio incluso qué historia debía relatar y fue algo que decidí aparcar y callar durante un montón de años.

    Como mi hermana veía que no me decidía, que yo solo contaba historias en la intimidad, para unos pocos, me pidió que, al menos, abriera un blog.

    Luego se puso enferma y el mundo se puso del revés. Como no hay una cosa que venga sola, luego resultó que mi madre estaba enferma y que pedía por favor que respetáramos que no quería plantar batalla ante una guerra que ella sabía perdida. Entonces todo se fue al garete.

    Y la idea del blog languideció y se deshizo como un azucarillo. Luego, en terapia, descubrí que no tenía con quien desahogarme en mi día a día. Y volvió a salir la idea de la escritura como forma de expresión.

    Al principio del todo, lo puse en privado. Me daba muchísimo pudor. Tenía yo un primo que escribía también en uno y escribió unos cuantos libros. Había sido premiado incluso por la comunidad blogera y le dio mucho reconocimiento. A mi, verlo a él, hacía que lo que yo hacía se quedara muy pequeñito. Él falleció antes que mi madre. De la misma enfermedad. Luego, lo hice público y como ví que no lo leía nadie respiré un poco aliviada. Me daba igual porque todo tenía que ver más conmigo que con el exterior, con el lector. Al final, un día bicheando lo que escribían otros descubrí un mundo lleno de creatividad ahí fuera. Gente que contaba historias muy chulas cada día. Y entonces me metí entre ese río de gente creativa. Y aquí sigo! Solo llevo un añito pero ha sido un año muy enriquecedor que me ha servido más de lo que se pueden imaginar. He llegado incluso a compartir alguna entrada a alguna compañera, que me han dicho que se me da muy bien y han sido parte de la red que me ha impulsado a tomar la decisión definitiva.

    Hace poco, un vigilante de los juzgados donde trabajo escribió un libro pequeño pero muy bonito con una historia igual de pequeñita. Luego, una compañera de la misma planta en la que trabajo, hizo otro. Lo vendía por diez euros y se lo pillé. Hay que apoyar la creatividad. No me gustó y lo tengo perdido en alguna parte de mi maremagnum de papeles que me rodea.

    Entonces me decidí por fin a escribir mi historia. Porque lo publique o no, lleva queriendo que yo la cuente un montón de tiempo. Y el tiempo se acaba! Y yo no quiero arrepentirme!

  • Mi sentir

    ¿Cómo te sientes ahora mismo?

    Ahora mismo, en este momento de mi vida, me siento bien, a gusto con lo que tengo y con lo que hago. Me ha costado 54 años poder decir algo así pero, a pesar de los vaivenes de mi vida, siento que comienzo a vislumbrar lo que es vivir tranquila.

    Ayer, estando con mi marido, me preguntó que qué cambiaría de mi vida. «Quitaría la palabra autismo de lac vida de mis hijos», contesté. Tal vez porque ayer llegó el que será el grado definitivo de discapacidad de mi hija. Un 40%. No va a cobrar una paga por ello, pero sí tendrá ayudas de tipo pagar menos, por ejemplo, en una carrera universitaria. La recogió ella en una carta certificada que venía a mi nombre. La última en lo que a ella se refiere. Sentí que cerramos una etapa y abrimos otra distinta. Enfrentamos la adultez de una chavala que tuvo un punto de partida en el que nadie imaginó que llegaría a donde ha conseguido llegar.

    Me recordaba ayer una compañera cómo yo, embarazada ya de su hermano, muy embarazada, vivía un perfil de estrés tan alto que soy incapaz de recordar que yo, mientras esperábamos la guagua del colegio de mi hija, hablaba con ella y con otra compañera mientras ambas le daban mucho amor a mi primogénita. Soy incapaz de recordarlo. Es lo que tiene el estrés, que te desarma tus recuerdos, te los tira por el aire y, en algunos casos, nunca más vuelven a ti. Es lo que me pasó a mi. Solo tengo algunos recuerdos de cuando comenzamos la batalla por sacarla del hoyo profundo en el que estaba. De cómo la enseñamos a señalar, a ir al baño, de pedir, de hablar…En fin.

    A pesar de lo que aún nos queda, que tenemos un crío de once años con muchas necesidades, ya el camino no me es incierto. Ya no vamos a ciega el padre y yo. Tenemos una pequeña linterna para ver por dónde vamos. Una linterna que nos la ha dado la experiencia, el trabajo de estos años.

    Hoy he vuelto a desvelarme, vuelven a ser las 3 de la mañana y, a mi marido se le ha caído el despertador al suelo con lo que me he despertado. Me aso de calor y me he levantado a seguir escribiendo mi historia. No sé si esto tenga que ver, pero me desvelo a la hora en la que mi madre falleció. Tal vez sea ella la musa que dirige el relato de una historia que tiene ansias de ser contada. O no. O son solo cosas de haber caído en las manos de la señora menopausia. Lo cierto es que, aquí estoy, esperando que cargue el ordenador. Ya está. Dejo el blog para seguir con el relato de la historia. Nuestra historia. Buenos días!

  • La búsqueda

    ¿Qué es lo último que has buscado por Internet? ¿Por qué lo estabas buscando?

    Lo último que he buscado por Internet ha sido para contar la historia que estoy escribiendo ya y que me pidió mi tía que hiciera. Solo llevo unas catorce páginas y no soy escritora profesional pero si  soy una persona concienzuda y no me gusta tener faltas de ortografía. Claro, mi acento es bastante fuerte y cerrado, de los que más de la Comunidad Autónoma en la que vivo, y, si escribiera tal y como hablo, la gente, al leerme se arrancaría los ojos.

    Llevo despierta desde las 3 y media de la mañana. Está a punto de sonar mi despertador que hoy no va a ser útil. Me he despertado y me he puesto a pensar en cómo y por dónde quiero llevar la historia y cómo deseo acabarla. No suele pasarme muchas veces, pero cuando me ocurre, siento la necesidad imperiosa de levantarme y ponerme a escribir. Hoy no lo he hecho. Creía de verdad que me volvería el sueño y caería frita. No ha sido así. He cogido el móvil y, como a mí las redes me la suda muchísimo, he mirado cuál era la pregunta de hoy. Y esta viene a ser la respuesta.  La historia me tiene tan absolutamente enganchada que no soy capaz de pensar en ninguna otra cosa.

    Me pasó lo mismo hace un año en un viaje a Granada. Me enviaron la convocatoria de un concurso de relatos y, cuando vi de qué iba la temática, supe qué historia quería contar. El tema era sobre la violencia de género y yo conté lo que novelé sobre lo que yo imagino cómo debió ser el último día de un ser querido a quien perdí de tres disparos. Un asesinato sin justificación, que se llevó la vida de una mujer muy querida por todos. Joven. Demasiado.

    La noche que planifiqué lo que quería relatar y cómo hacerlo, me llevó a no poder dormir.  No gané el concurso pero la historia, su historia, sigue ahí escrita. Para que nadie la olvide. Mi hija me dijo que cómo era posible que no hubiera ganado si mi historia parecía tan absolutamente real. A lo mejor fue exactamente por eso, porque, de tan cierta, parece increíble. Ya suena mi despertador. Buenos días mundo!

  • MI MOMENTO

    ¿Cuál es tu momento favorito del día?

    Podría decir que mi momento favorito es cuando me despierto por las mañanas y mi hijo me abraza acurrucado junto a mi dándome los buenos días.

    También podría ver como mejor momento, cuando comemos en familia, y charlamos y reimos de cualquier cosa mirándonos a los ojos.

    O podría elegir cuando voy a dormir, agotada de estar todo el día haciendo cosas, todas útiles, no sea que, cuando me vaya digan que he tenido una vida poco productiva.

    No. mi momento favorito del día es cuando me pongo a escribir. Yo creo que llevaba tanto tiempo buscando hacer algo que me gustase, me entretuviese, no fuera necesariamente productivo, y daba igual si era útil, que, ahora que consigo arañar ratos estoy encantada de estar en estos momentos aporreando el teclado que me compré durante la pandemia, creo que en pleno confinamiento, porque la comunicación se consideró un bien de primera necesidad, y gracias!, porque me comunicaba con la profesora de mi hijo a través de mi tablet. No tenía ordenador. El teclado y la tablet también me permitieron pedir ayuda cuando ví  a qué niveles estaba el TDAH potente de mi peque. Lo diagnostiqué yo aquí en casa, pero acudí a profesionales a través del correo electrónico.

    Total, que llevo tantos años sin escribir, acumulando hechos, anécdotas, historias inventadas, porque decidí silenciarme para poder escuchar las necesidades de mis hijos, que han estado a punto de salirme por las orejas. Como se dice en La Casa de Bernarda Alba, «silencio!, silencio he dicho!» eso le decía yo a mis historias cuando se ponían a jugar con mi cabeza, haciéndome cosquillas en los dedos de las manos. «Escribe! Venga mujer! No seas tímida!» y yo volvía y las callaba porque tenía que estar donde tenía que estar. Han sido años de sinsabores, de carreras, de llantos, pero ahora empezamos a recoger frutos. Muy lentamente, es cierto, pero estamos saboreando esta etapa llena de sorpresas maravillosas, como, ahora mismo, que el enano ha venido sonriente a contarme un chiste. Quién me lo iba a decir a mi! cuando gritaba su nombre y él corría delante como si su madre fuese en realidad una especie de asesina en serie. Lo que han cambiado las cosas! Lo que espero sigan cambiando! No para que vivamos la normalidad esa de la que habla quien no tiene hijos autistas, sino para vivir en la tranquilidad esa que sabes que has hecho y pagado todo lo que humanamente podías y, que aunque las cosas no mejoraran más, o fueran a peor, tienes la tranquilidad de haberlo peleado hasta el final, hasta oir la campana esa que dice que la guerra ha terminado. Que salgas del campo de batalla.

    Es curioso como la vida, a pesar de las apreturas, de los problemas, de las despedidas, de los abrazos de reencuentro, ha tenido a bien darme la oportunidad de hacer lo único que me encanta. Escribir. Y le doy las gracias por eso.

  • MI RECETA

    ¿Cuál es tu receta favorita?

    No tengo receta favorita. Cuando era joven, mi abuela y mi madre deseaban con pasión que alguien las sustituyese en la cocina, dos mujeres que cocinaban muy bien, pero que estaban hartas de estar entre fogones. Me hubiera gustado aprender y, durante un tiempo minúsculo acompañé a ambas en esto de la cocina, pero, al casarme, mi marido me dijo que él se ocuparía con gusto de eso  y de ir a comprar si yo hacía lo demás. Lo de llevar a los niños a la terapia fue algo que no nos repartimos. Yo iba solo cuando él no podía. Claro! Es cierto también que, durante un montón de años me presenté sin éxito a las oposiciones, trabajaba de lunes a viernes y, cuando llegaba el fin de semana, trabajaba en casa y con los niños. En fin, que si tu marido trabaja a turnos, lo lógico es que él participe más de lo que es la logística terapéutica. El único problema es que, las psicólogas siempre esperan a que yo vaya por ahí para cascarme todo lo que ven en los chicos. Mi marido los lleva y los trae. No pregunta. Nunca.

    También de jovencita vi la película como agua para chocolate. La peli, mejicana, era un no parar de sabores, de aromas, de sentimientos, y, al salir de la sala me dio por creerme la protagonista que, con aquel acento suave, te iba preparando platos desde la pantalla, mientras tú salivabas como un perro de Paulov. Me duró poquito porque, cuando en casa de mi abuela te daba por cocinar y te salía algo medianamente bien, te caían encima y te colgaban el mandil. Y, otra cosa no, pero para recetas estaba mi cuerpito con 22 años! Ni para más abusos. No no.

    Se me dan bien tres chorradas. La pasta, que le puedes añadir cualquier cosa y está buena, las cremas, por esto de tener niños pequeños que necesitaban comer verduras sin masticar ni atragantarse, y mi plato preferido, la ensaladilla. Cada vez que la nombro lloro. Mi madre me la preparaba con todo su amor cuando iba a su casa. Siempre. Y es algo que me recuerda a ella que la hacía deliciosa, más por el amor que me tenía que por su amor a crear platos.  Es curioso pero, ambas dos, mi abuela y ella,  a pesar de que odiaban cocinar, podían tirar verduras y carnes desde la puerta de la cocina a una olla con agua y conseguían platos deliciosos. Era algo extraordinario. Mi abuela hacía la salsa de tomate casera, y una vez, invitó a mi novio-marido a comer unos espaguetis aliñados con esa salsa creada por esas manos de diosa del olimpo de la cocina. Recuerdo aún la expresión de su cara mientras comía algo que en principio no le gustaba, nunca le ha gustado la pasta, y cómo saltaban sus calcetines de placer ante tanta delicia.

    La comida me trae siempre buenos recuerdos. En Navidad nos reuníamos todos y comíamos sopas, maricos, carnes…lo que se terciase mientras bebíamos refrescos y cosas sin  hasta que falleció mi abuelo y entonces entró el alcohol a granel. Nos permitíamos refrescos hechos en la isla y sidra. No pasabámos de ahí no sea que nos volviéramos como él. Normas de la abuela que respetamos hasta que enviudó y, entonces sí que sí ella comenzó a vivir más tranquila y los demás celebramos su tranquilidad. Con cava, para más señas.

  • Mi emoción

    Cuéntanos la última cosa con la que te hayas emocionado.

    La última cosa que me ha emocionado ha sido el leer una noticia en el que, un chaval de sólo once años, que se encontraba jugando al fútbol con sus amigos, fue apuñalado por un chico que lo conocía. Del mismo pueblo. Y yo no hago más que pensar en los padres, en su madre, que pasó los dolores de un parto para que, un día, la mala suerte y la parca, juntas de la mano, se lo lleven para siempre.

    Me alineo con ese dolor de buscar lo que le dijiste la última vez, lo abrazaste? Le dijiste que lo querías? Ese es un terrible dolor profundo resultado no de una enfermedad, no de la mala suerte, no estaba allí haciendo algo malo, sino de una cabeza enferma que ese día dijo hasta aquí y salió a matar al primero que encontrara.

    Hace muchos años, trabajando con menores, tuvimos un juicio de un chaval de 17 años que, en defensa propia, había apuñalado a uno que le ganaba en experiencia y edad. Vestía como un vendedor de drogas profesional. Llevaba todo el kit encima, como dicen los modernos, todo el outfit.

    Cuando la fiscal habló de internarlo para proteger su vida dijo que él no necesitaba protección, que sabía buscarse la vida perfectamente. Entonces sentí una pena muy profunda por él.  Quién le había soltado de la mano? Quién lo había dejado que siguiera ese camino? A quién le importaba tan poco?

    La pena que sentí venía de pensar que yo hubiera podido ser él, pero que mi cabeza, mi inteligencia, mi suerte, me había llevado a ver su vida desde el otro lado de los estrados y no al revés. Yo podría haber seguido sus pasos u otros peores pero decidí, porque me cuido mucho, que yo de todas tenía que salir mejor de lo que había entrado. Ha sido un duro camino pero nadie me ha ayudado. Y a él se veía que tampoco.

    Acabo este escrito diciendo que, no sólo el amor a nuestros hijos es importante, ni la protección que le demos. También entra en juego la suerte. La buena y la mala. Por eso, mientras podamos, peguemos nuestra nariz a su cabello y aspiremos su aroma. Démosle muchos besos y digamos muchas veces te quiero. Que si aún así no es suficiente, por lo menos tendrás gratos recuerdos para cuando las cosas se tuerzan. Vivamos cada momento de nuestras vidas como si fuera el último de todos.

  • Mi motivación

    ¿Qué te motiva?

    Hoy he visto un video de Ángel Martín en el que explica que, cuando era más joven, compraba una revista de informática. En las últimas dos páginas venía un código que uno debía meter en el ordenador si quería jugar el videojuego de marras. Claro! Podías pegarte una hora tecleando, darle a enter y que no pasara nada de nada porque te habías equivocado sabe Dios en qué parte. Lo dejabas, y volvías más tarde a reintentarlo. Es curioso. Eso hago yo. Me propongo alguna cosa compleja, sudo tinta china, me equivoco, me enfado y lo dejo. Y cuando se me ha pasado el enfado, vuelvo otra vez.

    Así hice, o hicimos, porque sin ayuda de mi marido la cosa no hubiera salido redonda, con mi hija. Ahora estamos con el niño. Nos ha costado una vida que aprenda a nadar. Cuando iba a la playa, corría hacia la orilla, giraba y gritaba «no quiero, no quiero, no quiero». He de decir que, por aquel entonces, era muy fan de Bob Esponja, y hay un capítulo en el que uno de los personajes grita «apágalo, apágalo!» Creo que su mente ardía como los zapatos del dibujo y por eso gritaba y giraba en círculos  de la misma manera. Luego dejó de gritar pero iba con el cubo a coger agua. Nada de mojarse. Con los manguitos en la orilla. Por si acaso. Luego, un día, le dije que había perdido los manguitos cuando llegamos a la playa. Se metió hasta las rodillas. Seguimos yendo sin los flotadores y, un día, lo vi que se había metido hasta el cuello. Para un crío al que había que meterlo a rastras y gritando para mojarle, a lo mejor los pies, era todo un logro.

    Ahora ya sabe nadar. A lo perrito. Pero es capaz de flotar sin miedo. Yo sigo mirándolo desde la orilla como la serie «los vigilantes de la playa» pero sin piernas largas, ni melena, ni salvavidas.

    El otro día su padre le dijo que si se tiraba desde unas escaleras que hay en la parte izquierda de la playa. Él le dijo que tal vez. Luego, a medio camino se dio la vuelta y corrió hacia donde yo estaba. «La escalera tiene mucha gente» me dijo. Miré y habían cuatro gatos. Le contesté que pidiera permiso para saltar que iba a ser un momentito. Entonces salió corriendo, bajó las escaleras y, cuando pensaba que se pararía quieto para pensárselo, dio un salto y plaf! Cayó al agua. Lo celebramos como se celebran todos los grandes logros. Con una comida en su sitio preferido.

    Ahora esperamos al próximo reto. El viaje de fin de curso. Poco a poco. Un paso siempre detrás del otro. Con paciencia! Como el código de dos páginas del videojuego.

  • MIS TEMAS

    ¿Sobre qué temas te gusta escribir?

    Hoy me he levantado en la casa del sur. Hemos empezado el día regulero. Mi hijo no encuentra el mando de la tele que forma parte de su rutina, lo primero que hace al levantarse, y alguien en forma de hermana o de padre le ha jodido la mañana. Le digo qué vamos a hacer, cómo vamos a solucionarlo. Le preparo el desayuno que siempre toma en la terraza y ha salido corriendo escaleras arriba a ver la tele de mi habitación. O mejor, donde dormimos él y yo. No siento la habitación mía pero sí un sitio entrañable, donde antes dormía con mi madre.

    Salvado el primer escollo, me siento a tomar el café. Miro la pregunta de hoy. De qué temas me gusta escribir. Cierro el móvil. Me gusta disfrutar del silencio del jardín a estas horas de la mañana. La parejita de aves del árbol comienzan el día cantando y hablando entre ellos. Yo aquí vengo de prestado. Ellos no. Ellos tienen ahí su hogar. En el corazón de ese muy frondoso árbol.

    Me levanto y sigo pensando en la pregunta. La respuesta podría ser de mis hijos, o de mí, porque mis entradas están hechas de jirones de mi vida, de mi ser, cojo la manguera porque voy a regar el jardín. Estamos en agosto y aquí ser vegetal en esta época es como pasar por una yincana de supervivencia. Si llegas a octubre estás salvada. Si no, serás una planta más que a veces aparecen, como si le hubieran prendido fuego. Carbonizada. Siempre que comienzo a regar, voy mirando cómo ha cambiado todo desde mi última visita. Tal planta está echando flores, esta otra debo podarla…y esos pensamientos me llevan, en un giro aleatorio de mi cerebro, a que si el espíritu de mi madre estuviera en algún sitio, sin duda alguna sería en este jardín. En esta casa. A estas alturas de la mañana ya se abría despertado, me habría dado dos besos, me hubiera dejado su olor impregnado para todo el día, y se hubiera metido en la cocina. «Quieres café?» me preguntaría, o lo habría preparado yo al oirla ir al baño.

    Suspiro y pienso que esta casa está llena de buenos recuerdos. Y vuelvo de nuevo a la pregunta. A mí me gusta contar historias. Soy buena en eso. Me encanta contar anécdotas. Pero también imaginarme cosas que nunca sucederán pero que sí pueden ocurrir en tu cabeza y luego pasar a la pantalla  de tu tablet. Leo algunas entradas de otros blogs. Me alucino de cuánta creatividad hay por ahí escondida. También leo, o procuro, hacerlo con los que estoy suscrita. Me encanta este rato.

    Por cierto, mi tablet empieza a fallar y si hay un objeto que aprecio es a ella. Tengo un montón de libros que aún no he leído y, durante la pandemia, la convertí en una especie de mini ordenador en el que escribo todo lo que publico en el blog. Sé que debo despedirme de ella. No será difícil. A pesar de todo, el duelo de una madre es peor,y, por supuesto,  puedo hacerlo con algo electrónico. Está chupado. Me interrumpe mis pensamientos un mensaje de móvil. Alguien a quien aprecio le ha parecido muy guay que esté aquí. Creo que todos saben lo muchísimo que aún duele estar entre tantos recuerdos de una persona que solo quería ser feliz y hacerte la vida agradable.

    Termino de regar y, mientras recojo la manguera y la voy liando en círculos pienso en una canción de Serrat. No hago otra cosa que pensar en tí, dice su estribillo y así es exactamente como me siento. «No hago otra cosa que pensar en ti, nada me gusta más que hacer canciones, pero hoy las musas han pasao de mi, andarán de vacaciones…» Pues eso.

  • EL LUGAR DONDE VIVO

    ¿Qué es lo que te gusta del lugar donde vives?

    Hace no muchos años la respuesta hubiera sido nada. Cuando tuve a mi hijo, la casa en la que vivo se me quedó pequeña e incómoda. Y lo es. Las dos cosas. Cuando compras un mueble, cuando vas a clavar algo en las paredes debes asegurarte con precisión ninja de que no va luego a imposibilitar que no puedas abrir tal o cual cosa. La habitación de mi hija, por ejemplo, es un cuadrado. Su cama, si quiere estudiar debe recogerse y guardarse y a mi todo eso, unido a que estaba hasta el parrús de diagnósticos, hizo que me pusiera muy en serio a buscar otro sitio en el que vivir.

    Hace poco, yo que no soy de enseñar sus intimidades a nadie, invité a dos compañeras y les hice un tour por ella a ver si me daban alguna idea de lo que había que reformar en la casa que es mucho y una pasta. O eso pensaba hasta ese momento. Con la visita, caí en la cuenta de que la casa tiene que es pequeña y es incómoda, si. Pero también que durante todos estos años, le habíamos puesto todo el amor en cada una de las cosas que tenemos entre estas paredes. Mi cocina, por ejemplo, la hizo un primo de mi marido, carpintero, fallecido ya, y la hizo de una madera que ahora es cotizadísima y rara de encontrar. El mueble del salón también lo hizo un carpintero. Y los armarios de las habitaciones que son empotrados porque así lo decidió el que construyó la casa. Supongo que pensó algo como, «en esta mierda de espacio donde malamente cabe la cama y las mesitas de noche, dónde puñetas iría el armario de esta gente?» «Eureka!!» Aquí. En esta pared. Los dos armarios pegaditos a las paredes del baño, que como haya una fuga, veremos las risas». A mis compis les encantó lo que vieron. A pesar de que el estudio parece haber sido afectado por una explosión.

    Total, que en mi búsqueda de piso céntrico, cerca de las terapias, no muy lejos de mi trabajo, con sitio donde ir a comprar pan sin coger el coche y tal y tal, descubrí, para mi propia sorpresa, que ahí cuadraba mi casa a la perfección solo que la neblina del disgusto de los diagnósticos, se había metido en mi cabeza y no me dejaba pensar con claridad.

    Vivo en un barrio donde, que yo recuerde, hay tres museos, dos teatros, eso para el que es cultureta y le gusta de vez en cuando saber dónde están sus orígenes, o ver una exposición de arte moderno…o verse una obra chula. No es una ciudad grande, así que nada de Rey León ni historias de esas, pero la verdad, los viajes a la península salen muy baratitos. Vivo al lado del trabajo. Voy y vengo caminando y mi edificio se ve en la torre donde trabajo. Puedo ver incluso el coche de mi marido salir del garaje si lo estoy esperando porque salimos a alguna cosa urgente del niño.

    A otros dos pasos de mi edificio, poniendo éste como centro de un círculo hay farmacias y centros de salud para aburrir. Privados y públicos. Cuando mi marido ha sufrido una subida de tensión hemos llegado caminando, cosa que le ha ayudado en su recuperación. Caminar y que te de el aire diez minutos cambian las cosas siempre a mejor.

    Tengo también dos supermercados, uno regentado por una persona de origen chino, que abre todos los días y donde voy a comprar el pan, a pesar de que cuento con una pastelería justo en la esquina a la que procuro no entrar porque cuando lo hago salgo con otras dos cosas que se me han pegado a la mano. A ellos les debemos las tartas de cumpleaños.

    Lo único que hecho de menos es más espacios verdes. Yo y la mitad de la ciudad. Todo lo demás, incluido que desde que salgo de mi casa comienzo a saludar a todo el que me voy encontrando a mi paso, el portero de la finca, el chico de la barbería que corta el pelo a mi hijo, el peluquero de origen cubano que hace lo propio con el de mi hija, el dueño de la pastelería, compañer@s…Todo esto ha conseguido que haya hecho las paces con mi hogar. Sé que necesita una buena reforma, pero me da un perezón máximo meter a gente extraña con mis hijos y sus alergias a los extraños flotando en el aire. Pero tengo que hacerlo.

    Ayer fuimos a pagar al Registro de la Propiedad el haber cancelado la hipoteca. Ya está mi casa libre de cargas.  Hoy vamos a celebrarlo a la casa del sur. Han sido 25 años de un montón de cosas, de buenos y de malos momentos. Sabemos que el futuro lo escribirán mis hijos. Pero qué coño! Todo ha valido la pena!