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LA ELECTRICIDAD
¿Cuándo fue la última vez que corriste un riesgo? ¿Cómo te fue?
Cuando mi hija tenía unos pocos meses de nacida, solía ponerla en una sillita con la que podía pasearla por toda la casa mientras yo iba haciendo tareas como una navaja multiusos. En una de esas, comencé a oler a quemado. Concretamente, plástico. El alma se me cayó a los pies. Debía ser un electrodoméstico. Comencé a desenchufar los pequeños, pero la cosa persistía. Comencé a pegar la nariz en la nevera, el horno, la lavadora que estaba en ese momento en marcha…no conseguía localizar dónde estaba el peligro. En una de estas que estaba junto a la lavadora, vi que saltaban chispas en el enchufe. Saltó la palanca. Desenchufo inmediatamente y veo que sale un humo marrón por las juntas del aparato. Me asusto. Pienso con absurdez en la canción que comienza con «por el humo se sabe dónde está el fuego». Salgo corriendo y aviso a mi vecina de al lado de mi puerta. Volvemos corriendo y veo con horror que las llamas alcanzan casi el techo de la solana. Mi vecina comienza a gritar. Le digo que eso no ayuda. Cojo un cubo de agua y lo tiro a la lavadora que sigue ardiendo. Mi vecina no para de gritar. Vuelvo a llenar el cubo de agua y vuelvo a tirarlo al aparato. Se apaga. Cuando creía que ya había terminado, veo que una humareda tóxica marrón se dirige hacia nosotras. Abro la ventana y el humo escapa por ella. Mientras veo con alegría que todo ha terminado, recuerdo a la niña. Salgo corriendo al salón. Ella sigue en la misma postura que la dejé. Con el pulgar de su mano izquierda en la boca y la mirada perdida. Me recorre un sentimiento de impotencia y un enorme escalofrío. Siento que algo va terriblemente mal. Pero creo que eso no va a arreglarse con cubos de agua. Se va mi vecina, me siento en la cocina y comienzo a llorar. A la mierda la lavadora. Yo quiero saber dónde ha ido mi hija. Quiero salir a buscarla.
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EL RIESGO
Explica un riesgo que hayas asumido y del que no te arrepientas.
Uno de los mayores riesgos que tuve que asumir fue decir a mi familia que tenía que encerrarme a estudiar las oposiciones. Y fue un riesgo con mayúsculas. Mientras yo estudiaba, todo iba quedando aparcado.
Veía que mi hijo iba muy mal con su déficit de atención, pero creía que lo de los exámenes sería cuestión de un par de años. Total, el niño tenía 5 años. Era pequeñito aún para decidir nada. Fueron cuatro años de estudios y el problema se hizo enorme. Decidí atajarlo hablando con su terapeuta, que se me puso de perfil, y de la que más adelante también prescindí, visitando al neuropediatra y haciendo que le hicieran una valoración en condiciones dos psicólogas externas y pagadas por mí.
Durante esos años me perdí veranos, donde veía a mis hijos irse a la playa con su padre, mientras a mi me sudaba hasta el bigote, me perdí fiestas, excursiones…
Si el riesgo mereció la pena? Sin duda. Sobre mi cabeza colgaba la espada de Damocles. Iba a perder el trabajo y lo sabía. Me había salido la pajita corta. Y yo necesitaba mi sueldo. Era inasumible el costo de nuestras vidas cobrando solo el paro.
Durante ese tiempo ocurrieron muchas cosas. Demasiadas. Mi hermana se puso enferma y mi madre también. Cuando supe qué tenía, decidí hacer la maleta y dejarlo todo atrás. Hijos, marido, casa, oposiciones…todo quedó congelado durante el tiempo que estuve con ella en el hospital que no fue mucho. Y volví a ganar. Porque despedirme de ella era una lotería. Hasta hacía no mucho, la gente fallecía sola a causa del covid. Ella estuvo conmigo.
Fue un 2021 en el que tuve que tomar decisiones sobre muchas cosas, pensando en lo mejor para todos. Seguro que me equivoqué. No soy perfecta. Pero eso lo sé, lo asumo, y sigo…
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LOS ARREPENTIMIENTOS
Cuéntanos alguna ocasión en la que no actuaste, pero te arrepientes de no haberlo hecho. ¿Qué habrías hecho de otra forma?
No, je ne regrette rien, dice la canción de Édith Piaf. Pues yo sí. De un montón de cosas, aunque creo que todas me llevan a ser la persona cuya imagen me devuelve el espejo hoy.
Me arrepiento, por ejemplo, de no haber parado los pies de la terapeuta de mi hija. De aquel día en que, con una confianza que yo no le había dado, me dijo que, sabiendo lo que yo sabía en ese momento, cómo se me había ocurrido quedarme embarazada de nuevo, de mi marido. Lo que yo sabía en ese momento era nada. Sospechábamos que el niño estaba danzando, sin nosotros saberlo, dentro del espectro. Uno tan enorme que consigue que algunas personas pasen el filtro de los detectores. Que se hacen mayores y, que solo tras una fuerte depresión, o tras una enorme incertidumbre, se arrastran hasta un buen psicólogo que les dice qué les pasa. No sabíamos nada más. Según el diagnóstico que ella misma había realizado, mi hija tenía un trastorno específico del lenguaje. Descartaba el autismo. Y lo descartaba diciendo que ambos no podían convivir en la misma persona. Y lo dijo desde lo alto, como su desafortunadísimo comentario, como si fuera una estrella de la psicología. Como una Sigmund Freud sólo que ella no aparecía en ningún compendio psicológico. Ni en Wikipedia. Y ese dato que ella me dio era tan erróneo como su diagnóstico.
Luego no. Luego lo cambió. Y tras el diagnóstico vino esa frase. Y tras la frase, un, «con un señor que es autista de manual». Entonces me sentí como Alicia en el país de las maravillas, cayendo en un enorme agujero, muy lentamente. No la quise creer. No me daba ninguna credibilidad. Y lo que es peor, no le dije que prescindíamos de sus servicios. Tenía que haberme enfadado. Tendría que haberle gritado y haberle dicho que, si quería, le enseñaba los dos informes anteriores firmados por ella, informes que ella no debe recordar. Qué pena! La misma pena que me da mi inmovilidad en ese momento. Luego descubrí que ya no iba bien. Me iba deslizando por una sima y no ponía remedio. Estaba deprimida. Tenía una ansiedad como un piano. Me justifica eso? Ahí lo dejo.
La decisión de dejarla vino después, cuando, eso ya a mi marido, le dijo que se iba a trabajar a otro sitio y solo iba a quedarse con «los niños de toda la vida», es decir, que prescindía de nuestro enano. Él no era de toda la vida. No era creación suya ni su problema. Entonces mi marido le dijo que, sintiéndolo mucho, los niños eran un pack indivisible. Eran nuestros niños de toda la vida. Eran nuestra vida. Y volamos fuera de su radar. Y hemos sido más felices sin ella. Sin duda.
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DEPORTE
¿Qué te relaja después de un día duro?
Creo que con el título solo ya estaría contestada la pregunta. Antes de encerrarme en casa a estudiar, iba al gimnasio cada tarde. Para cada día tengo una actividad contratada. Son unas actividades del ayuntamiento que valen una porquería y son oro. Además de baratas, tienes unos monitores muy profesionales trabajando con un material ya no tan profesional. Pero yo salgo de allí como de un spa.
Yo elegí pilates y yoga porque estoy mayor. Cuatro años encerrada en casa estudiando como un ratón de biblioteca, hizo que mi espalda esté hecha trizas. También voy a zumba. Por las risas. Solamente.
Contraté dos actividades más que tuvieran que ver con trabajar la fuerza. Otra cosa importante para cualquier ser humano, pero vital para los que estamos en una edad interesante y pasando la menopausia. He de decir, que, gracias al ejercicio realizado estoy viviendo el proceso de una manera mucho más liviana que lo que escucho por ahí.
Pero ahora me quedo en casa, y, a veces, para soportar o tragar algunas cosas, si tengo una botella de vino me tomo una copa. Malo. El alcohol es un tóxico. Solamente. Aunque lo pintemos de risas, de cenas, de escenas…En fin, el otro día, como hacía algunas veces cuando me sentía un poco triste, fui a mirar el chat que tenía con mi madre en el móvil. Para mi no en exceso sorpresa, ya no pude verlo. Se entiende que si no utilizas una aplicación es que no te interesa y entonces, ella misma se desinstala. Y entonces los chats que tuvieras con otros se pierden. Objetivamente es lógico. Es tecnología. Pero para mi fue un palo mayúsculo. Y eso que sabía que eso pasaría!!! Pero es como cuando ella falleció. Yo esperaba en la habitación del hospital donde estábamos ella y yo solo lo que era predecible. Su final. Final que, además, ella no dejó alargar inútilmente. Un día, cuando sienta fuerzas lo escribiré. Cuando no me produzca la sensación de estar comiendo piedras. Lo escribiré y lo dejaré para siempre escrito. Para recordar lo increiblemente valiente que fue mi madre frente a la señora de la guadaña.
Bueno, pues tras comprobar que ya no podía leer nada de lo compartido, me tomé una copa de vino mientras lloraba a moco tendido. Mi marido se sentó delante de mi, y me dijo que a él no le pasaban esas cosas porque él no era un sentimental. Luego matizó y dijo que, además, nunca ha compartido con sus padres nada que no fueran lugares comunes. Si ha estado jodido no ha ido a nadie a desahogarse. Y, mientras a mi se me escapaban las lágrimas ya no sabía si lo hacía por lo mucho que echo de menos compartir con alguien y tener una confianza que ya no me alcanza con ninguna persona, o porque, en ese momento, sentí una tristeza infinita en pensar que mi marido eso no lo ha vivido nunca. Ni siquiera conmigo.
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HISTORIA DE UNA CRISIS
En mis casi 25 años de casada, treinta y seis de conocer a mi marido, hemos tenido, como es logiquísimo, muchas discusiones. Hemos estado regulinchi, pero jamás hemos dejado de hablarnos. Hasta hace muy poco. Han sido cuatro meses en los que hemos sido compañeros de piso que, además, se soportan solamente.
La historia comenzó en verano. Mi hija nos dijo que quería estudiar una carrera que se da solo en la isla de enfrente y le dijimos que no. Tenía caducada su discapacidad, porque aquí, en este país, debes demostrar cada tanto que, efectivamente, eres autista y morirás así, y es que los números no salían. Ya hicimos un esfuerzo económico brutal cuando le pagamos el bachiller. Pago que hicimos porque deseábamos que siguiese en el instituto con sus amigas. Hay cosas que están por encima de los conocimientos.
Hablamos con ella y ella aceptó estar una temporada opositando. Es una chica con altas capacidades, pero muy joven para algunas cosas de la vida. Cero rencorosa. Ayer vio a la que le ha estado sacando los cuartos, que se acercó para pedirle explicaciones, la gente no tiene maldita vergüenza, de porqué había dejado de contestar a sus mensajes. Lo dicho. Maldita vergüenza. Ella le contestó de manera muy educada, como es ella siempre, y le dijo que le habían obligado a bloquearla, pero que, con lo del dinero, definitivamente, le había cerrado el grifo.
Total, que ella se hizo un estudio en su habitación, y allí se encerró a poner codos. Y, de repente, nuestra vida familiar cambió. Ella está, a veces, 24 horas en casa. Cuando sale a la biblioteca, debido a su ansiedad, se sienta, se levanta para ir dos veces al baño, y se las pira. No puede. Se siente observada y juzgada. Cosas de su mente autista y sus rumiaciones. Ella quiere afrontarlo y prueba cada vez, pero ese está siendo el resultado.
Mi marido comenzó a comportarse extraño. A él el cambio de rutinas no le hizo ningún bien. Y, en el puente de diciembre, la cosa saltó por los aires. Como la discusión lo llevó a lugares no comunes para ninguno de los dos, decidí que, hasta que él no empezara a modificar su conducta hacia mi, ahí se quedaba y podía hacerlo el resto de su vida.
Hace poco, ya con las aguas vueltas a su cauce, bueno, que éramos capaces de estar juntos en la habitación sin querer marcharnos, hablamos de divorcio. Yo temía que dijera que el se querría llevar su parte de la vivienda familiar. Es lo que toca. Él y yo nos hemos dejado la vida en ese trámite tan horroroso de pagar una hipoteca. Pero me dijo que no. En esos meses había convivido con algunos de sus amigos y había decidido que, si llegábamos ahí el que se iba de casa sería él. Yo le expliqué que estaba haciendo números para conseguir pagarle el valor de la vivienda y no irme con los chicos a otro sitio. Me contestó que no la quería. Su parte.
Entonces me preguntó que si no consideraba yo que, aprobando la niña las oposiciones, no sería correcto que ella viviera en un sitio donde llegar a su trabajo sin necesidad de rodearse o apretujarse entre un montón de gente en el transporte público. Y, por supuesto, le dije que si.
Estuvimos hablando mucho sobre lo que le había supuesto el cambio de rutinas. Ha perdido oído además, y eso hace que todo se le haga más cuesta arriba. Pusimos todo sobre el tapete, incluida mi menopausia o premenopausia o qué se yo aún, y vimos que enfrentamos cambios en nosotros mismos y en nuestro entorno. Difícil un cambio para un autista. Encima, la terapeuta de nuestro hijo no va a continuar en el gabinete. Se va a unas calles por encima de donde está ahora trabajando. Otro cambio. No le gustó. Me dijo que a él las cosas le gustan estables. «-No sé si me explico» me dijo. Lo miré a los ojos, intentando transmitirle todo lo que sé y que siento en aquella mirada y le contesté: «¡Por supuesto!»
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LO PRIMERO
Escribe lo primero que se te venga a la cabeza.
Lo primero en lo que he pensado hoy, nada más abrir los ojos, es en salir a mi antigua oficina a dar un abrazo a la que fue, durante once años, mi compañera. Le han dado no muy buenas noticias sobre la salud de su pareja, con la que comparte años, risas, llantos, pero ninguna cosa burocrática o, como digo yo a veces, burrocrática.
Luego subí a mi oficina donde estaba una compañera, recién incorporada, después de haber «luchado con una larga enfermedad» como dicen los noticiarios, en la que ha salido victoriosa. Nadie de la oficina se ha alegrado al verla. Sí de que esté bien, pero no de que haya vuelto. Excepto la mujer que se sienta a su lado a la que sí que he visto contenta. Se parecen pero no son iguales. Esta me parece, al mirarla una serpiente a la que no debes dar la espalda por si le diera por morderte. No he debido compararla con una serpiente. Pobre animal!
Otra compañera, de otra oficina, se acercó porque creyó que ella se sentiría hermanada por el hecho de haber compartido la misma enfermedad y triunfo. Pero no. Le ha respondido con lo más impertinente que se le puede decir a alguien que cree verse reflejada en lo que has pasado. «Que ella estaba allí porque la obligaba la inspección médica no porque allí hubiera nadie con quien ella quisiera compartir el aire que respiraba». Qué amable!!
Soy de las personas que piensan que, cuando alguien viene a darte o a desearte algo bonito solo debes recogerlo y agradecerlo. No soltar algo tan desagradable. Es mi sentir. Mi pensar.
Y entonces volví a pensar en mi antigua compañera. Cuando mi hermano me dijo que debía volver a viajar a Barcelona porque con mi madre no había ya nada más que hacer, en ese mismo instante, comencé a llorar. Teniendo en cuenta que soy una persona que, cuando llora, podría ser contratada como plañidera, y, que además, había gente todavía esperando ser atendida, porque sí, la noticia me pilló en el curro, debí ser la comidilla del registro en ese momento.
Solo recuerdo dos cosas. Una compañera comprarme un pasaje a Barcelona sobre la marcha, y el abrazo de oso de Celia, que así se llama, recolocando todo mi dolor.
No pude evitar comparar las dos situaciones. Hay quien es amor y amor recibe. A granel. Yo la estaba consolando, pero luego llegó un grupo enorme que se quedó a hacer de andamiaje. Hay quien es odiosa y molesta como el humo del tabaco en los ojos, y solo recibe indiferencia.
Y ahora mismo pienso que quiero ser y pertenecer al primer grupo.
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MI PERFECTO DESCONOCIDO
Describe un encuentro fortuito con un desconocido que te haya marcado positivamente.
Hace muchos años, cuando trabajar para mi era como estar en un tren locomotora de esos que se movían con carbón, siendo yo la maquinista, apareció, en medio de todo aquel lío, una pareja que venía a pedir cita para casarse. Saqué el formulario, les expliqué la documentación a aportar, y, agenda en mano, les dije cuándo podían venir a traer todo cumplimentado. Entonces él se echó a reír y me dijo que no. Que él necesitaba casarse urgentemente. Comenzó a explicarme que tenía una enfermedad, que se podía ver en su rostro, que había comenzado a devorar sus órganos internos. Me dijo que ya se había cansado de sufrir y que el viernes de esa semana iban a operarlo. Tenía todas las papeletas para morir en la mesa de operaciones. Lo increíble es que él lo explicara en un tono entre resignado y feliz. Me dijo también que había encontrado al amor de su vida, esa vida que se afrontaba corta, y que lo último que quería hacer, antes de morir, era llevarse esa felicidad.
Se casaron al día siguiente, un martes, con poquita gente toda ella compungida. Menos ellos. Ellos estaban felices e iluminaban la oscuridad de la sala con sus sonrisas. Lo esperé en la puerta, estreché su mano y le deseé suerte. Me dio las gracias.
No falleció en la operación pero no superó el postoperatorio. Vino un familiar a decirlo y a agradecernos haber hecho al muchacho tan feliz. En ese momento, él se colocó en mi ADN y me hizo entender lo que significa amar a alguien por encima de todas las cosas. Amar hasta el punto de que, por ese amor, su dolor lo era menos. Ser feliz a pesar de las adversidades, y mirar la muerte con esa entereza. Ojalá haberle dicho lo que supuso conocerlo. Tal vez pueda hacerlo en la otra vida!
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Donde no se me quiera
¿Qué lugar del mundo no visitarías nunca? ¿Por qué?
Estaba hablando con mi hermana ahora sobre que, tal día como hoy, comencé a escribir este blog. Ella, que mucho antes de ese día me estuvo insistiendo para que escribiera, y me dedicara a poner online lo que antes escribía en forma de cartas o relatos pequeños, escritos en libretas y escondidos de la mirada ajena. Pocos saben que escribo. Unos pocos más saben que me presenté a un concurso, que no gané, escribiendo un relato de ficción y que sorprendió incluso a los que me conocían, por esto de que yo me abro en canal frente a muy pocas personas.
Lo cierto es que soy una mujer muy tímida a la que nunca le ha gustado estar donde no se le quiere. Me siento tremendamente incómoda si observo el menor atisbo de, mira chica, aquí sobras.
Pero escribir me gusta. No. Miento. Me encanta escribir. Sé que hay gente que lo hace muy bien. Leo otros blogs y alucino. Pero aunque lo estuviera haciendo remal, no cerraría el grifo de la creatividad. Me ha costado tanto decidirme a escribir, que ahora los escritos que, de siempre han estado en mi cabeza, se han puesto en fila uno tras otro esperando a que yo les de vida. Y voy con demasiados años de retraso y no quiero colgar las musas detrás de ninguna puerta. Ahora que escribo pienso en historias, en rimas, comento incluso cosas en Instagram por el solo placer de escribir. Me encanta el silencio mientras escribo, roto solo por el sonido del teclado. Luego vuelvo a mi día a día. Como si no hubiera pasado nada, cuando no ha sido así. Escribir deja huellas bonitas en mi persona. En mi mente. En mi espíritu.
Hace muchos años, yo tenía 18, mi padre me dijo que, mejor, no volviera a visitarlo ni a verlo nunca más y yo acaté esa decisión, como lo haría un soldado en una guerra. Era lo que había. Y lo que había no era para mí. En este momento de mi vida solo yo decido sobre mi persona, a quién y qué quiero. Yo soy futuro.
Agradezco infinito el que mi hermana me hiciera ver que en otros sitios sí soy querida. Y yo lo soy en las letras. Gracias hermanita!!
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Mi tío
Explica algo positivo que un miembro de tu familia haya hecho por ti.
Iba a no contestar a este estímulo de la aplicación, pero no sería justo. Hace muchos años, cuando la vida no era para mí precisamente un carnaval, y, estando en el instituto, tuve un problema con la profesora de música. Era algo ridículo, pero ella se enrocó en que quería ver a mi padre. Yo le había explicado por encima que mi madre no podría asistir, así que me dijo que, o aparecía mi padre, o me suspendía la asignatura con lo que tendría que recuperar toda la materia en junio.
Cuando le expliqué a mi padre lo que había sucedido, por no decir que le importaba una reverenda mierda no ya que me suspendiera, sino que me muriera, me contestó que no pensaba acudir.
Con una congoja infinita lo expliqué a mi abuela y a mi tío Octavio, que era, en aquel entonces, todo la sensatez que puede existir en una sola persona. Entonces me dijo que no me preocupara que él iría a la reunión. He de decir que trabajaba en la misma empresa que mi padre y que estaba justo en frente de mi instituto. En frente.
Y allí que fue. Venía sucio, porque la empresa repartía a los hoteles del sur de la isla que estaban en construcción. No quiero ni imaginar ese, «mira que me voy a hablar con la profesora de mi sobrina un momento, ahora vuelvo» y la cara de los compañeros sabiendo que eso era cosa de mi padre.
Mi tío estuvo fantástico. Tanto, que, cuando terminó, la profesora lo miraba entre admirada y estupefacta. Se acercó mi tío a mi, y me dijo: «Todo aclarado». Y esas dos palabras fueron oro en ese instante y para siempre.
Luego lo atenazó la depresión y no hubo forma de soltarlo de ella. Siempre que lo veía le decía que lo quería y le daba un abrazo bien fuerte, para que constara en su alma que era importante para mí. Para todos. Pero un día decidió que no podía más. La depresión había tomado posesión de toda su vida. Y partió sin avisar. Sin un adiós. Pero entre él y yo está «todo aclarado».
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MI RESTAURANTE FAVORITO
¿Cuál es tu restaurante favorito?
Mi restaurante favorito no llega a esa categoría. En realidad, es una tasca. Un lugar con unas pocas mesas en el exterior envueltas en las mamparas que se pusieron tan de moda en la época covid, unos barriles, dos o tres, en el interior, que sirven de mesa, y la propia barra. La atienden dos personas, un señor de más o menos mi edad, y una chica joven. El origen de ambos, el mismo. Extremadura. Entrar allí es como hacerlo a la pequeña aldea de Asterix y Obelix. Todo tiene su origen en la misma Comunidad. La primera vez que fui, lo hice solo con mi marido. Entramos, no teníamos reserva, por supuesto, y nos tocó barril. Total, que en un momento dado, me arrimé a la barra del negocio para reclamar no sé qué cosa. Y, de repente, el paisano que tenía a mi derecha comenzó a hablarme como si nos conociéramos de toda la vida. Tenía, además, una retranca cómica muy buena, y ahí estaba yo, escuchando su anécdota, con una sonrisa que terminó en carcajada cuando acabó de rematar la historia. Entonces, de una forma muy rara, sentí el negocio mismo como casa.
Cuando voy con mis hijos,esto no me gusta porque tiene mala pinta, o porque tiene un olor fuerte, plato que pedimos, plato que se zampan. Está todo delicioso. De hecho, mi marido odia el queso, por esto del olor, y, una vez nos pusieron unas chistorras en una salsa echa con algo de queso. Tú dejaste de comerla? Mi marido tampoco. Quedará para los anales de nuestra insigne historia familiar.
Los que van allí, suelen hacerlo cada dos por tres. Yo no. Si pudiera sería como los parroquianos que se sientan siempre en la misma mesa. Un grupo de jubilados que tienen entre sus filas gente que ha sido conocida en la ciudad por haber sido regidores de la misma. Siempre son los mismos, gracias a Dios, y, cuando pasa mi hijo, que tiene mutismo selectivo, hacen una fila de palmas hacia arriba para que mi hijo los salude como si fuera una estrella de la NBA, chocando las manos. Me parece que tienen una sensibilidad fuera de lo común. A mi suelen preguntarme que qué tal me va todo, y tras intercambiar alguna frase más, ellos vuelven a su vino y yo a controlar la mesa, los pedidos y las bebidas.
Ah! Encima, está en la playa. Cerca de la avenida. Así que la comida va acompañada del sonido de las olas..no se puede pedir más!