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Las manías
Ahora mismo mi móvil marca que aquí, en la capital, estamos a 27 grados. En una isla donde la temperatura media suele ser de unos 23, estos 27 pesan como una losa. Deben venir con calima porque he intentado recostarme y ha estado mi nariz a punto de salir disparada por culpa de la rinitis y los estornudos.
Mi plan de hoy es limpiar un poco Avatar, que está con 27 grados que se sienten como 1000 si estás en menopausia, por lo menos yo! Pero voy a seguir el plan y limpiar con la fresca, pasar un agua a los pisos y refrescar este horno.
Ayer estuve todo el día de semi quietud aunque poca porque los fines de semana me dedico a poner lavadoras como si estuviera en una obra y, en vez de lavadora, tuviera una hormigonera. Estoy segura que, si viviéramos en un libro de Asimov, este robot me odiaría fuerte e intentaría estrangularme con su cable, harta del uso y del abuso que le doy.
Por la tarde, por esto de hacer la digestión y que ya las temperaturas pasaban alegremente de los 30 grados, me terminé y me empecé dos libros. Audiolibros más bien. Si eres de esas personas que les cuesta sostener la mirada en lo que lees, esta es una buena opción. El primero era uno de Dolores Redondo, «esperando el diluvio» que ya me lo había leído pero que, en su momento no me gustó. Al oírlo se me ha hecho menos bola.
El otro se llama «Monteperdido» de un tal Agustín Martínez (encantada Agustín!) que por lo visto fue hasta una serie. Me gusta porque, vivir en Avatar, donde el televisor es un adorno más, no me llegan ni noticias, ni opiniones, ni consejos…nada! Así que, me lo he puesto en audiolibro para que, mientras voy haciendo las tareas, escucho a otro ser humano.
Aquí en Avatar no se habla mucho, de hecho, mi cuñado, mientras me llevaba a casa el día que falleció la prima de mi marido, comenzó el viaje diciendo que se dormía porque nadie en el coche le daba conversación. Eso es algo muy común aquí. También lo es estar en algún sitio de la casa, sola, escuchar ruidos, cesar el sonido, salir de la habitación, y encontrarte con tu hija o tu marido trasteando por la casa sin dar los buenos días y llevarte el susto de tu vida porque, como si fueran gatos, no se oye por donde andan. El enano sí lo hace, pero él es, como me dijo una amiga, un cascabel que condensa todo el humor del que carecemos los demás. Mi humor es más ácido y me sale ante las desgracias o ante un buen cabreo. Él no. Él disfruta y es feliz, y, cuando no anda saltando en el salón, se está duchando porque su temperatura corporal alcanza niveles tan chungos que evolucionan a migraña y, a su vez, a vómitos. Como ayer.
Así que, en la mitad del libro, me quité los auriculares y le di la atención que se merece al crío. Y así estuve, para acabar la jornada, limpiando vómitos y boca mientras le ponía frío en la cabeza para bajar el dolor.
Luego se despertó por la noche. También pasa mucho en este planeta. Despertarse y madrugar a unas horas insolentes es la pasión familiar. A mí, mientras, me sostienen el café y la mala leche que me da haber caído en un planeta donde la que hace cosas raras soy yo. Todo lo que ellos hacen es normal. Incluido el hablar solos. Si. Es algo que no se dice mucho pero los autistas se hablan a sí mismo muchísimo. A mi hija, hace años, le dije que íbamos a pactar circunscribir el hablar sola únicamente en el baño. Lo hice porque lo hacía en el cole y ya saben lo que supone ser distinto dentro de cualquier colectivo. El horror. Me quiero imaginar la cara de mis vecinos mientras oían sus charlas! El enano, al que yo creía fuera de esto, ha empezado ya. Más tarde que su hermana porque es un chico. Los chicos maduran más tarde que las chicas. Eso es un hecho y para prueba, mi sobrina y él. Ella lo ha adoptado de toda la vida como si él fuera su bebé y resulta que él es tres meses mayor que ella. Tampoco es que mi hija sea en algunos aspectos muy madura! Pero vamos, que ambas dos le comen el bocata a mi retoño!
Los oigo trastear fuera. Van a sacar la basura y le ha pedido a su hermano que vaya con ella. A mi nadie me dice nada. No hace falta. Yo ya sé que aquí las charlas intrascendentes no existen así que, mi cuerpo y yo vamos a hacer un semi giro hacia la derecha, me saldré de donde estoy, y me pondré con el audiolibro. Porque a mí las charlas intrascendentes no me gustan, pero que me cuenten una buena historia si, y este señor, Agustín, me tiene enganchada!
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Mi terapia
Hoy, como el fin de semana anterior, casi tenía la firme decisión de no escribir. Tenía un cabreo monumental a causa de los despertares a horas intempestivas de mi hijo. «Dónde irá este tan temprano?» Me preguntaba mi madre cuando me veía al bajar de su habitación, con los ojos cerrándoseme por el sueño. «Quieres café mi hija?» Y entonces me tomaba mi segundo café mañanero en compañía de alguien adulto y no de un colibrí enano que agita sus manos para salir volando a Nunca Jamás, con Peter Pan y así dejar de crecer. Qué le gusta a mi hijo su infancia!
Luego, tras el cabreo que me dura el orden de unos tres segundos, me digo a mi misma que, total, voy a escribir un ratito. «Para qué?» Pienso. «No te lee ni perri!!» Pues para tí chica, que pareces tonta y ya vas por 55 tacos! Porque necesitas contarle al universo las cosas que te pasan. Así que si. Cojo el móvil, me recuesto, y comienzo a escribir. Esta semana he ido a terapia. Le he contado lo del apagón de Avatar y nos hemos dado cuenta que, mi ansiedad, ha dado paso a una bonita resiliencia que hace que, en vez de boquear como un pez fuera del agua, me dedique a buscar soluciones. «No fue terrible» le digo. Y lo siento así. Terrible es que te digan que tienes un cáncer de estómago camino del trabajo, y aguantes la jornada laboral aguantando conversaciones de ascensor que te importan cero. Eso le ha pasado a alguien que aprecio muchísimo. Alguien a quien conozco en justicia antes incluso de entrar yo a trabajar ahí. He levantado los puños hacia arriba y le he dicho al 2025 que ya le pueden ir dando mucho. Que, definitivamente, este se gana la palma como año mierder.
Me gusta ir a terapia. Sé que la cosa tuvo su principio y, a lo mejor, un final más o menos lejano. Es en el único lugar donde soy yo. En todos los sitios sigo siendo la niña delgaducha y desconfiada que no quería acercarse a ningún extraño por miedo a que descubriera, arañando un poco, lo que escondía tras mis espaldas. No quería que nadie pudiera utilizarlo en mi contra, así que decidí callar y callada llevo casi toda mi vida. Sin ni siquiera confiar en mi marido. Qué triste!
Este jueves pasado tuvimos una cita él y yo. Le contamos una milonga a los chicos, aunque yo hubiera optado por la sinceridad del que explica que, a veces los padres, necesitamos estar a solas y hablar de cosas que no sean hijos y comportarnos como unos adultos funcionales. Como digo, mi marido optó por mentir. Fue divertido comer los dos juntos, hablar de esta etapa de nuestra vida. La etapa de la madurez. De la menopausia. De subir en un ascensor y confundir un 3 con un cinco. Escuchar mal e ir a meterte por un sitio que no era. Menos mal que me di cuenta pronto de que, efectivamente, le falla el oído que es un primor.
No ha sido una cita para hablar de problemas, sino para afrontar realidades. Luego, al salir de cenar, paseamos por la avenida de la playa, viendo el ocaso, sintiendo el nuestro, aceptando nuestros años y nuestras manías. No le di la mano sino que lo cogí del brazo, como dos maduretes que somos y que han compartido casi 37 años de sus vidas juntos. Y así, en ese sentimiento, con un poco de vértigo, volvimos a casa. Sabiendo que somos aún jóvenes y que podemos, si nos apetece, seguir juntos o separarnos. Eso no será tan importante como lo que hemos creado unidos. Miramos por el retrovisor lo logrado, nos miramos a la cara, sonreímos, y salimos a encarar el futuro. Salimos de vuelta a Avatar.
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El comienzo del día
Hoy no pensaba escribir. Me he levantado de un humor de perros porque, más que despertarme, me despiertan a unas horas en que uno básicamente lo que desea es seguir durmiendo. Me he girado en la cama para encarar a mi hijo y darle un beso, y luego le he preguntado que hasta cuando va a querer que me levante con él si ya no me necesita para nada. He notado que se escogía un poco. Lo he mirado con el mal humor pegado en el morro y le he vuelto a preguntar. Entonces se ha replegado de tal manera que ya no se le veían los ojos. Me he levantado de la cama con ganas hasta de llorar.
Luego hemos ido a la cocina y, en un ritual que está establecido, él no pisa la cocina hasta que yo no vacío el lugar donde pongo a secar los cacharros. Entonces lo llamo y él se prepara todo solo. Vuelve al sillón. Ahí podría coger yo las de Villadiego y largarme a mi cama un poco más pero entonces recuerdo que le prometí a mi hija que abriría el queso. Esa es otra. Compra cuñas de queso envasadas al vacío para no molestar las pituitarias de su padre pobrecito, pero no quiere abrirlas porque tiene hipersensibilidad táctil y entonces, para avisarme de que ya quiere comerse un trozo, me pregunta que si yo quiero. Ayer le dije que no. Tengo que sacar el trozo de queso y pelarlo como una fruta porque solo concibe comerlo sin ver ni un atisbo de la cáscara. Luego lo envuelvo en papel de plata porque a su padre el olor lo pone de un humor que raya en la cretinez. Para ellos todo esto es entendible pero yo, a estas alturas, me siento utilizada y abusada y me pongo de un humor muy chungo.
Me he tomado el café en silencio y, cuando definitivamente me dirigía a mi habitación para caer como una croqueta, ella ha abierto la puerta de la suya y me ha dicho que ha dormido de pena. Entonces me ha dado pena a mi y le he dicho que duerma un poco más. A mi salud, mayormente.
Ha llegado su padre que trabajó la tarde-noche de ayer y él, si que si, se ha acostado y duerme como un bendito. Él no conoce de madrugones porque le despierte un hijo desde hace al menos 19 años. Bueno, y que alguno de los críos se ponga malo y aparezca la pesadilla de cualquier padre. Que se toque la salud de un hijo. Entonces sí. Entonces a tope con eso.
Yo lo oigo roncar y un humillo negro comienza a emanar de mi cabeza. Es que sus hijos no lo molestan porque yo soy tonta? o porque les traduzco la vida misma? Ni idea! Lo cierto y verdad es que es agotador. Nada más abrir los ojos y antes incluso de que la cafeína recorra mi cuerpo me preguntan qué vamos a comer y, si por ejemplo, he dicho que haré una ensaladilla con cosas que traje de la casa del sur, aunque tenga que darme un madrugón del carajo mi día está unido a esa comida como si de un tatuaje se tratara y no hay excusas para no hacer lo que dijiste! Que aquí se lleva muy mal no cumplir con lo pactado y los cambios de última hora.
Miro a mi marido. Duerme con la cara semi enterrada en el colchón. Con pijama. En verano. Agosto. Antes se tapaba hasta la barbilla con las sábanas perfectamente encajadas entre el colchón y el somier. Ahora sólo se pone las sábanas hasta la cintura pero en lo demás sigue con la misma manía. Antes hacía yo la cama antes de que él se acostase para que todo fuera más lineal y menos caótico y descansara mejor. Ahora ya me he hecho mayor y me da lo mismo. A él parece que también. Si tuviera esa necesidad lo haría él solito.
Ahora escucho a uno saltar en el salón y a mi hija hablando sola con su móvil. Definitivamente necesito dormir. Aunque solo sea media hora. Total, ya sabemos qué vamos a comer! Así que, hasta ese momento no habrá ninguna otra novedad. O eso espero!
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Las vueltas dan mucha vida
Esta frase está colgada hoy en mi estado de WhatsApp. Ví la frase y me gustó lo suficiente como para ponerla ahí. Pensaba en la cantidad de vueltas que ha dado mi vida y en la vida que éstas han generado. Hoy, por ejemplo, he vuelto a hacer ensaladilla. Un plato que no hacía desde que mi madre falleció. Mientras picaba la cebolla he podido oír, por un lado, a mi abuela decirme que era inteligente hacer la comida sin pizca de hambre. Por el otro, he oído a mi madre decirme que ella sabe que en mí hay una buena cocinera porque me encanta comer pero que hacer el plato como lo hace mi hermana, esto es, sin verduras, es de criar hijos del bando de los de vida no muy sana, pero que entendía que me plegara a los deseos del enano. Las vueltas dan mucha vida.
He vuelto a tener noticias de mi tía. No por boca de otros, sino por ella misma. Se ha animado a coger el teléfono aunque prefiere que no la llamemos. Todo normal. Su enfermedad provoca este tipo de deseos y yo, como con mi hijo, me repliego a sus deseos. Eso he hecho desde el principio. Sabía que no se comunicaba porque ese era su deseo. Ahora, al menos, podré hablar con ella cada vez que le apetezca.Las vueltas dan mucha vida.
Hace ya una semana casi que se fue mi hermana y aún tengo en la piel los recuerdos de la semana pasada con ella. Agradezco tanto que me ayudara con lo de las cenizas de mi madre! Solo el que me acompañara y su sonrisa mientras lo hacía fue un bálsamo para mi mente. Lo has hecho bien! No fue exacto como mamá deseaba pero le diste su último capricho, parecía decir con su sonrisa. Descansar en su isla. Las vueltas dan mucha vida.
Esta semana, por ir retomando la rutina, he vuelto al gimnasio y al trabajo. Por ese orden. Mi dolor en la espalda no me da tregua y, aunque solo he podido, por logística, ir dos veces, y aún la cintura y el cuello parece que fueran a saltar por lugares distintos, y a caer lejos de mi cuerpo, sé que en un rato estaré mejor y podré pasar el día sin este dolor horripilante con el que no puedo ni respirar correctamente. Quién me lo iba a decir a mí, que estuvieron a punto de ficharme en el club de atletismo del colegio porque era una saltimbanqui! De hecho, el profesor me veía en salto de vallas y ahora no puedo ni bajar un peldaño sin dolor. Las vueltas dan mucha vida y la mía ha estado llena de contratiempos y de emociones a flor de piel y de decisiones equivocadas. No debí abandonar el deporte, no debí beber hasta el agua de los floreros en mi juventud, no debí fumar como una maldita chimenea. No debí sabotearme. Debí amarme con la fuerza de los mares que diría la gran Jurado, pero es que las vueltas dan tanta vida…y a mí la mía, por fin, a pesar de los contratiempos, comienzan a gustarme.
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Fin
A falta de un día para venir a Avatar, he tenido que adelantar mi regreso porque ha muerto una prima de mi marido. Como siempre, se me llama a mí para que lo localice en un teléfono inexistente y se me exige que ponga todo de mi parte para tal acción, y mira, no. Se acabó. Teníamos pensado comer con mi hermana y ahora él se irá al entierro y yo, como siempre, me buscaré la vida en Avatar.
Al entrar a casa, después de un viaje de cerca de una hora en coche, he visto la casa como si hubiera estado habitada por alguien soltero y cochino (un minuto de silencio por los animalitos). Platos en el fregadero, basura sin tirar, platos en el salón, como si se hubiera comido allí y luego el guarro hubiera sido desintegrado, y la vivienda caliente por falta de ventilación. Lo de hacer el esfuerzo de que corra el aire por entre sus paredes está sobrevalorado. Mi hija fregó los cacharros y salimos corriendo al supermercado de la esquina para tener algo para la cena y el desayuno.
Cuando llegamos allí, y con las prisas, no me di cuenta de que andaban, a una hora y media del cierre, limpiando el pasillo de la panadería. Me llaman la atención y me vuelvo a buscar el embutido. Ya iba por otro pasillo y me dice que no pase. Le digo que no soy una golondrina y que si pretende que vuele para no pisar lo mojado. Sabe que tengo razón y nos deja pasar a un señor y a mi. Al volver, lo mismo. Que ha limpiado los dos pasillos y que debo, para coger el pan de molde, convertirme en una especie de Magneto, y, con la fuerza de mi mente y con mis brazos estirados atraer el cereal hasta mi. La miro y estoy por decirle que si me ve cara de gilipuertas. Me muerdo la lengua.
Luego me dirijo a la caja, me voy a poner en una, y me dice que vaya a la otra que ella tiene que seguir limpiando. Sé lo que es trabajar en caja. Lo hice muchos años! y tu primer pensamiento debe ser atender y sacar a la gente. Pero vuelvo a morderme la lengua y me muestro dócil. Coloco las cosas en la cinta y, oh! Vaya por Dios! Se me ha acabado el papel de ticket. Sale de la caja, y, con el cuajo de un caracol me dice que, cuando vuelva, me cobrará con la rapidez de una Flash femenina. Termina toda la parafernalia, que estuvo a punto de incluir un baile ritual vudú, y me pregunta, al terminar la compra que si quiero el ticket y le digo que si. Ojo cuidado ahora! Ella tapaba el total de la compra con su cuerpo, mi hija que es de Avatar y de reacción lenta, callada, y, cuando se gira, vemos que me ha cobrado con la tarjeta diez euros de más. Si no le pido el puto papel no me entero de la movida. Ni ella! Y ahí le dejo la propina de diez euros por tocarme el mondongo bien fuerte.
Salgo indignada del súper y me para un drogadicto (no me digan que tengo prejuicios porque lo es, lo sé y he visto a su camello) y me dice que si le doy para un bocadillo, le contesto que estoy por sentarme junto a él. Mi hija se ríe. Yo no. Y me digo a mi misma que he vuelto a la realidad como quien cae de un boing 747. A lo bestia. Es lo que hay mi hija! Es lo que hay, oigo a mi madre por la derecha mientras me recupero del sofoco. Feliz día de tu santo mutti. Y de los abuelos!!
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Las vacaciones
Estas vacaciones me han cundido muchísimo. No solo porque tengo a parte de la familia aquí, sino porque las he exprimido a tope. Al hecho de tramitar el tema luz a muchos kilómetros de Avatar, se unió el hecho de cumplir la última voluntad de mi madre. Pensé que, anímicamente, me iba a ver bastante peor pero, la presencia de mi hermana, mi sobrina y mis hijos me ayudaron a mantener el ánimo. Lo había planeado como un sioux. Nos levantamos temprano, saco las cenizas de una urna que no es biodegradable, llegamos al punto donde ella quería descansar, pusimos sus cenizas, busqué en YouTube la canción de My Way de Frank Sinatra, y con eso dimos por cumplido su deseo. No nos vio ni perri. Y esa era la idea. Que pudiéramos llevarlo a cabo sin miradas curiosas, dando un minuto de descanso al ánimo.
Aquí en la casa poco se puede limpiar cuando somos tantos pero sí que hemos mantenido un orden. Ya vendré a limpiar en otro momento, que este es el de disfrutar de los míos. Y los he disfrutado a tope. Esta casa permite estas cosas. Vivir y gozar de ella sin tropezarnos unos con otros. Hoy comenzaré a recoger y a dejar todo preparado para mañana. Tranquila y sosegadamente. Sin prisas pero sin pausas que diría mi madre.
Pero todo llega a su fin y, mañana, con una comida, me despediré de ellos. Y volveré a Avatar. Uno que ya tiene luz pero que irá a medio gas porque vamos a encarar agosto, que en general, en la ciudad, se te puede caer la mandíbula a golpe de bostezo, y vendremos aquí de vez en cuando para no caer en depresión. Nuestra panza de burro, que nos protege durante los meses de junio y julio, se va, y nos deja con un sol de esos que te achicharran los pensamientos y te nublan el raciocinio. Pero también mi cuerpo me pide eso. Aburrirme. Parar motores. Cruzar tranquilamente los días, que luego llega septiembre y oh, señor!! comenzaremos con unas carreras que lo podremos flipar.
Hoy, en mi paseo diario por el jardín, he visto que ha salido flor a la tunera que tengo. Se ha abierto a golpe de agua, de podas, de unos pocos mimos y, porqué no, para presumir ante alguien lo bonita que es su flor. Debería haber florecido en agosto, cuando ya no hay nadie, pero este año quiero creer que mi madre está la mar de contenta y que agradece que ya por fin se cumpliera su deseo de descansar en la isla. Entre su paisaje. En uno bien bonito. Como ella era. Bonita. Por fuera y, sobre todo, por dentro. Mi madre ayudó a muchos a ser más feliz con su presencia, con su estímulo, con su punto divertido. Merece estar y descansar en un lugar a su nivel. Y así, con este último pensamiento, pensando en que si pudiera hacerlo lo haría, nos daríamos un abrazo envuelto en su perfume y me daría las gracias sin soltar una lágrima. Con su eterna sonrisa pintada en su cara.

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La casa

El árbol bajo el que escribo estas entradas Empieza la vida aquí en la casa del sur, con las tórtolas en pleno desatino. Tengo a una ahora mismo en el árbol hablando con otra que está en la ladera de enfrente. Sé que es así porque cuando ella canta a pleno pulmón la otra calla y viceversa. De vez en cuando mete baza una de las inquilinas del árbol, esto es, una pareja de canarios que habita en su interior. La otra tórtola cada vez está más cerca de esta, mientras ambas luchan por hacerse oír en un tráfico creciente. Yo creo que la gente viene a pillar sitio un domingo en la playa desde el alba. Me los imagino como en Benidorm, donde he visto que la gente baja a pinchar la sombrilla hasta que luego va el resto de la familia. Si tengo que hacer eso para ir, prefiero no hacerlo. Qué va! Discutir o pelear un trozo de espacio o, como he visto en otros sitios, aparcelar la playa para poner las toallas, me parece un poco too much para alguien tan tímida como yo. Por supuesto, no vamos los fines de semana porque nos pasaría lo que a estas tórtolas, nos tendríamos que hacer oír entre la multitud, y mira, no.
La naturaleza este año está burbujeante por obra y gracia de que la vecina que tenía enfrente, alemana, ha alquilado su casa a unos ingleses. Los mismos que quieren comprar esta casa porque tiene tres habitaciones y es la mejor de todo el complejo. La causa de tanto fervor naturil tiene que ver con que ya no se ve un gato en la urbanización porque ella ha dejado de traer sacos y sacos de pienso para alimentar a una población que esquilmaba lo que siempre estuvo aquí. Que una cosa es tener un gato doméstico y otra es coger un gato de la carretera de un pueblo a 50 kilómetros de aquí y plantarlo en la urbanización. Teníamos una población de erizos y alguien los envenenó porque se comía el pienso de los gatos. Los pobres animales tuvieron una muerte horrible y, para rematar el crimen y que pagara yo, los tiraban por la ladera que está anexa a la casa. Menos mal que tengo una vida tan mierder y tan corre corre que casi nunca paro aquí y claro, culparme a mi del crimen era una tontería. Algún vecino me dijo que habían enfermado del calor. Yo estuve a punto de decirle que del calor de proteger a una población felina por encima de otra que era autóctona de estas montañas, pero me pareció tan estúpido su argumento que me hice bola y salí rodando escaleras abajo de la pereza. Ahora tengo que ver cómo la población de cucarachas, que antes se comían los erizos, también se hacen fuerte en los jardines. Asco gigaenorme!
Hoy toca adecentar un poco el hogar por esto de que va a tener una visita extra. La de mi hermana. Si. El viernes dije que vendría el sábado, pero es que viví todo el día creyendo que era sábado, que ya estaba inmersa en el fin de semana. Las ansias de verla! Voy a cambiar las sábanas de la habitación donde me estaba quedando y a limpiar un poco todo esto, para que, cuando la vea quiera venir cada año al menos una vez y la naturaleza no se apodere de sus paredes. Al otro inquilino, que se que me lee, se le espera con los brazos abiertos igualmente.
Vuelvo a oír a la tórtola, ahora desde el tejado de la casa. Le pasa lo que a los cantantes que trabajan en los pubs de la zona. Se ha tenido que subir a un sitio más alto para dejarse oír entre la multitud, gritona y bebida, que hacen caso omiso a lo que cantan y que, al final, a penas aplauden. Menos «sweet Caroline». Esta sí que sí, porque les hace recordar la película «Beautiful girls» y aquí todos tenemos una edad, los guiris und ich. Los ingleses se desgañitan, como en la escena de la película que, cuando sucede, la vuelve memorable.
Yo sigo prefiriendo el sonido de las aves, el zumbido de los insectos, el sonido del viento entre los árboles en este reducto natural, el aleteo de los pajaritos al moverse de rama en rama. En lo poco que nos queda de verde entre tanto cemento. Nosotros, como la naturaleza, somos un reducto de gente extraña, un tanto huraña, que se aleja de todo lo que tenga que ver con sonidos fuertes, esperas y multitudes. Mientras a mi me aguanten las fuerzas de mantener el peso de esta casa, más el peso de la mía, de mis hijos, de mi trabajo, de mis estudios…demasiado para unas espaldas que flojean a golpe de años, seguiremos protegiendo esta atalaya. La joya de la corona, que diría la abuela.
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Luz
Ayer llegó mi marido, por la tarde y de sorpresa. Menos mal que nosotros aún no habíamos bajado a la playa y, cuando abrí la puerta me preocupé. Él no hace estas cosas. Siempre me avisa, aunque sea por paloma mensajera. He de recordar que no tiene móvil.
Desde que entró le preguntamos por Avatar y, con una sonrisa de medio lado contestó que Avatar iluminaba desde el mediodía. Nos pusimos a aplaudir. Luego nos abrazamos como cuando en el fútbol se mete el gol de la victoria. Luego más aplausos y saltos. Para mí han quedado oficialmente inauguradas mis vacaciones porque me he quitado un peso de encima tan enorme como el de una roca de estas que andan por aquí, por las laderas de las montañas de mi isla.
Hace unos días, antes de venirme, le dije a mi marido que estaba harta de líos propios y ajenos y que no era capaz de relajarme y ser feliz viviendo algo como esa situación en la que nos había metido. Viviendo en el pleistoceno. Que si quería que fuera feliz podría ser un poco más responsable y así, a mi, dejaría de irme la cabeza como una lavadora. Para mi sorpresa me replica que si yo no soy feliz él debe dejar de serlo. Que para eso se había casado conmigo, para hacerme feliz todos y cada unos de los días de mi vida. No supe qué contestar. Tampoco esa la vi venir. Tras un rato, le dije que podría, para empezar, ser más responsable y dejar de posponer cosas importantes que repercuten de una manera tan mala en la familia. Pero que no me alegraba de que la situación le hubiese explotado en la cara. Que nadie merecía lo que nos habían hecho desde la compañía, y, que a partir de ahí, seguía yo con el problema. Llamé al electricista que tengo de confianza quien me dijo que él conocía a un ingeniero que realizaba el certificado que necesitábamos y, a golpe de pagar, de hablar con la compañía, de tener más paciencia que Job, conseguimos acabar esto bien.
Todos me preguntan que cómo pude ser tan paciente y mantener tanta calma. Tengo un súperpoder. Soy madre de dos chicos autistas y, como a todo el mundo se le olvida, paciencia fue enseñar a mi hija a señalar, por ejemplo, o romper con calma las rigideces de mi hijo. Hablar con un ser humano que tiene tu mismo plano neuronal, a no ser que sea un espécimen de estos que se nota que la evolución con ellos fue injusta, no es un reto. Reto es estar vomitando con la migraña y gritar instrucciones detalladas y precisas a tus hijos para que atiendan al chico que nos vende el agua, o entrar apurada a casa porque te haces pis y tener que ponerte a pensar qué mensaje necesitas que entienda cualquiera de los dos, a la vez que intentas no orinarte encima. Reto es darte cuenta de que, estando inmersa en una frase sarcástica, comienzan a mirarte como si fueras en serio, explicar habilidades sociales mientras los de alrededor piensan qué coño haces y porqué andas haciendo de cicerone en lugares comunes.
El otro día mi hijo «ligó» en la playa. Él es guapo, rubio, está tostado por el sol y tiene una sonrisa deslumbrante. La niña primero tiró sus gafas de nadar junto a él para ver si se las devolvía. Niet. Luego, por mujer valiente que era, intentó ser rescatada por su héroe. Error 404 not found. Por último lo saludó y le preguntó por su nombre. Él la miró por primera vez, la saludó en plan «hola terrícola» le dijo su nombre, y saltó hacia el lado contrario al que estaba ella. Yo observaba como un aguilucho desde la toalla. Cuando hizo una pausa le expliqué que, a los terrícolas, cuando se presentan, suelen desear que les preguntes por su nombre. Me contestó que para qué servía eso. La papa frita que me estaba comiendo quedó a la mitad del viaje hacia mi esófago. «Porque los terrícolas son así y hay que ser agradables con ellos, sobre todo cuando les caes bien porque sí» Mi hija tomaba notas en la toalla. Me apuntó, como quien no quiere la cosa que, estas coñas le daban mucha pereza. «Pues es lo que hay!» contesté. La vida no consiste sólo en Avatar. Hay vida alrededor suyo, y, con ellos, debes aprender a convivir. Luego miré a mi alrededor y pensé que, con la sociedad que estamos creando, tal vez lo diferente sea mirado con menos extrañeza. Luego decidí tenderme al sol por primera vez en 20 años. Mirar las nubes. En silencio. Con calma.
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Reflexiones
Estamos instalados en la casa del sur, y, a pesar del calor que hace, que es capaz de hacer desmayar a una chicharra, estamos muy a gusto a la espera de la llegada, mañana, de mi hermana y su familia. Estamos contentos? Hombre!! No nos vemos hace más de un año, así que si, estamos muy felices, aunque yo no tengo energías para acondicionar la casa, que lo haré, pero como decimos aquí, al golpito.
Escribo todo esto en la terraza superior, intentando que me de algo de aire fresco en unas islas que, cuando el aire nos trae arena del desierto este se vuelve cálido como una sopa, apartando al alisio de su camino, y reflexiono sobre una semana aquí, sola, con los chicos, yendo a la playa todos los días para que el enano disfrute. Llegamos siempre pasadas las cinco y media, y estamos un par de horas, él retozando en el agua, y yo retorciendo mi cerebro con los problemas que afronto, creo que en vías ya de solución, pero problemas al fin y al cabo.
Seguimos sin luz en Avatar mientras yo no dejo de preguntarme cuánta burocracia hace falta para reconectar algo que se desconectó en un pis pas. El ingeniero nos dio el certificado de luz el martes por la tarde. El miércoles lo envié a la compañía y el jueves entró en la distribuidora. O eso dicen, aunque esta vez, me lo han puesto por escrito, que tampoco significa nada, pero te pone la zanahoria delante de la cara. De 5 a 7 días tardan en darte de alta. Así que, casi, queda una semana más de espera. Qué chupi!
Luego está el tema de mi cumpleaños. El lunes. 55 tacazos, 29 de los cuales fueron una mierda absoluta y ya si eso, los siguientes han entrado en la categoría de buenos. Sin tirar cohetes no me fuera yo a venir arriba! Es decir, me he pegado más de la mitad de mi vida pasándolas moradas. Quiero la hoja de reclamaciones. Bueno no, que hay gente por ahí muy mal y que acaban fatal.
Llevo, desde que salió la noticia, dando vueltas a cómo de difícil se nos ponen a algunos los asuntos vitales. Hace unos días, un desgraciado quemó a su novia, amiga, conviviente…que tiene solo 17 años. Muy grave está la pobrecita mía y yo no hago más que pensar que ella y yo podríamos haber acabado de la misma forma solo que yo, seguramente, tuve más suerte y fui más lista. Yo me alejaba de todo lo que exudara problemas. No quería tener un récord al final de mi vida. Quería poder sacar la cara del fango y tirar para adelante. Desde que oí y leí la noticia no dejo de pensar en ella. En la chavala. Y me veo en el hospital sujetando su mano. Ayudándola a llevar la pena de que, todo aquel que dice quererte, te agrede. Te quiere hacer desaparecer. Hay que ser altamente miserable para hacer eso a nadie, pero como decía mi madre, hay que ver de todo en esta vida. Incluso actos tan violentos.
Ayer, una de mis tías fue a mandar un audio a su hermana, y, lo que debía quedar entre ellas dos, lo compartió al grupo. Hablaba de mi y de mi cumpleaños y de lo que no iba a hacer. A la mitad del audio le di al stop. Me di cuenta de que no me importaba nada lo que ella pensara sobre mi. Seguro que tiene mucha razón, yo tampoco hago muchas cosas por nadie, ni celebro ni hago nada porque vivir en Avatar ya me absorbe mucho tiempo. Supongo que merezco lo que ella piense, sea cual sea esa cosa. Pero como ya dije, a mi no me importa. Porque yo de la gente que tiene un aura de traer problemas, me aparto educadamente. Y sigo mi camino, por las sendas de Avatar, que son muy intrincadas, es cierto, pero qué tranquilidad da caminar por ellas sabiendo que sus habitantes no te apuñalarán por la espalda.
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La voluntad
Este año será el año en que, por fin, cumpla la voluntad de mi madre que me dijo qué hacer con sus cenizas y que aún no he hecho. Me ha pasado con el corte de luz lo que a mi marido. He aprendido una lección primordial. No dejes cosas importantes aplazadas ni delegadas en otros. Esto último me lo dijo mi tía una vez que creí que el formulario que había rellenado para opositar y que dejé en manos de la academia estaba correctamente cumplimentado y no. Quedé fuera ese año. No me pude presentar después de matarme a estudiar. Les conté mi disgusto porque ella era mi refugio y me miró con aquellos ojos dulces y me dijo que, a los demás, no debía delegarles nada importante. Que lo hiciera yo. Y que nunca, jamás, en la vida, saliera a la calle sin dinero y sin llaves para volver a casa, cosa que he cumplido a rajatabla.Total, que, al salir de Avatar, cargada para venir aquí, le dije a mi marido que me llevaba a mi madre conmigo. Se sorprendieron todos y, al cogerlos con el paso cambiado, decidieron que ya si eso, lo hacía en un próximo viajr a la casa. «Mándame un correo con lo que quieres que te lleve y lo hago, pero ahora no hay sitio para tantas cosas» me dijo. Ya en la casa, andaba pensando cómo haría y dónde cuando sentí los acordes de la canción preferida de mi madre, My way de Frank Sinatra. La cantaba algún extranjero en un karaoke del centro comercial y no lo hacía mal. Y me sonreí. Siempre que me sucede algo bueno, o que creo tomar una decisión correcta, me suenan los acordes de esa canción. Sobre todo si tiene que ver con sus cosas. El colmo llegó hace unos años cuando mi hija acabó el instituto y llegó el momento de orlarse. A todos, mientras iban saliendo, le iban poniendo una musiquita de fondo. Al salir mi hija lo hizo con los acordes de la canción de su abuela, y entonces supe que estaba allí, entre nosotros, aplaudiendo con orgullo que su primera nieta acabara el instituto con buenas notas y con la ebau terminada.
Tengo un plan y estoy decidida a hacerlo. No voy a invitar a nadie y voy a estar sola porque sé porqué he aplazado esto cuatro años, y se ha convertido en algo que se ha pegado a mi alma, y sé igualmente que al arrancarlo, me va a doler. Porque será despedirme de lo último que me queda de ella. Porque sé que entonces sí que sí me desprenderé de lo único que tengo y soltaré los lazos para siempre. Sin una vuelta atrás, sin un lugar donde ponerle unas flores. Ella será libre por fin y se irá a ver mundo y yo me quedaré en la orilla, como dice la canción de Luz Casal, esperando, aunque sé que ella ya no volverá jamás. Y eso duele. Pero como me dijo mi madre, «es lo que hay mi hija, es lo que hay» mientras yo la miraba con cara de agonía porque los para siempre son una auténtica mierda. Sobre todo los que tienen que ver con las despedidas. Y despedir a tu madre, si esta hizo de padre, de madre, de psicóloga, de amiga…aún más.