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ENGAÑADA
Hace unos días, para celebrar la vida misma, nos fuimos al restaurante preferido de mi marido y de mi hija. Tal es el amor que se le profesa que, mi marido, que jamás llama para reservar ni hablar con nadie (no tiene móvil) si utilizó el fijo para reservar una mesa. La señora nos recordaba. Cómo no! Lo que ella es muy muy discreta y nos trata muy amablemente pero manteniendo las distancias. Nos da lo que necesitamos vaya! Incluso, esta vez, como estábamos solos en el restaurante (llegamos casi en horario de comedor de guardería para no encontrarnos con demasiada afluencia de público) nos dejó caer como quien no quiere la cosa, que siempre elegimos sentarnos en la misma mesa. En fin, cosas de autistas que no tiene por qué saber la buena mujer. Yo soy la que se dirige al personal. Ese es mi rol. Si pillo al camarero de toda la vida de un local al que vamos siempre, soy yo la que le desea buen provecho. La de las bromas. La que pide la cuenta. La que, si en un momento dado tiene que decir algo mínimamente incómodo con lo que la familia se siente a disgusto, allá voy yo.
Cuando estábamos acabando la comida, vi que mi hija se había guardado un pan en su bolso. No pregunté. Llegamos a casa, y cogió un brick de leche. Y entonces le dije que a dónde iba con esa comida. Me explicó que había una señora que pedía en tal calle y que ella la conocía y que le iba a llevar los alimentos porque la pobre señora debía nutrirse. Para mi horror, la veo manejando el móvil, enviando mensajes de texto, y escuchando audios. Y entonces le pregunté que si le había dado su número personal a la susodicha. Y me dijo que sí. Entonces la comida me cayó en los pies. Fue como cuando empecé a preocuparme porque veía a mi madre muy enferma. Esa sensación. Vértigo. Si. Esa podría ser la palabra.
Entonces respiré profundo y le dije que la señora se ponía en esa calle en concreto porque hay un bingo a dos pasos y un bar a solo uno. Le pregunté, como de pasada cuánto le había aflojado a la aprovechada esa (término que no utilicé hasta que me dijo el dinero que le había aflojado). Volví a respirar hondo y le dije que, delante de mi, debía eliminar a esa señora de sus contactos. Que la bloqueara. Que no volviera a dirigirse de ninguna de las maneras a ella. Lo que a mi hija le sorprendía era que yo no estuviera enfadada con ella. No lo estaba. Temía por ella. Eso sí. Le había llegado a pedir que le hiciera bizum. Menos mal que no tiene tarjeta de crédito!
Eché la mirada hacia atrás, a unos meses antes, cuando me dijo que quería ir a otra isla a estudiar. Cuando hice cálculos, no salían las cuentas. Estudiar en la universidad es caro. Pero hacerlo en otra isla, con tu certificado de discapacidad caducado, es un lujo al alcance de unos pocos. Tuve que decirle que no. Le dije que, además de no tener el dinero, la veía demasiado niña y demasiado ingenua para afrontar estar fuera de casa sin, aún, supervisión paterna. No estuvo de acuerdo. Se enfadó. Pero en el momento en que me contó toda la historia con la señora esa, esos temores me cayeron como el piano al coyote. Aplastándome en el suelo. Dejándome sin energías.
En el momento en que decidimos mi marido y yo que ella no iría a la isla de enfrente, mucha gente nos recriminó por tomar una decisión tan dura. Ya habíamos superado los dos años de bachiller teniendo cada mes unos números rojos que daban terror. Pero por lo visto, cuando la gente no vive tus cosas, te ponen un rol, el que sea, y te lo cuelgan como un collar de flores al cuello.
Le he explicado, por activa y por pasiva, el engaño al que ha sido sometida. No me queda ninguna duda de que, si dejo que la aprovechada esa se acerque a ella otra vez, puede que corra el riesgo de volver a dejarla entrar en su parcela privada. No hay garantías de que no. A pesar de lo explicado. O si. Ni idea.
Creo que ví a la susodicha el otro día. Sentada en una mesa de un local que le iba que ni al pelo. En él se ofrece un cubo de cervezas a siete euros y medio. Una ganga para un alcohólico. Mientras lo pensaba, me crucé la vista con ella. Yo creo que supo quién era. Mi hija es mi retrato solo que más guapa y joven. Pero yo no quería conflictos. Ese día no. Llevaba en mis manos la escritura de la cancelación de la hipoteca de mi casa, que quiero registrarla para que mis hijos la hereden sin cargas. Y entonces pensé: «Sé tú más señora que ella». «Has llegado hasta aquí, pero podrías, perfectamente estar en esa mesa, esperando por tu cubo. Tú nunca has necesitado engañar a alguien para que te cubra tu adicción. Has sido más lista. O has tenido más suerte. No sé».
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Las 5 cosas cotidianas que me hacen feliz
Enumera 5 cosas cotidianas que te hagan feliz.
Lo primero que me hace feliz, después de levantarme y preparar los desayunos, es abrir Instagram y ver las noticias que da Ángel Martín. Me encanta que alguien acabe, después de levantarse pegándose un madrugón, grabar el vídeo, editarlo y subirlo a la red, diciendo que quiere a todo aquel que está detrás de la pantalla. Los seres humanos que oímos sus noticias antes de salir corriendo a nuestros destinos. Me parece que es de ser un ser humano tremendamente generoso.
La segunda cosa que me hace feliz es ir al trabajo caminando. Cuando ves, desde él, las largas colas que soportan los que se mueven por la ciudad, encerrados en sus coches, armándose de toda la paciencia, cada día, respiro absolutamente aliviada. Si tuviera que hacer lo mismo, el estrés me tendría muy enferma. Además, desde mi trabajo, en una séptima planta, tengo unas vistas al mar maravillosas. Puedes ver, como si fuera una postal, los barcos fondeados en el mar mientras el sol va subiendo muy despacio en el horizonte.
La tercera cosa que me encanta es tomar el café del descanso en mi casa. Ver y hablar con mi hija mayor en calcetines, prestándonos toda la atención la una a la otra, ese ratito, no tiene precio. Mi hija es un ser humano maravilloso. Digna de todo lo bueno.
La cuarta cosa que me gusta es hacer deporte por las tardes. Ahora no estoy yendo porque este trimestre está siendo un infierno de estudio y preparación que terminará sólo cuando llegue el día del examen, pero lo echo de menos. Me gusta saludar a las compañeras y a las profesoras y luego estar 45 minutos partiéndome el alma. Y lo hago por mi bien. No por estar delgada, sino por salud física y mental. Nunca me cansaré de repetir que lo recomiendo como el mismo respirar.
La quinta cosa que me hace feliz es, por las noches, cuando ya voy a dormirme, oler a mi enano cerca de mí. Poder abrazarlo. Saber que eso un día terminará porque será ley de vida que se vaya a su cama. Y mientras tanto aprovecho. Lo abrazo con no mucha fuerza. No le gustan los abrazos fuertes mientras duerme. Y así me quedo, en silencio, esperando que la vida me dé la oportunidad de vivir todo eso, de nuevo, al día siguiente.
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Mi libro preferido
Mi libro preferido llegó a mi en un día de playa. Solíamos ir los domingos y allí nos reuníamos con tías de mi madre. Juntábamos las sombrillas, y, en ese círculo, jugábamos a las cartas, comíamos, íbamos a nadar todas juntas…
Me encantaban esos momentos y esos días. Es una playa capitalina así que, mientras paseas por la orilla, puedes ver a la gente paseando por la avenida, comprando o comiendo en el montón de negocios que tiene. Pues bien, ese día, me encontraba mal y estaba de mal humor. Así que me puse a sombra y entonces vi el libro. Era un libro enorme y precioso, con una rosa gigante en la portada, y, si no recuerdo mal, dentro de ella había un laberinto. Era, el nombre de la rosa. Empecé a leer, y, enseguida, puse cara a Guillermo de Baskerville. Le puse la cara de Sean Connery, que, muchos años más tarde interpretaría al personaje.
Mientras leía descubrí, para mi horror que no iba a conseguir terminarlo por muy rápido que leyera. Y así fue.
Años más tarde me lo compré. Con mi primer sueldo. Aún lo tengo en casa. También es de los libros preferidos de mi marido. Pero es que lo tiene todo. Crimen, suspense, amor…y sí. Vaya que si lo he releído. Es, para mí, lo mejorcito de Umberto Eco. Esa tarde en la playa no pude acabarlo y, durante años no supe cuál era el final. Esa espinita me la quité cuando lo compré. La prueba de que lo conservo, la foto

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Miss Marple
Si pudieras ser un personaje de un libro o una película, ¿quién serías? ¿Por qué?
Sin duda alguna, de anciana, me gustaría ser como ella. Una señora de más de noventa años, que hace punto, visita a sus vecinos, cuida de sus plantas y le encanta atar cabos sobre lo que ve a su alrededor. Es como cuando yo era niña y observaba a la gente, aunque yo las historias me las inventaba, y ella no. Ella conoce al ser humano muy muy bien. Y es capaz de ver la maldad en un pueblo tan pequeño y cuqui como St. Mary Mead. Me encantaría tener una mente tan despejada y ágil como la suya. Y su habilidad para cuidar de su jardín con tanto mimo. Eso también me encantaría. Además, no es una señora solitaria. Su sobrino la cuida y la mima como a una madre. La ayuda económicamente porque a él como novelista las cosas le van bien, y ella tiene lo que viene siendo una pensión de mierda, y se la lleva incluso de viaje lo cual me parece el colmo de la felicidad. Que he leído a Agatha Christie? Mucho. Fue la lectura que acompañó toda mi adolescencia. Luego vi la serie que ponían basada en sus novelas. Me gusta el misterio. Mucho.
Si no fuera mujer, si buscara un personaje masculino sería Toranaga. Él es un personaje ficticio del libro de James Clavel, Shogún. El libro llegó a mis manos por mi marido. En ese entonces, su interés restringido era Japón y los shogunados. Era capaz de decirte los nombres de emperadores y de los Shogún sin equivocarse y por su orden antes y después de Toranaga que fue un personaje real, Tokugawa leyasu. Como ven tomé nota mental de todas esas cosas porque, de tanto repetírmelo, se me adjuntó al Adn.
En el libro, este personaje ve la vida como un enorme juego de ajedrez. Cada movimiento que hace, cada peón perdido, que no son piezas de madera sino seres humanos, es un paso más hacia su objetivo, que ha convertido en su todo en la vida. Me encanta cómo el libro detalla sus pensamientos y cómo hace todo lo posible para que, lo que piensa no se le vea en la cara, algo que yo, sin duda, soy incapaz de conseguir. A mi todo se me nota.
El libro lo recomiendo muchísimo. James Clavel hace una radiografía a la mentalidad japonesa con una veracidad que te deja sin palabras y explica el porqué del odio que tienen hacia todo lo extranjero. Nosotros allí seríamos un Gai-Jin. Algo casi peor que ser carnicero en la época en la que está ambientada la novela. Y ya paro. No sin antes explicar que lo que me gusta de ambos personajes es lo bien que saben retratar a otro ser humano. Con sus edades, sus achaques, pero con toda la agudeza!
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LA TUTORÍA
Esta semana he tenido dos tutorías. Una de ellas se refería al peque de la familia. El profesor me ha dado un seguimiento del niño, de las asignaturas en las que él flojea, matemáticas y lengua. He visto por encima que tiene un montón de «en proceso» y ningún conseguido. He metido los papeles en una bolsa, los he fotocopiado y me he olvidado de ellos. No creo en seguimientos. Ni en valoraciones apocalípticas. Creo en mi hijo y en sus capacidades. Hemos hablado de la actividad en la que él no quería que el niño participara. Me ha reconocido que no se esperaba, para nada, el cómo fueron las cosas. Yo sí. Yo lo conozco y sé de sus fortalezas y de sus debilidades. Al final, fue el único de toda la clase que preguntaba dónde estaban los artículos, dirigiéndose a los empleados del supermercado con educación y como si lo hubiera hecho toda la vida. Vamos, que le hemos dado un zasca en toda la boca. En fin. Nos ha dicho que va a aprobar este curso. Sin duda ninguna. Y con eso me he quedado.
Luego, he tenido una tutoría yo, con la tutora asignada para este curso de autismo que realizo con Fundación Quinta. Ha sido un cambio de impresiones rápido que tenía mucho que ver con el trabajo de final de curso que debo presentar. Oh my god!!
El hecho es que no suelo estar en las clases online en directo. No creo que me haya visto o me recuerde por esto de que soy madre, trabajo, hago deporte, voy a las terapias de los chicos, o hablo con sus terapeutas de temas que creo se deben tratar en la terapia…bla, bla, bla. Soy de perfil bajo. El caso es que ha flipado un poco con esto de que convivo con lo que ella creía eran dos personas autistas hasta que le he aclarado que no, que son tres. Que mi marido también lo es. Me ha preguntado que cómo lo organizo. Y siempre que me hacen esta pregunta contesto lo mismo. Con mucho estrés. Pagando con la salud. Esa es la forma en que lo llevo. No hay más trucos y no soy súper nada. Me ha dicho que le parece interesante el trabajo que le quiero presentar. Vamos a ver qué sale.
Ayer salió en la aplicación la pregunta de qué profesión elegiría hacer de manera gratuita. Me gustaría escribir de forma profesional y me gusta la dedicación que aplico en mis hijos. Si pudiera decir que si me dedico a ello como si fuera una profesional diría que sí. Y lo hago de manera gratuita. Por eso me formo. Por eso trato de entender cada día lo que pasa por la cabeza de mis hijos. No puedo ayudar a mi marido. Puedo acompañarle. Puedo hacerle entender qué ha ocurrido en determinadas situaciones en las que hemos estado juntos y en las que me ha mirado con cara de desconcierto. Mis hijos no tienen su vida resuelta. No son su padre. Debo darle el mayor número de herramientas posibles para que puedan encauzar su futuro. Su incierto futuro. Hay un alto porcentaje de personas autistas sin trabajo. Sin ayudas. A la deriva. No saben lo angustioso que puede ser eso para una madre que sabe cuánto valen sus hijos y que sabe de las miradas prejuiciosas de la gente que les rodea.
Pienso luchar por ellos hasta que me cierren los ojos, con todas las fuerzas, con toda mi energía. Quiero que eso quede claro. No porque sea una madre fantástica. Sino porque quiero la felicidad de los dos. También con todas mis fuerzas.
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MEJORAS
¿Cómo mejorarías el lugar donde vives?
Vivo en un sitio donde puedo llegar caminando a muchos sitios. Tengo cerca todo los lugares administrativos que necesito para arreglar un papel. Vivo, además, a dos pasos de mi trabajo al que entro tras dejar al peque en el bus del cole que también se para delante de mi curro. Eso sí, no verás una zona verde ajardinada en condiciones hasta no sé dónde. El primer parque infantil que vale la pena, donde los niños hacen turnos para deslizarse por el columpio está a algo más de media hora caminando. Es lo que tiene vivir en un barrio que se empezó a construir durante la conquista y aquí plantamos una iglesia, en torno a ella vamos haciendo casas de dos alturas…claro, la cosa no estaba para pensar en verdes ni en niños. Antes, además, aquí llovía más. Corrían los barrancos cargados de agua. Ahora se han sustituido por una carretera de doble sentido y, por supuesto, ha desaparecido el puente que permitía el paso a la otra orilla. Yo volvería a esa época de lluvias. Ahora llueve polvo del desierto y, generalmente, miras hacia arriba y ves el cielo marrón.
Eso lo cambiaría. Pero si me mirara el ombligo y el cambio lo circunscribiera a mi casa, la reformaría casi en su totalidad. Necesito cambiar las puertas de casi todos los cuartos, que no cierran,reformar el baño, que tiene mil años, pintar…es lo que tiene haber llevado casi 20 años sacrificando, aunque no lo vimos un sacrificio, casa por niños. Había que pagar terapias y coles. De dos chicos. Y no daba para todo. De hecho, eso, unido a nuestra hipoteca, hizo que viviéramos estos años de un color morado muy cuqui. Pero ya se acabó. Todo pasa y todo queda que diría Machado. Y así es…
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Las fortalezas y debilidades
¿Cómo te has adaptado a los cambios que trajo la pandemia de la COVID-19?
A mi me pilló el confinamiento preparando las oposiciones. Iba por ese entonces como pollo sin cabeza, y, de repente, tuve que parar. Encontrar y echar mano de toda la paciencia. Con los niños en casa, descubrí, con horror, que mi enano tenía lo que sería un Tdah como un piano de cola. Tuve que ponerme a ver en la tele los programas educativos que enseñaban trucos para aprender matemáticas, por ejemplo, y aplicarlos a él. Y salir corriendo al neuropediatra desde que pudimos poner un pie en la calle.
También he tenido que adaptarme a vivir sin mi madre, que no murió de covid, pero sí lo hizo porque, atender a la gente telefónicamente no es una vía muy correcta para detectar un tumor. Pero he de decir, que, ella llevó la enfermedad con una cabeza y una fortaleza dadas por el deporte que hizo hasta casi el final, con una entereza que me maravilló. Y entonces pensé que yo debía coger ejemplo y ahora todo el mundo alucina porque todos los días, o los días que puedo, voy al gimnasio. Mi madre me llamaba el antideporte con patas. Ese era el nivel.
También me hizo ir a terapia. Que es algo que recomiendo si tienes algún nudo mental que desatar. Llegar a consulta y ver que mi psicóloga era una chavala joven me echó para atrás al principio. Pero solo muy al principio. Porque enseguida conectamos y, gracias a esas horas, yo soy mejor y más fuerte mentalmente en la actualidad, además de que, gracias a Elena, el duelo fue bastante menos penoso de lo que hubiera sido pasarlo a pelo.
Y esas fueron mis adaptaciones! Ah! Y aprobar las oposiciones!
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LA IMAGINACIÓN
¿Qué te hace una persona única?
Yo creo que todos somos algo creativos en alguna cosa. Cocinando, se me da fatal, cosiendo, las labores se me dan regulinchi aunque puedo pegar una cremallera y subir el bajo de un pantalón y sabía hacer punto pero lo olvidé. Mi madre hacía ganchillo, tengo, o tenemos mejor dicho, toda su parentela, unos gorritos para cubrir el papel higiénico del baño. También me hizo una mantita para la cuna del niño que guardo como un tesoro. Pero yo en ese punto, nunca he tenido paciencia. Eso sí, cuando era pequeña, siendo hija única, y teniendo unos padres bastante jóvenes y a los que les gustaba salir, y una abuela que ya tenía suficiente con su propia prole, pues me llevaban a locales que llevaban música en directo. Pero no se crean que cualquier cosita, no. He visto tocar y cantar en directo a Antonio Machín. Si. Soy mayor. Mucho. Y lo descubro cada vez que me asalta algún recuerdo de la infancia.
Pues bueno, mientras el cantante y la orquesta le daban a los acordes, la gente salía a la pista y, entre ellos, mis padres. He de decir que mi padre siempre fue una nulidad como padre en el más amplio sentido de la palabra, pero tenía muy buen sentido del ritmo. Qué le vamos a hacer! Quien no se consuela es porque no quiere!
Cuando eso ocurría, me quedaba sola en la mesa, sentada, mirando a mi alrededor, a las caras de los que estaban sentados a mi alrededor. Con mi refresco de naranja. Y entonces se producía la magia. Miraba a alguien durante un rato, y, puf! Mi mente comenzaba a crear una historia sobre esa persona. Tenía cara de enfadado? Pues imaginaba qué era lo que le tenía contrariado, que estaba haciendo arrumacos con su acompañante? Pues creaba la historia desde que se conocían hasta después de ese baile.
A veces, cuando llevaban un rato largo bailando, mi madre se acercaba y me preguntaba si estaba cansada y quería irme. Estamos hablando que yo tendría cuatro años o menos! Pero siempre le contestaba que no. Si mi madre me hubiera preguntado en esos instantes, le hubiera dicho que estaba en esos momentos en lo mejor de la historia y que no deseaba ser interrumpida.
Con el paso del tiempo, mucho tiempo después, decidí poner esas historias en papel. Tal vez he decidido hacerlo un poco tarde. Pero sí, sin lugar a dudas, eso es algo que me hace única. Porque son mis historias. No las de otros!
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SEMANA SANTA
Este año, porque me quedaban aún por disfrutar cuatro días del año pasado, me he pillado toda la semana santa. Toda. Desde el viernes pasado. Estaba reventada. Como ya he dicho, el segundo trimestre de quinto ha sido agotador. Hemos dejado el hígado en él. He de decir que, sin ser que ahora le guste estudiar, no vayamos a flipar en colores tampoco, el ejercicio de estudiar todos los días aunque no haya deberes, ha hecho que mi enano le esté pillando el gusto al hábito.
Pues bien, el lunes, no pudo ser antes porque a mi marido le tocó trabajar durante el finde, empacamos las cosas y nos vinimos al sur de la isla. Llegamos tarde, porque la rutina impone que debemos parar a cenar en un restaurante de comida rápida que hay nada más entrar al pueblo. Aquí, hasta los pueblos, se han puesto todos a disposición del turista. Un turista que en su país es civilizado pero que al llegar aquí se convierte en un energúmeno. Hay también bonitas excepciones. Gente que ama la isla. Pero son los menos. Desgraciadamente.
Nos plantamos en una vivienda que lo fue de mi madre. Es de mis hermanos y mía y aquí mis hijos tienen unas rutinas que hacen que en sus vacaciones puedan soltar ese vapor que se acumula en la cabeza de una persona autista que va aumentando a medida que socializan, aguantan atascos, ruidos, apreturas en el transporte público…Aquí notas cómo se van relajando. Nada más llegar.
Al día siguiente, o el mismo día de la llegada, mientras engullen sus hamburguesas, comienzan a hacer planes. Mañana comemos en tal sitio, luego vamos a la playa, luego cenamos en este otro sitio, y, cuando han terminado, dejan nada a la imaginación o, a, vamos a ver qué pasa hoy. Han hecho planes para todos los dias. Eso ocurre cuando vienen conmigo. Yo no hago planes a largo plazo. Solamente enumero lo que haremos ese día en concreto. Por eso son del team papá.
La playa a la que vamos, no se nos ocurre ir a ninguna otra, es una playa artificial. Creo que en la isla solo hay dos. Pues una de ellas. En esta playa el mar siempre está igual. Puede estar la marea alta o baja, pero no hay olas. No somos del team, tenemos que quedarnos sin bañarnos porque está el mar picado. No no. Y en ese team me incluyo. Y se incluía mi madre a la que estar ahí le encantaba.
Para cenar podemos incluir, volviéndonos muy locos, cenar en casa, o hacerlo en un restaurante del centro comercial donde, o qué guay, vende comida rápida, contundente, no hay colas, de hecho, no tiene casi clientes mientras que los otros locales están llenos, y la comida está buena. Qué ocurre? Pues que el dueño es hindú. No pone en sus platos otra carne que no sea pollo o pescado. Prepara unas ensaladas gigantes y muy ricas. Y la gente de por aquí y el turista prefiere un menú más variado.
Hoy hemos planeado volver a casa. No quiero hacerlo mañana y tener que comerme los atascos de la vuelta. Volver a casa me va a caer como una piedra en la cabeza. Espero haber cargado toda la energía necesaria para afrontar la vuelta a la rutina. Hoy limpiaré un poco la casa, leeré, regaré el jardín, y volveré cargada de ropa de cama y cosas que lavar al regreso. Voy a aprovechar todo el día. Y lo he comenzado de la mejor manera que sé. Escribiendo.
La foto la hice ayer. Me gusta. Y es la de la playa a la que vamos.

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LO QUE LA MAYORÍA DE LA GENTE NO ENTIENDE
Cuéntanos algo que la mayoría de gente no entiende.
La gente, en su mayoría, no entiende el autismo. O dice que si, pero no. Cuando arañas un poco, la persona con la que hablas creen que la gente autista es como Sheldon Cooper. O como la chica de Bright Minds, una serie francesa con título inglés que descubrí esta semana. O peor. Como Rain Man. Aunque ya solo los que somos cincuentones sabemos y conocemos esta película. En fin. Que el autismo o ser autista no va de eso. Va de tener un mapa neuronal distinto del que tienes enfrente. Va de que no sabes que te está tomando el pelo o siendo sardónico mientras te preguntas porqué otro ser humano emplea esas tácticas para hablar con nadie mientras lo miras con desconcierto y cierta desilusión. Es cierto que hay tantos autismos como personas. A nadie le da por lo mismo. No va de que escuche un ruido fuerte y se tape las orejas con las manos mientras grita desesperado. O si. O de no soportar ciertos olores. De no ver quizás el conjunto pero ser capaz de fijarse en un maravilloso, minúsculo detalle. O de no entender al que le habla a pesar de hablar el mismo idioma. Y no, no es una enfermedad. Hay quien piensa que el autismo lo es. Y cuando le dices la condición de tu hijo, más por necesidad que por ganas, notas cómo aleja a su hijo del tuyo no sea que lo contagie. No. Tampoco se contagia. Lo que sí lo es, contagioso digo, es la ignorancia. No saber es peligrosísimo. Si te toca un/a profesor/a que no sabe y que no quiere saber, y te trata con toda su ignorancia, el resto de compañeros se contagiarán. Y entonces es cuando empiezan a ocurrir situaciones de rechazo o de acoso. Pero no sólo en el cole. En los trabajos. Y para todas las cosas que se salen un poco del tiesto y que son distintas. Que has perdido tu salud mental? Ahora eres un loco. Que has engordado? Malo también. Que has perdido una parte de tu cuerpo? Pues ahora puedes ser desde un tullido a un pobre ser al que hay que ayudar aunque no hayas abierto la boca para pedir ayuda. La gente es la monda. En general. Luego hay alguna que, cuando hablas con ellas no te juzgan, te entienden, y solo te trata porque le caes bien o mal. Pero esas personas son una excepción. Deberían ser regla.