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Mi género musical favorito
¿Cuál es tu género de música favorito?
A mí la música me ha acompañado toda la vida. Mi madre solía poner la radio por las mañanas, y escuchaba música hasta que terminaba la comida. Cuando mi padre se compró el SEAT, mi madre se sacó el carnet. Estaba harta de ir y venir a casa de su madre en la guagua. Teníamos que bajarnos de una, subirnos en otra, para llegar hasta el moño de estar sentadas, en una ciudad un tanto hostil con las mujeres como mi madre, modernas y que encima iba sola con una enana flacucha y contestona con todo aquel que mirara mal que su madre se vistiera como una mujer joven y avanzada a la época. Lo único que le hubiera faltado es que yo fuera una hija extramatrimonial, o, peor aún, hija de madre soltera. Eso la hubiera llevado directamente a la hoguera.
Cuando se sacó el carnet ya estaba mi hermana nacida. nos sentábamos detrás, en el coche, y escuchábamos lo que mi madre pusiese que solía ser Roberto Carlos. Jolín! Cómo nos gustaba ese hombre!
Siendo yo adolescente, hicieron un culebrón hecho creo que en Brasil, y, la entradilla, la canción con la que empezaba era una canción suya. Nos zampamos el culebrón. También le gustaba muchísimo Barry White, tanto, que cuando salió la serie de Ally McBeal, me vi todos los capítulos por la música que ponían en ella porque uno de sus compañeros era súper fan de Barry White y se lo traen creo que como sorpresa por su cumpleaños en uno de los capítulos. También había una pianista que salía en casi cada capítulo, Vonda Shepard, que ponía música a los sentimientos de la protagonista y siempre pensé que todos debíamos tener una en momentos épicos de nuestra vida. Pero no. Debemos conformarnos con ser nosotros los que llenemos los silencios con la música que nos apetece escuchar.
Cuando mi madre se marchó a Alemania, me acompañaron grupos españoles de todo tipo. Alaska y los Pegamoides, si, antes de ser Dinarama, Luz Casal, que me sigue acompañando hasta hoy y a la que fui a ver a un concierto que me encantó…Todos ellos fueron dejando en mi ADN, parte de sus notas, de sus frases, como el mítico: «A quién le importa?»
En casa de mi abuela, con la que vivía, los gustos musicales iban por tíos. A mi tío el mayor le encantaba Barbra Streisand, Bee Gees, Kenny Rogers… luego estaba mi tío más pequeño, al que le encantaba Nat King Cole, Los Panchos, Raphael, Julio Iglesias…y con ese tocadisco que no paraba de sonar, llegué a la adultez.
Más o menos por las fechas en las que me casé, descubrí a Juan Luis Guerra, y con él la música que venía del otro lado del océano y me enamoré de ella. Fui una vez a un concierto de salsa que duró 6 horas y que me zampé enteras. Te regalaban unas maracas al entrar y su ruido me acompañó, incluso, durante el sueño. Recuerdo también que había un programa musical, sobre todo lo que se producía en países como México, Venezuela, Perú, Chile…y yo me sentaba por las mañanas, frente al televisor y se lo ponía a mi hija. Era lo único con lo que conseguía tener un rato de tranquilidad. Lo que duraba el programa. Luego ya fue ella quien buscó lo que le apetecía escuchar a través de Youtube. Es curioso cómo no era capaz de hablar, pero sí era capaz de encontrar el «I want to Break Free» de Queen ella solita.
Luego vino el enano, y a él le iba más gente como Ketty Perry y su «roar» o el «Can´t stop the feeling!» de Justin Timberlake. Muy pop el muchacho. Otro al que le encanta ir en el coche sumido en sus pensamientos mientras van pasando las canciones de la playlist de su padre.
Por último, el lunes, al llegar al trabajo, después de pasar el examen de promoción interna el sábado y de corregírmelo el domingo, alguien me preguntó que cómo me había ido y no pude evitar contestarle: Oops!…I Did It Again de Britney Spears, y con esa canción con la que te puede dar diabetes tipo 2, contesté de manera divertida a algo que no creía posible. He conseguido aprobar el maldito examen. Y ahora voy a dedicar el resto del verano a hacer dos cosas que me encantan. Escuchar música y escribir.
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Las vacaciones
Háblanos de las vacaciones que más te han marcado.
El año 2020 fue un año raro desde el comienzo. Donde yo trabajaba, inscribíamos las defunciones, y, comenzamos a ver que aumentaban como causa de fallecimiento, la neumonía bilateral. Tuvimos un caso de una persona joven y, fue tan llamativo, que se llegó a consultar a un médico forense de cómo era posible algo así. Luego llegó la realidad. Covid.
En esas estábamos cuando mi hija comenzó a levantarse cada mañana diciendo que no quería ir al colegio. Tan preocupados estábamos su padre y yo, que fuimos a hablar con su tutora que se quedó ojiplática ante lo que le decíamos. Ella creía que íbamos para preguntar si había en el colegio un protocolo covid. A los pocos días ya no le hizo falta decirme que no quería ir al colegio. Lo de quedarse en casa se convirtió en una obligación y, como le dije a ella una mañana, no le pidas a la vida nada que, a lo peor, te lo da.
Cuando se pudo viajar, enfundados en mascarillas, cargados con resultados de PCR, guardando las distancias y toda la pesca, recibimos la visita de mi madre. Se plantó directamente en su casa en el sur de la isla y fuimos a su encuentro. Recuerdo cuando abrió la puerta y nos recibió con aquella sonrisa enorme. Me dijo que si chocábamos el codo o algo así y la abracé directamente y como si no hubiera un mañana, bien fuerte, para recordarla entera.
Me dijo que su marido iría más adelante, cerca ya de la fecha de mi cumpleaños, y yo, mientras tanto, aproveché para hablar con ella a solas, reírnos, pasar revista de nuestras vidas juntas y por separado.
Un día me levanté con migraña y ella me puso en un paño, un paquete de guisantes congelados y me lo puso en el coco. Al cabo de un rato subió corriendo las escaleras para contarme feliz que iba a pasar el resto de las vacaciones sin su marido. A mi en ese instante se me pasó el dolor y me alegré de saber que, por una vez, después de tantos años, podría disfrutar de mi madre a tope. Sin interferencias, sin interrupciones.
Pasábamos mucho rato hablando en su terraza, oyendo a una chica cantar en un local muy cerca de su casa. Aplaudíamos incluso cuando terminaba porque cantaba fenomenal pero el local, igual que el sur de la isla, estaba prácticamente desierto.
Celebramos mi cumpleaños y, al poco se volvió a su casa. Le dije que se mirara el dolor que ya le atenazaba por aquel entonces, y que ya empezaba a ser preocupante. Me dijo que si. Le dije que la quería y que me alegraba de que las cosas entre las dos hubieran quedado totalmente aclaradas. Habíamos hecho balance y había ganado el amor que sentíamos la una por la otra.
Luego llegó la vuelta a la rutina, despacio. Primero el trabajo. Después los niños y el cole. Luego las terapias. Ni siquiera me importaba demasiado que rociaran todo de desinfectante cada vez que tocaba algo.
También comencé a hacer terapia yo. Noté que algo no iba en mi demasiado bien, pero nada era ni tan importante ni tan insalvable porque yo había pasado un mes entero con mi madre y eso me iba a acompañar el resto de mi vida como un perfume. Su perfume.
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EL PROFESOR
¿Qué es para ti un buen profesor?
Había una señora que tenía un pequeño negocio de chuches frente a un colegio. El colegio tenía pinta de prisión. Grandes muros rematados por unos cercos de pinchos para evitar que cualquiera saltara el muro y cometiera ningún acto vandálico, y una puerta de hierro enorme y verde fea como un dolor. Cada día, bien a la entrada, bien a la salida del cole, se le llenaba el negocio de niños impacientes por pillar algo que comer en el recreo, algún cromo con el que jugar, canicas…Un bullicio que duraba unos minutos y que le daban la vida a la buena señora, porque con ellos, compartía su buena dosis de risas.
Al finalizar las clases, cuando ya el colegio se quedaba en silencio, se abría la puerta del mismo y de él salía una figura enjuta, menuda, un señor vestido todo de gris, con un maletín marrón que se dirigía decidido a su negocio. Solía coger la prensa, pagarla, dar las buenas horas, y marcharse para coger el transporte público, porque en esa zona, durante el día, era imposible encontrar una plaza de aparcamiento libre. Nunca decía más que un tímido buenas tardes, y, la señora, la verdad, estaba intrigada. Suponía debía ser un maestro del colegio pero no tenía idea si quiera de su nombre.
Un día, preguntó a un grupo de muchachos que se encontraban en su negocio, por el nombre de ese profesor. Les dio una descripción y le contestaron: «Ah, si, el mago!» y, sin dar más explicaciones salieron corriendo al cole.
Entonces la curiosidad de la señora se vio azuzada por esas palabras. «El mago» jolín, qué mote!!»
Como la vida a veces te pone delante a gente para que puedas saciar la curiosidad que te embarga, un día apareció el director del colegio a comprar tabaco. No era de sus clientes habituales, pero lo conocía por, presisamente, tener los muros de aquel edificio, prácticamente haciendo sombra al suyo. Entonces le preguntó por el señor y por el mote que le habían dicho los chicos. Supo quién era por la descripción, pero quedó tan sorprendido como ella por el sobrenombre por el que era conocido. Tanto fue lo que le intrigó que, tras darle un par de vueltas, decidió pasar a ver qué cosa mágica hacía el señor Fernando, que así se llamaba, en sus clases. No podía creer que utilizara su posición de docente para hacer truquitos de magia con pañuelos, con cartas, o Dios sabe qué.
Se lo encontró por el pasillo, le informó decidido lo que iba a hacer, y, sin darle tiempo a protestar, se dirigió derecho a la clase, se sentó atrás y esperó.
Cuando entró el profesor, se hizo un silencio reverente que le sorprendió muchísimo. No le había costado nada mantener el orden en clase. «A lo mejor, de eso se trata todo, de que guarden silencio sin necesidad de pedirlo!».
«Chicos, hoy vamos a hablar del conquistador Alejandro Magno» y, esas fueron las únicas palabras dichas sin atrapar su alma. La siguiente hora, narró cómo comenzó su reinado, como amplió su imperio, su ejército…durante 60 minutos, el director se convirtió en general del ejército de un hombre que resultó ser un gran lider a pesar de su juventud, se vio luchando junto a él en múltiples batallas, gritando y peleando por su vida, hasta la muerte de su rey con solo 33 años.
Cuando terminó de narrar la historia, se vió devuelto a su realidad, la realidad de ser solo un director de cole, un gris funcionario, y, por un momento, su vida le pareció incluso miserable. Luego, recapacitando un poco, se dió cuenta de que Fernando era capaz de llevarlo a vivir vidas que no tenían porqué ser la suya propia. Podía llevarlo y enseñarle más allá de datos y de fechas, podía hacer que amara u odiara a esos personajes en función de los hechos narrados.
Al salir del aula, lo esperó reverente en la puerta, y le preguntó de manera tímida si podía asistir de vez en cuando a sus apasionantes clases. Fernando le sonrió y le dijo que las puertas de su aula estaban siempre abiertas a la sed de conocimientos.
Salió Fernando del aula, enfiló el pasillo hasta la puerta de salida, y, durante unos segundos, el director pudo comprobar cómo un halo maravilloso rodeaba la figura del profesor. Y entonces entendió el mote. Fernando era un Mago con mayúsculas.
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Cataratas
¿Alguna vez te han operado? ¿De qué?
Hace unos pocos años, empecé a ver bastante mal, hasta tal punto que, yendo a piscina, me daba con el muro porque era incapaz de ver los banderines avisando del final de la calle. Lo comenté en el trabajo, y un compañero que rondaba la edad de la jubilación me dijo que podían ser cataratas.
Por asegurar, fui al oftalmólogo, y, para su sorpresa, y para la mía, efectivamente lo eran. Me pusieron en lista de espera, y al cabo de un par de meses, en diciembre, me llamaron para operar.
Antes de la operación, el anestesista te hace un pequeño test y luego te informa de cómo van a ser las cosas. Yo me puse de color verde. Solamente pensar que me tuvieran que tocar los ojos, con lo que eso supone, posibles infecciones, efectos secundarios de la propia operación…yo, literalmente, estaba muy acojonada. Total, que, casi al final de la charla, me comenta que me pueden operar solo de un ojo porque en el otro, la catarata estaba en los inicios. Y le dije que no. Que tenían que operarme de los dos porque yo, por esas fechas, podía contar con mi madre para cuidar de mis hijos, pero que no sabía más adelante si eso volvería a ser posible.
La operación salió bien, me operaron el 27 de diciembre. Pues dejé a mis hijos hasta el día 5 de enero del año siguiente, porque no podía hacer muchas cosas que teniéndolos en casa me era imposible no realizar.
Antes de la fecha convenida para ir a buscarlos, me llama mi madre y me dice que los vaya a buscar inmediatamente. Que ha sufrido una crisis nerviosa por no sé qué historia con mi hija. Me disculpo y le digo que siento muchísimo lo sucedido, le explico porqué ha pasado, y le digo que va a ir mi marido a buscarlos en cuanto llegue del trabajo.
Cuando llegó me dijo que salía esa misma noche a buscarlos, que no quería que mi madre enfermara y yo le dije que no. Que se esperara al día siguiente. Que fuéramos mínimamente egoístas una sola vez. Que me venía fatal tener a los niños en casa, y que no me venía fatal porque sí, sino porque estaba bien jodida y no quería que, por hacer cosas que no podía, me fuera a fastidiar la vista.
Al día siguiente me llamó mi madre, con mi marido ya para ir a buscarlos, con las llaves del coche en la mano, y me dijo que no fuera. Que todo se había solucionado y que reconocía que ella, que no era de cuidar niños ajenos, podía sacrificarse una vez en pro de la salud de uno de sus hijos.
Volví a disculparme por la actitud de mi hija, y ella me dijo entre risas que mi hija también le había pedido disculpas. «Es una niña muy dulce» me dijo. Y es verdad. Pero requiere de una paciencia que uno va perdiendo a medida que van pasando los años.
Ayer la vi mal. A mi hija me refiero. Nerviosa. No sé si porque yo estaba a vísperas de mi examen de promoción interna o porque ella tiene su examen en septiembre. Ella no puede evitar ser una especie de sonar que detecta todos los cambios de energía de los que vivimos con ella. Tampoco eso se puede evitar.
He terminado el examen y ahora solo me queda disfrutar de mis hijos a tope todo el verano. Vamos a recargar pilas y a encarar el mes en el que nací, julio, que lleva a mis 54 ya de la mano y a los que puedo ver si me levanto un poquito de esta silla.
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La espiritualidad
¿La espiritualidad ocupa un lugar importante en tu vida?
Hace unos 21 años, falleció una señora de manera sorpresiva, para los suyos y para ella misma que no sabía que estuviera tan enferma. En el momento de fallecer, y tras un corto desconcierto, la señora vio cómo una luz le indicaba el camino a seguir, y, a pesar de haber sido tan valiente a lo largo de su vida, despegarse definitivamente de su cuerpo y de los suyos no le resultaba muy atractivo.
Mientras veía su propio cuerpo en la cama, acostado, con su rostro plácido, tal cual era su expresión al dormir, también fue capaz de ver a toda la familia en el salón, con sus caras compungidas todos en shock por lo inesperado de la pérdida. En algunos momentos, se acercaba a unos y a otros y les preguntaba si podían oírla. Pero no. Solo podían oír su propio llanto.
Así estuvo todo hasta después de su entierro. Sorpresa mayúscula al ver quién llevaba su féretro. La tristeza veraz que veía en gente que, ahora, mirados desde la perspectiva de estar fallecida, le hacía capaz de ver que no eran buenas personas. Que la querían bien, pero que en unos años harían mucho daño a las personas que ella amaba y le embargó una tristeza infinita. Debía seguir entre los suyos. La iban a necesitar como la habían necesitado hasta ese día. Al entrar su féretro en el nicho pensó: «Bueno, ya ha acabado todo! Y ahora qué?».
En esas estaba cuando se coló en casa de su nieta. Parecía la pobre tan afectada! Increíble lo que se puede querer y lo mucho que se puede llorar la primera vez que pierdes a un ser querido…Total, que se acercó a ella y, por probar una última vez dijo: «Me escuchas?» -Sí abuela, te escucho. Qué haces aún aquí?.
-No lo sé! Creo que me da miedo cruzar al otro lado. No sé si quiero saber qué hay más allá de esto.
-Abuela, debes marcharte. Seguir a la luz o lo que quiera que sea que debas hacer. No puedes quedarte aquí!
-Me da un poco de miedo!
-Abuela, quieres que te acompañe?
Tras un momento de sorpresa le preguntó a su nieta que cómo pensaba hacer eso. Su nieta le dijo que no le importaba partir con ella y le contestó: «No, yo creo que si haces eso no nos cruzaremos aquí»
-Entonces debes irte abuelita. Debes cruzar y buscar a tu madre que seguro que te está esperando con los brazos abiertos. Deja de protegernos. Saldremos adelante. Más tristes, cierto, pero más fuertes.
Durante un instante, se acercó a la muchacha que permanecía sentada en su cama, sintieron ambas la energía fuerte la una de la otra, y decidió seguir el consejo de la chica.
Tras todo eso, se hizo un silencio pesado, la muchacha dio un suspiro y pensó: «Buen viaje abuelita!. No olvides nunca que te quiero! » se levantó y comenzó a aprender a vivir sin ella.
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MI DÍA DE AYER
¿A qué dedicas la mayor parte del día?
Podría responder esta pregunta con una respuesta corta. A mis hijos. A uno más que a la otra porque es más pequeño y, porque ahora mismo demanda más necesidades que su hermana. Esa es la diferencia.
Ayer empezamos el día ya regulinchi. Cada año, a final del curso, se hace un acto en el cole donde salen los chiquillos dándolo todo ya sea bailando (la mayoría) cantando, etc. Digo lo de regulinchi porque ya el día antes, mi hijo me dijo que tenía que ir de blanco completo a su actuación. Miré el mensaje del profesor y le dije que había sido una broma, pensé que de muy mal gusto, leímos juntos el mensaje de su profesor en el chat del cole, y seguimos a otra cosa. Su profesor tiene la edad de estar casi jubilado, dicho sea todo sin ánimo de resultar ofensiva.
Cuando el niño llegó al colegio, sin estar yo presente, porque el acto comienza a las 10 de la mañana, ya hubo mosqueo. Que porqué había ido de colorinchi, de amarillo fluorescente para ser más precisa. «Porque no lo habías puesto en el classroom chaval!!» Esa hubiera sido la respuesta si mi hijo fuera un niño como todos, que lo es, solo que cuando se encuentra ante este tipo de situaciones enmudece.
Bueno, pues llego al acto acompañada de mi hija, que saludó a propios y a extraños porque ella dejó un muy grato recuerdo por ser la alumna «perfecta». Esa que nunca contestaba mal, estudiosa, no iba nunca a clase hecha un cuadro…en fin, el alumno deseado por cualquier docente. Me siento con el programa del acto en la mano, se apagan las luces y comienzo a disfrutar del espectáculo.
Mientras veo a los críos salir curso por curso, me voy dando cuenta que, los que están a mi alrededor, no perciben el milagro que se muestra ante sus ojos. No saben lo increíble que es que tu hijo sea un niño que hable, que te mire, se sonría, te explique sin necesidad de aplicación de clase, de qué color de las narices tiene que ir… en fin. Esas cosas. Aplaudo siempre a rabiar y me emociono viendo a los pequeños. Pienso que estoy haciéndome mayor.
Cuando le toca al curso de quinto de primaria, salen un montón de críos al escenario, ocupan sus puestos, y comienza la actuación. A los pocos segundos pregunto a mi hija: «Y tu hermano?» No me contesta. Al poco lo vemos aparecer por la izquierda. Me relajo. Se pone en la parte de atrás del escenario, con otros dos, como si los hubiera penado, y comienza a mover unas cintas de un lado a otro de su cuerpo. De izquierda a derecha y viceversa. Miro al resto de la clase. Ellos están dándolo todo. Y él sigue ahí. De derecha a izquierda y vuelta otra vez. Y yo comienzo a indignarme. Va a terminar la actuación y eso es todo lo que va a hacer? No puede ser. Si que si. No seas idiota. A tu hijo lo han puesto el último de la fila justo justo para que no moleste. Como si los demás fueran una especie de Fred Aster con o sin Ginger. Hay incluso dos chicos senegaleses que van de blanco en el grupo de colorinchis. No importa. Ellos son chicos de acogida. Mi hijo no. Mi hijo es menos que la mierda del zapato de cualquiera de los senegaleses (válgame Dios de resultar racista que mi hijo es muy amigo de los dos y han ido a cumpleaños juntos pero quiero que se entienda el contexto). Entiendo que me he gastado un dinero en una ropa y en unas cintas, que he cosido, y que era para que el niño hiciera de póster. Casi al acabar la actuación, los niños se van a bailar con el público, otra cosa que debían haberme avisado para ponerme cerca de la escalera. No no. Tampoco. El niño no quiere bailar con ningún desconocido. Quiere bailar conmigo. Y camina hasta mí y bailamos juntos, separados del grupo, en las gradas. Sin mirar a nadie. Como si estuviéramos solos. Sonrío a tope. Me quiero morir. Al darle la mano, he visto que, ni siquiera, las cintas son las suyas. Se la han dado a algún compañero que las ha olvidado y que no hace de póster. Él lleva unas grapadas a sus muñecas un poco demasiado apretadas.
Termina el espectáculo. Voy a buscarlo al colegio, y me pregunta que qué tal ha bailado. «Fenomenal!!» contesto. «Genial!!» Me pide que le quite las cintas y lo consigo con dificultad. Viene mi marido a recogernos y me siento en el coche, a su lado. Lo miro, me mira, frunce el ceño. «Pasó algo?» «Noooo. Todo genial» le contesto. Y me giro a mirar el paisaje mientras bajamos para casa, reflexionando sobre cómo es el ser humano y lo cruel que puede llegar a ser aún sin pretenderlo. Sin querer.
Sé que no lo ha hecho porque sea un cabronazo, su profesor lo ha hecho porque no quiere ningún problema con él de aquí a que se jubile que será el año que viene. Y comienzo a pensar que tal vez no sea buena idea planear un viaje de fin de curso mi hijo con la clase. Y reflexiono sobre que acabamos de terminar el curso y ya tengo que ir agarrándome los machos para el siguiente. Pero, si Dios quiere y tengo salud. lucharé por todos sus derechos y todos sus deseos, ya sea ir al viaje o no, hacer exámenes adaptados o no, o lo que surga. Solo espero mucha salud y mucha paciencia.
Cuando termino de reflexionar, cierro los ojos, doy un suspiro enorme, me giro para mi hijo y le digo, «enhorabuena!! Solo te ha quedado francés!!» Y con esa frase cierro la etapa escolar de quinto de primaria.
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Mi primer amor
Escribe sobre tu primer amor
A mi primer amor lo conocí en un cine. Lo vi subir las escaleras presuroso porque llegaba tarde a una cita que no tenía conmigo. Tampoco con otra. Nos presentaron en la puerta de la sala. Había quedado para ver la misma peli que yo con un amigo.
Más adelante, siendo novios, me abrazó muy fuerte mientras yo lloraba porque, por aquel entonces mi vida no era un carnaval y, mientras lo hacía, durante el abrazo, me juró que, mientras estuviera en mi vida, se iba a encargar de hacerme feliz. Que ni el aire que me rozara me lastimara.
A mi primer amor lo he visto cuidar de su padre hasta su fallecimiento, con un mimo y un decoro que retrata perfectamente cómo es de buena gente. Solo quien lo ha pasado sabe lo que es bañar a alguien mayor, levantarlo en las caídas, las horas de hospital…
Lo he visto reír a carcajadas, enfadado, preocupado, a veces por su propia salud, pensando que, tal vez, le hubiera salido el palito corto, aunque pesar de eso nunca lo he visto llorar hasta las lágrimas. Me dijo que estaba muy agradecido con su vida.
Cuando venía de camino la niña, me ayudó a soportar los dolores con duchas de agua caliente, en silencio. También cuando llegó el enano. En ese momento, además, tuvo que buscar acomodo para la niña antes de salir al hospital y encontrarse con el parto a punto de acabar. Un hombre que odia los quirófanos, que se marea ante la visión de la sangre ha entrado las dos veces al paritorio porque dijo que no era plan dejarme sola ante esa tesitura.
Mi primer amor, me miró ayer a los ojos y me preguntó que si me había hecho feliz durante estos años. Al mirarlo, casi pude verlo 36 años atrás, mirándome de la misma manera, con una media sonrisa colocada en su boca. Le contesté que si, y, que si volviéramos para atrás volvería a elegirlo como novio, marido, padre. «Ya sabes que eres el amor de mi vida», le dije. Luego nos abrazamos. Y así hubiéramos seguido si la vida cotidiana no nos hubiera interrumpido.
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La Jubilación
¿Qué te gustaría hacer cuando te jubiles?
Hace mucho tiempo, leí un libro escrito por una granjera alemana que se llamaba «leche de otoño». Trataba sobre la historia de esta buena mujer, que se queda huérfana de madre, con un montón de hermanos, y a la que ponen al frente de la casa. La pobre trabajaba de sol a sol y, cuando algo no le salía bien, se ponía su familia en fila y uno tras otro la iban abofeteando. Para que aprendiera. Tócate los pies!! Recuerdo que su principal anhelo, su deseo más ferviente, era tener tiempo para dormir lo que quisiera, lo que le pidiera el cuerpo.
Pues a mi me pasa igual. Tener dos hijos autistas ha sido como pasar por las pruebas de un programa que veía de joven en la televisión.»Humor amarillo» se llamaba, y aquello era una yinkana brutal, donde acababas hecho una mierda. Pues mi vida es igual solo que yo no caigo eliminada, yo me levanto, me sacudo un poco la ropa, miro izquierda y derecha, y continúo corriendo, no porque sea una súper nada, sino porque no me queda más narices.
Me han despertado, una y otro, a distintas edades, a distintas etapas de mi vida a las 3 de la mañana, por ejemplo, ellos como si se hubieran tomado un café y yo pidiendo la extrema unción. Con mi hija actué de una manera menos inteligente que con el niño. Con ella me levantaba, me tomaba un café, y buscaba una manera de entretener a alguien que era incapaz de hacerlo con absolutamente nada, y así hasta que amanecía y la llevaba a la guardería. Con mi hijo, la madurez, el conocimiento, me ha hecho ser más comedida. Cuando me dice que no tiene sueño, repaso qué le puede pasar, qué puede preocuparle, y, a partir de ahí, trato de calmarlo diciendo que todo va a salir bien. Hablándole muy bajito. A veces incluso, vuelve a dormirse, dejándome a mi contemplándolo, con los ojos como dos platos, esperando que la menopausia me de una tregua y me permita dormir a mi también.
Mis hijos piensan que soy una especie de bruja porque adivino incluso lo que están pensando o van a decir. A veces los miro y les digo: «ni se te ocurra!» Y ellos me miran azorados porque estaban planeando una travesura, pero nada tiene que ver con la brujería, tiene que ver en que tú te conectas en la misma longitud de ondas que ellos, en su mismo estado de ánimo con el único objetivo de no despistarte con sus necesidades. Hay que tener en cuenta que, una persona autista verbal, a la que tú le preguntas y te responde, tiene una desconexión entre lo que crees que ha entendido, y el mensaje que ha recibido en realidad. Y, si quieres que todo vaya bien, debes hacer como los ladrones de cajas fuertes, esos que se ven en las pelis, acercarte mucho a él o ella, y girar muy lentamente la perilla de la sensación de las emociones para conseguir abrir la caja donde se guarda un gran tesoro. Porque, siendo difícil llegar hasta ahí, si consigues abrir y mirar en el interior de una persona autista, entonces lo habrás conseguido todo. Porque ellos pueden quererte muchísimo pero pueden decidir no confiar en ti. No contarte nada íntimo. Nada que puedas contar a otro ser humano. Si quiebras su confianza, lo habrás jodido absolutamente todo. La confianza para ellos es algo no regalable. No se la dan a todo el mundo.
Yo me considero el lóbulo prefrontal de mi marido y de mi hija. Con mi hijo aún estoy girando la perilla para que me permita ver qué esconde dentro de sí. Sé que me esperan cosas maravillosas, pero debo tener paciencia, la misma que la granjera alemana. Años y años de esfuerzo para conseguir dormir a piernas suelta. Lo que haré en cuanto la maternidad me lo permita!
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LO MÁS ANTIGUO
¿Qué es lo más antiguo que sigues utilizando hoy?
Hoy me he levantado un tanto tristona y de mal humor. Tengo a gente a la que aprecio pasando por un muy mal momento y, desde ayer tengo muy mal sabor de boca. Se sabe y se entiende que la vida reparte estopa por todos los lados pero…a veces le coge cariño a algunas personas y se recrea en ellas hasta que cierran los ojos por última vez.
En esas estaba, rumiando mi mal humor, deseando una mañana más que a mi hijo le guste dormir hasta el punto de arrancarle al sueño un ratito más, cuando me he metido en la aplicación y he visto la pregunta.
Me he agachado para coger la cafetera de una taza y hacerme el café, y he recordado que ella es lo más antiguo que uso hoy día. También he recordado que me la regaló mi abuela que nos dejó hace casi ventiún años, y, al recordarla, y recordar su forma de ser, su risa, cómo se movía su barriga mientras se reía, sus ojos verde botella…se me ha ido pasando todo.
También conservo unas figuritas de un Jesús crucificado que ella tenía en su mesita de noche y al que les rezaba siempre antes de dormir. Le pregunté a mis tías si podía cogerlas cuando ella falleció y aún siguen conmigo. Fueron la última cosa que vio antes de, como dijo ella misma una vez a esta que les escribe, «de pasar del aquí al allí sin enterarme», y así fue. Falleció de un infarto mientras dormía, una muerte que firmo por tener yo misma, plácida total. Murió, además, en su cama, en su casa, con su hijo. Chica, se sabe que tenemos que irnos un día u otro, pues qué puedo decir, que no siendo que no tenía 70 años, lo cual decía que era una mujer relativamente joven, superó a mi madre, a pesar de que no se cuidaba ni la cuarta parte, se fue como deseaba irse y yo creo que eso es una bendición.
Otra cosa que conservo, más antiguo aún que todo eso y que me pongo a diario, es un anillo que me regaló y que era copia de otro que tenía de mi comunión y que acabó roto por una mala fortuna. Lo que tiene mezclar infancia con cosas caras. No aguantan el trajín infantil. El anillo contiene una perla muy pequeñita que ya se ha caído en dos ocasiones, que yo recuerde, por el uso. Aún así, no desisto y voy a la joyería a buscar un recambio, aunque la última vez, el joyero me dijo que poniendo un poquito más de oro, haría que la pieza aguantara un poco más sin romperse, y así ha sido. Me gusta cuidar los recuerdos, mimarlos.
No entiendo cómo es posible que, a pesar del tiempo transcurrido, de que, si cierro los ojos y me esfuerzo mucho ya no consigo recordar su voz, aún pueda echarla de menos. Me acuerdo de su número de teléfono, porque la llamaba a diario, recuerdo también la calidez de su cuerpo cuando me recostaba junto a ella, sus sabias palabras cuando le hablabas de algún problema con alguien, sus expresiones…Todo ha sobrevivido en un baúl mental que tenemos todos, y donde vamos guardando las cosas que no queremos olvidar mientras vamos perdiendo personas que queremos muchísimo.
La vida es así. Hoy el día ha amanecido tristón y parecía prometer lluvia, pero es curioso, a medida que he ido escribiendo este texto, ha ido despejando y ya empiezan los primeros rayos de sol a dar en la ventana de mi balcón que miro mientras pienso que, como siempre, todo consiste en vivir y disfrutar antes de ser solo un recuerdo de una nieta que se ha metido a hacer algo que le encanta y que escribe sobre tí y de la huella que dejaste en ella los años que convivistéis las dos juntas.
Cuando mi madre ya estaba en el hospital, la nombró muchísimo y afirmó que estaba deseando reencontrarse con ella. Entonces me miró y me dijo que me daba permiso para llevarme toda la ropa suya que yo quisiera, que no me cortara ni un pelo y me llevara todo lo que me cupiera en la maleta. Le dije que no. Me parecía de una falta de respeto mayúscula. Una vez que se fue, en uno de los viajes que hice para arreglar el tema de la herencia, me fui con una maleta vacía que llené de ropa suya que contenía su olor. El marido no soportaba la idea de quitarla él, y ya se le había dado permiso a una amiga de mi madre para llevarse lo que quisiera y, donarlo o quedárselo. Dejé un montón de ropa que no iba a ponerme porque a mi madre le encantaba una lentejuela y un brillo más que a una hurraca, pero yo no soy persona a destacar, prefiero pasar más desapercibido. Tengo toda esa ropa y la cuido con mimo aunque sé que, como todo en la vida, tendrá una duración y un final. Pero mientras dura, ella seguirá un poquito aquí conmigo, cerquita de mí. Hasta que yo misma parta al encuentro de las dos.
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El sueño
¿Qué te apasiona?
Anoche soñé que mi hijo no era autista. Estoy convencida de que esto es así porque su forma de hablarme, de mirarme, no era la que veo cada día. Era distinto. Con un empaque de madurez que no tiene por su alto tdah, que deja su prefrontal vendido ante las vicisitudes de la vida diaria.
Lo peor es que, junto a él, estaba el niño autista. Quieto. Como a un muñeco al que se le han acabado las pilas. Estaba frente a un plato de comida ya vacío, mientras yo advertía al que me miraba de frente que tuviera cuidado con él, no fuera a hacerle algo.
Lo más curioso, si a este sueño se le puede tildar de curioso, es que mi hijo es cero violencia, cero agresivo, nunca ha tenido una crisis, también porque uno ya sabe que la anticipación es un plus de calidad para su vida, y me ha dejado muy mal sabor de boca. Si algo me apasiona en la vida es ver lo maravillosas personas que son mis hijos. Son algo fuera de serie. Por eso me ha molestado que mi cerebro se haya comportado como una inteligencia artificial y me haya dado la imagen de otro niño que jamás he pedido. La mente humana es así y se resetea en forma de sueños absurdos.
Al acompañarlo al cole, le fui anticipando el cambio de horas y de días en las terapia, luego le he dicho que ya le queda poco para acabar el curso, y sonriendo me ha dicho que se me ha olvidado darle la medicación. Le he dicho que tampoco era necesaria ya a estas alturas, y, sonriendo me ha dicho: «Qué bien! Hoy toca paella en el cole!» Lo dice porque la medicación le impide tener hambre y claro, hoy va a hacerle el amor a su plato de paella, y se lo va a comer muy a gusto.
Me he despedido de él con un te quiero más sentido que otras veces. Que no se le olvide nunca, que no se me olvide nunca que en ese metro y medio de ser humano habita todo el amor que se merece. El mío propio y de quien se molesta en conocerlo como es realmente. De quien lo ama incondicionalmente.