• Lo que piensan los demás

    Cuéntanos algo que te gustaría que dijeran sobre ti.

    Durante un montón de años, más de la mitad de mi vida, traté de camuflarme y pasar desapercibida. Tenía tantos frentes abiertos, tantos problemas, que, cuando se abría la puerta de la casa deseaba camuflarme con el blanco de las paredes. Decidí ser consecuente con esa decisión, y, por ello, salvo con alguna tía mía, decidí no dar mi confianza a nadie. He oído en alguna serie decir una frase que me ha tocado el ánimo, «de lo que no se habla, no existe». Esa era MI frase. Si yo no hablaba con nadie de lo que sucedía en mi vida, eso no ocurría en realidad. Claro! Es una tontería. Uno no puede evitar lo que hay ni dentro ni fuera ni en ningún lado. Solo cabe arremangarse y tratar de sobrevivir a ello. Pero eso lo aprendí después. Fue una respuesta que vino en forma de hijos.

    Un día, cuando aún pertenecíamos a una asociación, y yo estaba dando el todo por el todo en ella, me pidió una psicóloga que trabajaba para ellos que si quería participar de una mesa redonda. Yo no tenía idea de qué era eso, pero dije que si. Iban a hacer un acto en el quinto pino, al cual asistieron más gente que necesitaba los créditos de la participación que socios. Se esperaba para ese día un montón de calima y de viento, aunque la mañana se presentó en principio, bonita.

    Cuando llegué, la chica me obsequió con unos regalos «por mi participación» me dijo. Me quedé ojiplática. Yo creía que una mesa redonda consistía en coger un micrófono, entre el público, y abrir un tema a tratar sobre lo que se iba a hablar allí que era de autismo. No llevaba nada escrito ni preparado. La única que iba peor que yo, era una chica autista que sentaron a mi derecha. Las demás llevaban incluso tablets. Empecé a sudar y a pensar que, si salía corriendo, y saltaba al coche por la ventanilla, podría perfectamente volver a tiempo a casa y meterme debajo de la piedra donde llevaba toda mi vida.

    Llegó el momento de hablar, y, para mi horror, cuando me presentaron, lo hicieron diciendo que era la madre de dos chicos autistas. Un oh! recorrió el salón de actos y empezaron todas a dar explicaciones la mar de sesudas, consultando sus tablets como locutoras de un telediario. Y yo allí. Haciendo de traductora  a la chica autista. Hay que entender, que una persona como ella, necesita una velocidad para procesar lo que hablaban las demás y, cuando veía que se perdía, yo le indicaba.

    En esas estaba, salvando el pellejo, tratando de no perderme, y de hacer el ridículo de mala manera, cuando llegó la hora de decir unas últimas palabras para cerrar el acto. Hasta ese momento, defendía yo el diagnóstico temprano, y, que a las mujeres, no se les daba porque los ratios que existían, los baremos, eran todos masculinos. Y por eso, y no por otra cosa, a mi hija se le había diagnosticado con 7 años y a mi hijo con 1.

    Pues bien, cuando me dijeron que dijera mi última reflexión, abrí la boca y expliqué a mi audiencia que, el autismo consiste en tener un mapa neuronal distinto del resto. Solamente. Que se nos hacía creer, o que algunos padres creían, que el diagnóstico hacía inferiores a nuestros hijos y que eso no era cierto. Que nunca, jamás, permitieran a ninguno que pusieran a sus retoños un paso por detrás de nadie. «Las personas autistas, como dice la madre de Temple Grandin, son distintas pero no inferiores, y están aquí para demostrar lo que valen lo mismo que cualquiera. No lo olviden nunca!». Ese fue, a grandes rasgos, mi discurso, como digo, sin preparar. Entonces cerré la boca y, para mi asombro, una ovación cerrada llegó tras mis palabras. Podía ver, al fondo, a socias, madres, autistas, aplaudiendo con los brazos en alto como si yo hubiese cantado la Traviata. Luego llegaron los bravos y un pudor muy fuerte me sacudió de pies a cabeza. Bajé del escenario de un salto, con la excusa de la alerta por calima, salí corriendo a la calle, abrí la puerta del coche y le dije a mi marido que arrancara y corriera. Me preguntó si algo había ido mal y le dije que no. Apagué el móvil.

    Cuando al día siguiente lo encendí, una de las madres del fondo me daba las gracias por haber dicho lo que dije y por haberlo hecho tan bien. Y entonces pensé que, tal vez, no era bueno seguir callada, ocultando a los demás lo que pensaba por no salir dañada. Decidí hablar y he seguido haciéndolo hasta ahora. A veces retrocedo y silencio mis labios. Pero solo a ratos.

  • De la primera vez

    Cuéntanos cómo fue tu primer día en algo (en el colegio, en el trabajo, como padre o madre, etc.).

    La primera vez que fui madre, iba con el miedo de una pesadilla que había tenido días antes. En ella, yo cogía en brazos a la niña, ya sabía el sexo de la bebé, y no era capaz de sentir absolutamente nada por ella. Ninguna emoción. No quería ser como mi padre. Tener una niña y darte cuenta que te da igual es una putada. Para ella, sobre todo, y para tí. Eso le pasaba a él y eso quería evitar a toda costa.

    Había preparado su habitación, la maleta del hospital, había hecho un curso de preparación al parto con una matrona y no me sirvió de nada en absoluto. A las primeras respiraciones, hiperventilé y comencé a vomitar. La matrona que me asistía me dijo cómo hacerlo correctamente y, en ese momento, sentí que había perdido un tiempo precioso en aquella amalgama de paz, amor y otras chorradas, que quedan bonitas, pero que no servían para nada al enfrentarte al parto.

    Pedí la epidural, otro error. Cuando se fue el anestesista, descubrí con horror que sentía aún las contracciones en el lado derecho de mi cuerpo. Además de raro, cuando me inocularon la anestesia, el parto, que hasta ese momento iba fetén, se paró. Más concretamente,  la niña se paró en el canal del parto y para sacarla se hubo que utilizar ventosa. Mi marido estaba en un  ay. Mirando quién de las dos dejaría el mundo primero. Para él eso de que te introduzcan un artilugio tipo caña de pescar, y que con ella pezquen a tu bebé era un poquito demasiado.

    Cuando todo acabó, o eso creía, resultó que no caía la placenta. Y empezaron a masajearme la barriga lo que me supuso un suplicio peor que el parto. Empecé a rezar. Quería que dejaran de hacerme aquello tan doloroso. Quería a mi bebé y salir de allí. Al terminar la oración, cayó la placenta, me dieron a la niña, y se coló por la ventana un sol de mayo precioso. Me dije a mí misma que todo empezaba a mejorar, pero no. La cosa no iba bien. Al abrazarla noté sus ganas de alejarse de mi. Ahora, 19 años después, pienso que debió sentirse como el patito feo tras su nacimiento. «Quién es esta señora? En qué planeta estoy? Qué diablos me ha pasado? Suélteme señora!!»

    Le dije a la enfermera que la pusiera en la cuna y, cuando llegamos a la habitación me dijeron que debía ponerla al pecho cuanto antes. Fui obediente y lo hice. No quería que dijeran que no lo intentaba, que no daba el mil por cien. Y seguía notando que, siendo un bebé recién nacido, empujaba la cabeza hacia atrás, para evitar, en la medida de lo posible, todo contacto con aquella señora que decía ser su madre.

    Empecé a ponerme triste. Primero sutilmente. Tras una noche de llanto ininterrumpido, más profundamente. Llegó el amanecer, y con ello el sueño de aquella niña preciosa que no deseaba ser mi hija. Abrí la ventana de la clínica y pensé: «si me tiro desde aquí me mato». Me giré a mirarla y decidí que la niña no tenía la culpa de  haber nacido en un planeta desconocido para ella. No se merecía que la dejara sola. Iba a necesitar una madre. Alguien que, cuando pudiera comunicarse, pudiera escucharla decir: «dónde diablos está Avatar?» Y yo tendría con mucho tacto, que explicarle que, a veces, la vida es así de cruel y te pone en unas situaciones muy tristes. La enseñaría a quererme. Vaya que sí!

    Cerré la ventana y, una enfermera entró dando un alegre «buenos días». «Vas a ducharte?» Me preguntó. «Puedes hacerlo tranquila que yo me encargo de la peque!» Le di las gracias, cogí mis cosas, y entré en el plato de ducha. Mientras caía el agua sobre mi cabeza, mientras lloraba mi mala suerte, mientras pensaba en cómo salir de aquello, decidí que debía aprender cuanto antes a comunicarme con aquella niña preciosa. Decidí ser su madre. Decidí amarla. Ya aprendería ella lo mismo conmigo. «Dale tiempo, solo dale tiempo!»

  • Dejar de lado

    ¿Qué actividad deberías dejar un poco de lado?

    Ayer vine a la casa del sur de la isla y, por la noche, me dolía el cuerpo a morir. Pasé una noche toledana, y, cuando sumé los síntomas, creo que tengo covid. Mi primer covid desde que apareció la enfermedad. Lo cierto y verdad es que, cuando me pongo enferma lo hago con ganas. De acostarme. Y aquí estoy, dándome un panzón de dormir.

    He dejado de ser madre, porque no puedo ni moverme y estoy más tranquila que el carajo. A veces pienso que deseo algo como esto para que no tener que seguir rutinas, para colgar el mandil de madre. Centrarme en ponerme bien. Solamente. Y es hasta placentero. Ahora han salido a buscar a su padre porque mi hija intuye que está sentado en un sitio, merendando, sin invitarlos. Mi marido sí que sabe. Él sí que desconecta on de la marcha. Sí que se toma esas libertades. Solo que la hija le ha salido más lista. Espero y deseo que los invite y que, el rollo de que te caiga la paternidad por sorpresa no lo lleve a dejar que miren mientras él come. Él es así. Él tiene perfectamente separado todas las cuestiones de su vida. Amistades. Familia. Trabajo…todo en casilleros separados. Y no le gusta que se mezclen. Eso sí, sus amigos me mandan mensajes de móvil porque él no tiene y eso no le importa que me importe. No me digan que no se pone nivel máster! El puto amo!

    Yo quisiera ser así pero no. Me fui a comer con antiguos compañeros, por lo de las comidas de Navidad, y salí del restaurante, me fui a buscar al niño y me di tres viajes de mi casa a la terapia. Podía habérselo encargado a mi hija? Si. Pero el niño decidí tenerlo yo, y mientras pueda ellos serán el centro sobre el que gira el eje de mi vida.

    Me acabo de tomar un paracetamol porque siento como si me mordieran el costado. Con la medicina, la querida medicina, uno lleva estas cosas mucho mejor que sin ella. En fin, no voy a recordar a las primeras personas que fallecieron a causa de la enfermedad, solos, como estuvo a punto de morir mi madre. Nadie debería morir solo. Debería haber alguien sujetando su mano y diciéndole deseándole buen viaje eterno. Y así debió ser siempre.

  • Lo positivo

    ¿Qué acontecimientos positivos han sucedido en tu vida durante el año pasado?

    Lo positivo de este año, lo que más, lo que quedará para la historia familiar es la cancelación de la hipoteca. No terminar de pagarla y ya. No. Ir al notario a buscar tus escrituras y luego llevarlas al Registro de la Propiedad para que anoten que la casa se puede vender, se puede heredar, sin carga alguna. Hay gente que se lo deja a sus herederos. Yo preferí hacerlo y dejar menos burocracia a los chicos. Y fue un alegrón salir del Registro con tu nota simple y con un alivio en el alma de saber que conseguiste llegar viva hasta ese momento. Y sentí cerrada una etapa.

    Luego nos fuimos de viaje una semana a ver a la familia. Me hice tres horas de viaje para no  ver ninguna cosa ni hacer turismo. Quise dedicarme a estar en un sitio y a disfrutar de mis hermanos y de mi sobrina. Volví con las pilas cargadas y llena de energía y no sé si antes o después del viaje, me examiné por promoción interna y aprobé. Otra etapa cerrada en un combo de dos por uno. No he tomado posesión aún porque el Ministerio donde trabajo es la hermana pobre de la Administración. Según me dijeron esta semana, no sería de extrañar en que me pusiera hasta finales del año que viene para conseguirlo. No importa. Voy a dejar que todo fluya. Sin prisas.

    Luego hicimos otro viaje a una isla que mis hijos no conocían. Y fue un éxito total. Claro! Es una isla preciosa llena de cosas que ver. Caras, pero que se quedan en tu retina para siempre. Yo la conocía porque, cuando terminé bachiller la visité y la elegí como sitio donde jubilarme. Luego volví a reencontrala en mi viaje de luna de miel. Y esa es otra. Dentro de unos días haremos las bodas de plata y a mí me parece que fue ayer que entré vestida de novia a casarme, sin saber cómo irían las cosas. Sin pensar que en un parpadeo pasarían 25 años y, eso, más dos hijos después han dado como resultado el vivir en Avatar.

    Creo que este año ha sido el que ha marcado un antes y un después con mi familia. Entendiendo que vivo con personas singulares que, a veces, me llenan de estrés, pero de los que recibo mucho cariño. Esta mañana mi hijo se despertó a las 6 y media. Si a eso le unimos que yo, por la premenopausia me dormí a la una, dan como resultado que tengo un sueño terrible. Le dije que podía levantarse y ponerse el desayuno y me contestó que no. Que se iba a quedar «muy quietito junto a mi». Tras estar media hora asumiendo que él lo de estar quietito lo entiende pero su cerebro no, decidí abrazarlo y darle los buenos días para luego arrastrarme hasta la cocina. Y me puse a preparar las cosas mientras él me tiraba besos desde el salón. Y decidí pasar esa etapa. La etapa de estar presente en esta fría mañana. Cuidando de los míos. Viviendo en Avatar.

  • Lo de los animales

    Do you ever see wild animals?

    En mi vida he visto muchos tipos de animales. A algunos, les ha parecido bien pegar a su mujer, o decir a quien quisiera oírlos que sus hijos no eran suyos. Todos menos a la última que hizo sin estar bebido. La cosa es que todos, sin excepción, se le parecían. Pero daba igual. También le levantó la mano a alguno. A puñetazos, y luego lloraba como un niño porque el taxista que lo llevaba a su casa le dijo, tras contarle lo que hacía, que no sé cómo tuvo el cuajo, que era un pedazo de cabrón. No sé qué esperaba. Una medalla a la masculinidad muy mal entendida, tal vez.

    He visto a alguno ir a la peluquería y comprarse las mejores camisas hawaianas del mercado, disfrutando de sus vacaciones, mientras a su hijo lo operaban a vida o muerte al otro lado de Europa, a pesar de ser avisado. A pesar de ser su único hijo. Impasible ante lo que pudiera suceder, cero aliviado ante el resultado positivo final, todo ello, claro está, con un final acorde a su trayectoria vital. Con su hijo teniendo que pelear la herencia en los tribunales.

    También he visto a alguno decir a su pareja, tras mandarla al hospital, que si lo dejaba, la mataría para luego acabar con su vida. Como así hizo dos años después, dejando a la familia de ella en el duelo de perder a una mujer maravillosa, digna de una mejor suerte de la que tuvo. La pobre mujer, cuando le dije que se escondiera, que huyera a algún sitio, me contestó que no podía. Que él sabía todo de su familia y que le daba miedo que fuera contra ellos. Entonces le repliqué que, si no seguía mis consejos la iba a matar, y me contestó un «si» lleno de resignación. El día que oí que había cumplido su amenaza, mi vida se tornó más gris. Había perdido algo de color. Y con esa pesadumbre sigo hasta hoy. Pensando en qué más se podía haber hecho.

    He conocido a otros que han sido capaces de los peores abusos, de los que te mandan a la cárcel, de los que ahora tardan en prescribir porque la víctima suele mantenerse callada, por vergüenza, por miedo, porque luego no se haga una manifestación a favor de su abusador en la que se defienda su inocencia, como si las actitudes o las formas que utiliza en su día a día dieran idea de su verdadero rostro, de una mente de mierda que solo trabaja la manera de engañar a todos para que acerquen a sus víctimas hacia él. Tejiendo una tela de araña, primero sutil, y luego cada vez más tupida, y, como las presas de las arañas, son envueltas en una pesadilla de horror y de silencio. Donde no se grita por miedo a que cumpla con lo que amenaza, que si hablas les digo a todos que fue por tu culpa…que a quién van a creer? A tí? O a mi, que tengo la categoría de heroe, o de santo, o de buen samaritano…?Claro! De eso viven. De eso se alimentan. Con eso consiguen el silencio de sus víctimas y, cuando ellas se deciden a hablar (y ese ellas lo utilizo en femenino porque víctimas lleva artículo de ese género, no porque no existan niños abusados, que también) encima tienen que oír de los demás eso de, «haz roto a una familia. Para qué hablas ahora?» «Con lo bien que hemos vivido todos en la ignorancia, tal vez incluso con la sospecha…»

    Esos animales de los que hablo, no deberían caber en la naturaleza. Tienen dos patas y se hacen llamar humanos. Pero yo tengo serias dudas que lo sean realmente. Todos ellos tienen un valor inferior a la mierda de cualquier animal que vive en su habitat tratando de sobrevivir a seres como estos. Humanos dicen…ja!!!

  • De día o de noche

    ¿Eres de día o de noche?

    En un tiempo muy antiguo, vivían una madre y su hija en una casa que daba a un amplio y hermoso jardín. Ambas pasaban muchas horas en él, juntas, hablando de un montón de cosas que solo ellas dos entendían.

    En aquellos tiempos, era de lo más normal que, a la edad de la muchacha, 17, se considerase en edad casadera. Era muy hermosa y tenía muchos pretendientes pero ella no veía la necesidad de abandonar a su madre para irse con ninguno, porque aunque algunos parecían ir con las mejores intenciones, a la joven, no le parecían una razón de peso para unirse a un extraño para siempre.

    Un día, llegó uno de ellos y tocó a la puerta de su casa. Al abrir, ni a ella ni a su madre les pareció trigo limpio pero, por educación lo dejaron cruzar el umbral de la puerta para que tomara un refrigerio y descansara un rato porque decía venir de un lugar lejano.

    Cuando expuso a la muchacha sus intenciones, de manera muy educada, lo rechazó. Él le pidió que lo pensara y ella volvió a decirle que no. Entonces, por sorpresa sujetó a la joven a la fuerza y se la llevó consigo. No paró de viajar hasta llegar a un lugar oscuro, lleno de muerte y desolación que era lo que rodeaba a aquél ser malvado que había sido capaz de separarla de su madre para no volver a verla nunca.

    La joven lloró y lloró. Primero, de manera silenciosa, luego, su llanto se convirtió en lamento y sus lágrimas un torrente que escapaba de aquellas cuatro paredes. A medida que iban pasando los días, la joven cada vez estaba más triste, pero, curiosamente, todo lo que rodeaba la vivienda, comenzó a revivir por efecto de sus lágrimas.

    Tanto lloró que, al final, su secuestrador, apiadándose de ella, le dijo que le permitiría volver a ver a su madre. Con una condición. Que le dejara enseñarle lo que ella había creado con su sufrimiento antes de irse y que, pasado un tiempo, volvería con él a seguir construyendo aquella belleza. Si. Porque todo lo que se podía ver alrededor, todo aquello que era antes oscuridad, ahora era un jardín lleno de luz, de flores, de árboles frutales…»De acuerdo!» Le dijo la muchacha. «Yo también pongo una condición: «volveré contigo siempre que pueda hacerlo por mi voluntad. No quiero vivir en una relación forzada. Soy libre y así será siempre o elegiré morir si así no fuera».

    Tras mucho hablar y debatir, llegaron a un acuerdo y devolvió a la chica con su madre. Y allí se quedó hasta que se dio cuenta de que echaba de menos a su marido. Al cabo de un poco, como si él supiera que ya era el momento, volvió a buscarla. «Ha sido de noche mientras has estado fuera de casa, es necesario que vuelva la luz a ella». Le dijo al verla. «Ella le sonrió y le dijo: «Volvamos juntos, hagamos cosas bellas, hagamos vida!»

    Y así, en ese trato, y con ese acuerdo, vivieron juntos muchos años…disfrutando de la luz del día…y del frío de la noche!

  • LAS COMPRAS Y DEMÁS HIERBAS

    ¿Qué piensas sobre el consumo de carne?

    Hoy he decidido explicar, aunque no sé si lo consiga, porqué vivir en Avatar me resulta tan estresante. Mis fines de semana siempre comienzan pegados a la lavadora. Mi hija puede poner, perfectamente, hasta tres veces en una semana, una chaqueta, por ejemplo. Tiene problema con los olores. Según ella, la prenda huele a sudor, que no, pero ella lo percibe como si viviéramos junto a un contenedor de basura. A lo bestia. Claro, yo intento bajar la montaña de ropa, pero ella rellena la cesta a mayor velocidad. Cada fin de semana pongo lavadoras por encima de mis posibilidades, y, cuando no lo hago, cuando me voy a la casa del sur, me lleno de mal humor sólo de pensar lo que me espera a la vuelta.

    Seguimos con el tema de la salud. Ambos tienen anemia porque mis dos retoños son muy aficionados a comer siempre lo mismo. Les encanta vivir en un bucle infinito a la hora de la cena, pero los análisis les dice que deberían añadir otros alimentos. Difícil. Sobre todo con el niño. Ella no tuerce el gesto ya como él. Es más flexible en lo que alimentos se refiere. Con él tropiezas en un muro bien fuerte. Te dice la pediatra que lo intentes. Yo la miro y le digo que sí, mientras pienso que qué cojones cree que hago todos los días de mi vida. Ayer salí a la farmacia y volví cargada de cosas para ambos. Pues bien, esta mañana me he pegado más de media hora preparándole un zumo, dándole la medicación para la alergia, metiendo nuestras placas de descanso a lavar en un aparatito que me compré en Aliexprés y que recomiendo una barbaridad, por solo diez euros…cuando he acabado con él, he pensado que mañana que hay cole me voy a ver bastante justa siquiera para tomar un café porque tengo que llegar a tiempo a la parada del bus escolar y luego entrar al trabajo, a la carrera, para cumplir con el horario flexible del que dispongo por ser madre de un niño de once años. Cuando cumpla los catorce, lo extenderé porque ambos tienen una discapacidad que roza el cincuenta por ciento. Pero ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.

    Total, que varias lavadoras después, se preparan mi marido y mi hija a hacer de comer. Yo procuro ir lavando los cacharros por tandas y, cuando acabo de comer, utilizan veinte mil cosas para una chorrada, puede caer mi cabeza en el plato vacío y comenzar la siesta.

    Por la tarde vamos a comprar. Otro coñazo. Estábamos yendo a un súper que no está dentro de ningún centro comercial, pero que está en el corazón mismo de varios barrios de gente que mira cada chavo que se gasta por eso de que no son gente que nade en la abundancia. Solo gente trabajadora. Lo cierto es, que, mi marido, por cosas de su trabajo, conocía a algunos usuarios del súper. Y, la verdad, resulta un poco corte verlo hablando con alguien a quien tú sabes que él no recuerda, o si, y entonces es capaz de llamarlo por  su nombre y sus apellidos, mientras espera que acabe para decirle que si le apetece que esta semana le pille la leche sin lactosa. Además de saber de qué se conocen, conocimiento sin el cual yo podría vivir perfectamente.

    Cuando nos subimos al coche, me dijo de ir a otro supermercado, y, casualidades de la vida, el día antes, al salir del gimnasio, me metí en uno que está justo al lado y que son de la misma cadena. Aquello era un remanso de paz. Sin rebumbio, sin ruidos fuertes, sin colas, sin el segurita siguiéndonos porque, por lo que sea nos ve cara de gente sospechosa, que es algo que nos suele ocurrir porque, cuando nos ves, no eres capaz de distinguir dónde está la diferencia, pero sí notarla. Y aquél hombre se metía, incluso, por la panadería y nos acechaba por detrás de las baldas, cosa que yo notaba pero el resto de mi familia no. Hasta que lo dije, y a mi marido no debió hacerle ninguna gracia. Claro! Máxime si sabes de qué pie cojean alguno de los usuarios! Le dije que porqué no íbamos al otro súper y estuvo de acuerdo. Más cerca, menos gente, aparcamiento súper amplio, cero colas…El único estrés es que se tienen que aprender el supermercado entero y eso les va a  costar. Pero no les importa. Gana la tranquilidad por goleada.

    En estas fiestas no puedo ir a ningún sitio con ellos a comprar. Así que toca planificar una yincana este mes sobre qué o cómo comprar los regalos de Navidad sin llamar la atención, con una huelga de transporte público, y sin idea de qué regalar al enano que se ha hecho fuerte en su mutismo y no suelta prenda. Ni escribe la carta porque no le gusta escribir. «Señor, dame paciencia!!» Encima y además, soy una especie de lóbulo frontal de los tres, y todos, por separado, me explican sus inquietudes de situaciones que viven en su vida diaria.Yo las mías se las explico a mi psicóloga.  En este punto de escritura, ya he sido interrumpida cuatro veces por los dos. Mi hija me ha preguntado que qué hacemos nosotros, las personas normales, para darnos cuenta de equis cosas. Me ha faltado tiempo para explicarle que, lo que ella llama normal, no lo es en realidad. Y que no vuelva a decir que los que estamos frente a ella, los neurotípicos, somos la leche de todo lo puto más. Solo somos personas que, como ella, tratamos de sobrevivir al día a día. Pero sin las gafas de buzo mentales. Ni un olfato de perro cazador. Ni un oído que te permite oír todas las conversaciones a la misma vez. Sin discriminar. Pero con las mismas ganas de salir adelantes indemnes.

  • Lo de las prendas

    ¿Cuáles son tus dos prendas favoritas?

    Cuando mi madre falleció, su marido, que le llevaba 20 añazos, se quedó solo en una casa enorme, llena de cosas que mi madre había hecho o comprado para decorarla. Se le daban bien las manualidades, el ganchillo era una de ellas, y, como te quedaras un poco quieto te hacía un tapetito y te lo ponía de sombrero.

    Al entrar a la vivienda, en el salón, hay una foto enorme de mi madre y de él, creo que de uno de los cruceros que se hicieron. La verdad es que no pudo disfrutar más de la vida porque se le acabó el tiempo.

    Total, que, encima, mi madre era de estas mujeres a las que les ENCANTA la ropa. Tal cual. Con mayúsculas.  Podría ponerlo en negrita y subrayado y no sé si alcanzaría. Su armario ocupaba, en primer lugar, el del dormitorio de matrimonio. La mitad. Luego extendió sus dominios y se hizo con otro armario en el cuarto de la plancha que era como su vestidor. Tenía hasta un espejo de cuerpo entero. Luego, se independizó mi hermano, y mi madre ocupó su cuarto también. Todo. Hasta el mueble que tenía el televisor debajo. Por si no quedaba solo con eso, también tenía, en la habitación en la que yo dormía cuando iba de vacaciones, más ropa.

    Cuando me iba de viaje, llevaba una maleta con lo indispensable y otra vacía y ella me las rellenaba de cosas que ya no se ponía. Imaginen lo que fue vaciar sus armarios. Cuando estaba en el hospital, me pidió que me llevara cosas a mi casa. Lo que quisiera. Le dije que no. Me parecía de muy mal gusto. Pero…me pidió como indispensable para estar tranquila dos cosas. Que fuera a su casa y cogiera de su armario unos zapatos, y me dijo que eligiera de sus joyas lo que quería.

    Los zapatos eran unos Manolo Blanik de tacón, veraniegos, elegantes, con los que se veía claramente que sería incapaz de caminar. Eran todo lo opuesto a mi. Como si le dijeran al sol que abrazara el invierno. Total que los cogí y se los llevé al hospital. Los zapatos se los compró cuando se ganó un premio en la lotería. Mi madre creía muy fuertemente en el poder de la atracción y ella estaba convencida de que, si pensabas  en un futuro viviendo las circunstancias que deseabas vivir, la vida te lo otorgaba. Y así fue con los tacones aquellos. Su cara en el hospital al verlos, fue una suerte de despedida, de hacerles saber que los dejaba en mis manos por causas ajenas a su voluntad, que ella los hubiera usado para otro crucero, otro baile, otra cena…pero que la vida le había dicho que se había acabado toda la diversión. Tal vez porque ya entraba en una edad en la que, a lo mejor, no hubiera podido disfrutarlo como merecía. Nunca lo sabremos.

    La joya que me elegí fue un colgante que pone mamá en varios idiomas. Con un colgante sencillo. Nada de oro por todas partes. Discreto. Eso me pegaba más. Mamá oca me decía ella. Seguramente.

    Los zapatos no me los he puesto nunca, pero tengo pensado rebajarles el tacón para disfrutarlos en mi próximo cumpleaños. O no. Da igual. Los tengo porque son el recuerdo constante de que, a fuerza de pedirlo, a veces, el cosmos, te es favorable y decide darte una alegría para el cuerpo. Me gusta tomar para mí esa idea.

    El collar si me lo pongo. Cuando estoy muy de bajón o cuando estoy pasando por un mal momento me gusta sentirla cerca de mi. Acaricio el colgante y recuerdo que la maternidad es una de las cosas que hacen que me mantenga de pie frente a las adversidades. Como le sucedió a ella y antes que a ella a su madre, y, antes que a su madre, a su abuela…y así hasta el principio de los tiempos.

  • Lo más difícil

    ¿Cuál es la decisión más difícil que has tenido que tomar? ¿Por qué?

    Lo más difícil que he tenido que decidir, lo más duro de mi vida, fue el tomar la decisión consciente de que acompañaría a mi madre en sus momentos finales.

    La enfermedad avanzaba a un ritmo terrible y su cuerpo, ese que estaba curtido de gimnasio, que había sido untado por las mejores cremas del mercado, saboreado los mejores alimentos, bebido solo buenos caldos…perdía la batalla de una manera terrible, temible.

    Cuando supe que llegaba el final, un poco antes que mi madre, pensé en no estar. No sabía si sería capaz de digerir tal dolor.

    Ese sábado, ella se despertó después de una noche toledana, en la que había tenido que tomar decisiones que a ella no le hicieron ninguna gracia. Cómo explicas a un enfermo que ha estado delirando? Cómo le dices que, cuando le hablabas, cuando te dirigías a ella, su mente estaba en mi hija, en una conversación imaginaria o no que tenía que ver con su nieta?

    Esa tarde intentó incorporarse y no lo consiguió. Le ofrecí mi ayuda y me dijo que no. Volvió a intentar levantarse y volvió a fracasar. Entonces me dijo que no quería sufrir más. Que ya estaba bien. Que hasta ahí. Que lo sentía mucho por mí, y le cayó una lágrima. Le dije que ella había decidido cómo vivir y que, si su deseo era elegir cómo irse, yo lo respetaría todo. Me pidió que llamara a la enfermera y eso hice.

    Me dije a mí misma que aguantaría entera hasta su partida. Luego podría llorar lo que quisiera. Debía estar a su lado. Acompañando, para que no sintiera miedo hasta lo que se torna en una despedida para siempre. Y así fue. Cuando les dije a su marido y mis hermanos que tocaba decir adiós, cuando llamé a la enfermera y le dije con la voz clara que creía que se moría, aguanté el tipo pero, cuando la ví partir no pude evitar doblarme por el peso del golpe. Allí, en aquél momento, despedía a quien me vio nacer, a una de las personas más importantes de mi vida. A mi madre. Y ella había vivido y había partido como quiso. A su manera! Y a mí ya solo me quedaba su recuerdo.

  • Si pudiera elegir

    Si no necesitaras dormir, ¿qué harías con ese tiempo extra?

    Si pudiera elegir qué hacer mientras todos duermen, me dedicaría a leer, mucho, y a escribir, muchísimo.

    Si pudiera elegir qué hacer, estaría toda la noche en vigilia, acechando los malos sueños que pudieran atacar a mis hijos. Andaría con mucho cuidado espantando aquellos que pudieran perturbarlos.

    Si no fuera posible dormir, me sentaría en una ventana a ver pasar la noche, a ver las pocas estrellas y planetas que podemos ver a simple vista. Para luego describir la belleza de ese momento en una poesía. Me encantaría escribir poesía!

    Si la vida no me permitiera descansar, apagar mi mente y relajar mi cuerpo, tal vez entonces conseguiría alcanzar la categoría de dinamo, de motor, de luz continua, para que mis hijos pudieran descansar en paz, vivir en paz, sin que nadie enturbie sus vidas, sin que nadie invada sus mentes, para que puedan vivir con tranquilidad hasta que volvamos a encontrarnos. En otra vida, es cierto, de otra manera, pero en paz. Viviendo solo el amor que nos tenemos. Y que yo, de vez en cuando, pueda decirles que me voy a descansar un rato. A dormir por fin. A disfrutar de ese merecido descanso.

    Hoy una compañera me ha dicho llorando que soy una leona. Una madre leona. Tal vez sea así, tal vez esta alerta en la que defiendo a mis cachorros, en la que escribo correos a profesores que hacen comentarios dañinos, o a los que digo que si en una actividad no caben ellos, no es una actividad para todos, lo cual es una obviedad como un piano, si cuando los veo venir de lejos, me incorporo, arqueo mi cuerpo, y comienzo a rugir antes del ataque, entonces si. Soy una leona. Una madre leona. Y aquí estoy, oliendo el aire ante el enemigo invisible.

    Que tenga cuidado, que ponga cuidado…que te vigilo!