• LA ALEXITIMIA Y MI PEQUE

    Esta mañana, como siempre los fines de semana, he sentido la mano de mi hijo tocando suavemente mi hombro. Rítmicamente. Un, dos, tres, paro. Compruebo que mi madre ha dejado de roncar. Que no. Repito. Al abrir los ojos, lo he visto devolverme la mirada caricontenido y me ha dicho: «Mamá, yo quiero despertarme a las diez de la mañana, pero mi cuerpo se levanta a la hora en la que me despierto para ir al colegio» que es a las 6 y media. Y tú te preguntarás, «qué tiene eso de importante?» Pues todo. Él nunca cuenta nada de sí mismo. Ni lo que siente, ni lo que le pasa…Si buscas en Google te dirá que «el 50% de las personas con autismo tienen dificultades en identificar y describir sus propias emociones, de relacionarlas con situaciones externas o internas, escasa empatía o reconocimiento emocional en otras personas». Eso es la alexitimia.

    Y eso le pasa a él. Al fallecer mi madre me sorprendió que, incluso al verme llorar como una magdalena al llegar al aeropuerto, no lo ví acongojado. O no lo parecía. Y, durante un tiempo, me molestó lo que consideraba una frialdad. Los adultos a veces nos formamos ideas preconcebidas del que tenemos enfrente y tachamos a una persona de esto o de lo otro con una alegría y desparpajo que da un poco hasta de miedo. Así que le pregunté que cómo se sentía al haber perdido a su abuela. Y me dijo que muy triste. Con cara de no estarlo. Seguí cuestionándolo, y en un momento dado me soltó: «La abuela siempre me decía que los hombres no lloran». Y entonces entendí. Y lo sentí mucho por él y por dejarse llevar por un mal consejo dado sin mala intención.

    En fin, que, por fín he descubierto qué le pasa. Y creo que su terapeuta también. Así que he decidido trabajar con él en ese sentido. Quiero evitar situaciones de su vida diaria que lo ponen en situaciones penosas  y pongo dos ejemplos. Podrían ser cientos.

    El otro día tenía que presentar un trabajo de conocimiento del medio. Extremadura era la Comunidad Autónoma que le había tocado. Su hermana y yo buscamos toda la información y se la pusimos en la carpeta amarilla donde lleva lo importante. Entonces, en algún momento sacó el montón de papeles y los perdió. En su mesa. Pero los perdió. Si se hubiera mostrado desesperado o acongojado, su profesor le hubiera ayudado, pero él, ante lo que parecía una fría indiferencia, me escribió un correo y me dijo que no contara con que fuera a aprobar esa lección. Faltaría más. Está muy ocupado antendiendo a ONCE NIÑOS en su clase. ONCE. Y le cascó un maravilloso 2 de nota.

    Otra situación. Ayer hizo un frío que pela en un sitio donde, si la temperatura baja de 20 grados nos cagamos encima. No estamos acostumbrados. He de decir que donde él estudia hace un frío de mil demonios y ahí si que se ponen perfectamente en unos 13 grados que, con viento, como ayer, hace que se te congelen todas tus ideas. Él tiene por costumbre quitarse su chaqueta al llegar al cole, por esto de que es autista y también las sensaciones frío-calor no están ajustadas tampoco. Tiene el termostato corporal roto. Pues cuando fue a coger el bus de vuelta a casa, la señora que va con él en la guagua, que no recordaba que por la mañana lo había visto con la chaqueta puesta, al verlo pelarse de frío se quitó su abrigo y se lo puso a mi hijo. Al llegar a su parada, yo lo esperaba helada, con un paraguas en la mano que me hizo sentir como Mary Poppins. Tuve la impresión de que en algún momento saldría volando con él y acabaría en la azotea de algún edificio. Pues bien, nada más verlo le dije: «qué haces sin chaqueta?». No contestó. Cuando ella me explicó le dije, «lleva la chaqueta en la mochila!» y flipó. Mucho. Y él callado. Como si la conversación no fuera con él. Con esa cara de, esto no es mío señor agente, consigue que la gente se haga ideas preconcebidas y le deseen cosas muy turbias porque piensan que sólo los ha chuleado. Ya digo que la gente adulta somos muy guays en ese sentido.

    Así que he decidido que, por su propio bien, y por su salud mental, hay que trabajar con ahínco el expresar qué le pasa. Y al escribir esto me he dado cuenta de que su padre es igual que él. Nunca me ha dicho que se siente acongojado o feliz. Le cuesta decir de una manera adecuada qué le pasa, y de ahí nuestros graves problemas de convivencia. No quiero que al peque le pase. Quiero su bienestar emocional.  Y, como hago siempre, me arremango y me pongo a ello.

  • EL TEA Y LA ALIMENTACIÓN

    Sé que me meto en un jardín, pero en mi casa se representan todas las dificultades que se pueden encontrar en una persona autista en la alimentación. Desde, no quiero determinado producto si no es de una marca determinada, hasta esto no es una croqueta porque no tiene la forma ni el color que debe tener una croqueta.

    A mis chicos les gusta saber con un día de antelación qué se va a comer en esta casa. El niño, entre semana, come en el cole, así que, con el horario de comidas que tengo pegado a la nevera, un domingo, por ejemplo, le digo qué va a comer el lunes. Con mi hija siempre le digo que le pregunte a su padre que es quien cocina y luego los oyes durante unos quince minutos debatir sobre ello. «Mamaaaaa!» Grita mi hija cuando mi marido se emperra en hacer algo impopular. Entonces entro yo, y, como una buena negociadora que soy, y, cediendo ambas partes, hacemos un menú a gusto de todos.

    Otra historia que tenemos que tener en cuenta es la ansiedad. Esto deriva en problemas de atracones que debo parar o me encuentro con un problemón. Por ejemplo. Anoche. Se hicieron unos fideos chinos y se pusieron hasta las cejas. Mi hijo me repitió desde el salón varias veces que no podía moverse, hasta que, oh, sorpresa! lo vi salir corriendo al baño a vomitar. Cuando has tenido un día como  el que él tuvo ayer, esto es, en el que en el  cole hubo fiesta de disfraces y no llevó ni los libros, el día se convierte en una especie de yincana sorteando miles de obstáculos. Fue disfrazado de spiderman que consiste en un mono con cremallera por detrás y algo que debe ser gomaespuma para imitar los músculos. El disfraz le iba justo. Se lo compré el año pasado y, cuando fuimos a por otro no había nada que le gustase. Yo le había puesto un velcro en la entrepierna pensando en cuando necesitase ir al baño a orinar…pues bien. Llegó con una herida en el muslo producto del roce del velcro con su piel. Había superado la yincana sin quejarse y ahora quería saciarse de comida para sentir paz. Pero su cerebro, esa maraña neuronal hija de puta, no recibe a tiempo las señales que el estómago le envía para decir «estoy saciado». Y él continuó comiendo literalmente hasta reventar.

    También ocurre con mi hija. Tiene casi 19 años y ahora que se prepara para su futuro, ante la dificultad de los temas que estudia, la incertidumbre, el haber cambiado la rutina de sus primeros 18 años, que era ir al colegio, comer allí y luego volver a casa, han dado como resultado que, muchas veces está agotada. Ella no sabe por qué. No lo entiende. Yo sí. Desgraciadamente, una persona autista tiene un puñado de cucharas mentales. Pongamos 20 cucharas. Para cada situación necesita gastar un número de cucharas. Por ejemplo, socializar ya se lleva la mitad o más de los cubiertos. Pensar en levantarse a estudiar, pensar luego en su futuro, entrar su mente en bucle…se lleva un buen puñado más. Y así nos vemos que, a lo mejor, a la hora de la comida ya no puede con su alma. Y se acuesta. Y se duerme. Y no duerme poco. Necesita recargar sus agotadas pilas mentales. Mientras tanto, yo me limito a acompañarla. Aconsejarle que tome un té relajante. O decirle que vaya al gimansio por las mañanas que es muy bueno para la ansiedad, o simplemente, cierro su puerta y le digo a su hermano que no la moleste.

    Luego está la dificultad de no soportar nada que tenga un olor medio fuerte tirando a fuerte del todo. Mi marido. No soporta el queso en ninguna de sus variantes. Tampoco mi hijo. El queso es puaj. Y yo me he tirado muchísimos años de mi matrimonio haciendo encajes de bolillo para poder desayunar algo que me encanta. Pero, como ahora estamos sumergidos en lo que yo llamaría la crisis de la madurez, en la que sabes que te queda poca trayectoria de vida, he decidido que si le molesta lo que como se tape la nariz. A mi me molesta que no ponga ni las cuerdas para colgar la ropa  en el patio. O que se esté convirtiendo en un viejo cascarrabias.

    Y en este maremagnum de fuertes sentimientos, me encuentro yo. Como ya dije más arriba, acompañando. Con mis propias dificultades. No es fácil haber tenido un día agotador en el trabajo, ir al gimnasio a recolocar tu mente, y regresar a casa donde tienes que decirle a tu hijo, después de haber vomitado, que no va a comerse un plátano. Que se acabó comer. Que luego te despierte a la una y pico de la madrugada diciendo que se le ha caído un calcetín del pie cuando lo que en realidad le ocurre es que está sufriendo su propio dia agotador. Está librando una batalla contra la ansiedad. Y entonces acompañar no se vuelve nada fácil. Menos aún con 53 añazos. Pero soy su madre y él espera que yo sea una isla en ese mar tormentoso de sentimientos. No voy a decir que respiro y sonrío. Yo soy más de apretar los dientes y de comprender. Entonces lo abrazo y, cuando oigo su respiración pausada, mi mente agotada desconecta de nuevo al descanso.

  • SEMANA INTENSA

    Esta semana ha sido larga, dura, intensa. He tenido muchas ganas de colgar el mandil de la vida y decir: «Hala! Ahí os quedáis» Ganas muy  intensas. Como estos siete días.

    Comencé la semana con el despertar de un lunes con el enano echándose manos a la cabeza y suplicando algo que le calmase el dolor. Irme a trabajar, dejarlo con su hermana, que no hacía más que enviarme mensajes sobre lo terriblemente mal que se sentía el niño, y su padre, adulto supuestamente funcional que deja al cargo de esta que escribe, también, la salud de sus hijos. Supongo que por eso mi hija me envía mensajes a mi y no le pregunta a él que lo tiene en otra habitación. En fin.

    Luego vino una llamada grupal de una amiga que trabaja ahora mismo en una sala de la Audiencia Provincial que prepara el tribunal del Jurado. Cuando recibí la videollamada colgué. Pensé que era un error. Pero no. Era todo un señor SOS porque, habiendo el Jurado llegado a un veredicto, al llegar a la sala se encontraron con que la pantalla se había desconectado del sistema. No se podía grabar el veredicto. Su compañera, nueva. Le damos nuestras pobres orientaciones de una cosa que ves o percibes en la pantalla de un móvil y les ofreces tu ayuda presencial. Vivo a dos pasos de mi curro. A dos pasos casi literales. Si. Soy la envidia de prácticamente toda La Ciudad de la Justicia..menos de mis vecinas que también trabajan ahí. El problema se soluciona llamando a otra compañera que le aconseja que haga algo que los informáticos te dicen que no hagas. «Aprieta el botón azul!!» Funciona. Ya puede entrar el Jurado y el Tribunal que son casi las nueve de la noche. Me libro de ir y de dar explicaciones a seguridad.

    Luego ha estado el que esta semana he echado mucho de menos a mi madre. Luego he calculado que, más o menos por estas fechas, fui a Barcelona para estar con ella. Y se me han echado los recuerdos encima. La conversación con mi hermano, esperanzado el hombre de que mi madre aguantase alrededor del año, mi realístico cálculo en el que ponía las cosas en unos seis meses, y lo que fue en realidad. Un mes.

    Cuando recuerdo esa conversación, siento una pena enorme por él. Su padre había muerto de cáncer hacía unos pocos años. Ahora se llevaba a su madre. Él mismo es un superviviente de esa enfermedad. En fin. Que creo que mi situación personal, con una conversación con mi marido que no llega y que se está convirtiendo en otro cáncer, me ha puesto una nubecilla negra encima de mi cabeza. No he dado una ni en el curro, ni en el gimnasio, ni ayer en zumba…Comienza a afectarme que alguien que es capaz, incluso, de dar mi móvil a Aliexprés, o a sus médicos, que me llaman para cambiar la hora, o a sus compañeros que me escriben para ver si quiere un bocata de una cafetería que hay de camino al curro,  todo porque él dice que no necesita esos aparatejos…como digo, alguien que te utiliza como si fueras su secretaria, o su madre, en el colmo de la falta de respeto, se permite el lujo de negarte la palabra desde hace ya dos meses. Todo bien. Fetén. No he pretendido nunca que bese por donde paso. Pero debería ser así.

    Otra piedra ha sido el máster que estoy preparando. Un compañero ha puesto en el chat del grupo una situación que vive como profesional. Trataba de que no sabía cómo decir a una familia que se niega a ver que su hijo es autista que, en realidad, si que si. Todos han opinado sobre cómo poco más o menos, debes ponerte un poco de perfil en un tema como éste.  No sea que los padres se cabreen y no vengan más con el niño o se pillen una depresión o yo qué sé. Y entonces he opinado yo. Y les he recordado quién es el paciente y a quién deben ayudar. Teniendo además en cuenta que el paciente es un menor que no tiene la culpa de nada de lo que sucede, y que, al ponerse de perfil, lo único que se consigue es arruinar un poco o un mucho la  vida de ese niño.  Su futuro. Luego me he arrepentido de opinar. Que les den. A todos. Después he pensado en el niño. Casi he podido verlo. Mirándome. Pidiéndome ayuda. Como hacía mi hija de pequeña. Y he sentido que, con esa opinión que he dado, a lo mejor, le he echado un cable. Y solo por eso, afronto la próxima semana en un estado de ánimo menos cenizo que esta que termina.

  • LA SEÑAL DE UNA EMOCIÓN

    Esta semana mi hijo tuvo terapia, en la que se incluye el juego de mesa como una herramienta para alcanzar un objetivo. En este caso, el objetivo era expresar sus emociones, algo que él nunca hace. Rectifico. Lo hace pero de una manera que, solo los que lo conocemos, sabemos qué le sucede. O lo imaginamos. Con unas cartas que llevaban unos símbolos dibujados en ellas, su terapeuta le iba preguntando sobre cómo se sentía en determinadas situaciones de la vida, y él sacaba la carta que definía mejor su emoción. Cuando le preguntó que cómo se sentía cuando alguien le hacía daño sacó la carta con el símbolo del stop. Porque así exactamente se siente él cuando le pasan por arriba. Se paraliza. Cuando el dolor es muy fuerte porque el daño lo ha sido también, se calla y puedes ver cómo sus ojos se rayan de lágrimas mientras intenta aguantar un puchero. Siempre lo imagino como una pequeña olla exprés llena de dolor y de frustración por no poder encontrar las palabras que digan que eso que ha sucedido le ha hecho daño. En eso él y yo somos muy iguales.

    Todo esto viene a cuento porque el jueves le pedí cita en el dni porque lo llevaba caducado. Antes de ir a la comisaría, su profesor me mandó las notas de los controles que habíamos estado preparando toda la semana y que yo sabía aprobados porque el niño me lo había dicho. Lo que ignoraba era que en matemáticas había sacado un 10. Y LO HABÍA PREPARADO CONMIGO QUE ME CONSIDERO UNA NEGADA EN DICHA ASIGNATURA.

    En ese momento se me pasaron dos emociones por el cuerpo. La primera, la alegría de ese sobresaliente que celebré con un fuerte abrazo al enano, la segunda la de que, quizás, me he subestimado toda mi puñetera vida, y, que, a lo mejor, esto de la pedagogía se me da mejor de lo que yo misma considero.

    Le enseñé las notas a su padre, y con esa alegría nos fuimos al trámite. Nos atendió allí la misma funcionaria que cuando fuimos en septiembre para solicitar un duplicado porque mi marido había perdido el original. La mujer no puede ser más eficiente y más amable. Una cosa loca, la verdad. Y, como a mi me gusta decir y destacar cuando alguien hace una tarea, y la realiza con gusto, pues la felicité antes de irme. Se sonrió un tanto tímida. Creo que no está acostumbrada a que el público le diga que trabaja de coña. Aunque ella sí sabe su valía. Pero de verdad que es una cosa loca de eficiencia y amabilidad a partes iguales.

    Al salir de allí, fuimos en busca y captura de su padre que, como no, se mantiene al margen de estas cosas como si no fueran con él. Se había plantado en una cafetería a tomar un café. Ole!!! Cuando llegamos mi hijo y yo al sitio, nos sentamos y el niño le preguntó a su padre si no lo invitaba a algo rico como premio por las buenas notas. Y mi marido le dijo que no. El crío insistió y volvió a obtener un no por respuesta. Durante unos segundo pensé en quedarme con él e invitarlo yo y luego pillar un taxi de vuelta a casa. Pero decidí que no. Porque yo no voy a estar toda su vida evitándole este tipo de situaciones. De gente que te dice que te quiere y luego se comportan como unos miserables estamos todos servidos. Decidí acompañarlo en la pena y validar que pensara que su padre no se había comportado bien, porque era verdad. Y, a su señal de stop mental, le saqué la del corazón vendado esa que pone en los emojis de WhatsApp. Quería que supiera que, mientras siga andando yo por aquí, él puede contar conmigo para verbalizar sus sentimientos y hacer de bálsamo para su sufrimiento ante cosas como estas. Mientras siga yo por aquí…

  • UNA SEMANA CUALQUIERA

    Esta semana me ha salido un poco torcida. Lo único que me alivia y me da consuelo es ir a terapia, un lunes cada quince días. Ojo cuidado que no voy a darle la chapa a mi psicóloga durante una hora porque no pueda con el hecho de vivir siendo la única neurotípica de la familia, lo hago por el hecho de que a mi, a veces, la vida me pesa muchísimo, supongo que como a todos en algún momento dado, pero yo, a Dios gracias, puedo permitirme la asistencia a una profesional que me recoloque y me coloque de nuevo en el lugar adecuado.

    Si miro para atrás en la convivencia con mi marido se puede ver, con meridiana claridad que él suele descontar de nuestros días en común, uno, dos o tres días para hacer lo que él llama sus actividades. Esta vez han sido tres. Con mi hijo a tope de exámenes, alguno de los cuales le repetirán el lunes porque cuando atacamos el tema vi que lo tenía muy difícil para aprobar porque va del clima, de los diferentes tipos de clima que hay en España, y, la verdad, si no se lo das envuelto en algo atractivo, no siente ni la menor curiosidad sobre lo que se habla en él. Lo intentaré esta tarde. Deseadme suerte. Eso en lo que se refiere a esa asignatura, pero, en mates y lengua HEMOS aprobado. Y lo pongo con mayúsculas porque el esfuerzo que hemos hecho lo merece.

    Yo, por supuesto, como una madre responsable que soy, y que sacrifica sus asuntos por sus hijos y bla bla bla, viendo que al pater familias, que es como se denomina así mismo mi marido, se la sopla todo y se va a hacer una excursión de tres días de donde vuelve con sus chacras colocados, sacrifiqué mis horas de deporte. No voy a decir que con toda la pena. Mentiría. Excepto ayer. Ayer sí fui. Estuve tentada en sacrificar esa hora y media en ir a hacer la compra de cosas que hacen falta puesto que, con el trabajo, las terapias, los estudios, comprar cosas que necesita para el cole, asuntos personales mil…no me ha dado tiempo. Total que decidí que me iba a zumba. Y antes de eso a comer con mis compañeros de trabajo que realizan las mismas funciones que yo, no sin antes decirle a mi marido que volviera a recogerme. Que, llevo dos años yendo y aún me pregunta que a qué hora termino. Fetén. Cuando nos bajamos del coche, vi que se retrasaba un poco porque sacaba cosas del maletero. Cuando se puso a mi altura, descubrí que había ido al supermercado antes de recogerme y que había comprado cosas solo para él. Para tener qué comer durante las horas de trabajo. No dije nada. «Al enemigo ni agua» pensé. Cuando subimos a casa, su hija, que es un ser pensante y no una ameba como debe creer él le preguntó que cómo era que había ido al supermercado y no había preguntado si necesitábamos algo o si queríamos acompañarle y que por qué no había nada en su compra para los demás. Silencio. Es lo que tiene saber que haces cosas que están mal a sabiendas que van a molestar. Luego, delante de según que gente te da cierta vergüencilla reconocer que has hecho mal a propósito. Sobre todo si no eres mala persona. Solo un egoísta. A la enésima potencia.

    Tengo por aquí por casa el libro de un autista adulto que, cuando descubrió su condición, a la edad de cuarenta y muchos años, además del shock de saber qué le sucedía, su mujer le plantó un divorcio. Si ella hubiera podido hacérselo por lo penal lo hubiera hecho. No me cabe duda. Supuraba aquella mujer un dolor y un rencor impropio de haber compartido tu vida con alguien que elegiste como padre de tus hijos. Él no entendía nada. No comprendía tanto odio. Yo, en cierta forma sí que lo entiendo.

    Mi madre, que leyó el libro, me dijo que esa mujer se había pasado tres pueblos. Que poco más o menos que pedía la sangre de su ex, un señor que parecía por el texto alguien incluso algo cándido, y yo le contesté: «Claro!, esa es la versión de él! En esas cosas mamá, hay que estar». O no!

  • ESTA MAÑANA DE SÁBADO

    He de reconocer que esta semana que termina me ha pasado por arriba. Dedicarte tú sola a todo lo que tiene que ver con tus hijos es una carga muy dura. Hemos ido por fin al neuropediatra, y, la verdad es que, siendo el hombre una persona que trata a pacientes y padres un poco a contrapelo, me explico, es algo cortante, da consejos no pedidos sobre la crianza…cuando estoy en su consulta siento que me pone a un nivel de «madre que sabe de lo que habla» y, la verdad es que eso se traduce en conversaciones sesudas y en estrategias a corto plazo sobre cómo trabajar los siguientes meses en, como él mismo dijo: «uno de los múltiples problemas que el niño padece». Y luego una se queda en una especie de duelo profundo que intenta ahogar a golpe de sentido común, como si los hijos se sintieran de una manera desapasionada, objetiva, fría…como los informes. Hablar durante una hora casi de dificultades, y hacerlo con un profesional sin desgarrarte la ropa del dolor durante la conversación deja ese sentimiento.

    Aún me queda la resaca de la visita. Llevo dos noches desvelándome a la misma hora, las dos y diez de la mañana, que fue la hora justa en la que mi madre despertó por última vez de la sedación. Y eso me pone de un humor cenizo, y, para seguir hundiendo más la daga del dolor, me pongo a ver en Youtube Forensic Files, lo que en España se tradujo como crímenes imperfectos, en inglés, y de paso me lo veo en el idioma original, para desvelarme si, pero sacando partido a la hora que suelo quedar en vela. Me duermo sobre las 3 y pico de la madrugada y me levanta el enano sobre las siete. Yupi!!

    Pero esta mañana me he despertado, me he asomado por la ventana y un sol radiante me ha dado en la cara. Me encanta asomarme y no oír nada en una calle que entre semana es muy bulliciosa, consecuencia de tener a unos metros, la Ciudad de la Justicia, un centro de rehabilitación, un supermercado, una pastelería, una oficina de Correos, una ONG que atiende a personas con problemas de salud mental…Hoy solo he visto de refilón a un ciclista de esos que salen a pasear a la fresca antes de que estos tenues rayos de sol se conviertan en fuego abrasador. Así que he decidido que, con la misma calma en la que se mueve todo, voy a empezar a tomar las decisiones que yo creo que ayudarán a que el día a día del niño sea menos duro.

    No me gusta sentir pena ni lástima por él. Creo que lo que uno debe hacer es ocuparse. No sabemos cuánto nos queda a cada uno de nosotros, no sabemos cuándo nos saldrá en el dado el número que diga que debemos abandonar la partida. Siempre digo, y es verdad, que uno debe exprimir cada segundo. Todo lo que se haga, todo, dejará una huella. Sobre todo en nuestros hijos. Dejémosle huellas bonitas, provechosas, llenas de respeto y de esfuerzo que no parezcan tal. Hoy no he hablado de autismo. O si. Da igual!

  • EL INFORME

    He tenido un final de diciembre bastante patético. En lo que tendría que haber sido paseos, comidas, brindis…se convirtió en silencios, enfermedades, paseos a la farmacia, y una llamada del colegio porque necesitaban explicarnos que había venido un orientador enviado por la Consejería que había visto y valorado al niño y quería exponernos sus conclusiones. Por lo visto, las dificultades en el área de las matemáticas y la lengua, que generalmente ya se ven afectadas por el autismo y el Tdah, tienen un plus de desarrollo neuronal deficitario en los últimos tres meses del embarazo, lo que se traduce en que esas dificultades, lejos de ser salvables, como el Tdah, quedarán en él toda su vida, como lo hará su propia condición de autista.

    El informe, todos los informes, son desapacionados, con mucha palabrería técnica y compleja que no todos los padres del mundo somos capaces de entender. Lo que este informe viene a decir es que presenta una inteligencia por debajo de la media, con unas dificultades en la lengua que llegan al punto de no distinguir fonemas, y con unas dificultades en las matemáticas que hacen que, si no ve lo que le estás explicando, no es capaz de entenderlo. Hablamos de un chaval que no es capaz de memorizar la tabla de multiplicar, lleva normalmente un llavero con todas ellas plastificadas, manualidad realizada por su padre que le hizo una para el cole y otra para casa, tiene una grafía horrorosa, que no entiende la utilidad de llevar una agenda y que, según la madre, esta que escribe, hace muy difícil su educación escolar. Eso objetivamente hablando. Intentando que no aparezca en este texto la tristeza profunda que se siente cuando tienes un hijo o hija con X dificultades, y lo culpable que te sientes porque, vaya por Dios! tú eras su incubadora. En fin.

    Lo cierto y verdad es que, todo el informe habla de los apoyos que necesita, de que el colegio está dando el do de pecho, de que, y eso también es importante, puede seguir recibiendo formación escolar en un colegio ordinario, y remata el mismo con unos consejos que le da a los padres. He de decir, en honor a la verdad, que ya seguíamos esos consejos sin saber que lo eran. Pero al final del todo, aparece una frase que dice que el niño necesita triunfar en otras tareas. Y eso es cierto. Él es absolutamente consciente de que es un desastre. Tu autoestima, con diez años,empieza a hacer aguas cuando te comparas con tus compañeros. Ya el otro día me dijo que él no era bueno en nada. Y le dije que no era cierto. Y no mentí. Es bueno cuando realiza una actividad que le gusta..pero hay pocas actividades que llenen su exigua paciencia. También nos dice que tiene buena memoria. Lo hemos comprobado. Puedes preguntarle la tabla del cuatro dos mil veces, y fallarlas todas, pero si le enseñas la imagen de un dinosaurio, el que sea, y le preguntas cómo se llama, te lo dirá sin equivocarse. Hay cosas que en el informe no aparecen y que son igual de importantes. Su sentido del humor. El no perder la sonrisa ante las adversidades. Tiene un concepto de sí mismo, que no se ha ido aún a tomar por el jánder gracias a que la familia siempre valora como un diamante todos sus logros. Y en eso estamos. Busco alguna actividad en la que él no necesite de la familia para sentirse diamante. Que lo sienta por sí mismo. Quizá el deporte, hacer carreras, saltar…eso se le da muy bien. No es un Michael Phelps. No puedo ponerlo en natación porque siente horror a mojarse la cabeza. Pero bueno, tengo todo el tiempo del mundo para buscar y buscar hasta que la vida se me acabe. No voy a rendirme. Eso sí que no es una opción.

  • LO QUE HE APRENDIDO

    Si la gente cree que de un diagnóstico como es el autismo no se aprende nada, se equivoca. Otra cosa es que te regodees en el dolor y en no salir de ahí porque tu cerebro recibe placer en la queja, que es algo que ocurre y que ha demostrado la ciencia. Yo preferí sacar de la noticia y de lo que vivo, aprendizajes. Por ejemplo, he aprendido a que no es un dolor tan grande el diagnóstico como que la vida te golpee con una enfermedad, por ejemplo. También he aprendido a no mentir. No hay nada peor para un autista que decirle que vas a hacer una cosa o vas a ir con él/ella a algún sitio, y no cumplir con lo dicho. Eso es de primero de tratar con una persona como ellos. He aprendido a relativizar. Cuando falleció mi madre me acompañaron en el dolor, pero al cabo de poco tiempo me dijeron que debía asumir que no iba a volver a verla y que era doloroso, si, pero que todos íbamos a pasar por ahí antes o después y que ya si eso, fuera pensando en mitigar eso que sentía.

    Recuerdo que, cuando mi hija se fue de viaje de fin de curso, una de las cosas que me preocupaban era que sufriera un accidente y no verla más (es lo que tiene la ansiedad, vivimos muchos frentes catastróficos que nunca sucederán). Pues bien, poco antes de irse me preguntó ella que por qué estaba tan nerviosa. Como no contestaba me dijo: «Si crees que puede sucederme algo y que muera te diré una cosa, si me muero, no pasa nada, uno no sabe dónde le toca, así que tranquilízate». Creo que no me había sentido tan ridícula en mi vida.

    He aprendido a ser respetuosa. Es lo que tiene vivir en minoría. Lo he sido tanto, que no he movido nada prácticamente de mi casa por miedo a lo que pudieran afectarle los cambios. Ahora que son todos algo mayores, puedo, por fin, dedicarme a arreglar esta desvencijada vivienda y hacerla habitable para quienes son mis herederos.

    Otra cosa que se me ha acentuado de vivir con ellos ha sido mi poder de observación. Cuando no se establece una comunicación efectiva, observar y tomar nota de cambios físicos, psíquicos…y estar atenta ante posibles enfermedades me ha dado un master. Estar presente para lo que necesiten es algo que se agudiza con la convivencia. Con ello también aprendes a encontrar las cosas que tienes en común, lo que te une, entenderlo, y hacer pegamento con ello.

    Las convivencias nunca son sencillas,ni siquiera con nuestros hijos, y, a medida que se van haciendo mayores y que ya no hacen lo que tú les dices porque ya no eres el oráculo de la verdad porque has sido sustituida por sus propios pensamientos y creencias, la cosa comienza a ser peliaguda. Si a eso le añadimos que ellos, con mayor frecuencia, comienzan a tener una serie de rituales sin los que no pueden estar, pues apaga y vámonos. Por eso me gusta llevarlos a que vean el mundo neurotípico y que vean que hay cosas en él que son maravillosas. Por ejemplo, viajar con mujeres que rozan o pasan de los cincuenta años, con todas sus majaderías, y hacerte un hueco, a tus dieciocho años, entre ellas.

    A finales del año pasado nos fuimos a Granada. A ver la Alhambra y a hacer turismo por la capital. Antes de irnos me dijo que no estuviera nerviosa. Que el viaje sería una maravilla, y no se equivocó. Eso sí, a causa de los madrugones, de los larguísimos paseos, de no tenemos planeado donde vamos a comer, ni cenar…ni nada, cuando llegó el penúltimo día se puso mala de morirse. Cosas de que tengas una menstruación muy dolorosa y le añadas ese plus. Menos mal que mejoró y por la tarde volvió a unirse al grupo. Y así terminó lo que, sin duda, ella y yo nos llevaremos, y, cuando la parca venga a buscarme, y mi vida pase por delante de mis ojos, esa, sin duda, será algo que vuelva a revivir. Y así, con ello, espero no temerla cuando venga.

  • LAS ENFERMEDADES

    Llevo toda la semana liada porque se me ha puesto el enano malo. Esto se ha traducido en noches sin dormir, tener cara de oso panda al despertar por las ojeras, y el no hilvanar una frase con sentido por culpa de la propia falta de sueño.

    Cuando vivimos situaciones de este tipo siempre me acuerdo de los principios, de cuando era una madre primeriza y tenía una hija que era incapaz de explicar qué le dolía, dónde, porqué. Ahora con su hermano la cosa está menos complicada. En ese sentido, él tiene mayores herramientas que ella y no se ve caminando por un desierto en el que, con las pocas señales que ella me enviaba, esto es, sus gestos, su fiebre, su cuerpo mismo, debía adivinar qué podía pasarle y ponerme a la acción.

    Recuerdo que, cuando mi hija comenzó en la guardería, sus mayores problemas de salud fueron los estomacales. Comenzaba a vomitar, y acabábamos en urgencias porque aquello no paraba. Estamos hablando que, en ocasiones, no tenía siquiera fiebre, y aquello resultaba de lo más extraño. Un día, en urgencias le pregunté al médico que por qué le sucedía aquello tan frecuentemente y se me encogió de hombros. Entonces decidí pasar a la acción. Y, por la evolución del proceso, descubrí que, siempre que había vómitos esto coincidía con que mi hija sacaba en su mochila una bolsa gigante de chuches porque en la guardería algún niño había tenido cumpleaños. Entonces decidí hablar con todo bien, porque eran sus dos palabras de la agenda preferidas, y le pregunté que si en los cumpleaños hacían algo especial, y me contestó que sí. Entonces le dije que, a lo mejor, mi hija se tiraba como un perro hambriento a los platos de chuches, y que, por favor, no dejara que se pusiera hasta las cejas de esa comida chatarra. «-No, no» me contestó. «-Ella siempre se queda mirando alrededor de la mesa pero a penas toca nada». Salí de allí dándole muchas vueltas a la cabeza. Hasta que se encendió la bombilla. Y si resulta que lo que le afecta son los cambios de rutinas? Y si llega a un punto en que lo somatiza y se enferma?

    Y así fue. No eran más que nervios porque dejaban de hacer lo que tocaba y comenzaban con algo que ella no entendía. Ayyy!!! Tuve tantas pistas y fui tan lenta!!!

    Otra cosa muy curiosa es la fiebre. En el caso de mi hija, ella, que le encanta hacer las cosas como se debe, era incapaz de dormirse en ningún sitio mientras hubiera luz solar. No toca dormir. Toca estar despiertos. Pues bien, cuando la veía que caía hacia un lado y se quedaba dormida le ponía el termómetro porque sabía que estaba enferma. Luego la ponía encima de mi (si era una histérica nivel pro) y observaba su respiración. Una vez, al oir un pequeño murmullo que venía de su pecho, corrí a urgencias porque para mi la cosa no pintaba bien. El médico me miró con sorna (yo también lo hubiera hecho teniendo la sala de espera a tope de niños) y comenzó a observarla. Luego me miró y me dijo, pues si, hay un murmullo. Pero ha llegado a tiempo y no ha dejado que la bronquitis haya tomado posiciones en ella.

    Otro día fue, cuando ya hablaba, que me dijo «mamá, me duelen las costillitas». Y, tras eso, comenzó a subírsele la fiebre y no paró hasta pasar los 39 grados. Llamé al 112, (si, ya dije que era una histérica) porque no conseguía bajarle la fiebre ni a tiros. Entonces el médico me dio un par de instrucciones para hacer antes de salir a urgencias, y me dijo que la niña poca cosa no tenía. Cuando llegamos, la doctora la miró siguiendo mis indicaciones, que no eran muchas ni muy fiables, y comenzó a descartar. Entonces se la llevaron a hacerle una placa de torax. Aún la recuerdo preguntando qué le iban a hacer, mientras se la llevaban en la camilla y yo llamaba a su padre al trabajo porque tenía la impresión de que aquello, si que si, era serio. Neumonía. El dolor de costillitas explicado en una sola palabra.

    Ahora estoy «disfrutando» el poder hacerme y hacerles entender mejor qué les pasa, y que ellos también me expliquen qué demonios les duele. La verdad es que el paso de los años me ha hecho ver cuánto hemos aprendido a gestionar algo tan importante como es la salud. Ahora ya mi hija me explica incluso, cómo y a qué nivel le duele el periodo y, por ello, mi histerismo cogió un día la puerta y se fue. Por ello pude estar junto a mi madre hasta el momento mismo en que dijo adiós a la vida, y luego, con mi marido y su intervención quirúrgica en lo que él creía era un tumor en la próstata y que resultó descartado. Mi madre solía decir que Dios da sus batallas más duras a sus mejores guerreros. Yo opino que, los años y las experiencias hacen que uno pueda ver las adversidades con cierto desapego, manteniendo la calma incluso, cuando sepamos que la batalla está perdida. Y con eso me quedo hoy. Fin.

  • Las Fiestas Navideñas

    Odio estas fiestas profundamente. Sumar al duelo del fallecimiento de mi madre a un, tenemos que ser felices porque las fiestas lo requieren, es de una presión inmensa. A todo ello hay que sumar que, no sé si a consecuencia de las prisas, del estrés, de tener todo preparado para la Nochebuena, aquí el tráfico da ya tintes de tragicomedia. Atascos enormes, un montón de gente por las calles, ni un sitio donde sentarte a coger resuello…todo aderezado con unas luces que pone el ayuntamiento, más la de algunas ventanas particulares, y aquí hago un inciso, luces si, ambiente de puticlub, no gracias, y unos villancicos que te soplan el cogote allí donde entras, «arre borriquillo, arre burro arre, anda más deprisa que llegamos tarde», y que pone en perspectiva exactamente lo que estás haciendo, cargar como una burra a toda prisa para no llegar tarde vete tú a saber dónde.

    Y a qué viene todo este rollo? Pues que prácticamente vivo enclaustrada todas estas fiestas en casa porque soy incapaz de ir a las zonas comerciales con mi marido y mis hijos. Si encima, el equipo de la isla tiene partido ese fin de semana que te da por ir a comprar, te puedes encontrar con un tapón brutal. Una vez, hace ya unos años, nos quedamos tan atrapados, que decidimos volver a entrar al centro y dar otro paseo de más de una hora hasta que aquello amainara. Tremendo. Mis hijos gritaban dentro del coche como si los estuviésemos matando. Menos mal, que pudimos reconducir la situación y acabar todos tranquilos!

    Le sumamos a todo ello los colegios. En este momento, y hasta el día 22, están ensayando un villancico que cantarán en el cole para padres y demás hierbas, lo que interrumpe la actividad lectiva normal. Así que nos encontramos con un niño de 10 años, autista y con una hiperactividad potente, saltando como si no hubiera un mañana y que deseara escapar saltando hacia el sol y quedarse allí hasta que todo esto pase. Luego, claro, las vacaciones! Muchos padres llevan a sus hijos a ver Belenes a otros lugares de la isla, a lo que mi marido me dice siempre que no. Así que, solo puedo verlos en las fotos que cuelgan los amigos en las redes sociales compartiendo lo que a veces creo que es una felicidad más falsa que un euro de latón.

    Luego está el tema de los regalos. Mi hijo otros años ha pedido juguetes en los que me he tenido que recorrer toda la ciudad en bus porque, como digo, mi marido se planta en un, a mi no me mueves de aquí si no es estrictamente necesario, esto es, pillar comida, y me veo apretujada por un montón de seres humanos, que, a su vez llevan unos paquetes igual de enormes que los tuyos y que te clavan en las costillas sin piedad. Un año, sentí que el bolso me pesaba cada vez más, y al mirar para ver qué pasaba, me veo con una mano que buscaba lo que debía ser mi monedero. Levanté la vista y, mientras él ponía cara de no sé qué miras, retiré y cerré de nuevo el bolso. Esa es otra, los amigos de lo ajeno, en estas fiestas son como un adorno navideño más.

    El colofón llegará el 24 de diciembre. Comida con la suegra y el cuñado de esta que escribe. Me espera, eso sí, una comida deliciosa que preparará mi marido, y que comeremos mientras el hermano de mi marido va haciendo comentarios propios de un cuñado que es, y mi hija va mutando su cara a verde del asco con el que los recibe, todo ello aderezado con mis patadas por debajo de la mesa para que no se le ocurra abrir la boca y formar la mundial. Yo recogeré luego la cocina y fregaré un millón de cacharros en pro de la paz y el amor. Me planteo ir en chándal o en leggins para la ocasión.

    He pedido la semana próxima de vacaciones. Tengo tutoría con el profesor del niño y el viernes su actuación. Todo ello aderezado con, voy a ver qué diablos puede gustarle al encontrarlo debajo del árbol. En fin, deseadme suerte como yo se la deseo a todo aquel que se medio vea en estas tesituras. Fin.