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El colgante
¿Cuáles son tus objetos personales más preciados?
Hace un tiempo, cuando el mundo aún estaba medio por hacer, existía una muchacha cuya madre había fallecido hacía muy pocas semanas. Antes de fallecer, su madre le regaló un pequeño colgante, tan pequeño era, que había que acercarlo mucho a los ojos para ver cuál era su forma. Consistía en una pequeña piedra azul que, al mirarla de cerca, contenía una luz blanca, luz que, a veces, iluminaba sus noches haciéndole compañía. Alejando su tristeza.
Al quedarse tan sola, había dedicado a su madre mucho tiempo por su enfermedad, decidió que iba a emplear el tiempo que ahora le sobraba en pasear junto a un río que pasaba junto a su casa, pensando en qué haría con su vida a partir de entonces y en qué iba a invertir su tiempo. Le gustaba caminar durante mucho rato, para así volver agotada a su casa, caer en la cama, y dormir hasta el día siguiente.
Un día, a la vuelta de uno de esos paseos notó que no llevaba el collar al cuello. Lo buscó con desesperación por toda la casa y, al no encontrarlo, se durmió llorando decidida a salir al día siguiente y caminar sobre sus pasos para ver si daba con la joya. Como no pudo pegar ojo, al salir los primeros rayos de sol partió de casa decidida a encontrarla. Buscó y buscó pero no encontró su colgante.Entonces cayó de rodillas junto al río y comenzó a llorar. «¿Cómo había podido ser tan tonta? Cómo podía haber perdido su único bien más preciado, el único recuerdo de su madre?»
Se puso boca arriba sobre la hierba, puso sus manos sobre su pecho, y, en voz alta, pidió disculpas a su madre. Luego se hizo el silencio. No se oía ni siquiera el ruido del agua. Parecía que el tiempo se había detenido.
Abrió los ojos extrañada y, frente a ella, pudo ver la cara de su madre, sonriendo. «No debes preocuparte» -le dijo- «mi legado está dentro de ti, tu bien más preciado eres tú misma. No necesitas mi joya para recordarme. De todas formas, espera a que anochezca, el amor que contiene brilla mejor en la oscuridad».
Entonces, pensando que había soñado entró a su casa y se sentó a pensar en lo sucedido. Anochecía ya cuando vio una luz brillante junto a un árbol, tanto, que no le hizo falta alumbrarse para llegar a donde estaba. Se agachó y, efectivamente, allí estaba aquella piedra azul reluciente. Entonces pensó en las palabras de su madre. Se lo colgó del cuello y se fue a la cama con él, con su luz, su compañía, sonriendo.
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Mi legado
¿Qué legado quieres dejar?
Me gustaría legar mi paciencia, el saber entender, como lo he hecho, a la persona que tenía en frente, sus diferencias, sus imperfecciones, iguales o distintas a las mías, pero complementarias. Como las piezas de un puzzle. Me gustaría legar el amor, en general. El que siento por mi marido, por mis hijos, mis hermanos…El amor que siento por mis amigas, esas que me han ayudado a tejer la red sin la que, la caída por la muerte de mi madre hubiera sido más tremenda. La que impidió que me hiciera añicos.
Me gustaría legar mi constancia, mi empeño en conseguir las cosas que quiero, esa me ha permitido ser la mujer que soy hoy día. La que siente curiosidad por todas las cosas y tiene la ambición de crecer y seguir conociendo cosas distintas y maravillosas.
Quiero legar mi insensatez, esa que me llevó a abrir un blog solamente por la locura de escribir todo lo que llevaba años escapando como una pequeña gotera y que ya deseaba ser río, ser contado.
Quiero también legar mi mal humor, mi suspicacia, como diría Peter Parker, mi sentido araña, esa que hace que se me ericen los pelos del cogote. Los que detectan la mala baba de algunos a un montón de metros, que hace que los evite como un mal hedor. Aunque eso, si se me permite, lo legaría íntegramente a mis hijos, para poder cerrar los ojos sin sentir la incertidumbre de qué será de ellos como último pensamiento. Quiero que, si en alguna parte ponen descansa en paz, no sea solo una frase hecha, quiero cruzar al otro lado ligera como un pajarito, como una alondra, volar directa y decidida a los brazos de la oscuridad. Sin ninguna pena, empujada con todo el amor.
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LA RUPTURA
¿Te has roto algún hueso?HH
Hoy he pasado una noche de mierda. He dormido fatal, con un montón de pesadillas que han hecho que me despierte todas las horas. No he cenado tarde ni copiosamente, así que la historia ha de venir por algún otro lado.
Ayer, mirando Instagram en uno de mis descansos entre test y test del temario, vi un video sobre la depresión, de un chico que se hace llamar en esa red, @neuro-prevencion, y el video me ha removido algo dentro que tenía guardado muy profundo.
Hace muchos años, había un chico de unos veintipico de años, que unía a su juventud un montón de intereses. Le encantaba viajar, y así hizo con cuatro chicos más en un coche blanco que debía ser un seat 127 por lo que yo recuerdo. Se recorrieron casi toda Europa, atravesando la Península porque claro, había que llevar el coche. Para algunas cosas, como viajar, vivir en una isla, a no ser que seas británico y atravieses el tunel que une tu tierra con el resto de Europa, es una porquería.
Le encantaba leer y era de los que te recomendaba una lectura, y, riendo, te decía: «Cuando termine el libro te lo dejo». Y ya ibas salivando las ganas de echarle mano a lo que, seguro, iba a ser una maravilla. Jugaba al ajedrez, y siempre llevaba consigo un pequeño tablero de esos en los que las piezas van imantadas, junto con un libro de jugadas que él practicaba donde le diera por ahí.
Un día enfermó. Lo que empezó siendo, o creíamos que era, una profunda tristeza, se convirtió en una palabra maldita. Depresión. Y, mientras esa maldita enfermedad se comía todas sus energías, todas sus capacidades de sentir ningún tipo de placer, que convirtió su vida en una absoluta agonía, podías ir viendo cómo, incluso físicamente, se producía una transformación. Sin querer entrar en detalles dolorosos, con 57 años, arrastraba los pies al caminar como si fuera una anciano. Como bien dice el muchacho en el video, estar deprimido no es estar triste, ni tiene que ver con echarle ganas. Qué va!
Tres años antes de alcanzar esa edad, me preguntó, como quien no quiere la cosa, que qué ocurriría en caso de que él falleciera con su herencia y con su ex mujer, de la que solo estaba separado. Decidí explicarle que, para cualquier cosa, mejor, divorciarse, y así hizo sin contárselo a nadie. Una vez tuvo todo arreglado, incluida la aceptación de la herencia de sus padres, y para asombro de nadie, decidió acabar con su sufrimiento.
Era lunes. Lunes de Pascua exactamente. Yo estaba a punto de salir de mi casa para llevar al niño a la guardería e irme a trabajar, y, de repente, observo que mi madre me ha mandado un mensaje a las 3 de la mañana. Que la llame, me pone. Ella volaba al día siguiente de vuelta a su casa. Seguía en la isla. Hice lo que me dijo, y me contestó llorando y diciendo que se había ido. Que esa tarde, viéndose solo en casa, preparó su partida y se fue. Mi madre me dijo que él le había partido su vida en dos mitades cuando tomó esa terrible decisión. Y, justo en ese momento, sentí que algo crujía en mi interior. Algo rompió dentro de mi en ese momento y para siempre.
En la última sesión con mi psicóloga, me dijo que el duelo es una piscina llena de mierda, en la que uno debe sumergirse hasta el fondo, y quitar el tapón. Hoy, por fin, bajo al fondo de la mía, y decido llorarle como no le pude llorar entonces, esperando que con mis lágrimas, se mitigue el dolor de su partida.
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LOS HERMANOS
¿Cómo mantienes el equilibro entre el trabajo y la vida personal?
Difícil pregunta esta. A mi, el trabajo que realizo se me ha entremezclado con mi vida personal de todas las formas y maneras. Hubo un tiempo, antes de nacer mi hijo, que me traía el trabajo a casa para luego repartirlo a los distintos juzgados que habían de camino al mío. Tenía, por supuesto, el permiso, no solo de mis superiores inmediatos, sino de quien estaba por encima de ellos dos. Yo llevaba un carro, esos que son de compra, y, mientras iba llevando a mi hija de camino a la guardería, se iba conociendo a todos los compañeros que me iban preguntando por la evolución de la niña. He de decir, que, durante un tiempo, casi un año, no hablaba de otra cosa que de ella. El diagnóstico me había conseguido enmarañar todas mis ideas, y no pensaba con claridad. Los compañeros aguantaban la chapa con una mezcla de pena y no saber qué decir. Seguramente, ahora, a mis años, eso no hubiera pasado. Lo bueno es que, a veces, le esperaba una pequeña bolsa de chuches, o un regalito minúsculo hecho por alguien, lo malo, es que tenía que levantarla muy temprano para llegar a todo antes de las nueve de la mañana que habríamos al público. A ella que odia madrugar.
También estuvo siempre el sacrificio de no ir ni hacer muchas cosas «porque mamá está estudiando para las oposiciones». Pero eso se acabó, y ahora que estoy preparando promoción interna, no quiero perder el foco de mis hijos. Ya no más. Me gusta estar enterada de todo lo que hacen, de todo lo que tienen fuera y dentro del cole, de sus clases, me gusta acompañar a mi hija en el gimnasio. Ver lo fit que es. A veces, sin que me vea, la miro hacer algún ejercicio de yoga, y veo con admiración que lo ha conseguido realizar completamente. «Ole mi niña!!!»
Todo esto lo cuento porque el otro día, mientras estudiaba, como tengo una casa minúscula, puse el oído en lo que pasaba en el salón, porque noté que mis retoños empezaban una discusión, o más bien, mi hija se enfadaba muchísimo con su hermano y este guardaba silencio. Fui al salón y me lo encontré con un plato de lentejas, solo y a oscuras. Le dije que fuera a la cocina a comer y estuve con él sin preguntar. Cuando ya acabamos, volví a mi habitación y él fue casi detrás a decirme que iba a contarme una cosa que poco más o menos venía a ser un secreto de estado. Lo era para él. Pero era solo la razón por la que su hermana estaba enfadada. Quería explicar todo tal y como fue y que yo lo escuchara. Sin opinar. Me dijo que su hermana y él habían tenido una interferencia. Después de escuchar lo sucedido, le expliqué que era un malentendido. Me dijo que sentía que tenía una disculpa. «Te quieres disculpar?» -Le pregunté. Y me contestó que no. Que eso le tocaba a ella mientras ya le asomaba una lágrima en el ojo. Luego vino ella, compungida, pidiendo perdón, y diciendo que «es que él es muy cuadriculado». «Tú no piensas que, a lo mejor eres igual, y que tu cuadrado ha chocado con el suyo?» -Le dije. Y se echó a reir.
Entonces la abracé a ella. Por reconocer como una buena persona que es que se había equivocado y por tener el valor de disculparse. Después lo abracé a él. Porque sé que un enfado de su hermana con él, le duele profundamente.
Estas son las cosas que no quiero volver a perderme, en las que no quiero dejar de estar nunca más. Por eso, tras suceder lo que he contado guardé mis apuntes y decidí estar presente en mis hijos. Mientras ellos quieran. Mientras me lo permitan.
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Mi camiseta de juicios
¿Cuál es la prenda o el accesorio más antiguo que llevas hoy?
Tengo una camiseta, con un ribete dorado, muy elegante, que me pongo cuando hace frío y necesito ir bien vestida pero sin pasarme, porque, cuando uno va a juicio, debe ponerse un poquito bien, no mucho, pero si lo suficiente para no parecer una irrespetuosa con el juez, que se pone su traje y su toga encima . Mi camiseta es de manga corta pero es abrigada y, cuando uno tiene problemas de menopausia, me es suficiente en días como el de hoy, un dia lluvioso y un tanto frio. La camiseta perteneció a mi madre. Ella cuidaba su ropa como su cuerpo, con mucho mimo. Total, que ella y yo teníamos la misma estatura, misma complexión, misma talla de zapato. Mientras la cuidaba en el hospital, le dio por pensar lo desamparada que iba a quedarme sin su ayuda económica aunque a mi eso me daba igual y se lo dije. Yo hubiera renunciado a todo por disfrutarla un año más. Por eso mismo, y porque una madre no deja de serlo hasta que la vida le dice hasta aquí, me pidió que fuera a su casa y cogiera lo que quisiera de su armario con toda la confianza. Zapatos, ropa de deporte…Le dije que no.
Después de fallecer, tuvimos que arreglar lo de la herencia, con lo que me vi obligada a volver a viajar porque la herencia debía aceptarla en el lugar donde había recidido y fallecido. Un tute de un montón de kilómetros cuando tú lo único que deseabas era estirar el tiempo pasado con ella unos pocos años más. Me llevé una maleta vacía que me traje cargada de su ropa, de su olor. Esta camiseta debe tener un porrón de años porque ella, como digo, trataba todo con mucho mimo. Me gusta ponérmela cuando estamos en sala. Me gusta sentirla junto a mí, aunque fuese a modo de tejido. No sé si a otras personas les pasa, pero mi madre tenía un olor corporal producto de sus cremas y perfumes que daban una idea de ser una persona limpia y cuidada, e impregnaba todo con él.
Hoy hemos celebrado un juicio que, por unos instantes, y, a consecuencia de lo demandado, la oí hablarme y decirme que la gente podía llegar a ser muy sinvergüenza. Notaba su indignación, que debía ser la mía propia, y, para calmar la rabia, decidí imaginar que, quien litigaba, iba a perder el juicio, y que la iban a condenar en costas aunque no tengo ni idea de si eso será así o no puesto que no estoy en la cabeza de mi jefe. Entonces oí la risa de mi madre, esa risa de cascabel que le daba cuando yo le soltaba alguna tontería de las mías. Ella también pensaba que eso debía serlo justo. Pasé mi mano por la camiseta y, por suerte, mi indignación bajó al contacto del tejido.
Ahora se entiende que a los bebés se les ponga alguna cosita que haya llevado primero su madre para que duerma y se sienta más tranquilo. Eso pasa también de adulta y, pase lo que pase, vivas los años que vivas, eso será así hasta que tú misma cierres los ojos y partas igual que lo hizo ella.
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El jardín
¿Cuáles son las 5 frutas que más te gustan?
Hace mucho tiempo, no sé si me lo contaron o me lo estoy inventando, había un señor que poseía un jardín enorme, lleno de todo tipo de árboles frutales que daban unos frutos maravillosos. Además, este señor no dejaba que nada ni nadie visitara su jardín, ni siquiera las aves, y, para ello, lo mantenía vallado y con espantapájaros para evitar que nada pudiera estropear tanta belleza. A veces paseaba por él y cogía alguna manzana que iba comiendo despacio mientras contemplaba su obra. Notaba, con algo de preocupación, que sus árboles iban cogiendo una tonalidad algo oscura y apagada. Al principio, se circunscribía a un rincón, pero más adelante notó que la oscuridad se extendía poco a poco por todo el jardín.
Al otro lado del muro, vivía un pequeño y su madre, una mujer delicada de salud a la que su hijo no sabía qué hacer para verla feliz. Un día, por encima del muro, vio que sobresalía la manzana más roja que había visto en sus 11 años. No se lo pensó dos veces y trepó hasta alcanzarla. Tras probarla, decidió llevar unas pocas a su madre, y consiguió con ello que la mujer se pusiera muy feliz, así que, los asaltos al jardín se convirtieron en una rutina diaria.
Un día, el dueño se dio cuenta de que el jardín tenía un brillo especial, tanto, que ni la luz del sol conseguía ese fulgor. Extrañado, decidió averiguar a qué se debía ese cambio. En esas estaba cuando oyó un ruido en el muro y luego vio a un renacuajo flacucho al que pilló bajando la pared. Cuando lo agarró por el brazo, notó que, si se descuidaba, podría llegar a hacerle daño, así que se ahorró darle el pescozón que le tenía preparado.
En un momento lo entendió todo. Su jardín agradecía las visitas de aquel niño y del disfrute de sus frutas. Entonces se agachó para poder mirarlo directamente a los ojos. «Escucha»-le dijo, «no vuelvas a saltar ese muro tan alto que puedes hacerte daño. Si quieres algo toca a mi puerta que siempre serás bienvenido. Mi jardín está encantado con tus visitas, así que yo no te lo voy a poner difícil.»
A partir de ese día, aquel jardín se convirtió en el mejor y más famoso a muchos kilómetros a la redonda.
Esa es la historia que escuché o que me he inventado…
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La mejora
¿Qué pequeña mejora puedes hacer en tu vida?
Me gustaría cualquier pequeña mejora que me llevara más adelante a ser una anciana que se levanta a la hora que le apetece, que pasa su tiempo entre paseos por la naturaleza, viendo el volar de las aves, el sonido del viento entre la rama de los árboles..una vida que me permitiera leer sin agobios.
Me gustaría tener una pequeña casita con vistas a un jardín, con un pequeño huerto, nada ostentoso ni de dos pisos…no necesito más que alejarme del ruido, de las prisas. Tener un sitio donde no existiera el estrés. Donde pudiera, por fin, dormir lo que me apetezca.
Supongo que a mi marido le gustaría más vivir junto al mar. Y yo, por supuesto, seguiría su capricho, no porque supedite mis deseos a los suyos, sino porque nos queremos lo suficiente para no considerar, este tipo de cosas, un sacrificio. Él me ha dicho muchas veces que le gustaría morir y ser alimento para los peces. Que un ser vivo aprovechara su cadáver. Y entonces pienso que, así, de alguna manera, seguiría viviendo en la naturaleza, formando parte de ella, siguiendo el ciclo de la vida. No creo que él pudiera sentirse más feliz si todo sucediera de esa manera.
Quien quiera que sea el que sobreviva al otro, esperará acompañarle en su viaje mientras disfruta de la vida hasta el último minuto. Tranquilamente.
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Temple Grandin
Explica una historia sobre alguien que haya tenido un impacto positivo en tu vida.
Cuando mi hija era pequeña pero mis sospechas sobre que era autista eran muy grandes, vi un pequeño video en YouTube en el que, la madre de una niña pequeña, recibía el diagnóstico en una época en la que el autismo no es que estuviera en pañales, es que, encima, se consideraba una enfermedad mental. Total, que a la buena mujer le decían que, para decirle qué le pasaba a su hija, necesitaban la presencia de su marido, porque, supuestamente, no lo iba a entender. Ella aclaró que era licenciada en Harvard. Eso para empezar. No solo podía entenderlo, podía aceptar el insulto sin despeinarse.
Tras el primer insulto llegó el siguiente, porque, según el doctor, lo que le pasaba a la niña era consecuencia de una mala crianza, o mejor, consecuencia de no ser una madre cariñosa, lo mismo que me decían a mi los que me rodeaban. Ella contesta irritada que tenía otra hija criada de la misma manera y que no tenía aquellos comportamientos. Daba igual, la culpa es de la mujer, cómo no.
Luego llega la solución que pasa por ingresar a la niña en un sanatorio y olvidarse de ella. Y la madre dice que no. Que si no hay pautas para modificar ese comportamiento. Y el médico le dice que no.
Cuando vi esa secuencia, y me imaginé esa madre, en esos años, saliendo de la consulta con una niña que no hablaba, a la que habían arrojado toda la culpa en la cara, siempre me pregunto de dónde sacó la fortaleza de llevarla a su casa y dedicar al problema todo su tiempo, con los medios que existían antes que debían ser escasísimos.
Existe otra secuencia muy famosa en la que su hija habla de que su madre la educó en respetar las normas y en aprender a buscarse la vida sola. Habla de que su madre siempre le decía que ella era distinta pero no inferior a nadie. Eso, mientras su madre la escucha emocionada.
En ese preciso momento yo decidí ser como aquella señora. Decidí buscar las herramientas que las redes me permitían y me metí en todos los grupos de Facebook donde se hablara de autismo. Comencé a seguir a científicos que explicaban qué funcionaba y qué no cuando tratabas con una persona autista. También he repetido hasta la saciedad eso de que eres distint@ pero no inferior. No dejes que te pongan a un lado o detrás. Demuestra que puedes.
Más adelante he seguido mi propio criterio y he ido abandonando grupos y estudiando todo lo estudiable. No quiero estar en la misma categoría que esa señora. Esa señora llegó a ser para mi una diosa del olimpo. No entro en esa categoría. No necesito reconocimiento público de ninguno de mis hijos. Tienen alexitimia y son incapaces de agradecer nada ni pública, ni privadamente. Me conformo con ver que lo que yo les ofrezco como madre los hace feliz. ESO es ahora mi mantra, pero he de reconocer que Anna, que así se llama la mujer, ha puesto el listón muy alto y se merece todos los homenajes que su hija le dedique. Aún vive. Tiene ochenta y muchos años! Pero es que, estoy segura, su hija, es el motor que tiene para seguir viviendo. Viva Anna Eustacia Cutler!!
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LA DESPEDIDA
Hoy me he acordado de la cantidad de cosas bonitas que me trae este mes a la cabeza. El miércoles cumplirá el enano 11 años y su hermana lo hará el último del mes. Siempre ha sido un mes especial porque siempre suelo hacer un repaso de lo vivido hasta ese día concreto, hasta que la vuelta al sol se completa. Pero hoy, no sé si por el agotamiento que llevo esta semana, los recuerdos me han pasado por arriba.
En estas fechas son los viajes que se llaman de fin de curso, pero que constituyen el final de la primaria y el comienzo de la ESO. Antes, cuando yo era niña te ibas de viaje cuando tenías 14 años. Ahora no. Ahora lo haces con 12. Antes la temática tenía que ver con catedrales, museos, monumentos, lugares históricos…ahora consisten en arrastrar a los críos de un parque temático a otro. Que vean mucho plástico y escuchen muchos gritos. A mi, en mi viaje, me llevaron al de Madrid. Mi hija se recorrió la península yendo de un parque a otro, de un desconcierto a otro. Así la hicimos más independiente. Nos costó la vida prepararnos para ese momento, todos nosotros. No solo ella. Este año le toca cumpleaños volviendo de Barcelona viaje que consistirá únicamente en volver a ver a la gente que queremos, llenarnos de su cariño, ponerlo en un huequito en nuestros corazones, y tirar con eso hasta la próxima vez que podamos verlos.
Bueno, pues cuando llegó el día de la despedida, después de la congoja de despedirme de ella en casa, porque alguien tenía que quedarse con su hermano que era muy pequeño por entonces, y, como salían al alba, después de despedirme de ella, me fui al Facebook y escribí esto:
«Hemos estado meses preparando este viaje. Es el primero en su vida que hace sola, sin su familia, acompañada únicamente por compañeros y profesores. Ella es autista y, aunque esto la hace diferente, sabe, porque sus padres se lo hemos repetido un millón de veces, que no la hace inferior y que puede conseguir lo que se proponga. Va sin móvil porque no tiene edad para ello, o eso pensamos sus progenitores, ¡Pero es que solo tiene doce años! Ha sido un trabajo diario de hacerle entender la cantidad de cosas que pueden suceder y cómo resolverlas. Han sido nueve meses de preparar este momento concreto, el tan ansiado día de la partida.
¡Y se fue! Se despidió de mí nerviosa porque no sabe la cantidad de experiencias bonitas que le tocarán vivir en una semana. No le he dicho eso de «pórtate bien»o «no hagas tonterías» o «ten cuidado». Esas cosas que, cuando las oyes a un adulto te parecen un rollo. Yo solo he sido capaz de abrazarla muy fuerte para memorizarla entera. Y uno se queda con el corazón encogido porque nunca nos habíamos separado. ¿Es le de vida? Si. ¿Estás alguna vez preparada para ello? Por lo mal que me siento, la respuesta es no. Ahora toca esperar el regreso».
Y después de escribir sobre lo que sentía, me volví a la cama, me acurruqué en silencio, y comencé a llorar. A sacar una angustia que no se despegó de mi hasta su vuelta.
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Tramitar
¿Cuál es tu proyecto profesional?
Siempre, durante toda mi vida, he sido un Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. Solo he necesitado algo de ayuda cuando comencé a trabajar y mi hija se encontraba muy enferma. Era muy pequeña, así que, miré a mi alrededor y, buscando a alguien, pensé en una persona que no trabajaba por las mañanas. Cuando estaba intentando coger carrerilla, explicando lo enferma que estaba la niña, antes incluso de solicitarlo, de pedirlo, mi interlocutora me dijo que ni se me ocurriera terminar la frase. Que la respuesta iba a ser no y así fue. Estuve tres días sin ir al trabajo. Eso sí, cuando envié los justificantes, mis jefes fueron, y no estoy siendo cínica, bastante más comprensivos que ella. Así que, desde ese día y hasta hoy, decidí que no iba a pedir un favor ni iba a contar nunca con nadie para sacarme las castañas del fuego. No fue nada proporcionado. Poner en el mismo saco a tod@s por un garbanzo negro no es justo. Y, mirando hacia atrás, nunca dejaría a mi niña con alguien que no piense menos que ella es un ser humano maravilloso. He conocido gente mucho más generosa y solícita a lo largo de mi vida. Mis amigas, por ejemplo. Fuimos juntas de viaje y mi hija fue con nosotras. Y disfrutamos como dos enanas, como ella misma dijo que ocurriría.
Ahora, llevada por esa misma estela insolidaria, por no querer tener que contar con nadie para nada, ni un permiso, ni las vacaciones, ni nada, he decidido ascender. El sueldo es un meh, pero supone llevar tu mesa y tus expedientes. Ahora mismo trabajo con alguien que es una persona maravillosa, pero, es interina. No vamos a trabajar juntas muchos años. Con ella me llevo de maravilla. Nos reímos de las mismas cosas y tenemos la misma filosofía laboral. Ahora disfruto mucho mi trabajo, pero llegará un momento que esto acabará. Y uno debe crecer y buscar sus propios lugares donde seguir siendo una misma. Y lo haré. Sola. Sintiéndome como un águila. Volando sola. Casi sin mover las alas. Planeando el aire.